Lo extranjero
Otto
Berdiel R.
La presencia de los objetos, su
evidencia concreta, su espesor, sus tres dimensiones, su lado palpable,
indudable, su existencia de la que estoy más seguro que de la mía, todo eso es
mi única razón de ser, mi pretexto propiamente dicho; y la variedad de las
cosas es en realidad lo que me construye.
(Ponge)
Al fin y al cabo,
defender al extranjero quizás sólo sea defender al extranjero, es decir la
dimensión tercera que nos instituye como humanos y nos obliga a reconocer, sin
fetichizarla, la diferencia y la frontera.
(Girardeau)
Extimidad no es lo contrario de
intimidad [...]
lo íntimo es Otro, como un cuerpo extranjero,
un parásito.
(Miller)
Cursar
del ombligo de la luna a la isla del encanto, en un movimiento que no cesa de
escribirse, que se repite en la diferencia me lleva a preguntarme por la
extranjería, por su consistencia, insistencia y existencia. Los sueños, los
síntomas, los actos fallidos, la memolvido,
los chistes me permiten asistir al encuentro de lo extranjero. Escuchar el
decir de los hablentes que enuncian desde el diván, también.
Abrazar
la casa en un espacio que desconoce de geografías me lleva a dudar sobre las
fronteras y la territorialidad. La duda,
a su vez, sostiene algunas preguntas:
¿Por
qué escribir sobre lo extranjero? ¿Es posible escribirlo, o por el contrario,
lo extranjero es lo qué escribe en cada uno, lo que se escribe a pesar y/o en
un más allá del uno? Proponemos, como un comienzo mítico, que la palabra
escrita es la inscripción de lo extranjero que, como marca, sirve de base a la
voz, a la mirada y al deseo. Lo
extranjero es lo que escribe el Otro en uno, lo que dice el Otro en uno, lo que
dice el Otro desde uno. El grafo, al escribir e inscribir la carne en el
terreno del Otro, lo habita en su extranjería. Un grafo que desconoce de fronteras,
visas y pasaportes. Lo extranjero es lo que permite hablar, lo que traduce.
Lo
extranjero se traduce, es traducido, sufre de traducción. Dice Derrida: El
extranjero es ante todo extraño a la lengua del derecho en la que se formula el
derecho de hospitalidad, el derecho de asilo, sus límites, sus normas, su
custodia. Debe pedir hospitalidad en una lengua que, por definición, no es la
suya. Así, lo
extranjero es lo que escapa a la lengua, lo que intenta hacer valer el derecho
en un espacio lingüístico que desconoce. Es, también, la pérdida que hay
después de lo traducido. Lo que dice de más, pero también lo que deja de
decirse.
El
advenimiento del sujeto se encuentra al atravesar las puertas del lenguaje. Ese
lenguaje, hace de lo extranjero lo propio. No tenemos más que una lengua, y esa
lengua nunca nos pertenece, en todo caso, le pertenecemos. La lengua habita al
sujeto como un extranjero, “sin papeles”, la lengua escribe diversos papeles en
los cuales el sujeto deambulará transitando fronteras en una eterna división
con la imposible empresa de sostener varias fidelidades en un mismo tiempo.
El
discurso psicoanalítico, en su andar, ha derrocado diversas fronteras que
aparentaban separar oposiciones, al
contrario de esto y debido a lo generado en el dispositivo analítico, se revela
su intrincada relación: amor y odio son amodio,
contenido y continente son contenidente,
externo e interno son éxtimo. Lo
real, en tanto imposible, está dentro/fuera, la noción del inconsciente como un
sistema individual interior se borra. El inconsciente es social, dentro/fuera.
La noción del Otro, en tanto extraño, se encuentra en el núcleo de cada sujeto.
Decía
Lacan “Lo más íntimo justamente es lo que
estoy constreñido a no poder reconocer más que fuera”. Lo cual nos lleva a
pensar que el centro de cada sujeto está fuera, en lo extranjero. El sujeto no
conoce de normalidad, el sujeto es ex – céntrico. No hay esencia del sujeto, su
esencia es su ex - sistencia. Hay un extranjero que nos habita, o en lo
extranjero es que el sujeto se expresa. El inconsciente tiene ese carácter, el
inconsciente es lo extranjero.
Lo
que se apunta como “lo extranjero” no contiene a quién está señalado como tal.
No es lo mismo hablar de lo extranjero que hablar de el/la extranjer@. El/la “extranjer@” no se encuentra en ese
significado dado por quién sería su otro. Lo extranjero da cuenta de las
formaciones elementales del psiquismo, de ese otro que habita en escritura del cuerpo.
De los tatuajes anímicos. De la ex – sistencia. Lo extranjero da cuenta de diversas formas del Otro, de
diversas in-corporaciones.
Pasemos
de lo extranjero a la extranjería. El Otro, es quién incorpora y a la vez la instituye a nivel de la dimensión espacial, es
decir, lo que se encuentra “fuera de”, con simples coordenadas geográficas, ya
Borges nos enseñaba que “Lo colombiano es
un acto de fe”, sumándole a todas y cada una de las naciones. Lo extranjero
es la tierra donde el sujeto habla, desde su alteridad radical.
