La concepción clásica de la vejez, el gran obstáculo.



 

El discurso del contexto socio histórico en el que vivimos nos brindará un conjunto de “normas” que formará parte de la identidad socialmente determinada, éstas describirán qué significado habrá que darle a tener cierta edad designando cómo y cuándo es la entrada a la adolescencia, la adultez, la vejez, y así también promoverá cómo será valorada y tratada, cómo deberíamos sentirnos y proceder en dichas etapas.
Estos discursos son adquiridos desde la infancia, dando lugar a representaciones que serán tomadas de forma naturalizada, en el lugar del “ sentido común” y actuarán como un molde que limita al sujeto en su proceso identitario, tomándolo como algo propio e incuestionado .
Es como se llega a pensar que el viejo/a por el hecho de tener determinada edad es una persona enferma, dependiente, que comienza a alejarse, a desvincularse de su entorno , sin deseo sexual, donde habría una pérdida de intereses y de proyección a futuro.
Esto es lo que algunos autores denominan como viejismo.
El viejismo se aplica al prejuicio de la gente joven hacia la gente vieja, pero también al modo en que el adulto mayor se percibe a sí mismo y a sus coetáneos es decir, define el conjunto de prejuicios, estereotipos y discriminaciones que se aplican a las personas mayores simplemente en función de su edad.
Uno de los prejuicios más comúnmente extendidos es el de que los viejos son todos enfermos ,tienen accidentes en el hogar, o que una gran proporción se encuentra hospitalizada o vive en residencias geriátricas o que sus capacidades muestran un alto grado de declinación con el paso de los años.
Esto se debe a que se establece una fuerte relación viejo=enfermo que se comporta como una profecía autopredictiva que termina por internalizarse en los propias personas. Pero si una persona llega a vieja, es porque en realidad no ha sufrido grandes enfermedades.
Esa asociación entre vejez y enfermedad es falsa, ya que la enfermedad puede estar asociada a cualquier edad de la vida. El problema real es cuando el «viejismo» es internalizado por la persona y comienza a percibirse desde el punto de vista social como enferma, con poca memoria, deprimida, asexuada, pasada de moda, etc, sin poder salir de ese lugar preconcebido e introyectado como propio.
La insatisfacción y la angustia consecuente sólo sobrevendrán en aquellas personas que permanezcan inmersas en una situación competitiva con el recuerdo de sí mismos cuando más jóvenes.
El envejecer demandará entonces la capacidad de aceptar y acompañar los  inevitables cambios sin insistir en mantenerse joven a cualquier precio.
Esto no quiere decir que se renuncie al bienestar, sino que se deberá mantener una búsqueda para tratar de obtener el máximo de satisfacción, contactando con los propios deseos y no reproduciendo el modelo de una concepción impuesta socialmente.
Vivir la vejez implicará entonces seguir persiguiendo fines que me definan como hoy me siento, seguir proyectando la vida de acuerdo a la propia trayectoria y a los intereses personales, entendiendo que el envejecimiento es un proceso singular y particular de cada sujeto, plagado de elecciones.
Un espacio de escucha y contención podrá brindar el sostén para que la persona  descubra su propio deseo y como quiere seguir transitando la vida.


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