"Yo en los otros, los otros en mí. Grupo y procesos identificativos."
Sobre la identificación
Digamos que identificarse con alguien es establecer una relación de mismidad con la representación de esa persona. Quien opera la identificación ante todo representa
y son potentes representaciones de cosa las que consuman la
identificación. El proceso identificativo es un movimiento contínuo que
acompaña nuestra existencia modificando gradualmente estructura y
organización interna; tras cualquier identificación subyace la
identificación primaria. En ese caso, la distancia entre ambos polos es
tan exigua que el mismo movimiento trata de anularla, restableciendo la
totalidad inerte, sin diferencias ni matices.
La identificación secundaria exige una mayor elaboración.
Precisamente por ello, mantenemos que la riqueza de
alternativas que implementa la técnica grupal en psicoterapia, permite
detectar y trabajar en profundidad las diversas patologías de la
identificación secundaria con mayor eficacia de la que podría alcanzarse
en el mismo tiempo en un análisis individual.
Tan sólo unas líneas para concretar cómo contemplamos el proceso de identificación primaria [1].
En su encuentro con la exterioridad, el recién nacido es penetrado y
penetra a la figura materna, ambas se modifican: el bebé amanece al
psiquismo, la madre experimenta modificaciones importantes en sus
investimientos narcisistas. Sujeto y objeto sin discriminar en una
relación especular en la que la capacidad simbólica presente en la madre
y todavía imposible de metabolizar por el niño irá dotando de
espacialidad al nuevo ser, creándose un vacío donde este irá ubicando lo
propio, lo que es ajeno y, más adelante, al objeto [2].
La identificación primaria es una primera discriminación de tipo muy
precario sobre la que se asentaran posteriores diferencias [3].
El bebé no sólo encuentra al objeto, lo crea y se
contempla en él; la ternura del entorno permite que no se vacíe con la
rabia impulsiva generada por la frustración y que, por otra parte, no
estalle en el caos que supondría tragar todo el afuera como le incita la
violenta voracidad que experimenta simultáneamente. Ternura filtro de
excesos, tanto de introyecciones como de proyecciones, elemento a [4]en
Bion, contenedor de las primeras angustias. A través de ese ritmo de
presencia/ausencia con que se muestra el objeto, conquistará las
primeras representaciones con las que poder identificarse para alimentar
al todavía precario Self y
constituirse uno peculiar en un mundo de semejantes. La identificación
primaria es el primer ser o, si se quiere, el ser primero posible.
Comenzamos gradualmente a deambular por la identificación secundaria [5]. Sobre la base anterior actúa el proceso identificativo especular donde, como recuerda Stoloff [6],
los significantes no verbales analógicos que transitan entre madre e
hijo juegan un papel fundamental. Por fin, sumido en inestabilidad y una
vez adquirida la capacidad reflexiva que alcanza su auge a través del
lenguaje, se accede al simbolismo que trasciende los dos polos del
encuentro para ingresar en el universo de reglas; el niño toma
conciencia de que pertenece a ese mundo por identificar, es sujeto y
objeto, ente de reflexión y reflexivo, la palabra ha posibilitado la
distancia para pensar sobre sí. En el horizonte, nuevas representaciones
que se vinculan, inéditas fuentes de angustia. El «sí mismo» se
convierte en sujeto de la enunciación desde el espacio, la contradicción
y la temporalidad que instaura lo histórico, que ha surgido en el
debate entre principio de placer y principio de realidad.
La identidad del yo se adquiere mediante la
integración gradual de imágenes de Sí mismo que posibilitan el proceso
de separación/individuación; su constitución pasa a través de una serie
de identificaciones: con la imagen del cuerpo, con el sexo al que se
pertenece, con el nombre en que reconocerse y con distintos aspectos que
se toman prestados definitivamente del entorno en otros tantos
encuentros grupales.
La colisión entre las exigencias de las realidades
interna y externa es el motor que dinamiza el proceso identificativo.
Identificarse es un deseo del sujeto en ciernes, pero tambien una
propuesta del otro. Esta apremiante bipolaridad y alternativas para
avanzar a su través, se multiplican en el encuentro de grupalidades
internas que supone el espacio de análisis que presentamos. Lo pulsional
se activa, sujetos reales acogerán y distorsionarán a los imaginarios y
el narcisismo habrá de modularse. Como afirmamos anteriormente [7],
en el grupo se integra Yo y Objeto, Sí mismo y objetos que despertarán
sus añejas representaciones, lo más íntimo en la máxima exterioridad que
envuelve desde lo social al grupo.
En esta presentación tratamos de discernir, desde la Teoría Analítico Vincular [8] propuesta por Nicolás Caparrós, las partes que ofrecemos a los demás para que estos las introyecten y hagan propias.
La identificación en el grupo
En lo que a continuación se expone partimos de
individuos concretos que integran un determinado grupo. Su identidad se
infiere a través de la presentación corporal, las manifestaciones
afectivas, la forma en que expresan un conflicto y la capacidad de
ajustar los propios intereses en el marco de la realidad social.
La identidad es una compleja estructura que se
alcanza diferenciándose de los otros y también con ellos y siendo como
ellos. nos guiaremos por estos aspectos en el análisis de los encuentros
grupales. La red de encuentros en el grupo sirve tanto, por el juego de
la cotransferencia e intertransferencia, de espacio para reactivar los
hitos personales formadores de identidad, como para crear otros nuevos.
Nuestro eje de referencia será Jaime, de veintidós años, que se debate
entre paralizantes y cavilosas dudas en su búsqueda de identidad. La
razón de escogerlo entre las demás posibilidades, estriba en que en su
caso la presencia del grupo era una constante prueba de fuego para su
identidad, en ningún otro como él resultaba tan patente esa ansiosa
pregunta que podría ser resumida en un “¿Quién soy yo?”.
