Cómo funciona la conciencia

Dos conversaciones con grandes científicos –una bióloga americana y un físico europeo– sembraron en mí la simiente de la duda en torno a la singularidad de la conciencia, hace ya muchos años. La bióloga americana, señalando los movimientos de bacterias inducidos por una corriente magnética en el laboratorio, musitó ensimismada, sin dirigirse a nadie: «¿Y si las bacterias tuvieran conciencia?».
“¿Y si las bacterias tuvieran conciencia?”,
ilustración de Fernando Pinillos.


El físico había recibido el premio Nobel por sus investigaciones en microscopios. Estábamos intentando profundizar en las diferencias entre la materia inerte y los seres inteligentes cuando exclamó: «¡Llegará un día en el que serán mucho más borrosas que ahora las diferencias entre la materia inerte, los organismos vivos y la inteligencia!».
Algo de estos pensamientos recogen aquellas cartas de algunos lectores que sugieren descender a las moléculas, a las partículas, a lo más fundamental –los mimbres de todo lo que vemos y sentimos– para entender no sólo nuestros esquemas organizativos, sino nuestra propia conciencia. Lo escalofriante de este viaje es que, al final, hay mucho más vacío que otra cosa.
Guardando las proporciones, la distancia de un electrón al núcleo de un átomo de los que estamos hechos es similar a la que separa la grada de los aficionados al fútbol del centro del campo. Un organismo vivo está hecho, básicamente, de vacío. Y el espacio, casi enteramente. Nuestra inteligencia se mueve en ese vacío. Apenas estamos empezando a saber cómo funciona. Hemos descubierto la importancia de dos conceptos que, hasta hoy, subvalorábamos: el pasado y el inconsciente. Y todo es pasado y casi todas nuestras decisiones son fruto del inconsciente.
Al pasado lo llamamos Historia y habíamos dedicado unas cuantas mentes preclaras a escrutarlo. No mucho más. Para todos parecía evidente que el presente y el futuro eran lo importante. En relación a cada mente individual, la reacción frente a un estímulo exterior –una cara o un edificio hermoso– viene dada por las grabaciones neuronales de eventos parecidos en el pasado. Percibimos algo, pero lo que visualizamos está impregnado de nuestra propia historia. ¡Increíble! Nos queda por saber si ocurre algo parecido a nivel social. Los cambios de que tanto hablamos –como, en el caso de España, haber pasado de ser un país agrario a una sociedad de las averías tecnológicas– ¿tienen algo que ver con el pasado o fueron una apuesta impoluta de futuro? Cuando leemos los periódicos, sospechamos que siguen prevaleciendo las hormas y los raseros del pasado. Todo sigue siendo culpa de la derecha o de los anhelos puros de la izquierda. Los cambios que percibimos son reales –hay más libertad y averías–, pero los visualizamos en función de convicciones pasadas que siguen impertérritas.
En cuanto al subconsciente o a las emociones allí alojadas, no creíamos que interferían con nuestras vidas. Cuando lo hacían, era un signo de debilidad. Durante el resto del tiempo había que ocultarlas para que no afloraran las expresiones faciales correspondientes, segarlas para que no ensombrecieran la razón, sacrificarlas en aras de convenciones sociales firmemente arraigadas en el pasado.
Ahora descubrimos, horrorizados, que no tomamos una sola decisión que no esté influenciada por las emociones que hierven en el subconsciente. Y lo peor de todo, constatamos que nadie nos ha enseñado a gestionarlas. Hemos aprendido un mar de cosas sin sentido, pero no sabemos cómo incidir sobre nuestra conducta cotidiana gestionando mejor lo único, o casi lo único, que la determina.

http://www.eduardpunset.es/110/general/como-funciona-la-conciencia


http://www.adoos.com.uy/post/17041332/psicologo

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