Los whatsapps del analista
Si el psicoanálisis, como praxis terapéutica, opera con el sujeto efecto de la presencia del discurso de la ciencia moderna, nuestra propuesta toma como punto de partida pensar si tal manera de operar con el saber ha tomado algún otro matiz en la época de la minería de datos, los algoritmos y las redes sociales. Nos dedicaremos a explorar cómo un vacío en la teoría respecto de las nuevas posibilidades tecnológicas, en particular el manejo de las aplicaciones de mensajería instantánea con los analizantes, ha generado una proliferación de diversos juicios previos, supuestos y posicionamientos de los analistas respecto del uso de las mismas. A partir de ello, intentaremos dar cuenta de alguna de sus incidencias en el dispositivo analítico.
La era digital
Las redes sociales y los
modos de la comunicación digital en la forma de la mensajería
instantánea atañen al dispositivo analítico al formar parte del discurso
de los analizantes; cada vez es más frecuente encontrarse con
deducciones aventuradas hechas a partir de la “última hora de conexión” o
bien reproches al otro por tardar en contestar los mensajes. El dilema
se nos presenta cuando estos reproches empiezan a estar dirigidos a la
persona del analista.
Tomemos
por ejemplo la siguiente viñeta: una muchacha manda a su analista un
mensaje a las 2AM. La profesional, suponiendo que es una urgencia, le
pregunta si sucedió algo, aclarando que a esa hora no atiende. Luego de
que le chica le explica su circunstancia, considera que el relato no
ameritaba tal intromisión, y le responde de manera acotada.
Como
resultado del intercambio, la paciente abandona el tratamiento. "Se
ofendió", reflexiona la analista y le escribe preguntando por su
ausencia. La paciente “le clava el visto” y no vuelve a concurrir.
Relatos
del estilo proliferan entre nuestros colegas, dando cuenta de cierta
tensión frente a las formas de lazo de la época, produciendo diversos
efectos. Nos interesa por ello destacar algunas características
relativas a la comunicación digital.
Por
un lado, la rapidez del avance tecnológico subsumido a las exigencias
del mercado, que impacta no sólo en las formas del lazo social sino
también en la relación de los sujetos con sus cuerpos, en particular la
forma en que los acelerados flujos de información con los que operan las
tecnologías digitales influyen en nuestro procesamiento de la
temporalidad afectando la sensibilidad, los procesos cognitivos y las
experiencias corporales (Berardi, 2017).
Por
otro, el estado “en línea” que presentifica la disponibilidad
instantánea del otro, incide en el terreno de la demanda de amor
respecto de la presencia del Otro que propicia la mensajería instantánea: al encontrarse
exacerbada por las posibilidades tecnológicas, la satisfacción de la
demanda en “tiempo real” se torna un ideal de época.
El
“tiempo real” es una disposición técnica que consiste en proceder a dar
órdenes en un dispositivo digital percibiendo los resultados casi en el
momento en que esos procesos están teniendo lugar (Sadin, 2016), es
decir, designa la ausencia de un diferimiento discernible entre la
acción de un usuario y la satisfacción de su demanda.
Esto
induce un súbito crecimiento del control sobre el curso de los
acontecimientos, el cual puede generar diversos efectos tales como
manifestaciones de violencia cuando la experiencia subraya el margen
entre lo esperado y lo que efectivamente acontece: la aceleración
tecnológica influye en los afectos, y esperar una respuesta del otro
puede tornarse angustiante.
Los
dispositivos tecnológicos contemporáneos atraviesan las paredes del
consultorio. Cuando operan como demandas, la no mediación de un pago
específico por la atención prestada fuera de sesión a los mensajes
redobla la significación de amor. Los colegas se molestan en ocasiones
por esta circunstancia: “estoy harto de los mensajes de mis pacientes”
se los escucha decir, como si el pago de la sesión refiriera sólo a un
tiempo material del tratamiento.
Esto
último nos lleva a pensar en el manejo de la transferencia ante estos
escenarios nuevos, donde el campo se encuentra por momentos desplazado
de la sesión al “entre-sesiones”.
Los mitos individuales del analista
Ante
la novedad tecnológica y el vacío teórico respecto de los usos de la
mensajería instantánea con los pacientes, las posiciones difieren:
algunos optan por reglamentar de entrada el uso de tales apps, otros han llegado a prohibirlo.
También
pueden advenir diversas fantasías respecto del otro: "el paciente se
hace el vivo, me quiere molestar, se desubica”, etc., dejando muchas
veces al desnudo la neurosis del analista, quien no puede refugiarse en
las paredes –agujereadas por las redes– del dispositivo.