¿Excesiva plasticidad?, ¿Estaba Jaime dispuesto a
modificar su imagen por los demás tanto como parecía indicar su
puntillosa apreciación de la presencia del otro?, ¿Era el grupo vivido
como ese elemento continente presto a servirle de regazo ensoñador o,
por el contrario, un lugar propiciador de elementos beta [9] presto a desintegrarle?
Una breve presentación en forma de trazos impresionistas: Felipe, esquizoide [11]
cuyas escasas intervenciones son muy apreciadas por los demás
integrantes. Es «el guaperas del grupo» en opinión de sus compañeros. El
año pasado se sentaba en un rincón a mi lado (yo era «mamá»), ahora ha
crecido y se instala en un cómodo sillón [12]
junto a la consolidada figura paterna de Nicolás. En Felipe lo
preverbal es importante, su palabra es valorada por el grupo lo que no
impide que se mantenga en frecuentes silencios. Su lugar es el de la
observación inquisitiva.
A su izquierda, aparece la ensortijada y solitaria
melena de Rosa, que ahora se permite las antes censuradas fantasías
eróticas y empieza a admitir cierto deseo de «salir con alguien», ya en
vías de desprenderse del complejo entramado de unos padres separados
cuando ella era muy niña. Por entonces padeció problemas con la vista
que la «acomplejaban» y aislaban de amiguitas, refugiándose desde
entonces en los estudios (a sus veintidós años, está preparando
oposiciones para juez). No interviene demasiado, sólo una vez rumiado el
discurso. A diferencia de Felipe, Rosa exhibe su vergüenza; los demás y
su juicio ocupan un espacio más importante que el propio criterio.
Un giro para llegar al sofá de la sala, cuyo
extremo izquierdo suele estar ocupado por un abogado grandullón; el
cuerpo longuilíneo que antes vivía como lastre, ahora se mueve por las
salas de baile y es capaz de extraer de sus evoluciones un placer que
era antaño impensable. Núcleo confuso, el talante bloqueado-explosivo
(si respetamos el orden en que se produce su contacto con la
frustración: aguante-estallido final) caracterizó las primeras
experiencias amorosas de Jonás, muy en consonancia con lo vivido con su
potente y fálica madre viuda, para dar paso actualmente a exitosos y
sucesivos coqueteos que reaseguran su identidad varonil. Es su segundo
año en grupo y esa «veteranía» también afianza sus intervenciones,
sintiéndose en cierta complicidad con la pareja terapéutica.
Catalina, de núcleo depresivo, suele ocupar el
centro del sofá; tiene veintiún hermosos años que los incipientes
síntomas anoréxicos todavía no han logrado minar. Contendemos aquí, como
telón de fondo, con la frialdad de una madre que escabulle cualquier
intento de acercamiento; papá trata –y en buena medida consigue- paliar
esa carencia, aunque la cercanía afectiva tuvo momentos demasiado
intensos que también crearon algún conflicto hoy ya elaborado.
A su lado despierta ternura «la terrible
encarnación de los celos». Su excelente pareja y dos hijos (cariñoso
chaval y adolescente encantadora), no han logrado aún que María deje de
torturarse. Coqueta en lo diádico, dinámica y divertida en el grupo, el
«maldito» número tres la condena al infierno de la exclusión, entonces
es tan «mala» como la bruja de los cuentos. Como Jonás, vivió el año
pasado su primera experiencia grupal que sirvió para palpar la soterrada
envidia al hermano, conquistador de esa madre tan ausente para ella.
Entonces se refugiaba junto a Nicolás situándome a mí, en uno de sus
sueños, «en la cocina»; vivía así esa emoción correctora de excluir,
como “conveniente venganza” por haber sido preterida; ahora «se mueve»
más entre el grupo y me incluye con naturalidad en sus relaciones.
Un nuevo giro y topamos con Angel, núcleo
depresivo, quien suele escoger el rincón del sofá que está junto a la
entrada, como queriendo huir. «Hueso duro de roer», comienza ahora su
proceso terapéutico. Las estadísticas y la razón tratan de acallar el
más leve atisbo de inquietud, cualquier repunte de emoción, querría ser
proceso secundario puro, mas primero deberá ser proceso para conjurar su
estática rigidez. Papá, dice, es incapaz de escuchar y nunca supo recibir nada.
El fantasma de mamá, absorbente y dictadora, se interpone ante
cualquier candidata a ocupar su lugar, pero en su versión final, todo
queda reducido a que un físico poco atractivo no le permite «desplegar
sus habilidades sociales».
En otro cojín, a su lado, encontramos habitualmente
al gran «buscador de identidad» del grupo. Jaime, núcleo esquizoide, se
siente interpretando papeles, sin conseguir discriminar qué le
pertenece de ellos. Estudia biológicas porque el padre de su infancia
(¡qué alejado del actual!), le inoculó naturaleza en largas marchas por
el campo.
Finalmente, Tania, brillante hematóloga de núcleo
depresivo, apresada por una grave anorexia. Cuerpo torturado que pone en
marcha cada semana para recorrer los cuatrocientos kilómetros que
separan su hogar de este espacio de terapia. La enfermedad resume el
vínculo patológico con mamá, teme que renunciar a aquella signifique el
abandono por parte de la otra. ¿Qué pasaría si no estuviese enferma?
Quizás entonces afloraría el presentido rechazo.
En tal atmósfera Jaime, en cada sesión, pone en
juego su identidad, que diríase a veces polimorfa y por instantes
fragmentada. Cada devolución, cada espejo humano le envía una imagen que
habrá de enfrentar al mismo tiempo con el caleidoscopio de sus
emociones.
