Sentimientos de Vacìo Interior




Personalidades con estructuras depresivas, esquizoides o narcisistas suelen verse aquejadas de sentimientos de vacío interior y de falta de sentido de la vida, que van acompañados de perplejidad, aburrimiento e incapacidad de soportar y superar la soledad. El individuo experimenta sus vivencias como hechos aislados, que le afectan más o menos, pero que no son algo propio; no se siente alojado en una red de relaciones humanas, lo que daría sentido a su vida, se siente como un ser flotando en un mundo irreal. En definitiva, sus vivencias adolecen de un vínculo que les dé continuidad en el tiempo.

Según Kernberg, estas perturbaciones se deben a la deficiente integración de las representaciones del si-mismo (“self”) y de los objetos internalizados (personas referenciales). En el transcurso del desarrollo psíquico, las imágenes parciales se irán fusionando en una representación de objeto total que integra en un todo los aspectos “buenos” y “malos”, mantenidos originariamente separados por el mecanismo de defensa de la escisión; este proceso de integración estaría íntimamente vinculado a la superación de la ambivalencia.

El “self” y los objetos totales internalizados deberán establecer relaciones armónicas y estables dando lugar a una estructura intrapsíquica, que Kernberg, apoyándose en las disquisiciones de Hartmann, considera que es parte del yo. Para este último autor, el yo no es sinónimo de la personalidad o del individuo, ni tampoco es el sujeto en contraposición al objeto, y, de ninguna forma, representa a la conciencia del si-mismo. El yo sería, según Hartmann, parte de la personalidad y se definiría por sus funciones. Sin pretender nombrarlas exhaustivamente, destaca aquéllas que están en contacto con el exterior, como es el caso de la prueba de realidad. El yo organiza y controla la motilidad y la percepción, tanto del mundo exterior como del “self”; ejercería también una función inhibitoria protegiendo al organismo de excesivos estímulos internos y externos, dentro de la cual se encuadrarían los mecanismos de defensa, pero igualmente la acción regulada en contraposición a la descarga motora y el pensamiento como “ensayo de la acción”.

Un “self” integrado albergaría imágenes del si-mismo y de sus objetos acordes con la realidad, estaría relativamente libre de las tensiones producidas por la ambivalencia; el individuo estaría “a gusto” con su “self” y lo investiría libidinosamente generando la autoestima. Esta valoración de la propia persona sería la expresión de un narcisismo sano y haría al individuo menos dependiente de aportes narcisistas del mundo exterior. Por tanto, la excesiva dependencia y necesidad de reconocimiento del entorno sería un indicio de que la autoestima es frágil y tiene que ser continuamente sustentada y reforzada desde el exterior.

No obstante, cuando la autoestima se desvincula del mundo exterior, de la realidad objetiva, puede derivar en la autocomplacencia, que se caracterizaría por la coincidencia entre el “self” real – lo que el individuo se imagina que es – y el “self” ideal – lo que él desearía llegar a ser -. La autocomplacencia significaría que el “self” ha alcanzado un máximo de autoestima y, por tanto, de investimiento narcisista. Ahora bien, considerando que el “self” ideal, como estructura superyoica, es un derivado del sistema de valores imperante, la autocomplacencia será más sostenible en un contexto cultural rígido y estático, ya que, en un sistema cultural dinámico en constante evolución, el “self” ideal necesariamente sufrirá modificaciones. Podría suponerse que la frecuente inestabilidad de su identidad que sufre el individuo contemporáneo tiene su origen en estos procesos, pues el “self” y la autoestima sustentada por él son elementos básicos de la identidad yoica.

Admitiendo que el origen del síntoma de vacío interior y falta de sentido vital está localizado en el “self”, es decir, en una parte del yo, las funciones yoicas no tendrían necesariamente que verse anuladas por un “self” deficientemente integrado. No obstante, teniendo en cuenta el estrecho vínculo entre la imagen del si-mismo y la autoestima y la relación de esta última con la motivación del individuo, es probable que, si el “self” y la autoestima son inestables, la eficiencia de las funciones yoicas se vea disminuida.