Relevando
las posiciones de diversos colegas allegados a nosotros, podemos
contemplar algunas de estas formas: están aquellos que se suponen
timados por el paciente quien “aprovecha” el medio digital para hablar,
ahorrándose la sesión. “Me hacen trabajar gratis” es una de las quejas
frecuentes, lo que abre la pregunta de si es sostenible pensar el cobro
de la sesión en un sentido tan literal.
Tal criterio podría, llevando las cosas al ridículo, extenderse al tiempo que el analista dedica a hacer clínica
(ese otro momento en donde piensa o formaliza el caso). Es de notar que
lo que sucede en el espacio virtual, en el “entre-sesiones”, está tan
sujeto al corte como las sesiones mismas.
Un practicante vacila en su posición respecto de una paciente que “es muy intensa” con los mensajes de WhatsApp,
pero en la sesión “no dice nada”. Considera que esto implica
“aprovecharse del tiempo del otro, desvirtuar o transgredir el
encuadre”. Decide entonces bloquearla, y le plantea: “mirá, yo no uso WhatsApp. Si necesitás hablar conmigo, llamame”. El efecto de tal intervención en el caso aludido fue que la paciente acató el límite.
Están aquellos que imponen una restricción desde la primera entrevista, anunciando al paciente que el WhatsApp
se usará solo para arreglar cuestiones administrativas. Por ejemplo, un
analista nos cuenta que le aclara al consultante en la primera
entrevista “no analizo por WhatsApp”.
El posicionamiento subjetivo de nuestro colega no es velado: él, a
nombre propio, se posiciona como un analista singular respecto de las
posibilidades tecnológicas disponibles para todos.
Las
restricciones que se proponen dan un marco al tratamiento, quedando a
cargo de lo que cada analista pueda inventar. Algunas de estas
regulaciones valen para todos los pacientes, algunas se atienen al “caso
por caso”.
Una
analista nos cuenta que en un caso específico invita a su paciente,
quien padece episodios de angustia frecuentes que lo precipitan a
pasajes al acto, a que en ese momento le envíe audios, que ella podrá
responder o no en el momento. Esta analista hace un uso particular del
medio tecnológico, un cuidado clínico por el padecer del sujeto a
distancia.
En otros casos, la app
funciona como un medio catártico, una forma de dar testimonio del
analizante en el momento de emergencia de la angustia, lo cual puede
luego ser retomado en la sesión. Un paciente alarma a toda su familia
con mensajes alocados por WhatsApp.
El analista lo invita a escribir lo que le sucede en esos momentos en
textos, o grabarlo en audios, que luego podrá enviarle por medio de la app.
Así como en las relaciones amorosas, la transferencia puede tomar el WhatsApp como
campo de batalla, con resultados a veces irreversibles. En tales casos,
podemos servirnos de una coordenada clínica que nos orienta en la
dirección de la cura: ¿a qué lugar de la transferencia nos convoca el
paciente?
La transferencia online
En
ocasiones, en la cura analítica la regulación del dispositivo es el
tratamiento mismo (lo que puede llamarse el manejo de la transferencia).
Lo que se presenta como un “obstáculo para el tratamiento” o “los
molestos mensajes de los pacientes”, es un campo de batalla en donde se
juega, muchas veces, lo esencial del tratamiento.
Las
consecuencias de no alojar una demanda por audio en nombre del encuadre
o dispositivo pueden llegar a la interrupción de las sesiones. Con ello
no estamos diciendo que el analista deba responder allí en todos los
casos, sino que es un campo en el que deberá entonces tomar decisiones
que hacen a su posición como analista y a la particularidad del caso.
Aquí,
como en otras encrucijadas de la cura, escudarse en preceptos técnicos
es un modo de desentenderse de las manifestaciones de la transferencia.
El analista va al
lugar al que el paciente le adjudica en la transferencia y las lógicas
de una neurosis virtual en el campo amoroso se despliegan en la relación
con el analista.
Del
lado del paciente se producen todos los juegos que ya son habituales en
las parejas: “le clava el visto” al analista, tarda en responder, etc.
Soportar ese lugar de objeto es parte del manejo de la transferencia y
alojar la demanda en el campo virtual supone a veces responder a los
audios de los pacientes.
