El impacto psicológico de la emigración: El Síndrome de Ulises y cómo superarlo


La emigración es tan antigua como la misma humanidad. Los fenómenos migratorios han acompañado siempre el desarrollo de nuestras sociedades en mayor o menor medida, sobretodo en momentos de crisis económica. Tomar la decisión de hacer las maletas y buscar nuevas oportunidades es una de las decisiones de mayor profundidad psicológica que podemos tomar en nuestra vida. Es una decisión que nos afecta a nosotros y a todas las personas de nuestro entorno, familiares y amigos. 
Si además emigramos con nuestra familia, el efecto psicológico se multiplica con un sentimiento de responsabilidad sobre el futuro de aquellos que nos acompañan. Ese peso psicológico puede en algunos casos convertirse en una carga demasiado pesada, llegando a inhabilitarnos y afectando a nuestra salud, a esto se le llama el Síndrome de Ulises.
Cuando una persona llega a un país nuevo tiene que intentar adaptarse rápidamente. En nuestra mente está la idea de que debemos encontrarnos en mejor situación de la que estábamos en nuestro país de forma rápida. Es precisamente esa búsqueda de un futuro mejor la que nos ha movido a emigrar en primer lugar, así que cuando las cosas no ocurren al ritmo que teníamos en nuestra cabeza y nos encontramos con contratiempos inesperados el estrés nos golpea.
Para un inmigrante, una situación de alto estrés prolongado puede tener efectos muy negativos para la salud. El sentimiento de pérdida de identidad se acentúa, el miedo al fracaso y la ansiedad nos pueden paralizar y llevarnos a la depresión. Las expectativas que nos hicieron tomar el camino de emigrar se ven cada vez más lejanas y nos aislamos de las personas de nuestro entorno, haciendo cada vez más difícil que nos integremos a nuestra nueva sociedad.
Este es el Síndrome de Ulises. Inspirado en el nombre del héroe mitológico cuyo viaje de regreso a casa se convirtió en un infierno de problemas. 
El lado positivo es que se pueden hacer muchas cosas para mitigar y evitar caer en este síndrome. Son ejercicios y actitudes que debemos poner en práctica desde antes de viajar. Nuestra preparación para emigrar comienza desde el momento en que tomamos la decisión, no cuando llegamos a nuestro destino.
Antes de emprender el viaje:
  • Duelo: El duelo no es más que un proceso de adaptación emocional ante una pérdida. Es importante que nos despidamos de forma consciente de aquellos seres queridos que se van a quedar atrás. Es cierto que en el mundo moderno en el que vivimos la tecnología nos permite mantener un contacto más constante que nunca con la gente que está lejos, pero no nos engañemos, no es igual que vernos cara a cara. Una despedida es una despedida, pero en la balanza de nuestra vida debe quedar muy claro que los beneficios de emigrar superan claramente a los de quedarnos.
  • Identidad: Quienes somos, está en gran parte influenciado por las personas con las que compartimos nuestra vida. Emigrar es un acto consciente de liberación de esa identidad. Sentirnos atados a otras personas como una forma de afianzar nuestra propia identidad es un error, por eso debemos ser conscientes que emigrar a otro país nos va a ayudar a crecer y a definirnos como individuos de una forma diferente que si nos quedásemos, y debemos abrazar este hecho como algo enriquecedor.
  • Sentimiento de fracaso: No debemos irnos de nuestro país con una sensación de derrota, por el contrario, tenemos que saber que emigrar es una prueba de valentía y de optimismo.
  • Inseguridad ante lo desconocido: Aprender cosas sobre el sitio al que vamos a ir y hablar con personas que han pasado por el mismo proceso antes que nosotros, nos dará seguridad y contexto ante esta nueva experiencia.
Cuando lleguemos a nuestro destino:
  • Cambio de identidad: Llegar a un sitio nuevo es un proceso de constante aprendizaje. Aprenderemos un nuevo idioma, nuevas costumbres y una nueva cultura, pero es también un momento para aprender cosas sobre nosotros mismos. Nos sorprenderemos viendo que nos gustan cosas que desconocíamos y que tenemos fortalezas y capacidades que no sabíamos que estaban ahí. 
  • Nostalgia: Es muy importante que no vivamos entre dos mundos. A veces tendemos a idealizar cosas de nuestro pasado por una sensación de nostalgia que no nos deja ver lo positivo de nuestro presente. Una relación demasiado basada en la emotividad con nuestro país puede convertirse en un ancla para nuestra nueva vida.
  • Soledad: El aislamiento es una de las grandes tentaciones de un emigrante. La dificultad del idioma y de la situación vital puede llevar a que nos cerremos en nosotros mismos. Esto es un error. Debemos buscar personas afines que nos comprendan, que empaticen con lo que estamos viviendo y con las que podamos compartir nuestras dudas. Siempre es bueno buscar grupos y asociaciones que nos obliguen a salir de casa y relacionarnos.
  • Desengaño: Es muy importante reflexionar sobre nuestras expectativas, y re-visitar esas expectativas cada cierto tiempo. Lo que hoy es una situación realista no tiene porqué serlo mañana. Emigrar es un proceso de adaptación constante.
  • Frustración: Es necesario que podamos distinguir qué cosas dependen de nuestro esfuerzo y que cosas están fuera de nuestro alcance. Por cada caso de un emigrante que ha tenido un éxito rápido y ha conseguido un trabajo y una casa maravillosa en pocos meses, hay miles de historias de personas que tienen que luchar y esperar para llegar a su objetivo. Emigrar es un proceso de largo plazo y no debemos dejar que ese trayecto nos frustre.
En resumen, emigrar es una experiencia que va a cambiar nuestra vida para mejor, pero no está exenta de momentos críticos. Cuanto más conscientes seamos de qué debemos hacer para prepararnos psicológicamente para este proceso, mejor será nuestra adaptación y más disfrutaremos de la experiencia.


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