Las observaciones clínicas de Kernberg pusieron de manifiesto que el sentimiento de vacio interior era experimentado por algunos pacientes como ansiedad que les llevaba a comportamientos compulsivos, expresados en la búsqueda angustiosa de contactos sociales, en el uso de alcohol y drogas, en la necesidad excesiva de satisfacción sexual y descarga de agresividad. Por el contrario, otros se sumían en un estado de resignación y pasividad, adoptando un estilo de vida mecánico, percibiendo, al mismo tiempo, su entorno como algo irreal y distante. Estas observaciones de Kernberg y, sobre todo, su caracterización como patológicos de los mencionados comportamientos no puede por menos de resultar sorprendente la frecuencia de dichas manifestaciones en amplios sectores de la sociedad actual, sin que en la misma haya conciencia de la existencia de una perturbación psíquica.

Pero si, a pesar de esta frecuente “patología social actual”, el individuo sigue “funcionando”, es decir, las funciones yoicas responsables del contacto con la realidad exterior no se encuentran especialmente perturbadas, parece evidente que los fenómenos descritos no son manifestación de un deterioro yoico generalizado, sino únicamente de una parte del yo, del “self” como consecuencia de su deficiente integración.

Esta deficiente integración del “self” y de las representaciones objetales encuentra su expresión en síntomas que difieren en función de la estructura de la personalidad del paciente. Así, por ejemplo, personalidades depresivas se ven aquejadas sólo temporalmente de sentimientos de vacío interior y falta de sentido vital, que frecuentemente van asociados al de de soledad y a la añoranza de contactos sociales que ahora les están vedados, pero a los que no son ajenos. Parece que subyace aquí un sentimiento de culpa derivados de los ataques de su superyó a su “self”. Los pacientes sienten que merecen este castigo por su maldad, que les ha conducido a la pérdida de sus objetos internos buenos. Sin embargo, el sentimiento de culpa implica un afán de reparación que abre una vía a la internalización de de nuevos objetos buenos y, con ello, a la disminución de la culpa y de la presión superyoica. Estas personalidades – las depresivas – posiblemente oscilarán entre fases de normalidad y de otras de sentimientos de vacío interior. No obstante, como indica Kernberg, su sufrimiento será, en las fases de desintegración del “self”, más intenso que para otras personalidades, ya que conocen la normalidad de un “self” integrado con sus representaciones objetales. Esta interpretación recuerda la teoría de las posiciones esquizo-paranoide y depresiva que Melanie Klein atribuye a la etapa evolutiva, pero que estarían latentes toda la vida..

Las personalidades con una subyacente estructura esquizoide consideran su vivencia de vacio interior más bien como una característica innata que como una perturbación patológica, se sienten diferentes a otras personas y aceptan pasivamente y sin rechazo su peculiaridad, lo que hace que su nivel de sufrimiento sea menor que el de las personalidades depresivas.

No obstante, tanto las personalidades depresivas como, en menor medida, las esquizoides poseen una capacidad de empatía con los sentimientos de otras personas, pudiendo, por ejemplo, como indica Kernberg, emocionarse con los contenidos de novelas y obras teatrales e identificarse con sus personajes.

Por el contrario, personalidades con predominio narcisista en su estructura carecen de esta capacidad de empatía con sus semejantes. Su narcisismo patológico les ha llevado a la formación de un “self” hipertrofiado y, al mismo tiempo, a la atrofia de sus relaciones objetales internalizadas. El sentimiento de vacío interior de estos pacientes va acompañado de aburrimiento y desasosiego, que les impulsa a actividades que les aporten reconocimiento, real o fantaseado, del que extraen el sentido de su vida. Sin embargo, este sentimiento carece de consistencia, desmoronándose tan pronto cese el caudal de reconocimiento exterior, aflorando, entonces, de nuevo el vacío interior, el aburrimiento y la perplejidad.

Como se mencionó anteriormente, el proceso de integración transcurre en varias vertientes. Por una parte, la percepción de aspectos parciales de la propia persona deben ser organizados para constituir una imagen total del si-mismo, el “self” integrado. Esta imagen total aglutinará tanto elementos libidinales como agresivos de la persona, será capaz de superar la ambivalencia de tendencias contradictorias, proporcionará al individuo la certeza de que sus vivencias tienen continuidad, que pertenecen a la misma persona.

Por otra parte, paralelamente a la integración de las imágenes parciales del si-mismo, se fusionarán las representaciones de objetos parciales constituyendo objetos totales. Hasta entonces, las imágenes internalizadas de los objetos reales estaban escindidas en un objeto “bueno” protector y uno “malo” persecutorio; el individuo tendría sentimientos contradictorios – amor y odio – hacia el mismo objeto real. Esta ambivalencia le llevaría a idealizar al objeto buscando protección contra los aspectos persecutorios del mismo que proyectará hacia el exterior. Esta situación impediría al “self” la constitución de relaciones estables con sus objetos.

