Género, relaciones de poder y subjetividad
Relaciones de poder / Shutterstock
Irina Zanetti
FUENTE: https://www.psyciencia.com/genero-relaciones-de-poder-y-subjetividad/
http://www.psicologosmontevideo.com/lic-psic-gonzalo-cosenza
En un recorrido a través de las últimas
noticias nos topamos con una gran cantidad de casos de violencia de
género, al punto que la cuestión ha dejado de ser una problemática del
ámbito privado para pasar a ser un campo de intervención por parte del
Estado y un área de competencia de la Psicología, tanto como del resto
de los profesionales.
En un contexto socio-cultural tan agitado en el que ya es
cuenta corriente escuchar acerca del maltrato verbal y físico, resulta
menester revisar de qué hablamos cuando nos referimos a “género” pero
también a “violencia”.
Las diferencias anatómicas se han usado
para justificar la desigualdad social
Ante todo cabe aclarar que el género nada tiene que ver con
las condiciones biológicas de un sujeto, pese a lo cual, durante mucho
tiempo las diferencias anatómicas se han usado para justificar la
desigualdad social entre hombres y mujeres.
Desigualdad que tiene sus
raíces en ciertas costumbres, tradiciones y creencias que han sido
socialmente construidas y que se expresan en el acceso a los recursos
económicos e incluso intelectuales, la toma de decisiones, el modo de
desear y obtener placer, las tareas y los roles.
Mientras que el sexo se define según una
diferenciación orgánica o anatómica, en el caso del género se trata de
una construcción histórico- social en torno a un modo de ser, cuyos
lineamientos surgen según fuerzas de poder en los procesos de crianza,
socialización y educación, en el marco de diversas instituciones.
De ello se desprende que ni nacemos varones ni nacemos
mujeres sino que la posición femenina o masculina es algo a construir.
De ahí que las actividades y modos de relacionarse de un hombre o una
mujer no depende tanto de sus capacidades ni de sus condiciones físicas
como de los roles que se internalizan.
Sin lugar a dudas, cada sociedad, en determinado momento
histórico inventa, crea y define las formas sociales. Si nos remontamos
al periodo de la sociedad industrial nos dirigimos al momento de
eclosión de una división que demarca límites entre lo privado y lo
público, lo reproductivo y lo productivo, en concordancia con una
marcada frontera entre lo femenino y lo masculino.
En aquel entonces el mundo se fraccionó en dos: por un
lado, eran competencia de la mujer los asuntos domésticos o privados,
así como la reproducción, el cuidado e instrucción de los hijos, siendo
menester garantizarse el encaminamiento de estos futuros productores.
Y por el otro, en el caso de los hombres su papel pasaba
exclusivamente por su productividad en el ámbito público, donde debía
mostrarse fuerte, autónomo e independiente.
Para transformar esta situación será necesario primero
de-construir y reconstruir las nociones fundadas
Pese a que actualmente podemos apreciar ciertos cambios en
los modos de ser y de relacionarse respecto a estos parámetros, aun
queda mucha tela por cortar en cuestión de género, en tanto las
diferencias han dejado de ser características de uno y otro para pasar a
ser una cuestión de discriminación y abuso de la fuerza del poder.
Para transformar esta situación será necesario primero
de-construir y reconstruir las nociones fundadas, lo cual implica una
tarea de desnaturalización de la concepción que se tiene tanto de
hombres como de mujeres.
Siguiendo
esta línea la “Mujer” se enmarca, tal como lo cuenta Ana María
Fernández en su texto “La mujer de la ilusión”, dentro de tres mitos:
Uno de los mitos comprende una ecuación según la cual para
ser madre hay que ser mujer, de allí que toda mujer debe ser madre, mito
que establece una sinonimia entre uno y otro aspecto, acentuando el
nexo en una cuestión “natural”.
Por otra parte, la mujer se caracterizaría por cierta
pasividad; teniendo sólo cabida en el acto de reproducción pero no para
sentir o mostrar placer en ese proceso. Este mito aparta el placer
femenino, quedando exclusivamente al servicio del hombre.
Finalmente, el otro mito sostiene que la mujer esperaría
toda su vida la llegada de un príncipe azul que vendría, en tanto héroe,
a su rescate, posicionándola en un lugar de dependencia.
Sin embargo, lejos de quedarse la mujer en el área privada y
el hombre en lo público, ciertas puntas instituyentes comienzan a
filtrarse actualmente entre lo instituido generando nuevos modos de ser,
produciéndose una subjetividad diferente.
