Vinculo y Desarrollo Psicológico: La importancia de las relaciones tempranas
Entre la etología y
el psicoanálisis.
El desarrollo de la
Teoría del Apego y el concepto de vínculo están estrechamente unidos a la
figura del psicoanalista británico John Bowlby ( 1907-1990). El doctor Bowlby
trabajaba en el Departamento Infantil de la Clínica Tavistock en Londres,
cuando en 1948 la Organización Mundial de la Salud (WHO) le encomendó la tarea
de investigar las necesidades de los niños sin hogar, huérfanos y separados de
sus familias, producto de la Segunda Guerra Mundial. Tras su estudio, Bowlby
enfatizó que la formación de una relación cálida entre niño y madre es crucial
para la supervivencia y desarrollo saludable del menor, tanto como lo es la
provisión de comida, cuidado infantil, la estimulación y la disciplina (
Department of Child and Adolescent Health and Development, 2004). Así, el amor
materno en la infancia es tan crucial para la salud mental como lo son las
vitaminas y las proteínas en la salud física (Sayers, 2002).
Esta teoría no sólo
se basó en la observación clínica de niños institucionalizados, sino que también
se nutrió de importantes hallazgos provenientes de la etología, entre ellos,
los estudios con primates no humanos y los del aprendizaje programado (Bowlby,
1976).
Uno de los centros
de mayor desarrollo de investigación sobre interacción social en primates no
humanos (monos rhesus) fue la Universidad de Wisconsin. En ella, Harry Frederik
Harlow (1905-1981) generó diversas estrategias de investigación en las que fue
posible observar que los pequeños primates en situaciones de separación parcial
y total de su madre, emitían gritos agudos, intentaban reunirse con ella y
corrían de manera desorientada por la jaula, mientras que sus madres aullaban y
amenazaban al experimentador. A su vez, los pequeños primates mostraron poco
interés por jugar e interactuar con otros primates en situación similar
mientras estaban separados de su madre.
Al reencontrarse con su madre, establecían un fuerte contacto con ella y se aferraban a su figura más intensamente que antes de la separación (Bowlby, 1976). En otras investigaciones en las que se aplicaba durante tres meses un aislamiento social total a los primates, se pudo observar los devastadores efectos del procedimiento: retraimiento extremo, síntomas de depresión, incluso, uno de ellos murió probablemente de inanición al rechazar la comida de su jaula (Griffin, 1966).
Al reencontrarse con su madre, establecían un fuerte contacto con ella y se aferraban a su figura más intensamente que antes de la separación (Bowlby, 1976). En otras investigaciones en las que se aplicaba durante tres meses un aislamiento social total a los primates, se pudo observar los devastadores efectos del procedimiento: retraimiento extremo, síntomas de depresión, incluso, uno de ellos murió probablemente de inanición al rechazar la comida de su jaula (Griffin, 1966).
En cuanto al
aprendizaje programado o impronta (imprinting), éste se vincula al trabajo del
etólogo austriaco Konr ad Zacharias Lorenz (1903-1989). Lorenz descubrió que
patos y gansos, inmediatamente después de su salida del cascarón, siguen a
cualquier objeto en movimiento tal como si fuera su madre, siempre que dicho
objeto sea el primero que observan y que no hayan pasado más de 30 horas
después de nacer. Este comportamiento es una herramienta de supervivencia de
vital ayuda para lograr eficientemente pasar a la madurez (Raju, 1999).
Bowlby, integrando
la observación clínica de niños institucionalizados junto con los hallazgos
etológicos, pudo llegar a articular la Teoría del Apego, utilizando el psicoanálisis
como marco de referencia, aunque el mismo Bowlby (1976) reconoce que en muchos
aspectos esta teoría difiere de las teorías clásicas de Freud. Así, los fuertes
puntales psicoanalíticos de la Teoría del Apego fueron frecuentemente pasados
por alto hasta principios de los años ochenta (Bretherton, 1990), ya que
históricamente se desarrolló fuera de la tradición psicoanalítica y se ha
basado en conceptos de la teoría de la evolución, de la etología, de la teoría
del control y de la psicología cognitiva (Bowlby, 1988).