Sabemos que un grupo es algo más que la mera
exposición de los trazos más impresionistas de sus componentes. Es así
que incluso estos retratos son posibles dentro de las atmósferas
grupales que los han propiciado.
Las visiones que relato están extraídas de diversas
sesiones. Unas veces Jaime se pone a sí mismo en evidencia porque
elotro está ahí, otras deposita en ellos sus ansiedades y expectativas
anacrónicas. Jaime viene al grupo con su grupo interno, con una
determinada identidad, aún cuando esta pudiera ser conflictiva. El grupo
terapéutico es una atmósfera provocadora, estimula nuevas vías de
identificación, despierta viejos fantasmas que se desplazan y actualizan
ahora en la intertransferencia grupal [13].
Jaime revive dolorosamente en el grupo las heridas
narcisistas infringidas a su identidad. Cuesta hacerlas salir porque
forman parte de sus recovecos más delicados, las oculta en el mutismo,
en el desmesurado deseo de ser preciso, tras unos ojos que miran sin
cesar y que pretenden impedir ver. Sus procesos de identificación ora
son consonantes, ora resonantes y a veces disonantes con esos otros del
grupo. Constatar esos aspectos permite efectuar con Jaime un momento
diagnóstico: ¿qué teme, qué añora, qué perdió y hacia dónde regresa? Más
tarde vendrá el tramo terapéutico: devolverle sus repeticiones, su
regusto hacia el narcisismo mientras el otro queda “desanimado” en su
entorno, señalarle sus desplazamientos, mostrarle sus puntos ciegos.
Algo que el grupo, terapeutas y pacientes, pueden hacer.
Jaime
Nuestro protagonista se desenvuelve en ese
ambiente grupal y ahí pone a prueba su identidad. Reproducimos ahora,
organizados en torno a determinados ítem, comentarios textuales
recogidos a lo largo de dos años de análisis:
- “Mi padre
es un líder solitario que se impone con miradas y silencios temidos y
odiados. Autodidacta, responsable, desvinculado de mis abuelos para huir
de los tentáculos maternos y un padre desvanecido. No fuma ni bebe, no
sale por las noches; en la empresa era el rebelde. En el cuarto de estar
no quiere sillones para que no nos abandonemos viendo la tele.
Escribía a mis profesores; yo sentía vergüenza y protección. Tanto mi
padre potente como el débil son represivos. Nunca se rindió ante su
madre; la autoridad es el enemigo y los que se rinden son despreciables.
Me veía superinteligente, sentía por mí bandazos de admiración o
desprecio. Me da más pena que mi madre, es un gigante abatido.”
Ante este relato se tiene la impresión de que
faltan datos claves: ¿cómo y de qué manera muda ese padre admirable en
un ser a rechazar; cuál es la fuente del desprecio; como se trasmuta su
fuerza en debilidad? Jaime no dice nada al respecto, sus confidencias
parecen poseer la fuerza aplastante de la evidencia. Se diría que todo
es claro, que cualquiera puede apreciar lo que siente.
El padre, según cuenta, experimenta hacia
él admiración y desprecio. Los sentimientos que le adjudica son
especulares con los que Jaime experimenta por aquel.
- “Mi madre
tiene vida interior, pero siempre a remolque de mi padre, como yo. Fue
él quien la hizo estudiar, nosotros nos dejamos conducir: nos redujimos
al mínimo. Era la pequeña; mi tío tiene diez años más y mi tía, que es
médico, fuerte y abierta, ocho. La abuela es muy alegre y el abuelo como
un niño.
Tuvimos poca lactancia, a veces estaba muy
bloqueada con nosotros. Me comprende, aunque agobia con tanto orden. Es
muy miedosa; suplicaba llorando a mi padre que no nos dejara solos
cuando yo era muy pequeño. Me mira con impotencia. Va de víctima, pero
si toma conciencia, trata de reaccionar.”
Con el padre hay un diálogo imaginario: tú-yo. En
el caso de la madre existe un ella y un nosotros. A veces el nosotros
comprende a toda la familia frente al padre, en otras ocasiones, la
relación es hijos-madre.
El padre aparece solo, autosuficiente, no importa
señalar si tuvo o no familia, la madre, por el contrario, figura
incluida en un grupo familiar con dos hermanos más y sus padres.
- “Mi hermano
es dos años menor. Nos llevábamos broncas de mi padre por el follón que
armábamos de críos, pero lo pasábamos muy bien. Preguntaba por el sexo,
una vez me masturbé delante de él. Yo tenía adjudicado un papel, ser
más inteligente que mi hermano; tenía más imaginación e inteligencia,
pero él fue quien se integró en el barrio. Me joroba que mi padre y él
puedan ponerse tan bestias y yo no. Me cabreo cuando se pasa con mis
padres. Quiere ser bombero.”
En la relación con el hermano, salvo un pequeño e
inicial episodio de infancia en el que «lo pasaban bien», el referente
es el padre. Referente e interposición al mismo tiempo.
En los lugares predestinados en la estructura
familiar está destinado a ocupar el sitial de la inteligencia, su
hermano el de la fuerza y la sociabilidad.
“Yo soy infantil, reprimido, idiota, miedoso, inteligente, creativo, sensible.” Todo eso ha dicho sobre sí.
“Si sacara a mi padre de mí, sería un salvaje, así
soy un corderito. Siempre mimado, se adelantaban a mis deseos y yo no
podía descubrirlos. Me da miedo mi vergüenza, mi debilidad. Tengo
complejo de chimpancé. Crecí rápido y me estanqué; siempre fui bajito y
flaco, me mangoneaban los mayores, si trataba de defenderme flipaban, decían «¿de qué vas?»”
