¿Y si vivimos sin juzgar?


Nos entrenan desde chicos para competir y lo binario aparece en todos lados.
Cada día en mi país hay noticias en donde  la discriminación está en primera persona:

“Un grupo de hombres golpean a otro por ser homosexual”
“La mataron por ser trabajadora sexual”
“Las mamis del cole no permiten que un niño con discapacidad acuda a la fiesta de fin de año porque genera disturbios”
“Una adolescente se suicida por agresiones en su escuela”
“Asesinan a una transexual”
“Un niño pierde la escolaridad, porque no lo dejan ingresar a la escuela dados sus problemas de conducta”
“En la escuela le hacen bullying por su peso”

Estos titulares se repiten día tras día con otros protagonistas, a veces con desenlaces fatales, otras veces con algún final un poco menos triste. Lo que está siempre presente es la discriminación, la violencia, la falta de empatía, el egoísmo y la necesidad de juzgar al otro.
Desde siempre esto me generó cierta incomodidad, en la escuela no entendía algunos chistes que para el resto eran graciosos y para mi eran sumamente ofensivos; se me dificultaron algunas relaciones sociales por no habilitar cierta manera de hablar de las personas delante mío; pero a lo largo de mi carrera me di cuenta que esta incomodidad no está mal. Este sentimiento es el que me motiva a estar cada vez más informada, a no enojarme tanto y a darle vía libre a mi curiosidad por entender el mundo y poner mi granito de arena para que en este mundo haya menos violencia y más amor. No me refiero al amor romántico, sino más bien a un amor donde reina el respeto entre absolutamente todos, un amor incondicional hacia toda la raza en donde no importe el género, la etnia, el idioma, la religión, la condición sexual, la discapacidad, la clase social, ni ningún atributo personal o físico.
Nos entrenan desde chicos para competir y lo binario aparece en todos lados: ¿sos nene o nena? ¿bueno o malo? ¿boca o river? ¿azul o rosa? Estar en medio de alguna de estas categorías es raro, hasta elegir otro equipo de fútbol es raro. Nos ponen notas en la escuela y nos enseñan a compararlas con nuestros compañeros; no importa por qué algún amigo no pudo estudiar, solo importa la nota que se sacó.
Poco a poco las relaciones nos van definiendo, vamos aprendiendo qué cosas de las que pensamos podemos decir y cuáles no, qué objetos de los que nos gustan no son lo “normal” y debemos escondernos; y así pasamos por la etapa normalizadora de la escuela donde nos obligan a elegir todo el tiempo de qué lado de la raya queremos estar: lo “normal” o lo “raro”. Y como lo “raro” esta mal visto, son pocos los valientes que transitan por ese camino sin secuelas de maltrato, discriminación o bullying.
 Nos entrenan desde chicos para competir y lo binario aparece en todos lados: ¿sos nene o nena? ¿bueno o malo? ¿boca o river? ¿azul o rosa?
Es claro que este es el primer paso para construir la historia que tenemos hoy en los titulares de los diarios con los adultos, el no tolerar las diferencias con el otro y por eso hacerle daño.
A menor o mayor escala todos juzgamos, los titulares son los extremos; pero seamos sinceros como adultos cuando vemos a alguien que para nosotros sale de lo normal ¿Qué hacemos?
Es entendible que lo hagamos, porque nos programaron así; pero ¿y si despertamos y nos sinceramos en que la manera en que nos normalizaron no se corresponde con el ideal de sociedad que queremos? Gracias a algunas personas ya despiertas hay una ola creciente de feminismo, incrementos de derechos para el colectivo LGTBIQ+, victorias legales para personas con discapacidad, entre otras buenas noticias. Pero me llama la atención y me sigue generando incomodidad el sufrimiento, tiempo y militancia que requiere cada uno de estos progresos.

¿Qué es lo que podemos hacer desde nuestro lugar de adultos?

El primer paso es despertar, observar esa incomodidad, hacernos cargo de que las cosas como las conocemos hasta ahora no funcionan y dañan a otros.
El siguiente paso sería comprometernos a generar pequeños cambios: que lo que no entendemos nos produzca curiosidad y no rechazo para abrirnos a nuevas experiencias y conocimientos. Cultivar la curiosidad por lo distinto a nosotros es el primer paso para entender que en lo distinto no hay nada malo, todo lo contrario, hay miles de cosas para aprender.
Tercero, aún cuando teniendo conocimiento nos parezca “raro” hay que trabajar en cultivar la empatía, la compasión y el respeto. No tenemos que ser todos iguales, ni pensar de la misma manera. Pero el egoísmo, el odio y el rechazo no nos llevaron a ningún lado hasta ahora, solo nos impulsan a la violencia colectiva.
 El primer paso es despertar, observar esa incomodidad
Por último, debemos estudiar desde nuestro lugar laboral como incidimos en que estos puntos sean aprendidos y advertidos por otros. Creo que hay profesiones cuya influencia puede hacer mucho daño o ser muy beneficiosa: educadores, profesionales de la salud, comunicadores, trabajadores sociales.
Realmente debemos realizar nuestra labor profesional con ética y compromiso, conocer sobre las leyes antidiscriminación, sobre los términos a utilizar y sobre las políticas inclusivas. Hablar de determinadas cuestiones hoy puede dar miedo, aún no se sabe bien qué palabras son políticamente correctas con determinados temas y siempre se está en el ojo de la crítica de un otro. Pero mientras mantengamos esta línea de respeto e información también esté juzgar del otro va a tener menos fuerza. Escribir, educar, comunicar sobre temas sociales de cierta sensibilidad es cosa de valientes, pero en mi experiencia es mejor escribir, equivocarse y aprender del error, que quedarme callada.

El empoderamiento del ser humano viene para quedarse

La adquisición de más derechos para las minorías es un movimiento que viene ganando cada vez más terreno, me llama la atención que en Argentina haga falta una ley en la que se explica que se debe garantizar un “trato digno” en cuanto a la identidad de género, un cupo laboral para personas con discapacidad, una ley que garantiza el derecho a la inclusión escolar y muchas reglamentaciones de este estilo.
Esto habla seriamente de un problema de educación de base, de falta de valores. En vez de sancionar leyes que nos digan que tenemos que cumplir con los derechos de todas las personas, por qué no nos preocupamos en tener políticas educativas que garanticen incrementar el respeto por el otro, que es diferente. Mirarlo así es dar un giro a que cada colectivo no tenga que partir del sufrimiento para conseguir victorias, que los derechos se garanticen desde el inicio. Que los niños no se identifiquen como diferentes por cualquier condición desde el jardín de infantes sería un ideal para que arranque una sociedad en donde todos tengamos un sentimiento de pertenencia basado en la equidad y el respeto.
Cada uno puede poner su granito de arena para mejorar la situación en la que viven las minorías:
  • Explicarle a un compañero de trabajo por qué no hacer determinado chiste.
  • No reproducir y compartir videos que atenten sobre otras personas, discriminandolas.
  • No dar lugar a ni habilitar agresiones en escuelas o lugares laborales.
  • No utilizar condiciones personales como insultos, etc.
Estamos a tiempo de que esto se modifique, cada vez hay más información, somos seres empoderados que luchan por sus ideales, y el ideal se está convirtiendo cada vez más en una sociedad que incluye y no juzga. Son tiempos de cambio, y sí para eso hay que pasar por cierta incomodidad como les comente en un principio, realmente me enorgullece sentirme incómoda.

Por Geraldine Panelli

https://www.psyciencia.com/y-si-vivimos-sin-juzgar/
http://www.psicologosmontevideo.com/lic-psic-gonzalo-cosenza

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