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Los miedos en la infancia


La infancia es dueña de esa sensación ambivalente en que se pueden tener sensaciones placenteras, pero también aterradoras. Las cuestiones que asustan a los niños van cambiando de acuerdo con las etapas y, además, algunos miedos les permiten ser cautos. ¿El miedo es normal, entonces, y lo patológico serían las fobias? El psicoanalista Diego Zerba, autor de La estructuración subjetiva en el niño (Ed. Letra Viva) señala que antes de llegar a las fobias hay inhibiciones. “La inhibición tiene que ver con una dificultad del lado de lo imaginario que quiere avanzar sobre lo real. Cuando el nene no puede anticiparse a lo real, imaginarlo, ahí comienza la inhibición”, comenta en la entrevista con PáginaI12, de la que también participa la doctora en Psicología Norma Bruner, autora de Duelos en juego. La función del juego y el trabajo del duelo en la clínica psicoanalítica con bebés y niños con problemas de desarrollo (Ed. Letra Viva).
Zerba brinda el ejemplo de un señor ya mayor, que en la década del 60 tuvo un inconveniente con los padres porque en la última emisión de El fantasma de la ópera, en donde se le iba a quitar la máscara al monstruo, no se lo permitieron ver porque argumentaban que después se desvelaba y tenía pesadillas. “La cuestión es que este señor pasó toda esa noche sin dormir. Y en su vida, el desasosiego y el pavor nocturno es una constante. Ahí hay una cuestión porque lo que le hubiera permitido ver ese capítulo donde caía la máscara sería que detrás hay otra máscara; se puede anticipar lo real desde lo imaginario, pero en donde eso no ocurre, lo real queda desenganchado del nudo y, encabritado, amenaza desde afuera. Ese es, a mi gusto, la prueba fundamental de los insomnios y también del pavor nocturno en los niños”, explica Zerba.
Bruner entiende que en los miedos “hay también cuestiones de época, cómo influye la época en relación a los miedos”. Si se hace un recorrido histórico “podría decir que hay una invariante y variantes respecto a los miedos que tienen que ver con los tiempos. Coincido respecto a pensarlos en relación a lo real y lo imaginario”, plantea Bruner. “Justamente en esta época asistimos a un momento en donde el miedo es un síntoma social. Y en un síntoma social, incluso, en la relación de los niños con los adultos y de los adultos con los niños. En ese sentido, uno podría pensar en qué medida los miedos de los adultos significativos, los padres, las figuras primordiales para la subjetividad de un niño, y sus miedos, anticipan miedos que luego se van a escuchar y va a haber resonancia del lado de los niños. Casi que uno podría decir: ¿De quién es el miedo? Cuanto más pequeño es el niño casi que el miedo se sitúa más del lado del otro que del lado del niño, hasta tener un miedo propio. Llegar a tener un miedo propio es toda una conquista. No es sencillo”, advierte Bruner.
Siguiendo a Jorge Fukelman, Zerba sostiene que cada vez es más difícil que un adulto pueda decirle al niño lo que es juego y lo que no es juego. “Fukelman dice que el juego es lo que le permite al niño reconocerse como tal a partir de que el adulto funciona como tal. Pero esto es cada vez más difícil, que un adulto diga: ‘Esto es juego y esto no’”, afirma Zerba. Bruner, en tanto, define al miedo como un afecto y una de las formas que cobra la angustia a lo largo de la vida de una persona. “¿Hay grados de la angustia y formas? Hay quienes lo plantean como grados, lo cual llevaría a pensar que la forma sería algo mayor que un miedo, pero también hay temores, hay terror. El miedo también tiene sus figuras. Es un abanico a poder reconocer y recortar. En general, uno podría decir que hay miedos típicos en el desarrollo de los niños y que uno los puede reconocer incluso en la historia de la cultura. Desde el psicoanálisis podemos ubicarlos centralmente a la idea de un cierto peligro de pérdida. Estamos en una época en donde lo perdido y la pérdida nos atraviesa a todos”, entiende Bruner.
-¿Tiene una función utilitaria el miedo en el niño? ¿Funcionan como una barrera de protección, entonces?
