El inconciente está estructurado como un lenguaje… futbolero


Yo estoy seguro de que somos nosotros. Nosotros los que damos el puntapié inicial. Y ya se sabe en nuestra cancha no hay referí, así que lo hacemos sin esperar pitada. Es una señal invisible, pero ellos se dan cuenta. Enseguida. Debe ser una frasecita, algún comentario, un guiño.  Para mí que empieza cuando les decís que el encuentro va a durar un solo tiempo de 45 minutos.  O cuando empezás las sesiones hachando el aire con la mano y las terminás diciendo dejamos acá que ya estamos en tiempo de descuento y apagás el cronómetro de tu muñeca. Y sigue después  cuando lo recibís con un gesto tristón a la sesión siguiente de alguna derrota sonora, o con una sonrisita eufórica después de ganar alguna copa. O  quizás sea cuando les cambiamos el horario por algún partido…
 La cuestión es que nuestros pacientes futboleros, es decir, los pacientes futboleros de analistas futboleros, lo saben. Saben que ellos y nosotros somos del palo. De los tres palos, quiero decir. Pudo ser también aquella sesión en la que una intervención acertada te hizo saltar de la silla brazos en alto, los ojos  entrecerrados mirando al cielo, las manos atrás de las orejas para escuchar a la tribuna, el beso a la foto de Freud.
Son detalles. Pequeños, sutiles, módicos, casi imperceptibles. Pero al paciente le llegan, no te quepa duda.  Qué sé yo, cómo decirte,  es un lenguaje, un código compartido que se hace presente desde el minuto cero. Cuando le pedís al paciente silencioso que nos tire un centro, que nos pase algún fulbo. O le mostrás al estresado que se la pasa atajando penales. O al sacado le decís que se está pareciendo al tano Pasman. O al fóbico lo estimulás a que deje de jugar para salir empatado porque si no va a ir siempre al banco, que salga a la cancha y que empiece a sudar la camiseta. O al celotípico le señalás que se deje de marcar en zona a su mujer todo el día. Al transgresor le demostrás que siempre juega en off side, al maníaco le rogás que deje de correr sin pelota por toda la cancha gritando los goles del adversario, a la histérica le insistís que no hace más que jugar para la tribuna. Al competitivo le interpretás que tiene hambre, al adolescente que debuta lo felicitás por abrir el marcador, al oposicionista lo convencés de que deje de jugar de contra. Y así, tratás de evitar que el melancólico se vaya a la B, que el procastinador se deje de hacer tiempo, que el hipocondríaco la corte  con eso de fingir lesiones, y  el histriónico con la de tirarse al suelo por cualquier cosa. Al susceptible procurás  que no reaccione al primer toque, le machacás al egocéntrico que no sea morfón, al obsesivo que aprenda a ser más resultadista, al inhibido que haga un juego más vertical. Puteás porque el resistente se la pasa pateando la pelota afuera, motivás al introvertido para que intente un juego asociado y amagás una advertencia con la mano en el bolsillo de la camisa, como sacando la amarilla,  para el que falta sin aviso. Y no te olvidás  tampoco de persuadir al vueltero para que no abuse de la gambeta mientras rezás para que el eyaculador precoz retenga un tiempo más la pelota.
El fútbol, ya se sabe, es una pasión que  se lleva a todas partes. Inclusive al consultorio. Y se contagia. Ellos se contagian. De nosotros, digo, sí, de nosotros. El problema es que, de a poquito y sin darnos mucha cuenta, nos convertimos en DT y ellos empiezan a confundir su sesión con una charla de vestuario.

Qué vas a hacer, así son las cosas, que querés que te diga. Nosotros sí que nos ganamos el puesto. Dejamos acá. Me voy a ver el mundial.

 Por Marcelo Daniel Armando

FUENTE: http://www.elpsicoanalitico.com.ar/boletines/armando-inconsciente-estructurado-como-lenguaje-futbolero-futbol-football.php

http://www.psicologosmontevideo.com/lic-psic-gonzalo-cosenza

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