- “De pequeño
jugaba mucho con mi padre que era muy tierno, pero no controlaba las
cosas que le podían cabrear y me cortaba. Entonces quería ser como él;
me trataba como adulto. ¿Por qué no podía mi padre ser Dios y meterse en
mis pensamientos? ¡Cómo disgustarle con lo cariñoso que era conmigo! Me
mola mi imagen de
pequeño, inquieto, activo. Decían que me iban a tirar a la basura por
trasto. Mi madre dejó de trabajar un tiempo al nacer yo. Siempre quería
cogerme en brazos mi padre.”
- “En la guardería
ya me cortaba, me sentía más indefenso y lloraba. Era tan despistado...
me sentía idiota cuando me quedaba en las nubes y se me caía la leche o
el plato. Imaginé con miedo, pero liberado, que les pasaba algo a mis
padres. Si imaginaba la muerte de mi padre era el apocalipsis, todo se
acababa, si moría mi madre, no ocurría nada.”
- “Yo me imaginaba
líder, exhibiéndome, los demás eran espectadores, incluso las mujeres.
Me divertía solo horas y horas, inventando historias y manejando
muñecos. Me sentía muy autosuficiente hasta los diecinueve (en que se
enamora).
Casi sólo he tenido miedo a mi padre; imaginaba
batallas con mis miedos. Abandoné a mi padre antes de romperme la
clavícula. Destruí su mito. Mi padre tiene unos cauces por los que tengo
que ir para que me proteja, si me salgo irá contra mí. O me reprocha no
tomar iniciativas o rechaza las que tomo. A veces siento que me
envidia, no quiere que le supere y no quiero humillarle. Lo que intento
es imposible. Si actúo sin contar con él le traiciono. Si le soy infiel
se muere, ¿sería una venganza?
Mis relaciones son de amor/odio. Si rompo con mi
padre, me desprendo de cosas mías, si le acepto me paralizo. Exploté con
él y nos asustamos los dos; me estaba presionando, luego se echó a
llorar y me sentí fuerte, pero me pasé.”
- “En la Universidad
comienzo biológicas muy bien. Empecé con un grupo a hacer teatro, pero
no podía olvidarme de mí al interpretar. Fue una etapa hiperactiva,
hacía deporte pero era muy destructivo; no reprimirme era hacer el
bestia. Luego me enamoro, me rompí la clavícula y, tras el accidente,
después de un mes en casa, dejó de interesarme casi todo.”
- “Me enamoré
dos veces, nunca se lo dije a ellas. Cuando era pequeño tenía fantasías
con mi prima y, de repente, la imaginaba con mi padre. Cuando todos
duermen veo películas de sexo, en la realidad me paralizo. No sé
diferenciar lo que imagino y lo que deseo realmente (fantasías eróticas
con su prima y su madre). Censuro de inmediato lo que se me ocurre por
infantil o perverso.”
“Me veo escogiendo
ser como mi madre o mi padre; me cabrea que se ridiculicen mutuamente.
No consigo el código de la gente y les imito, pero los ídolos que imito
se suceden y desconfío. He roto la dependencia con los demás pero no
encuentro la mía. Fuera de casa me siento transparente, es el vacío. Si
renuncio a ser héroe me veo asqueroso. Soy egoísta y competitivo, no
quiero reconocerlo porque me obligaron a ser modesto. Mi padre nunca nos
dejó ser malos. Ahora me desfaso con bromas, antes con violencia. Si no
me freno, me acelero menos.”
El deambular de su estructura psíquica
Parecería que la familia está compuesta por un padre-madre,
dos hermanos y una hermana hacendosa (que en realidad es la madre).
También la abuela paterna encarnó ambos sexos en el hogar, ejerció el
mando relegando a su acobardado marido, sometido también más tarde por
el hijo. ¿Qué varón dotó de identidad al padre de Jaime?
Cuesta reconstruir la novela de las primeras experiencias de nuestro paciente. Mamá da el pecho –poco [14]-,
pero ¿quién nutre libidinal y simbólicamente a Jaime? ¿Cuál es la
figura de apego? ¿Qué imaginarios depositaron en él? Difícil deslindar
las imágenes parentales. El empuje protector lo protagoniza papá que
parece reclamar el contacto corporal. Pero la madre existe; aunque
difusa, es recordada como cariñosa. ¿Cómo ejerció el apoderamiento desde
la lejanía? ¿Cómo desapegarse de ella si no pudo generar fusión? Cabe
suponer que, en la medida en que ella es contenida por el padre, sí
puede desplegar su papel.
Cuando Jaime se repliega intentando proteger su
narcisismo, los objetos persecutorios rondan su mundo interno, aunque no
son tan amenazantes como para impedir la consistencia del Sí mismo y un
aceptable manejo pulsional (con tendencia a inhibirse). Si fuera cierto
que el padre ocupó el lugar del objeto primigenio, le habría obligado a
realizar un recorrido más complejo en el proceso identificativo para
acceder a su identidad masculina. ¿Qué lugar designó como primer
domicilio de sus identificaciones? ¿Qué peculiaridades rodearon la presentación del padre?
La madre, aunque poco contenedora de las primeras
avideces, fue durante infancia y adolescencia la mejor interlocutora
para las fantasmagorías de Jaime con el que parecía identificarse.
Mientras parecería que él es la temprana ofrenda que mamá entrega al
padre, con el segundo hijo sí le es concedido ese espacio de intimidad
en el que fundirse para luego discriminarse. Los miedos nunca la
abandonaron desde la perspectiva de su hijo, nunca fue libre, por eso le
comprende.
