LÍMITES Y FRONTERAS PERSONALES


Toda relación por íntima que sea tiene unos límites. Para poder establecer relaciones satisfactorias y sanear las conflictivas tenemos que examinarlos. Estos límites nos permiten proteger nuestra parte más intima y personal. Establecemos nuestros  límites diciendo cómo deseamos que los demás nos traten, lo que se nos puede y no se nos puede decir, qué bromas aceptamos y cuáles no, para qué se puede contar con nosotros y para qué no, qué es lo que esperamos de una relación íntima, qué es lo que no toleramos cuando hay un conflicto etc.
El modo y la intimidad de una relación se regulan por medio del uso que hacemos de nuestros límites. Algunos fomentan el desarrollo y la madurez personal, mientras que otros lo pueden obstaculizar.
Un límite sano es aquel que es lo suficientemente claro y bien delimitado como para mantener nuestras prioridades y autonomía, pero a la vez lo suficientemente flexible como para permitirnos establecer relaciones cercanas y enriquecedoras con otras personas.
Determinadas personas tienden a ver sus límites con excesiva rigidez, y se terminan convirtiendo en muros defensivos que impiden una relación satisfactoria con los demás. Si no sabemos flexibilizar nuestros límites cuando corresponde, nuestras relaciones se bloquean.
Para que exista una relación sana es indispensable que cada uno conserve su propia identidad y respete la del otro, solo así nuestro encuentro con los demás será satisfactorio y generador de crecimiento. Pero en determinadas ocasiones, al relacionarnos creamos unos límites tan flexibles y permeables que resulta difícil distinguir donde termino yo y donde empieza el otro. A menudo las personas que establecen estos tipos de límites creen que de esta manera se facilita su relación con los demás, pero el efecto es el contrario, dan lugar a malentendidos, resentimiento, falta de claridad, baja autoestima…
Estas relaciones “simbióticas” son especialmente abundantes en las parejas donde se confunde intimidad con decir a todo si, no mostrar desacuerdo y tener los mismos gustos. Incluso a veces sorprende que cada miembro por separado solo puede expresar sus gustos y opiniones usando el “nosotros”: “A nosotros nos gusta todo lo relacionado con la naturaleza”, “no estamos de acuerdo con ese pensamiento”, “lo que queremos es no malcriar a nuestro hijo”… Como si usar el “yo” se percibiera como una traición a la otra persona o una  amenaza a la unión existente.
Otro ámbito en el que el efecto de unos límites difusos y permeables suele ser causa de conflictos es en la relación con los hijos. Debido a que muchos padres y madres han vivido bajo un modelo educativo donde los límites eran muros rígidos y el niño no tenía casi espacio, es frecuente que se intente no caer en el mismo error pero pasándose al lado opuesto igualmente perjudicial.
Si los padres usan unos límites demasiado flexibles es probable que no sean capaces de proteger sus propias necesidades, y los niños pueden transformarse en seres egoístas que no saben respetar las necesidades de los demás. Por otro lado, se ha comprobado que los límites ayudan a desarrollar el sentido de seguridad en los hijos, ya que aprenden que hay cosas que no están permitidas y que los padres se encargarán de señalárselas. Un niño que crece sin límites se hace especialmente vulnerable a la frustración en la vida adulta, porque de mayor es imposible que la vida les conceda todo lo que piden.
El contexto y el tipo de vínculo definen la proximidad y la distancia adecuada para una relación. Un adulto no se comportará de la misma manera con su hijo pequeño que con el hijo del vecino, por mucho que los dos niños tengan la misma edad y los encuentros sean frecuentes. No se tiene la misma relación con una suegra que con una madre, la disposición puede ser igual de buena pero las experiencias vividas y los distintos roles hacen poco útil intentar “igualar” estas relaciones.
La  intimidad y distancia pueden variar según las diferentes relaciones e incluso en los distintos momentos de una misma relación, día a día. Los tipos de límites con un hijo cambian de manera radical según si este es un niño, si es un adolescente o si ya está emancipado.
Saber adaptar y respetar los límites personales en función del contexto y el tipo de relación puede parecer sencillo, pero nos encontramos ante un conflicto cuando se produce una mala interpretación de ese contexto. Hay personas que se empeñan en establecer con sus hijos una relación idéntica a la que se tiene con un amigo; y no se trata de que un hijo no pueda ser “amigo”, sino de que por encima de eso hay una relación padre/madre-hijo/a que va a dar un sentido muy diferente al que puedan tener dos amigos.
Normalmente no establecemos nuestros límites de forma explícita y consciente; los vamos estableciendo a través de nuestros hechos, a través del modo en que permitimos que nos traten. Pero con algunas personas es necesario expresar nuestras fronteras de forma clara. Podemos escudarnos en que el otro debería adivinar algo que para nosotros puede estar muy claro, pero confiar en la capacidad de adivinación del otro suele dar muy malos resultados en la mayoría de situaciones. Si mis límites son violados me corresponde a mi exponer claramente la situación al invasor.
Los límites se fortalecen a través del uso inteligente del derecho de decir no y de la decisión responsable de decir si. Pero hay que tener muy en cuenta que poner un límite no tiene nada que ver con dar rienda suelta a la agresividad. Un límite bien establecido no es un acto de violencia, sino un acto de transparencia donde pido mi derecho a ser respetado.
 https://cenicientasycalabazas.wordpress.com/2013/04/25/188/

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