Norma Bruner: --Yo creo que sí. Hay miedos propiciatorios, miedos facilitadores de que el niño descubra ciertos límites por sí mismo. Por eso, la cuestión es dónde situamos el límite, si desde lo que transmite el Otro como una forma de control exterior y puesta en un límite en lo Real: "Si te portás mal, si hacés esto te va a pasar tal cosa"; es decir, esto de la amenaza, del castigo. En general, el miedo viene de la mano de la educación en la historia. Es una herramienta de ejercer una cierta dominación, de cierto control. Es diferente de aquel miedo que a los niños les permite ir en una cuestión más creativa, aprendiendo por sí mismos qué es lo prohibido, qué es lo permitido, qué es lo posible, qué es lo imposible en una época en la que se propicia que todo es posible. Y yo creo que eso genera angustia.
--Justamente, si los padres amenazan imprimiendo miedo cuando los hijos no se portan bien, ¿el efecto es que estarán enseñando al niño a obedecer por miedo, en vez de ir asimilando pautas de comportamiento?
Diego Zerba: --La amenaza es una manera permanente en la historia de dirigirse al niño ante ciertas circunstancias. Ya desde los tiempos de Freud eso estaba bastante claro. En ese sentido, cuando un niño está inhibido no es lo mismo que cuando tiene una fobia infantil al modo de Juanito (caso de Freud). Son dos situaciones bien distintas. Ahí donde el niño tiene una fobia infantil, está ubicado como un síntoma en la pareja parental, en los padres. Cuando hay una fobia, no. Por eso, en relación a si tiene alguna utilidad el temor infantil, podríamos decir que en el caso de la inhibición, no. Cuando el niño se ubica como un síntoma en la pareja de los padres, ahí se ubica, de alguna manera, y le permite en todo caso, desenvolverse. En cambio, la inhibición es un obstáculo al desenvolvimiento. Son dos cosas distintas como, por ejemplo, la muy actual fobia escolar. El niño no va a la escuela simulando lo que sea. Y recientemente se acentúa ese temor respecto a ir a la escuela, ese obstáculo, esa inhibición. Pero ahí yo diría que no es tanto del orden del síntoma del niño en la pareja de los padres sino que tiene que ver también con la época y con la función institucional de la escuela.
--¿Por qué a los bebés las caras nuevas les suelen generar miedo?
N.B.: --Depende en qué tiempo. No siempre es así. Primero, descubrir una cara y que esa cara sea de otro es toda una conquista para un bebé. Y si esa cara le representa y viene asociada a situaciones placenteras no necesariamente le va a dar miedo. Ahora, sí es cierto en que hay un tiempo en un cierto estadio constitutivo importante que, en general, se suele ubicar dentro de los 8 meses, al cual llamamos "la angustia del octavo mes", en donde un bebé reconoce, efectivamente a un extraño como tal, porque antes, en verdad, la noción extraño-familiar no es propia de ese tiempo. Por eso, me parece importante situar la cuestión de los miedos en relación a los tiempos. Freud decía que hay miedos que son comunes de la infancia y que las condiciones de estos miedos corresponden a cada tiempo en la vida. Pero que los adultos neuróticos funcionamos, de alguna manera, infantilmente porque sostenemos condiciones de otros tiempos. Entonces, hay retorno de miedos infantiles en la adultez.
--¿Por qué los bebés más grandes sienten miedo cuando se tienen que separar de alguno de sus padres? Por ejemplo, cuando empiezan a ir a la guardería.
N.B.: --El temor a quedarse solos que tiene el niño, o a ser abandonado son miedos que lo atraviesan. Los cuentos y las leyendas hablan de esto. Entonces, de qué manera va a procesar todas estas investigaciones, ahí, como decía Diego, el tema del juego es central porque el juego le va a permitir --dentro del juego-- llevar los miedos sin riesgos y actuarlos sin riesgo. Hay una relación entre el miedo, el riesgo, el peligro.
--¿O sea que una buena educación sería lograr transformar ciertos miedos en interés?