Veamos dos posibles hipótesis que explicarían el derrumbarse de ese gigante omnipotente que fue el padre:
a) Con Jaime llega el primer vástago a este hijo
que rompió con sus raíces; fue su gran proyecto, conformaban la pareja
omnipotente hasta que quedaron asfixiados por un engrandecido ideal del yo
con el que no podían cumplir sus excesivas exigencias: llega la herida
narcisista, el desmorone y la sensación de fracaso. Exceso de contrastes
en ese oscilar de la admiración al desprecio que fuerza en demasía la
escisión.
b) La potencia y ternura desplegada por el padre en
los dos primeros años de Jaime, generadora de un vínculo especialmente
fusionado entre ambos, se derrumba poco a poco cuando el segundo hijo se
convierte en simétrico compañero de juegos desplazando al progenitor.
No tolera las risas y peleas de los hermanos en las que él no tiene
cabida.
Quien se somete es despreciable, quien se rebela, también.
¡Cuánto incita y frena la identificación este
padre! A través de Jaime me animaría a esbozar tres caras en este
hombre: la tierna, que le lleva a abrirse todavía a ocasionales
confidencias: cuánto le costaba ligar, cómo le escogían las mujeres, las
dificultades para el primer beso, el abandono de un amor para unirse a
la que se convertiría en su mujer... Abruptamente irrumpe la faceta
intransigente con la norma, lo superyoico, es entonces el líder sindical
y la contradicción entre lo que instituye como ideal y lo que muestra
en su comportamiento cotidiano. La tercera cara deja ver a un titán
abatido, la encarnación del fracaso tanto en lo laboral como en lo
concerniente a esa familia que quiso forjar sin tacha.
Y aquí se debate Jaime, entre la admiración, el odio y la lástima.
Aventuramos que mamá, desde la sombra, tiene más
poder del que parece. Maneja la información que distribuye a su antojo,
puede discutir para alejar al marido del lecho conyugal cuando siente
inapetencia sexual y hacerle regresar al cabo de varios meses, con una
apacible conversación. La que fue niña mimada, la pequeña de la casa, lo
sigue siendo en su nuevo hogar.
El afán de Jaime por no mentirse a sí mismo, por no mentir a los demás, es inalcanzable; Kundera [15] dirá que vivir en la verdad sólo es posible en el supuesto de que vivamos sin público, los ojos que nos miran modifican nuestra actuación.
Los ojos que le concedieron identidad, reinventados
dentro de sí, ejercen ahora de carceleros para Jaime; si trasladamos la
referencia de este autor a la mirada interna, toparíamos con una
paradoja: sin ese público que impide vivir en la verdad, la vida no
sería posible. Es cuestión de tiempo y espacio, poder discernir entre la
representación del padre protector de la infancia, la del padre
derrumbado en su imaginario que desprecia y forjar una más acorde con el
padre real actual, permitiría a nuestro protagonista romper ese vínculo
emocional de dependencia.
El hermano ejerció como primer espectador de sus
representaciones de sí y de su entorno. La agresión expresada
espontáneamente en juegos con él, debe inhibirse en otros encuentros
infantiles donde se deja proteger por los amigos mayores y más altos. Al
no medirse en lo cotidiano con el afuera, le faltan referencias para
valorar sus capacidades.
No consigue, por el momento, llevar la sexualidad
más allá de donde le permite su potente fantasía al servicio de la
masturbación y surge el consiguiente miedo a perversiones. Pero hoy él
mismo es un perverso que tiene ante sí la tarea de reconocerse y ser
reconocido, sólo después advendrá la posibilidad del cortejo y la
seducción.
Ser la persona que uno dice ser,
es una de las definiciones de identidad que ofrece María Moliner; por
eso le resulta tan dificultoso a Jaime definirse, porque teme no
reconocerse y no soporta que la distancia entre su ser y su ser
enunciado por él, no le permita controlar su imagen reflejada en los
demás.
Propuestas de identidad en el grupo
Los encuentros grupales no son, en rigor, nuevos
para Jaime, pero también aparecen a la manera de reencuentros. Lo que
tienen de inédito le deja perplejo y quiere decodificarlos desde el
pre-juicio de sus vínculos fundantes. En la medida en que son
reencuentros activan, a veces con goce a veces con dolor pero siempre de
manera divalente, sus anteriores experiencias. Es necesario señalarle e
interpretarle de manera permanente cada matiz.
Jaime-Felipe:
Lo esquizoide les une y separa; la distancia que muestra Felipe permite
a Jaime sentirse tranquilo a su lado, no lo ve exigente. No es la
intensidad de un afecto, tampoco un intenso interjuego proyectivo, sino
un espacio libre en el que se siente aceptado-respetado como no lo fue
por su padre y sin las invasiones a que le sometió mamá. Pero aquí no
hay alimento, el desencanto de Felipe no incita a retenerle, es tan sólo
–y no menos que- un puntual
refugio para nuestro infatigable indagador. Por momentos podría ver
reflejado en él el fracaso de su padre, el que teme para sí mismo y
servir por tanto de estímulo para no detenerse. O quizás podríamos
aventurar que los protectores amigos de infancia, siempre con cuerpos
más grandes, lo mismo que su potente hermano, son evocados a través de
Felipe.
Jaime-Rosa:
Coinciden en su estructura de personalidad y en la dificultad para
relacionarse con el otro sexo y resolver el vínculo con el progenitor
del mismo. Pero cada uno batalla en su territorio. Rosa no se va a
«asustar» del tironeo entre amores y odios en que se debate; atrás
quedan turbación, estupor y espanto en ese debatirse durante años de
análisis con una madre que no fue niña, como veíamos con Jaime, pero
cuyos intentos de suicidio la sumían en oscuros vericuetos. Aquí el
padre, desde su ausencia, es «el malo» al que hubo que reconstruir para
poderse acercar al mundo de los hombres. Los «personajes» de Jaime están
ahí, ella no codifica como dramático ese entorno y sumida en su propio
debate tan sólo se asoma puntualmente al de él, a quien relaja esta
actitud. En su encuentro ni se persiguen ni se contienen más que como un
miembro cualquiera del envoltorio grupal del que además son parte.