La mujer sale a estudiar, a capacitarse, y luego a
trabajar. Recién después piensa en la posibilidad de convertirse en
madre, sin dejar las actividades que lleva, así como no tiene
inconvenientes en dar a conocer su satisfacción sexual y el modo en que
lo logra.
Por su parte, el hombre comienza a participar en los
quehaceres hogareños, aportando su grano de arena en la conducción del
hogar no sólo en términos económicos sino también con su presencia, con
sus cuidados y educación.
La mayoría de las tareas pasan a ser compartidas habiendo
menos diferencias en cuanto a los roles dentro del vínculo familiar, tal
vez por una nueva urgencia histórica que sabremos denominar a
posteriori, con el paso de los años, echando una mirada retrospectiva a
las necesidades económicas actuales o a las inquietudes de las mujeres y
a su deseo pujante que estaba en silencio hasta ahora en penitencia.
“Violencia” significa una fuerza utilizada para
producir un daño en el intento de anular
al otro como ser autónomo…
Si bien las actividades cambian, el viejo imaginario tiene
aun hoy efectos en los modos de ser, relacionarse, sentir y pensar.
Pareciera que cuesta admitir que tanto hombres como mujeres pueden estar
ubicados en una misma posición en cuanto al poder más allá de sus
peculiaridades y diferencias, más allá de que por momentos uno ejerza la
fuerza y el otro la resista.
En todas las clases de vínculos existe un ejercicio del
poder y, según nos cuenta Foucault, eso no tiene nada que ver con la
violencia, en tanto que es el abuso de este ejercicio en beneficio de
uno y en detrimento del otro, lo que lo convierte en violencia.
“Violencia”
significa una fuerza utilizada para producir un daño en el intento de
anular al otro como ser autónomo, pretendiéndolo reducir a la categoría
de objeto para que no desee, para que no aparezcan rasgos de lo
diferente, arrasando con la subjetividad de quien es lastimado y con
ella, la posibilidad de decidir y razonar.
En el Artículo 1º de la Ley Nº 12569 de Violencia Familiar
de la Provincia de Buenos Aires, consta que la violencia familiar remite
a una acción, omisión o abuso que afecte la integridad física,
psíquica, moral, sexual y/o la libertad de una persona en el ámbito del
grupo familiar.
Violencia es entonces no sólo pegar sino también maltratar,
denigrar, humillar, desaprobar constantemente, gritar, amenazar,
vigilar y controlar, coartar la libertad, obligar a asilarse, así como
generar miedos en la mente de la otra persona.
La violencia puede manifestarse en todas las relaciones,
pese a lo cual, aquella que actualmente nos despierta sumo terror y
angustia a causa de la gran cantidad de casos que salen a la luz es la
violencia contra la mujer.
Si bien considero que no hay justificación alguna ante el
hecho aberrante de la violencia, sí pienso que tal vez la motivación se
encuentre en un no querer dar lugar a la mujer en términos diferentes a
aquellos previamente establecidos y consensuados socialmente, como una
resistencia contra la fuerza instituyente.
Con ello quiero decir que, mientras que el hombre haciendo
uso y abuso del poder se posiciona como fuerte y autoritario, la mujer
queda a disposición de él, siendo dependiente y pasiva, características
que tienen bastante que ver con el imaginario de qué es ser hombre y
mujer.
Que la mujer elija una pollera para salir de casa, que no
haya hecho la comida porque no tenía ganas o que haya salido a comprar
ropa o tomar mate con alguna amiga, no quiere decir que sea ni una
prostituta ni una mala madre ni una mala pareja, quiere decir que es
mujer, un sujeto, no un objeto y, en cuanto tal, tiene derecho a
preservar su integridad física y mental, así como a elegir libremente
qué quiere hacer con su cuerpo, qué decir , qué sentir y qué pensar.
La diversidad entre las personas no debería de ser
concebida como una amenaza ni convertida en motivo de sometimiento,
discriminación o desigualdad, sino que debemos echar luz sobre el hecho
de que es gracias a la heterogeneidad que pueden recrearse vínculos
novedosos en términos subjetivos.
Afortunadamente desnaturalizar los imaginarios que se
construyen socialmente habilita la posibilidad de de-construirlos y
volverlos a construir.
FUENTE: https://www.psyciencia.com/genero-relaciones-de-poder-y-subjetividad/
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