La
lógica de la aplicación implica que el silencio no tenga el mismo
efecto de escucha que en el consultorio. Ignorar o responder a la
demanda podría generar un obstáculo transferencial, por ejemplo, en la
forma de un acting –como en los casos en que se prohíbe al paciente mandar mensajes por WhatsApp–.
Contestar
un mensaje del paciente enredándose en una discusión, en lugar de
remitir al consultorio y elaborar lo que sucedió, puede llevar a la
transferencia salvaje, es decir, la transferencia sin análisis.
En
una supervisión verificamos cómo un analista se extravía en una
discusión con su paciente acerca del pago de la sesión a la que este,
acaba de anunciarle, no va a concurrir. Otro colega nos cuenta cómo,
ante las demoras y ausencias reiteradas de una analizante, quince
minutos pasado el horario convenido para la sesión le escribe “¿vas a
venir?”. Si el analista sostiene la posición de Otro de la transferencia
podrá recibir lo que se dice sin empantanarse en la vía imaginaria.
Este
desvío es una constante en toda una serie de presentaciones clínicas
donde la mensajería instantánea tiene un lugar central. Cuando un
paciente se muestra iracundo por WhatsApp,
en ocasiones es prudente responder lo mínimo posible e intentar remitir
lo dicho al dispositivo analítico. En todo caso, el uso de la
aplicación no debe hacerle olvidar al analista desde donde está
hablando.
Usos y manejos del WhatsApp
Hoy en día es habitual que la comunicación con los pacientes se produzca vía WhatsApp.
Los practicantes acceden a un trato informal, alejado de la opacidad y
distancia que caracterizaba al analista de antaño. Algunos comparten con
su analista canciones, memes, links y artículos.
Los millennials observan
con cierta extrañeza a los analistas que, tal vez guiados por una idea
de neutralidad, no ponen foto alguna en el avatar de su cuenta WhatsApp. Algunos pacientes llegan incluso a quejarse si el analista no tiene –o no cede– el acceso a la app. Un practicante supervisa porque su paciente le envía una solicitud de amistad en Facebook. Ella no quiere que la paciente se sienta
rechazada, pero tampoco soporta sentirse exhibida en lo que considera
“su espacio personal”, quedando dividida al respecto.
Otra
situación frecuente es que el paciente consulte por este medio los
honorarios del analista. Las posiciones de los colegas aquí se dividen:
están quienes acceden al pedido, y los que indican que los honorarios se
pactan en la primera entrevista, usualmente al final de ésta. Las
videollamadas también suelen ser habituales cuando la distancia o la
imposibilidad de movilizarse limitan la posibilidad de concurrir al
consultorio.
La
mensajería instantánea invita a cierta flexibilidad respecto de lo que
parece una “regla de oro” del psicoanálisis freudiano: las ausencias no
anunciadas con cierta anticipación se abonan. La mayoría de las
analistas consienten que se les avise con 24 horas de anticipación, pero
la mensajería instantánea genera una zona gris: ¿cabe cobrarle la
entrevista a un paciente que se levanta con fiebre y se lo hace saber al
analista por la app?
Darle
crédito a la palabra de los analizantes, incluso aunque pueda ser
engañosa, es aquí un punto decisivo. En el entorno social, a partir de
los servicios de mensajería instantánea, los usos y costumbres llevan a
cancelar y reprogramar encuentros en tiempos muy acotados. La regla
analítica que impone pagar las sesiones queda cada vez más cuestionada, e
invita a considerar el caso por caso.
Ubiquemos
algunos casos particulares: un paciente que tiene un retraso horario
por cuestiones laborales (campo que también se ha flexibilizado en la
fijación de horarios), tiene un accidente, se enferma o tiene un hijo
con algún problema de salud, y usa la mensajería instantánea para dar
cuenta de tales contratiempos.
Casos
muy distintos de aquel que directamente se olvida de la cita o “se
queda dormido”. En estos últimos casos, el cobro de la sesión tiene otro
lugar, atendible desde el discurso analítico y no desde una regla
técnica: si la ausencia es sintomática, se la cobra.
En
otras ocasiones, el analista corre el peligro de encarnar la figura
obscena y feroz del superyó: “pagarás por tu enfermedad física, por lo
impiadoso de tu ámbito laboral, o por tener hijos que no se adaptan a la
ratio”.
“Mi
nene está con fiebre, no voy a poder ir” es un motivo con el cual una
analista debería poder empatizar, sostiene una colega. Se trata en tales
ocasiones de hacer un acto de fe, creerle al paciente... simplemente
porque la relación analítica no deja de ser una relación humana.