Sin embargo, en las
últimas décadas las fuertes relaciones conceptuales de Bowlby con la Escuela
Británica de Relaciones Objetales (específicamente Fairbairn y Winnicott) y con
la teoría de Sullivan de la psiquiatría interpersonal, se han hecho cada vez
más evidentes. La Teoría del Apego difiere de otras teorías psicoanalíticas de
relaciones interpersonales por el mayor énfasis en la salud mental (por
oposición a la patología), en las experiencias reales con los cuidadores (por
oposición a imaginadas), y en resultados de la psicología académica (Wilson,
1996).
A pesar de estas
diferencias, hay varias similitudes (Bretherton, 1990) en particular a partir
del uso del concepto de “modelo de trabajo interno” por parte de Bowlby, lo que
sitúa a la Teoría del Apego como una teoría de las representaciones internas
(Wilson, 1996). Bowlby (1976, 1983, 1986, 1988) propuso que los patrones de
interacción con los padres son la matriz desde la cual los infantes humanos
construyen “modelos de trabajo internos” del sí mismo y de los otros en las
relaciones vinculares. La función de dichos modelos es interpretar y anticipar
el comportamiento del compañero, así como planear y guiar el propio
comportamiento en la relación. El término “modelo de trabajo interno” es
originario del psicólogo británico Craik, quien en 1943 sugiere estructuras de
representación dinámicas desde las cuales un individuo podría generar
predicciones y extrapolarlas a situaciones hipotéticas (Bretherton, 1990,
1999).
En síntesis, tanto
la Teoría del Apego como la teoría psicoanalítica contemporánea emergen de una
tradición de relaciones de afectivas que se representan en el aparato mental,
en la cual el desarrollo psicológico se visualiza ocurriendo en una matriz
interpersonal (Blatt, 2003).
Marco conceptual
del la Teoría del apego
El término apego
fue introducido por Bowlby (1958, 1969, en Bowlby, 1988), posteriormente fue
estudiado por Ainsworth (1963, 1964, 1967, en Ainsworth, 1979) y es actualmente
utilizado por los teóricos del desarrollo y del vínculo (Main, 1999).
El concepto de
apego alude a la disposición que tiene un niño o una persona mayor para buscar
la proximidad y el contacto con otro individuo, sobre todo bajo ciertas
circunstancias percibidas como adversas. Esta disposición cambia lentamente con
el tiempo y no se ve afectada por situaciones del momento. La conducta de
apego, en cambio, se adopta de vez en cuando para obtener esa proximidad
(Bowlby, 1976, 1983, 1988). En particular, los bebés despliegan conductas de
apego tales como llorar, succionar, aplaudir, sonreír, seguir y aferrarse,
aunque no estén claramente discriminando para dirigir esas conductas hacia una
persona específica (Ainsworth, 1970; Bowlby, 1976, 1983, 1988).
La conducta de
apego es definida por Bowlby (1983) como “cualquier forma de conducta que tiene
como resultado el logro o la conservación de la proximidad con otro individuo
claramente identificado al que se considera mejor capacitado para enfrentarse
al mundo. Esto resulta sumamente obvio cada vez que la persona está asustada,
fatigada o enferma, y se siente aliviada en el consuelo y los cuidados. En
otros momentos, la conducta es menos manifiesta” (Bowlby, 1983, p. 40)
.
.
El postulado
original de Bowlby considera que los bebés humanos, como muchos otros
mamíferos, están provistos de un sistema conductual del apego, como una
condición esencial de la especie humana, así como de otras especies. Esto
significa que el bebé llegará a vincularse con una figura materna en el rol de
cuidador principal (Ainsworth, 1979; Fonagy, 1993; Jané, 1997). Así, ya sea un
niño o un adulto, mantienen su relación con su figura de apego dentro de
ciertos límites de distancia o accesibilidad (Bowlby, 1976, 1983, 1986, 1988;
Jané, 1997). La indefensión prolongada del ser humano durante su infancia
implica graves riesgos vitales, por lo que al parecer el código genético
proveería al bebé de conductas cuyo resultado suele ser que madre y bebé estén
juntos (Ainsworth, 1970).