N.B.: --Por empezar reconocer cuánto del miedo es propiciatorio de un cierto cuidado. El miedo y la angustia son paradojas, sin llegar a la inhibición, pero, al mismo tiempo, al niño le permite no ser un temerario. Es decir, reconocer una situación de peligro. Y esto es parte del aprendizaje. Al mismo tiempo, le permiten incorporar cuestiones que tienen que ver con la ley y con esto de: "No todo se puede", "No todo está permitido", "No todo es posible". Si no, tenemos a aquellos que les da lo mismo estar con cualquiera, que no reconocen al extraño, que no tienen miedo a nada. Ahí uno dice: ¿Dónde está el miedo? Hay algo del miedo que si cae del lado de lo que le va a permitir a un niño tener recursos para cuidarse y protegerse a sí mismo, bienvenido sea porque es reconocer un límite que no todo se puede, que no todo está permitido. El miedo tiene mala prensa. Los psicoanalistas también solemos pensar que en la fobia hay un desarrollo significante que le permite a un niño tener un cierto saber que el miedo no le permite porque necesariamente se lo suele asociar a la inhibición. Y yo creo que en el miedo hay un cierto saber, que no se puede jugar. En las fobias se juega lo que en el juego debería jugarse.
D.Z.: --Ahí me parece importante lo que dice Fukelman a propósito del adulto y la función de decir lo que es juego y lo que no. El adulto, dice Fukelman, es el que sanciona al niño como el sujeto que juega. Si cuando el nene va a poner los dedos en el enchufe, el adulto dice: "No, eso no es juego", ahí ya encontramos una imagen muy clara de cómo en el factor ambiental, como dice Winicott, el nene puede ir ubicándose y adquirir la confianza para poder desenvolverse.
--¿A algunos niños pequeños les suelen asustar ciertas cosas, llamémoslas irreales ("Te va a venir a buscar el hombre de la bolsa"), porque no distinguen aun realidad de fantasía?
N.B.: --La diferencia entre lo real y lo imaginario sólo es posible si lo simbólico está operando. Y la función de lo simbólico es muy compleja porque depende en su transmisión del Otro para con el niño. Entonces, en ese sentido, Winnicott hablaba de esto en términos de lo ambiental. Uno podría decir que lo ambiental es todo lo que incide sobre el desarrollo de un niño, ya sea orgánico, ya sea psíquico, ya sea social. Entonces, como recién Diego ponía el ejemplo del enchufe, si el Otro sitúa claramente una prohibición en función de un cuidado, en función de una protección y el orden generacional queda claro, la diferencia entre lo imaginario y lo real no va a ser un problema para el niño. Ahora, las fantasías pueden ser fantasías temerarias. Pueden ser fantasías que, en sí mismo, el niño reconoce que no son reales, que son imaginarias y, sin embargo, le causen una cierta emoción. Y ahí está la gracia. Sin eso, perdería la gracia de la fantasía para un niño y del juego. El niño sabe, cuando juega, que lo que está ocurriendo dentro del juego no es real. Sin embargo, para él tampoco es imaginario puro porque el juego perdería su gracia. El juego se sostiene en esta ambigüedad entre lo imaginariamente real o lo realmente imaginario. Siempre queda esta duda. Es más, dentro del juego se puede jugar con el miedo: "¡Yo te voy a comer! ¡Y te voy a agarrar!". Uno adentro del juego puede decir cosas que fuera del juego están prohibidas porque es sólo un juego. Y no va a haber riesgo dentro del juego. El tema es cuando no queda claro el borde del juego, el límite.
--¿Por qué es tan común el miedo a la oscuridad en cierta etapa de la infancia?
D.Z.: --En ese sentido, el niño que tiene dificultades con la fantasía, que no puede imaginar lo que está más allá, que no puede imaginar lo real, ahí hay un obstáculo muy puntual. Y tenemos el caso del niño que no puede dormir, que era el caso del paciente que comenté al principio. El niño que tiene dificultades para dormir, que se angustia, que se desvela y las posteriores secuelas que posteriormente pueden haber. Una cosa es el sueño y otra cosa es el soñar, así como una cosa es el juego y otra es el jugar. Si le queremos dar una vuelta desde el último Lacan, el soñar, el jugar es un hacer sinthomático, es lo que le permite tejer la relación entre lo imaginario y lo real. Es lo que le permite, por ejemplo, dormir, soñar y no tener pavor nocturno. Desde ese punto el hacer sinthomático es un equivalente al jugar de Winnicott. El soñar también es un hacer sinthomático.
N.B.: --Algo importante que quiero señalar es que pusimos mucho el acento en los miedos comunes en la infancia o la función del miedo como construcción de un límite frente al peligro, pero hay miedos sintomáticos generados por ser objeto de tratos ilegítimos, como por ejemplo, violencias, abusos sexuales y maltratos o vivencias traumáticas. Y lo quería resaltar.


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