La consecución de relaciones estables entre el “self” integrado y las representaciones de objetos totales podría considerarse que es la condición y constituye el sustento de la identidad yoica. No obstante, esta estabilidad no está a salvo de amenazas; la pérdida de una importante relación objetal puede producir en el “self” la sensación de vacío interior. En estas situaciones críticas se hará evidente la fortaleza o precariedad de esta estructura psíquica. Un “self” bien constituido podrá reemplazar el objeto perdido por la asimilación de nuevos objetos. Ahora bien, aunque esta capacidad no parece ser innata, si es algo que el niño adquiere en sus primeros meses de vida en sus interacciones con la madre. Dependerá de ella que la agresividad defensiva que el recién nacido proyecta sea neutralizada por su devolución de amor que propicie la confianza en los objetos del mundo exterior y facilite la introyección de objetos buenos.

El “self” y sus representaciones objetales integradas pueden considerarse una estructura psíquica que, como parte constituyente del yo, le transmite a éste su posición y su lugar en el mundo de los objetos, es decir, en el mundo exterior. El investimiento narcisista del “self”, la autoestima, incorpora al yo un elemento dinámico que se alimenta de diversas fuentes. Según Kernberg, la autoestima no es, sin embargo, únicamente el reflejo de las cargas pulsionales del “self”, en su formación interviene una combinación de elementos afectivos y cognitivos. En las primeras fases del desarrollo del individuo, la autoestima está regulada predominantemente por componentes afectivos, mientras que en fases más evolucionadas el elemento afectivo pierde peso a favor de influencias cognitivas. Así se puede observar que el niño expresa su autoestima con manifestaciones de júbilo, euforia y satisfacción, siendo característicos los repentinos cambios del estado de ánimo – de la risa al llanto -. Cuando el superyó va asumiendo el control y la regulación de la autoestima, las oscilaciones de los estados anímicos se suavizan como consecuencia de la evaluación cognitiva o crítica del “self”. El elemento cognitivo proporciona a la autoestima una base más sólida y menos vulnerable al impacto de los afectos momentáneos.

Las reflexiones anteriores inducen a considerar la autoestima como una coraza protectora, cuya ausencia dejaría un espacio vacío que el paciente siente como vacío interior y falta de sentido vital. Si esto fuera así, no cabría duda de que los mencionados sentimientos y la autoestima son incompatibles y que el restablecimiento de ésta desplazaría a aquéllos.

A primera vista, esto parece indicar el camino a seguir por el psicoanálisis para el tratamiento de las perturbaciones psíquicas mencionadas. Sin embargo, siendo la autoestima el resultado del investimiento libidinal de un “self” estable, es decir, de la estructura surgida de la integración de las representaciones del si-mismo y de los objetos referenciales, el restablecimiento de la autoestima tendrá que pasar por el análisis del mundo interior del paciente. Un mundo que se formó en las primeras fases de su vida por la interacción con sus primeros objetos.

Para Kernberg, la autoestima, como investimiento libidinal del “self”, es equivalente al narcisismo normal. El proceso de investimiento estaría condicionado tanto por estructuras intrapsíquicas como por factores externos. El nivel de exigencia del “self” no sólo dependería de la crítica del superyó, sino también de la del yo. Ambos – el yo y el superyó – contribuyen a modular la autoestima y a la instauración de un “self” ideal. Cuanto más se aproxime el “self” real al ideal, tanto más estable será la autoestima del individuo y más preparado estará éste a soportar las frustraciones del mundo exterior sin detrimento de su autoestima; podrá compensar pérdidas de objeto por asimilación de nuevos objetos gratificantes.

Esta capacidad de superar frustraciones está también íntimamente relacionada con las representaciones objetales vinculadas al “self”, que ejercen una función protectora de la autoestima en momentos de crisis: por medio de una regresión a antiguas relaciones objetales interiorizadas, el “self” puede obtener una compensación por las decepciones vividas en la realidad. La reactivación de relaciones objetales en las que se experimentó amor y reconocimiento impedirá un deterioro significante de la autoestima.