Las conductas de
apego forman parte de un sistema interaccional complejo (Doménech, 1993) y
promueven el establecimiento de una relación de apego, que es la interacción
entre el bebé y el cuidador primario, y que a su vez promueve el
establecimiento de un tipo particular de vínculo entre ellos (Carlson, en
Cichetti, 1995). La relación de apego actúa como un sistema de regulación
emocional, cuyo objetivo principal es la experiencia de seguridad. Así, se
desarrolla un sistema regulador diádico en el que las señales de cambio de los
estados de los bebés son entendidas y respondidas por el cuidador, permitiendo
alcanzar la regulación de esos estados (Fonagy, 1999).
La conducta de
apego puede manifestarse en relación con diversos individuos, mientras que el
vínculo se limita a unos pocos. El vínculo1puede ser definido como un lazo
afectivo que una persona o animal forma entre sí mismo y otro, lazo que los
junta en el espacio y que perdura en el tiempo (Bowlby, 1988).
El sello conductual
del vínculo es la búsqueda para conseguir y mantener un cierto grado de
proximidad hacia el objeto de apego, que va desde el contacto físico cercano
bajo ciertas circunstancias, hasta la interacción o la comunicación a través de
la distancia, bajo otras circunstancias (Bowlby, 1988). Cuando esto ocurre se
dice que un niño está vinculado a su cuidador, en general la madre, ya que sus
conductas de búsqueda de proximidad se organizan jerárquicamente y se dirigen
activa y específicamente hacia ella (Ainsworth, 1979).
El vínculo
permanece a través de períodos en los que ninguno de los componentes de la
conducta de apego ha sido activado. Así, cuando un niño juega o se encuentra
ante una separación de su figura de apego, el vínculo se mantiene pese a que
las conductas de apego no se manifiesten.
El individuo está
predispuesto intermitentemente a buscar proximidad hacia el objeto de apego.
Esta predisposición es el vínculo. Aunque la conducta de apego puede disminuir
o hasta desaparecer en el curso de una ausencia prolongada del objeto de apego,
el vínculo no ha disminuido necesariamente (Ainsworth, 1970). El vínculo tiene
aspectos de sentimientos, recuerdos, expectativas, deseos e intenciones, todo
lo que sirve como una clase de filtro para la recepción e interpretación de la
experiencia interpersonal (Ainsworth, 1967, en Main, 1999). El vínculo es un
proceso psicológico fundamental que afecta el desarrollo humano a lo largo de
la vida (Fonagy, 1993).
Los tipos de
vínculo
Mary Ainsworth
combinó la observación de la interacción de madres y bebés en casa con la
respuesta a un procedimiento de laboratorio que sometía al bebé a reuniones y
separaciones con la madre y a reuniones y separaciones con un extraño, el
llamado Procedimiento de la Situación Extraña. Con base en sus observaciones
dio con tres patrones de vínculo (Ainsworth, 1979; Bowlby, 1988; Bretherton,
1990, 1999; Main, 1999).
1) Infantes seguros
(patrón B ): La relación favorable hacia la madre observada en el hogar fue
identificada por el evidente placer del bebé por el contacto físico, ausencia
de ansiedad en relación con separaciones breves y un uso inmediato de la madre
como una “base segura” para la exploración y el juego. Bajo circunstancias no
familiares, en contraste, los bebés de este grupo usan a la madre como una base
segura desde la cual explorar en los episodios preseparación. Su conducta de
apego se intensifica significativamente durante los episodios de separación,
por lo que la exploración suele disminuir y es probable que haya malestar, pero
en los episodios de reunión buscan contacto con, proximidad hacia o al menos
interacción con la madre (Ainsworth, 1979).