Aclaración que puede parecer obvia, pero cierta tendencia deshumanizante
de algunos colegas lo amerita.
Respecto
de algunas formas del desgarro analítico, a lo largo de la
investigación hemos encontrado muchos casos en los que los pacientes
dejan su tratamiento por WhatsApp
(nuevamente haciendo eco con las lógicas de la vida amorosa
contemporánea). Algunos analistas que intentan convencerlos de asistir a
una sesión más para tener un cierre (a veces lo logran).
Otros pacientes directamente bloquean al analista. Tomemos como ejemplo la siguiente viñeta: un analista recibe un mensaje por WhatsApp un sábado a la noche de un paciente anunciándole que por el momento va a dejar de concurrir al tratamiento.
El
analista decide contestarle recién el lunes, argumentando que es algo
que debería ser conversado en el marco del consultorio: “hablémoslo en
sesión”. Sostuvo el silencio un día, buscando generar una reflexión en
el paciente, una suerte de reubicación respecto de lo que lee como un
pasaje al acto. A su vez juega todas sus fichas a llevar la cuestión a
una última sesión. En la sesión el paciente señala: “te dejo por WhatsApp, como lo hice con mi novia”.
El analista no avala que el paciente abandone el tratamiento por WhatsApp
e introduce una pausa. Comenta en una supervisión: “más infantil
imposible, dejar el análisis un sábado por la noche…”. Sostiene que no
es lo mismo irse poniendo el cuerpo o las palabras; “que se vaya
sabiendo en qué momento está dejando su tratamiento, que algo sucedió”
argumenta al momento de dar sus razones. Cabe aquí poner en cuestión tal
maniobra.
Ya
Lacan planteaba que la impotencia para sostener una praxis se reduce al
ejercicio de un poder (1958). Entendemos que un límite sensible para
cualquier maniobra analítica es la inversión de la demanda.
El
Ideal del analista es que el paciente “ponga el cuerpo” y en el camino
hace uso del poder que le otorga la transferencia, poder que se consume
en su ejecución: la experiencia clínica indica que cuando un paciente es
conminado a presentarse para terminar un tratamiento de modo presencial
es poco probable que vuelva.
Lacan
alguna vez llevó las cosas al extremo afirmando que “no hay otra
resistencia al análisis que la del analista” (1953, p. 235). Abstenerse
de invertir aquí la demanda abre el camino a una posible reconsulta,
camino que queda clausurado cuando lo que priman son los ideales del
analista respecto de su práctica.
La
dominancia de las redes sociales y la mensajería instantánea generan un
desafío para aquéllos que no son nativos digitales… incluidos los
analistas. El uso del WhatsApp, como todo otro fenómeno transferencial, pone a prueba la posición del analista.
La
ausencia de esbozos de técnica –Freud y Lacan no escribieron sobre la
era digital simplemente porque no la vivieron– incita a los analistas a
sostener una posición ética en contextos novedosos.
Estamos
ante un momento de viraje en el lazo social, inducido por las
tecnologías que exigen del clínico un desapego respecto de los resabios
de andamios técnicos con los que se suele sostener la praxis cuando el
practicante está desorientado.
La
novedad tecnológica, en su irrupción, devela si el analista se sostiene
en una posición ética, o bien simplemente en un formalismo práctico,
que tambalea ante la primera innovación que se introduzca en el
dispositivo.
Imagen*: tomada del siguiente sitio
https://www.lavidalucida.com/whatsapp-y-los-conflictos-emocionales-que-genera-en-sus-usuarios.html
Nota: Las
viñetas desarrolladas respetan la lógica de los casos, pero portan las
transformaciones necesarias para sostener la discrecionalidad y reserva
correspondientes a cada abordaje clínico.
Bibliografía
Berardi, F., (2017). Fenomenología del fin, Caja Negra, Buenos Aires, 2017.
Lacan, J., (1953). “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis”, en Escritos I, Siglo Veintiuno, Buenos Aires, 1988.
Lacan, J., (1958). “La dirección de la cura y los principios de su poder”, en Escritos I y II, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2003.
Lacan, J., (1959-60). “La ética del psicoanálisis”, en El Seminario. Libro 7, Paidós, Buenos Aires, 1984.
Sadin, E., (2016). “El ‘Síndrome de Sherlock Holmes’ o la neurosis del tiempo real”, en La Silicolonización del Mundo, Caja Negra, Buenos Aires, 2018. http://www.psicologosmontevideo.com/lic-psic-gonzalo-cosenza
Comentarios