Jaime-Jonás:
El núcleo confuso de este le permite irrumpir con menos respeto en los
relatos de nuestro protagonista, ofreciéndole así un antídoto a su
trascendencia. No le resulta difícil a Jonás identificarse con la
inseguridad vivida por ese otro cuerpo tan antagónico al suyo (se
recuerda a sí mismo como un adolescente desgarbado y grandullón que
quería encogerse, ahora Jaime hubiera dado cualquier cosa por cobrar
envergadura). Actualmente las mujeres se multiplican en el entorno del
primero; el conflicto estriba en elegir sin repetir viejos patrones y no
emprender una eterna huída de madres invasoras, de conducta bien dispar
al soterrado poder ejercido por la de Jaime. Este ve el futuro con más
optimismo a través de Jonás, al que a su vez sirve como referente para
valorar sus progresos.
Otra posibilidad de encarar este vínculo, es desde
el desplazamiento de hermanos de uno y otro. Vimos que el de Jaime fue
un gran compañero de juegos, aunque ahora disfrute de una fuerza que
cuando mueven los celos, deja a este derrotado; Jonás ofrece una
representación alternativa no gobernada por la competencia. El siempre
quiso medirse con su hermano mayor, muy alejado de nuestro personaje que
sí podría sin embargo encarnar al menor de la familia; de ahí el estilo
comprensivo que ofrece a Jaime.
Jaime-Catalina:
Dispares y cómplices; se siente comprendido (¿y seducido?) por ella que
disuelve, al menos en parte, la ansiedad de sentirse «raro». Es posible
que el encanto de la imagen de su prima, alegre y atractiva, se solape
aquí y la disfrute en un entorno menos jocoso que el familiar, donde
fundamentalmente sus tíos descolocan a Jaime con bromas que le paralizan
por la vergüenza. Catalina, que se desenvuelve sin problemas en el
mundo de las relaciones (siempre que no impliquen mayores compromisos
afectivos), ejerce un papel de cierta superioridad protectora, maternal,
que cede por momentos lugar a cierto coqueteo; en el grupo no ejerce de
«problemática» o enferma, como se la cataloga en su entorno -más que
cuando hecha pulsos con Tania y su anorexia- y le resulta gratificante
sentirse «más madura». A ella le resulta muy útil escuchar cómo también
los varones sienten temores y titubeos a la hora de acercarse a una
mujer, alejando con ello la representación del «macho» invasor de
intimidades; sexualidad y ternura se concilian a través de Jaime. El se
siente escuchado y su torturado rumiar no despierta conmiseración (como
en el caso de mamá), rabia (papá), ni burla (como teme en general).
Jaime-María:
Le tiene adoptado, pero la imagen protectora en este caso es potente y
más autónoma que la de su madre; él se encuentra a gusto. Ella presta
atención, atisbando en su discurso lo que podría llegar a pensar su hijo
y recordando en otros momentos a su hermano menor con el que hubiera
deseado litigar menos. También apoya con entusiasmo conclusiones que
cree esenciales, por ejemplo: «Es verdad, si eres fiel a tu padre te
traicionas a ti y si eres coherente contigo, le abandonas a él.» Escucha
buscando sus propias claves y devuelve comentarios que alimentan el
desnutrido sosiego de él; nunca le dejaron «ser malo», María es una
«perversa» enternecedora que, sintiendo que la encarna, desmitifica la
maldad y abre posibilidades a travesuras y fantasías. La quebrada
seguridad de Jaime lo agradece. El estilo confuso [16] de María que evoca la autoimagen infantil de la que él se sentía orgulloso, facilita el proceso.
Jaime-Angel:
Desconexión aparente que, a veces, sorprende con comentarios de Jaime
que denotan que sí escucha y trata de dar sentido al entrecortado
discurso racional de su compañero. Lo depresivo [17]
de uno contrasta con lo esquizoide de nuestro protagonista que se
siente valorado y no necesita entrar en competencia. Jaime nos comenta
un encontronazo con una compañera, Angel lo ve claro: «¡Es igual que mi
madre! Siempre que reprocha algo, en realidad está molesta por otra cosa
distinta; es una trampa de la que es difícil defenderse.» En este caso
no es otro paciente, sino la representación que este tiene de su madre,
lo que le es ofrecido a Jaime como figura en la que esclarecer
conflictos.
Jaime-Tania:
De nuevo el mismo tipo de encuentro nuclear, lo depresivo, ahora
encarnado en una mujer, y lo esquizoide. Ella no escucha, busca la
fascinación de un auditorio que afortunadamente el grupo no ofrece (si
exceptuamos a Catalina) y poco a poco se va viendo impelida a
desprenderse de la capa trágica para encarar con más sobriedad sus
conflictos consiguiendo así el apoyo de los demás integrantes. Los
varones no son protagonistas en su actualidad, hermana y madre ocupan
ese primer plano y, consecuentemente, Jaime está en la sombra. El, a su
vez, responde con distancia.
Jaime-terapeuta varón:
Encarna los ideales admirados en el padre sin la quiebra que este
sufrió y sin la cercanía ofrecida a cambio. Se revuelve tratando de
esclarecer su discurso cuando Nicolás le reprocha perderse en racionales
descripciones... Si la parte más dependiente y débil de su Sí mismo
trata de conectar con esta nueva figura engrandecida, su narcisismo y
las también idealizadas partes destructivas del yo [18].
En este caso el terapeuta modifica de manera
reflexiva “su figura paterna”, más sosegada y sin las crispaciones que
el padre real sufre en la relación con el hijo.