2) Infantes
ambivalentes / resistentes (patrón C): En casa el bebé se observa activamente
ansioso, pero también a menudo sorprendentemente pasivo. En condiciones no
familiares, estresantes, aparece una preocupación exagerada hacia la madre y su
paradero, con la exclusión del interés en el nuevo ambiente. Expresiones
elevadas, confusas y prolongadas de ansiedad, y a veces también rabia,
continúan durante todo el procedimiento. En la Situación Extrañaestos bebés
tienden a mostrar signos de ansiedad aún en los episodios preseparación,
presentan mucho malestar con la separación y también en los episodios de
reunión (Ainsworth, 1979).
3 ) Infantes
evitativos o elusivos (patrón A): Se caracterizan por ser en su mayoría
activamente ansiosos en casa. Permanecen enojados y exhiben malestar frente a
las separaciones más breves. Por el contrario, en la Situación Extraña aparece
un marcado comportamiento defensivo. Esto se ve en una insistente focalización
en la exploración durante todo el procedimiento, junto con la supresión de las
expresiones de rabia, ansiedad y afecto hacia la madre. Los bebés evitativos
raramente lloran en los episodios de separación y, en los episodios de reunión
evitan a la madre. Ainsworth (1979) interpretó que estos bebés respondían al
elevado estrés impuesto por la Situación Extraña en la forma de un proceso
activo (aunque no necesariamente consciente), que inhibe las manifestaciones
emocionales y conductuales del vínculo (Ainsworth, 1970; Main, 1985, 1995, en
Main, 1999). Planteó que el comportamiento de estos bebés era defensivo, porque
se parece al de niños separados de sus madres por periodos más prolongados,
denominado por Bowlby conducta de desapego(Ainsworth, 1979).
4) Infantes
desorientados / desorganizados (patrón D): Mary Main y Judith Solomon revisaron
grabaciones de bebés encontrados “inclasificables” entre 1986 y 1990, y crearon
la cuarta categoría de organización del vínculo, que se suma a las originales
de Mary Ainsworth (Fonagy, 1993; Main, 1999. El patrón desorganizado (Main, 1987;
1991, en Fonagy, 1993) o grupo D puede bien indicar la ausencia de
comportamientos defensivos disponibles, o el uso de las conductas más extremas,
como la auto agresión o la paralización. Main y Solomon (1986, 1990)
describieron a esos niños como faltos de estrategia (Main, 1999). Son niños que
parecen aturdidos, paralizados, que establecen alguna estereotipia, que
empiezan a moverse y luego se detienen inexplicablemente (Bowlby, 1988).
El comportamiento bizarro e inconsistente del grupo D es más característico de los niños severamente descuidados por sus figuras paternas o maltratados (Fonagy, 1993). Este patrón se desarrolla también en parejas en las que la madre tiene una grave enfermedad afectiva bipolar y trata al niño de manera imprevisible, o con madres que han sufrido experiencias de maltrato físico o abuso sexual durante la niñez, o la pérdida no resuelta de una figura parental durante esa etapa de la vida (Bowlby, 1988).
El comportamiento bizarro e inconsistente del grupo D es más característico de los niños severamente descuidados por sus figuras paternas o maltratados (Fonagy, 1993). Este patrón se desarrolla también en parejas en las que la madre tiene una grave enfermedad afectiva bipolar y trata al niño de manera imprevisible, o con madres que han sufrido experiencias de maltrato físico o abuso sexual durante la niñez, o la pérdida no resuelta de una figura parental durante esa etapa de la vida (Bowlby, 1988).
La distribución de
los tipos de vínculo, según Fonagy y Cols (1994) es la siguiente: la mitad
aproximadamente se clasifican como seguros, un cuarto cae en la categoría de
evitativos, más o menos el 12% es clasificado como ambivalente y un grupo
usualmente menor al 10% se clasifica como desorientado.
Las ventajas del
vínculo seguro
Bowlby y Ainsworth
pensaban que la naturaleza de nuestros primeros vínculos tendía a influir
significativamente en nuestra vida posterior, no sólo en nuestras relaciones
futuras, sino que también en el desarrollo de otros sistemas conductuales, como
el juego y la exploración. La investigación en vínculo demuestra que hay
marcadas continuidades en el vínculo de los niños, mantenidas probablemente por
la cualidad estable de la relación padres-hijo (Grossman 1985, Main 1985;
Sroufe, 1985, en Fonagy, 1993).