El superyó actúa en una doble vertiente como regulador de la autoestima. Por una parte, su aspecto castigador puede ser un impedimento para su crecimiento y, a veces, ser un elemento corrosivo y destructivo. Por otra, el superyó puede contribuir a afianzar y potenciar la autoestima, cuando el individuo se ajusta a los imperativos culturales introyectados. Según Kernberg, el ideal del yo, como producto de la integración de representaciones objetales y del si-mismo introyectadas en la temprana infancia, ejerce igualmente una función reguladora de la autoestima en función del grado de coincidencia o divergencia con el “self”.

Al respecto, conviene no olvidar que ambas estructuras – el superyó, como representante de las exigencias de la sociedad, y el ideal del yo, como imagen de lo que el individuo desearía llegar a ser – pueden ser, por una parte, un acicate para la superación, pero, por otra, una fuente de angustia y frustración. Dependerá, pues, de la fortaleza del yo y de su cercanía a la realidad el que los efectos de la influencia superyoica sean beneficiosos o perjudiciales para el bienestar del individuo.

El contacto con la realidad parece Kernberg concebirlo en el sentido de que el “self” tenga la capacidad de ser mediador entre las necesidades pulsionales del individuo y las exigencias del mundo exterior. La satisfacción narcisista, íntimamente vinculada a la autoestima, se nutriría, por tanto, también del buen funcionamiento del cuerpo, pues, no en vano, las representaciones originarias del si-mismo tuvieron un marcado componente de vivencia corporal, y las tempranas satisfacciones pulsionales estuvieron vinculadas a la restauración de un estado de equilibrio fisiológico.

La diferenciación conceptual entre el “self” y la autoestima como su investimiento narcisista podría transmitir la impresión de encontrarse ante una estructura inerte – el “self” – y un elemento dinámico – la autoestima – que le infunde vida y energía. Sin embargo, se trataría más bien de dos componentes del psiquismo que interaccionan y se modifican recíprocamente. Un “self” inestable difícilmente podrá sentirse digno de ser amado y, viceversa, la carga libidinal que recibe el “self” – la autoestima – reforzará su estructura y estabilidad haciéndole más asequible para asimilar futuras cargas libidinales.

Se estaría ante un proceso dinámico regulado por los factores mencionados y, también decisivamente, por otros elementos externos. Entre estos últimos, Kernberg cita la satisfacción libidinal proporcionada por objetos externos, la consecución de objetivos yoicos, como la eficiencia y el éxito, así como la realización de anhelos intelectuales y culturales. Por tanto, el mecanismo regulador de la autoestima comprendería muy diversos factores que no pueden considerarse aisladamente. Su adecuado funcionamiento sólo es comprensible desde la perspectiva de un equilibrio dinámico.

En este equilibrio dinámico, no sólo son compatibles, sino hasta complementarios el amor narcisista y el amor objetal. Un incremento de la autoestima aumentaría la capacidad de amar objetos externos. Desde este punto de vista, podría afirmarse que sólo se puede amar a alguien, si se siente autoestima, si se ama uno a si mismo, si el “self”, al estar colmado libidinalmente, no necesita más aportes, siendo capaz de investir objetos externos. Expresado más llanamente: el individuo satisfecho muestra más interés por el mundo que le rodea y es más propenso a compartir. Bajo “satisfecho” habría, naturalmente, que entender no “autocomplacido”, sino autorrealizado.

No obstante, será difícil ignorar lo precario que puede resultar conseguir y mantener este equilibrio por la variedad de factores que lo condicionan. Parece inevitable para toda persona que, aún habiéndolo alcanzado, en algún momento de su trayectoria vital lo vea amenazado. Esta amenaza puede derivarse de su evolución intrapsíquica o del impacto producido por cambios en el mundo real. Estas fases críticas suelen ir asociadas a manifestaciones de desorientación que precederían al síntoma de vacío interior. En estas situaciones, se pondrá a prueba la estabilidad del “self” y la fortaleza yoica, que se enfrentarán a la tarea de revisión del sistema de valores y redefinición de las metas vitales del individuo.



BIBLIOGRAFIA
=============

Hartmann, Heinz: Ich-Psychologie, Klett-Cotta, Stuttgart, 1997

Kernberg, Otto F.: Borderline-Störungen und pathologischer Narzissmus
Suhrkamp Verlag, Frankfurt am Main, 1978


http://www.psicologosmontevideo.com/lic-psic-gonzalo-cosenza

Comentarios

Entradas populares de este blog

¿Qué es el fotolenguaje?

FODA Matemático: Cómo funciona , paso a paso

La diferencia entre adular y alabar