Jaime-terapeuta mujer:
Los dos primeros años de análisis permiten la instauración de una
transferencia que servirá de amortiguador en el grupo cuando se sienta
amenazado. Comprendo como mamá, antecedo en el tiempo al encuentro con
el varón, pero aventuro que no ve en mí la supeditación de su objeto
primigenio.
Jaime-observador: Sumido en su drama, parece no tener en cuenta su silenciosa figura. De «testigo no molesto» le calificó en una ocasión.
Una escena grupal
Este grupo suele transcurrir sin excesivas
resistencias, en un clima participativo en el que no resulta demasiado
costoso adentrarse en el proceso primario; por esta razón no solemos
incluir escenas psicodramáticas, a las que no obstante consideramos
posible instrumento de activación a través del que propiciar un espacio
de construcciones imaginarias en el que confluyen aspectos horizontales
del grupo con otros verticales del sujeto. Es importante recordar que su
eficacia radica en la articulación del revuelo de imaginarios que
provoca la escena, con elementos simbólicos recogidos a través de
asociaciones y recuerdos. Descubrir una angustia no basta; sin esta
secuencia, sin establecer la fantasía que la contiene, la escena
psicodramática queda reducida a elemento movilizador propiciando
aspectos catárticos; aquí más que nunca se haría realidad la sentencia:
movilizar es muy fácil, la dificultad y lo que propicia el cambio es
escoger el momento oportuno para provocar y elaborar el material
obtenido.,
Un día concreto en el que faltan tres integrantes,
la atmósfera se percibe más densa; Jaime trata de transmitir una vez más
su sensación de impotencia de la que parece estarse contagiando el
resto de sus compañeros. La curiosidad por obtener un retrato más vivo
de ese padre cuya figura se escabulle y transmuta en cada intento de
acercamiento, me lleva a plantear una escena:
Jaime representará a su padre en un encuentro con su hijo (Felipe), en presencia de su hermano (Jonás) y su madre (María).
Infiltrarse en objetos ajenos (pertenecientes al
mundo interno de Jaime), será de provecho para el resto de sus
compañeros: Felipe, en su realidad cotidiana, no dialoga con su padre,
le rechaza como Jaime al suyo, sin siquiera detectar la calidez que este
le otorga ocasionalmente; tampoco tiene hermanos, la situación es
novedosa y veremos cómo se desenvuelve en ella. Jonás, que encarnó al
comienzo de la escena durante algunos minutos a la figura parental
(identidad que apenas logró personificar), tendrá aquí la oportunidad de
resituarse en la fratria. A María le concedemos por unos momentos un
marido bien dispar al suyo y ella disfruta investigándose. Rosa
permanecerá observando el despliegue y dejándose movilizar por él.
Pequeñas sub-escenas se suceden y surgen
representaciones cargadas de matices inconscientes imposibles de
detectar en el anterior discurso verbal, que ayudan a esclarecer el
panorama familiar. La realidad psíquica de Jaime, recreada y deformada
en manos de sus compañeros, se palpa más allá de lo que quiso expresar.
Por su parte, quienes se ofrecieron como portadores de sus
representaciones, ocupan lugares insólitos en su biografía donde se ven
desconcertados por emociones inesperadas que transforman las propias
identificaciones estereotipadas.
Felipe abandona su hieratismo habitual y se
confiesa sorprendido por la fuerte sensación de rabia que le invade por
el hecho de contar con un competidor frente a unos padres que, afirma,
le son indiferentes. Esta irritación servirá a Jaime para enfrentar los
aspectos más competitivos con su hermano que se solapan con los que
experimenta hacia su padre. Felipe no disfruta su actual soledad, pero
al romperla artificialmente en esta escena, se esclarecen los beneficios
secundarios que obtiene siendo «el único» y descubre que no es tanta la
inapetencia que experimenta por su pareja parental como nos muestra
habitualmente.
Jonás se encuentra incómodo en el pellejo de un
padre al que no comprende; el propio no resulta referente válido ya que
se desvanece en la infancia al morir cuando él contaba doce años; la
representación patentiza ese vacío. Se relaja en el papel de hermano y
comenta que, desde el primer momento, se siente relegado frente a quien
considera con rotundidad favorito (él lo fue de su propio padre); lo que
le sorprende, es descubrir la libertad y el espacio para la protesta
que otorga ese lugar. Jaime puede reconocer cómo desearía librarse de la
exigencia que pesa sobre él, aunque quizás el precio de perder la
primogenitura sea todavía demasiado costoso.
María exclamará sorprendida: «¡Ah, pero trabajo!»
El grupo ignoraba esta faceta de la madre de Jaime, lo mismo que el
actual paro que afecta al padre por una reducción de plantilla. Todo un
giro en cuanto al lugar de poder que otorga el dinero. María confirma
que sentía a Felipe su favorito; encarnando a su propia madre y
dejándose a sí misma excluída, pero esta circunstancia puede ahora, como
en el caso de Jonás, ser festejada y se siente liberada de su
fatalismo: «Conseguí evitar el papel de víctima, me sentía fuerte».
Jaime se siente desbordado en su representación
paterna. Le llueven los reproches y no consigue abrirse paso y hacerse
entender: dice interesarse por las notas del colegio, pero no quiere
preguntar por ellas; trata de eludir el papel de líder y permanece a la
espera de un reconocimiento que no llega; intenta defender que ninguno
es su favorito y parece que insinúa que nadie le importa; en su afán por
imponer una utopía, sumido en la contradicción «te ordeno ser libre»,
pretende ser un padre ejemplar cuando apenas parece valorarse a sí mismo
como sujeto. Se intuye la amargura de quien fracasó en un amago de
despotismo ilustrado, bajo el disfraz de quien invita a la iniciativa
sin dejar cabida a ella. La sensación que arranca al grupo es de
conmiseración. Este es el padre reconstruido al que Jaime no puede
abandonar.