Ainsworth pensaba
que era probable que si los vínculos primarios eran inseguros, habría
dificultad en la expresión y el control apropiado de la sexualidad y la
agresión (en Main, 1999). Hoy, los teóricos del desarrollo plantean que los
patrones de regulación funcionales o distorsionados asociados con la regulación
emocional temprana, sirven como prototipos para los estilos individuales
posteriores de regulación emocional (Carlson, 1998). Esto significa que la
forma en que un infante organiza su conducta hacia su madre o su cuidador
principal afecta la manera en que organiza su comportamiento hacia los otros y
hacia su ambiente.
Esta organización
provee un núcleo de continuidad al desarrollo a pesar de los cambios que
ocurren con el desarrollo tanto cognitivo como socio emocional, sin que esto
signifique que la organización del vínculo se fija en el primer año y es
insensible a cambios marcados en la conducta materna o a eventos vitales
significativos posteriores (Fonagy, 1994). La organización afectivo-cognitiva,
que se conoce como vínculo, provee continuidad en el funcionamiento
interpersonal desde la infancia hasta la adultez (Blatt, 2003).
De acuerdo con la
revisión hecha por Ainsworth (1979) de diversas investigaciones, los bebés que
muestran un vínculo seguro al año de edad son, en etapas posteriores, más
cooperadores y expresan afectos más positivos y comportamientos menos agresivos
y de evitación hacia la madre y otros adultos menos conocidos, que los bebés
que muestran vínculos inseguros. También se muestran posteriormente más
competentes y compasivos en la interacción con los pares (Fonagy, 1994). El
niño seguro tiene una capacidad mejor desarrollada para reflexionar sobre el
mundo mental porque esta capacidad está evolutivamente ligada a la capacidad
psíquica del cuidador para observar la mente del infante (Bretherton, 1990;
1999; Fonagy, 1991, 1993, 1994, 1996a, 1996b, 1999, 2000a).
Slough y Greenberg
encontraron que los niños de 5 años clasificados como seguros en un
procedimiento de separación-reunión con la madre eran capaces de hablar con
espontaneidad, mientras que los niños inseguros daban respuestas de evitación
de la madre o confusas (Bretherton, 1990).
En situaciones de juego libre, los niños seguros tienen periodos de exploración prolongados y muestran mayor interés. Asimismo, en tareas de resolución de problemas estos niños son más entusiastas, curiosos, persistentes y autodirigidos que los niños inseguros. En efecto, los niños seguros son capaces de solicitar y aceptar la ayuda de sus madres y, además, se ha observado que usualmente obtienen mejores puntuaciones en pruebas de desarrollo y de lenguaje. Una revisión hecha por Fonagy y colaboradores (1994) ha reportado que tienen ventajas en comportamiento social, regulación del afecto, resistencia a tareas desafiantes, en la orientación hacia recursos sociales y en recursos cognitivos.
En situaciones de juego libre, los niños seguros tienen periodos de exploración prolongados y muestran mayor interés. Asimismo, en tareas de resolución de problemas estos niños son más entusiastas, curiosos, persistentes y autodirigidos que los niños inseguros. En efecto, los niños seguros son capaces de solicitar y aceptar la ayuda de sus madres y, además, se ha observado que usualmente obtienen mejores puntuaciones en pruebas de desarrollo y de lenguaje. Una revisión hecha por Fonagy y colaboradores (1994) ha reportado que tienen ventajas en comportamiento social, regulación del afecto, resistencia a tareas desafiantes, en la orientación hacia recursos sociales y en recursos cognitivos.
En un estudio
piloto de Main y Kaplan (en Cichetti, 1995), el vínculo seguro se relacionó con
comentarios auto reflexivos espontáneos a los seis años de edad; la apreciación
de la invisibilidad inherente de los estados mentales (o sea, que los padres no
pueden leer los pensamientos de su hijo) y con el control metacognitivo
espontáneo de la memoria y el pensamiento (es decir, los comentarios del niño
sobre su habilidad para recordar o pensar sobre su historia vital).