El
término extranjero, si se circunscribe a delimitaciones geográficas, fija una otredad a partir de la construcción
de un nosotros cerrado. Es decir, la formación básica de un conjunto a partir
de lo que supuestamente no forma parte del mismo. En esa arista, se instrumenta
el poder que se desliza entre la eliminación y el exterminio. Ya no lo
extranjero, sino la extranjería, el/la extranjer@ que, con ese significante,
son ubicados fuera de…incluso hay quienes se reconocen en ese significante. En
este punto, el psicoanálisis permite y formula no adaptar la extranjería a lo
propio, sino permitirse habitar ahí, y al habitar, suspender la extranjería dando
cabida a lo extranjero, como ese no-centro, a saber, lo ex – céntrico del
sujeto.
En
1919 el psicoanalista Sigmund Freud publicó un artículo con el nombre de Unheimliche, traducido al español como “Lo ominoso” o “Lo siniestro”,
el psicoanalista vienés mencionaba y abordaba aquella sensación que se da a partir
de una “inquietante extrañeza” que a la vez y paradójicamente, resulta
familiar, una familiar sensación de extrañeza.
Un-heimliche: Lo que está fuera de casa (¿caza?) Dice Freud:
“La
palabra alemana «unheimlich» es, evidentemente, lo opuesto de «heimlich»
(«íntimo»}, «heimisch» {«doméstico»}, «vertraut» {«familiar»}; y puede
inferirse que es algo terrorífico justamente porque no es consabido {bekannt}
ni familiar.”, sin
embargo, el genio freudiano señala que
no hay que contentarse con la ecuación ominoso = no familiar.
Fuera
de la cas(z)a de la costumbre se ubica lo
extranjero que sorprende. Si bien la sorpresa es novedosa, no toda la
novedad
es ominosa. Lo ominoso sería, dice Freud, algo dentro de lo cual uno no
se
orienta. Freud propone, después de un recorrido que recomendamos
(http://www.damiantoro.com/frontEnd/images/objetos/LOOMINOSO.pdf)
que lo ominoso es aquel sentimiento de malestar y de extrañeza ante un
ser o un
objeto que en algún momento anterior fue
familiar, es decir, la aparición en lo real de algo que recordaría directamente
lo más íntimo, lo más reprimido.
¿Qué nos enseña el Unheimliche freudiano sobre lo extranjero? Desde
Freud, lo extranjero, lo ominoso, apunta a la extrañeza, a extrañar…, en este
punto, se articula con la nostalgia. Lo extraño se extraña. Lo extraño nos
extraña. Apunta a los distintos niveles de extrañamiento. El cuerpo, es tierra
que reciba la extranjería del lenguaje, ese otro que siempre, inevitablemente,
lo escribe. El goce, su extrañamiento.
¿Dónde
lo extranjero, donde lo propio? ¿Dónde marcar las fronteras cuando el sujeto
que nos sueña es un eterno migrante? ¿Dónde queda la extranjería, cuando el
sujeto ex – siste, en lo ex – céntrico? ¿Qué sucedería, cual es el estatuto de
lo extranjero, cuando se da cuenta que, mientras menos estático es un sujeto,
mientras más migra, cuanto más cambia, es cuanto más se acerca a lo que es?
Lo
extranjero introduce la dimensión de la diferencia, de alteridad, de lo
extraño. Dicha introducción produce un movimiento telúrico en los cimientos de
los ideales yoicos. Yo es otro desde que
se nombra propiamente. El nombre propio, registrado por el Otro, es un nombre
extranjero, extraño, externo e íntimo: éxtimo.
Y sin embargo, desde el habitamos. Lo extranjero es lo que nombra.
Lo extranjero genera, tal como Derrida señala, que
para poder vivir en paz con otros se debe sostener una guerra constante con uno
mismo. Esos otros, habitan en uno, la guerra con el uno mismo permite dar
cabida a los otros que nos habitan, que nos escriben, que hablan en uno. Decía
Antonio Machado: «Vivo en paz con los
hombres y en guerra con mis entrañas». ¿Qué es estar en paz con el otro que
nos habita, con lo extranjero? El lograr mantener esa tensión irresoluble, esa
contradicción, esa incongruencia, esa guerra constante entre las piezas que uno
habita, y que son la vida misma. Asir lo extranjero,
darle cabida, bordearlo, se torna posible cuando se borran sus coordenadas
territoriales.
La
sombra, el sueño, la palabra que se
enuncia sin permiso del enunciante, el acto que se logra fallidamente, el
olvido y la memoria, el suceso que se repite a pesar del sujeto, la risa, el
eco, la música, la escultura y la poesía son diversas formas en que lo otro se
apodera del uno, en donde se experimenta lo extranjero, lo familiar en tanto extraño.
La
imagen sin falta, el nacionalismo extremo, el rechazo a la diferencia, el
ninguneo, la palabra que al ser expulsada se toma como equivocación, el olvido
del sueño, la poesía editada, la violación del silencio, la represión psíquica
y política, el cuadrado, el círculo perfecto, las escuelas para padres, los
espejos, las historias terminadas, lo finalizado y la perfección, son agentes
migratorios que persiguen y buscan deportar a ese extranjero que habita en cada
uno de nosotros.
Quizá
el amor, es cuando momento y lugar dejan de esperar conjuntarse, cuando la
búsqueda de la complementariedad desaparece. Cuando a partir de lo que falta,
marcado por la senda eterna de lo extranjero, uno siente abrazar la casa, y ser
abrazado por ella.
FUENTE: http://psicoanalisisypolitica.blogspot.com/2013/01/lo-extranjero.html
http://www.psicologosmontevideo.com/lic-psic-gonzalo-cosenza
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