Rosa se apropia de la escena y ve a su propio progenitor: «No dice os quiero a todos por igual;
si no hay preferidos, es porque reina la indiferencia». Ni ella ni su
hermano disfrutaron de su atención en la infancia (desde que se produjo
la separación del matrimonio) y ahora es ella quien se resiste a
responder a sus demandas tardías. A partir de algo que parecen
compartir, se imponen las diferencias: padre bicéfalo omnipresente el de
Jaime, padre intermitente y desdibujado el de Rosa.
Tras la representación se deja sentir un hormigueo
de incomodidad frente a lo que sorprendió a cada uno; esta sensación
confusa seguirá dando sus frutos en sesiones posteriores.
Un proceso de identificación en marcha
[1] Ver el capítulo de N. Caparrós en donde se expone extensamente este problema.
[2]
Piera Aulagnier diferenciará entre la autoinformación (de excitaciones
endógenas y estímulos externos) propia de lo originario, la
aloinformación de un psiquismo en relación con otro, esbozo de alteridad
en lo primario y, por último, la comunicación verbal que vehicula
formas simbólicas en el nivel de representación secundario.
[3]
Procede señalar aquí la noción de identificación adhesiva propuesta por
Bick (1968) y más tarde adoptada por Meltzer (1975): antes de que sean
posibles las introyecciones el bebé ha de desarrollar un espacio con
límites. Este aspecto también viene desarrollado en parte por N.
Caparrós en la escisión que sucede en la etapa del narcisismo primario
seguida de la oportuna renegación. Bick se interroga además sobre lo que
sucede para que este espacio sea apto para contener cosas y concluye
que se logra a partir del objeto pezón que en el acto de mamar hace
presente un orificio, la boca, que ingresa el citado pezón.
El orificio, o agujero ya sea boca, vagina, o
cualquier otra cavidad, solo tiene existencia en la medida en que algo
lo llena. El pezón es el objeto externo imprescindible que muestra y
hace práctica una cavidad que como tal existía en la potencialidad. Se
ignaugura así la capacidad introyectiva imprescindible para las
posteriores identificaciones.
[4] Elemento alfa: contenido mental dotado de un significado que proviene de la traducción de la información sensorial.
[5]
Nótese también que la identificación secundaria es una doble operación
en la que intervienen procesos de simetrización (lo que iguala sujeto y
el otro) y asimetrización (lo que los distingue).
[6] Jean-Claude Stoloff, Les pathologies de l´identification. París, Dunod, 1997 (p.82).
[7] I. Sanfeliu, Los nuevos paradigmas, Madrid, Quipú ediciones, 1996 (p.167).
[8]
En el vínculo se intercambian representaciones de objeto, objetos del
mundo interno u objetos del sí mismo... cada apropiación, cada
introyección de objetos complica y recrea la estructura del sujeto... Lo
que se introyecta es el vínculo mismo, lo que incluye la atmósfera
afectiva creada... (N. Caparrós: «El vínculo. Lo vincular en el grupo
terapéutico», en Grupos terapéuticos y asistencia pública, coord. Por E.Gamo y R.Gómez Esteban. Madrid, AEN, 1997).
[9] Según Bion, a diferencia de los elementos alfa, aquellos datos sensoriales no metabolizados, es decir no «mentalizados».
[10] Nicolás Caparrós y yo misma. El observador era un analista en período de formación.
[11]
Núcleo básico de personalidad, estructura relativamente estable
compuesta por vínculos fundantes configurados con determinadas
peculiaridades para elaborar las ansiedades básicas en el espacio
interno y cara al exterior. Caparrós plantea tres posibles: esquizoide,
confusional y depresivo. En el primero, lo narcisista se impone al mundo
de los objetos que se contempla con cautela; los mecanismos defensivos
más utilizados son escisión, renegación, proyección e introyección.
[12]
Este grupo ha cubierto tres años de análisis, aunque cada año se
modifica ligeramente su composición. Esta es una técnica que siempre
seguimos para evitar las resistencias que dimanan de una estructura
siempre igual.
El sillón cómodo es una alusión a que en la
sala de grupos existen diferentes tipos de asientos. Desde cojines en el
suelo a sillones, pasando por un diván de tres plazas.
[13] Entendemos por intertransferencia las actualizaciones de relaciones arcaicas de un paciente en la persona de otros.
[14] ¿Anida entre sus numerosos temores el de ser devorada por el hijo?
[15] Milan Kundera, La insoportable levedad del ser. Madrid, Tusquets, 1985.
[16]
Núcleo confuso de la personalidad, caracterizado por idealización del
objeto y con él, del sí mismo. La alternancia omnipotencia/frustración
conduce a movimientos de bloqueo y explosiones; aquí hacemos referencia a
lo que puede verse como espontáneo por los demás integrantes del grupo.
Mecanismos defensivos de preferencia: identificación proyectiva,
idealización y renegación.
[17]
Núcleo depresivo de personalidad que implica un manejo predominante de
la represión y donde lo objetal impera sobre la libido narcisista;
ambivalencia como resultado del encuentro con la realidad.
[18]
Rosenfeld, H. (1971) «A clinical approach to the psychoanalytic theory
of the life and death instincts: an investigation into the aggressive
aspects of the narcissism», International Journal of Psycho-Analysis, 52, 169-78.
[19] Ashbach y Schermer: Objects relations,the Self and the Group. Londres, Routledge ed. 1987.
Isabel Sanfeliu
http://www.imagoclinica.com/grupos/yo-otros-grupo-procesos-identificativos/http://www.psicologosmontevideo.com/lic-psic-gonzalo-cosenza
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