Para finalizar, en
adultos se ha estudiado la relación entre el tipo de vínculo y la satisfacción
y calidad de las relaciones maritales y sexuales. Diversos estudios han
constatado que las personas seguras muestran los mayores niveles de
satisfacción e implicación, mientras que los sujetos inseguros registran los
mayores niveles de insatisfacción en las relaciones de pareja (Ortiz, 2002). En
sujetos adultos el vínculo seguro se ha asociado a un mejor manejo de las
emociones negativas, a un mayor conocimiento sobre estas emociones, a la
capacidad de buscar soporte y consuelo en las figuras de apego cuando lo
necesitan.
Los estudios
señalan que las personas con vínculo seguro muestran tanto la capacidad para
establecer lazos afectivos, como la posibilidad de tolerar y beneficiarse de la
separación. El vínculo seguro envuelve niveles progresivamente diferenciados
tanto de la capacidad para relacionarse con otros como del establecimiento de
una identidad definida, lo cual se expresa en la capacidad para amar y trabajar
(Blatt, 2003).
Vinculos inseguros
y psicopatología
Si consideramos que
los patrones regulatorios internos y las expectativas derivadas de la historia
de interacciones entre un cuidador y un bebé forman las bases para la
interpretación y la expresión emocional y conductual del niño, las relaciones
de apego tempranas distorsionadas estarán ligadas con la psicopatología en el
transcurso de la niñez y adolescencia. Estas relaciones distorsionadas operan
como marcadores del comienzo de un proceso patológico; un factor de riesgo para
psicopatología posterior, en el contexto de un complejo modelo de interacción
entre variables biológicas y ambientales (Carlson, 1998).
La teoría
psicoanalítica plantea que el uso de comportamientos defensivos primitivos o
mecanismos de defensa primitivos, como escisión y negación masiva, limitarán la
capacidad del un niño inseguro para hacer uso completo de sus potencialidades
para reflexionar sobre los estados mentales. Esta desventaja finalmente
disminuirá la capacidad de esa persona para proveer un ambiente psicológico
adecuado para su propio hijo (Fonagy, 1993), y estará relacionado con
distorsiones en la personalidad y con psicopatología (Rosenstein, 1993; Fonagy,
1993).
Desde el punto de
vista de la psicopatología, diversos estudios han demostrado relaciones
significativas entre los tipos de vínculo inseguro y el aumento de
sintomatología en niños y adolescentes. Algunos estudios (Bretherton, 1990)
reportan diferencias entre los dos grupos de niños con vínculo inseguro.
Aquellos con vínculo evitativo continúan con su agresividad, falta de
complacencia y conductas de rechazo pasivo tales como dar vuelta la mirada o el
cuerpo cuando la madre busca contacto con ellos. Los niños ambivalentes
presentan menos tolerancia a la frustración, son menos persistentes y,
generalmente, menos competentes.
En adolescentes, en
términos generales, la inseguridad del vínculo se ha asociado con mayores niveles
de depresión, ansiedad, resentimiento, alienación y problemas con el consumo de
alcohol (Rosenstein, 1993). Usando mediciones específicas para vínculo en
adolescentes, se ha visto que existe una correlación entre vínculo resistente y
depresión, y entre vínculo evitativo y trastornos de la conducta alimentaria
(Rosenstein, 1993).
Siguiendo los
estudios de Rosenstein (1993), los trastornos de conducta predicen un estilo de
vínculo evitativo, así como los trastornos afectivos predicen un vínculo
resistente en adolescentes. El abuso de drogas en adolescentes se correlacionó
también fuertemente con un patrón de vínculo evitativo. Por su parte, Scott
(2003) encontró que adolescentes con un patrón de vínculo ambivalente poseían
niveles más elevados de ansiedad, depresión y trastornos del pensamiento.
En cuanto a rasgos
de personalidad, Rosenstein (1993) describió rasgos narcisistas2, antisociales
e histriónicos en adolescentes con vínculo evitativo. Rasgos de evitación del
contacto interpersonal, dependencia, patrones de déficit interpersonales y
sociales, y ánimo bajo se correlacionaron con la presencia de vínculo
resistente.
El estudio de la
relación entre tipo de vínculo y psicopatología de la personalidad es antiguo
entre los teóricos psicoanalíticos y del desarrollo (Blatt, 2003). Ya Bowlby
(1977) señaló que los vínculos inseguros estaban en la base de una serie de
rasgos desadaptativos de la personalidad. De hecho, ligó el vínculo resistente
con la tendencia a realizar demandas excesivas a los otros, y con ser incapaz
de tolerar adecuadamente la frustración cuando estas demandas no son
satisfechas, situación que se observa también en los trastornos de personalidad
dependiente e histriónico. Asimismo, relacionó el vínculo evitativo con la
incapacidad posterior para crear relaciones profundas, lo que ocurre en las
personalidades antisociales (Bowlby, 1976).
Rosenstein (1993)
encontró una relación entre los trastornos de personalidad
obsesivo-compulsiva6, histriónico, esquizotípico y límit con la presencia de
vínculo ambivalente . El vínculo evitativo se observó relacionado con los
trastornos de personalidad narcisista y antisocial. Por su parte, Blatt (2003)
menciona que existen ciertos desórdenes de personalidad, entre ellos el
histriónico, el dependiente y el límite, que están focalizados de diferentes
formas y en distintos niveles de desarrollo en aspectos relativos a las
relaciones interpersonales. Otro grupo de trastornos de la personalidad, como
el evitativo9, el paranoide y el narcisista, compartirían una preocupación por
el establecimiento, preservación y mantenimiento de un sentido de sí mismos;
posiblemente en diferentes formas y a distintos niveles de desarrollo.
Las relaciones
encontradas se hacen comprensibles a la luz de las defensas y estilos que
subyacen en cada tipo de vínculo. Los sujetos con vínculo ambivalente poseen un
“exceso” de preocupación respecto del objeto de apego, por tanto es el fracaso
en la modulación del afecto y la labilidad afectiva la que suele
caracterizarlos.
Su objetivo es activar las respuestas de cuidado a través de la exageración emocional (Scott, 2003). Las personas con vínculo evitativo, en cambio, intentan expulsar de su conciencia todos los afectos ligados a la dependencia afectiva de otro, lo cual los convierte en seres afectivamente fríos y con marcados rasgos de independencia (Bowlby, 1976; Rosenstein, 1993). Asimismo, diversos estudios indican que los sujetos con vínculo evitativo reportan niveles más bajos de sintomatología comparados con personas con vínculo seguro o ambivalente (Rosenstein, 1993; Blatt, 2003; Scott, 2003). Esto, ligado al uso preferente de defensas como la negación, aislamiento del afecto y formación reactiva (Rosenstein, 1993), las cuales empobrecen el grado de contacto de los sujetos con sus afectos penosos.
Su objetivo es activar las respuestas de cuidado a través de la exageración emocional (Scott, 2003). Las personas con vínculo evitativo, en cambio, intentan expulsar de su conciencia todos los afectos ligados a la dependencia afectiva de otro, lo cual los convierte en seres afectivamente fríos y con marcados rasgos de independencia (Bowlby, 1976; Rosenstein, 1993). Asimismo, diversos estudios indican que los sujetos con vínculo evitativo reportan niveles más bajos de sintomatología comparados con personas con vínculo seguro o ambivalente (Rosenstein, 1993; Blatt, 2003; Scott, 2003). Esto, ligado al uso preferente de defensas como la negación, aislamiento del afecto y formación reactiva (Rosenstein, 1993), las cuales empobrecen el grado de contacto de los sujetos con sus afectos penosos.
Por su parte,
Fonagy (2000b), entre otros, ha encontrado relaciones claras entre el apego
desorganizado y el trastorno límite de la personalidad. El comportamiento
desorganizado y desorientado es reemplazado gradualmente en los primeros cinco
años de vida por frágiles estrategias conductuales que pretenden controlar al
progenitor, ya sea a través de conductas despóticas o de cuidado, ambas
inapropiadas para la jerarquía de la relación y para la edad del menor. El
apego desorganizado se liga con situaciones de maltrato infantil, negligencia y
abuso sexual, por tanto es comprensible que se enraíce en un sí mismo
desorganizado y que de lugar a trastornos de la personalidad. El sentido
inestable del sí mismo, la impulsividad, la inestabilidad emocional y el riesgo
de actuaciones suicidas en los pacientes con personalidad límite estarían
muchas veces sobre la base de una relación traumática entre el cuidador
primario y el bebé, una relación que dio lugar a un vínculo desorganizado (Fonagy,
2000b).
Para finalizar, en
adultos se ha estudiado la relación entre el tipo de vínculo y la satisfacción
y calidad de las relaciones maritales y sexuales. Diversos estudios han
constatado que las personas seguras muestran los mayores niveles de satisfacción
e implicación, mientras que los sujetos inseguros registran los mayores niveles
de insatisfacción en las relaciones de pareja (Ortiz, 2002). En sujetos adultos
el vínculo seguro se ha asociado con un mejor manejo de las emociones
negativas, un mayor conocimiento sobre estas emociones y la capacidad de buscar
soporte y consuelo en las figuras de apego cuando lo necesitan.
Conclusiones
A partir de la
lectura de este artículo se ha podido evidenciar la importancia de las
relaciones tempranas en el desarrollo de los seres vivos. Los efectos de una
relación temprana madre-hijo de mala calidad, si bien no son irreparables ni
tienen consecuencias que irremediablemente se observarán más tarde en la
persona, lamentablemente ponen una luz de alerta en su desarrollo y generan la
incógnita de la actualización de potencialidades que quedan en situación de
riesgo.
Por lo tanto,
aplicando los conocimientos en relación a las características futuras de los
sujetos con distintos tipos de vínculo, diversos autores (Fonagy, 1993) señalan
que el vínculo seguro es un objetivo legítimo de intervención, no sólo por las
ventajas generales para la vida que parecen asociadas a él, sino porque puede
ser un componente importante del equipo psicológico en la lucha contra las
adversidades de la vida. Actualmente se sabe que ciertos Centros de Desarrollo
Familiar de los Estados Unidos de Norteamérica han utilizado con éxito los
hallazgos de Ainsworth para mejorar y mantener el nivel de desarrollo de niños
muy pequeños a través de mejorar la relación madre-hijo (por ejemplo, Andrews,
1975, en Fonagy, 1991). Ese tipo de intervención, aunque obviamente costosa,
podría proveer el modo más efectivo para ayudar duplas madre-hijo en las cuales
las dificultades son el resultado de problemas arraigados profundamente en la
personalidad de la madre (Fonagy, 1991).
Los tipos de
vínculo que se han descrito se han visto relacionados con patrones de conducta
y con desarrollos posteriores de personalidad característicos. En este sentido,
la preocupación que inicialmente la Organización Mundial de la Salud tuvo por
las necesidades de los niños huérfanos de la Segunda Guerra Mundial, hace más
de medio siglo, pareciera ser una tarea pendiente en muchos países,
especialmente en aquellos que aún luchan por asegurar condiciones materiales
mínimas para su población.
En este sentido, la
investigación en vínculo temprano y su posterior aplicación, abren un abanico
de posibilidades de intervención en relación con el mejoramiento de la calidad
de vida de la población y la disminución de los gastos que anualmente se
destinan a salud infanto juvenil, no sólo aplicables a salud mental, sino que
también física.
La aplicación de
los conocimientos en programas de prevención de psicopatología con población de
riesgo, de promoción de la salud mental con población normal y de tratamiento
psicológico con pacientes tanto adultos como niños y adolescentes queda como
desafío y posibilidad para el mejor aprovechamiento de los hallazgos que la
investigación científica ha ido y seguirá acumulando.
Bibliografía
AMERICAN
PSYCHIATRIC ASSOCIATION (1995): DSM-IV. Breviario. Criterios diagnósticos.
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FUENTE: https://adolescenciaantisocial.blogspot.com.uy/2017/10/vinculo-y-desarrollo-psicologico-la.html
http://www.psicologosmontevideo.com/lic-psic-gonzalo-cosenza
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