El objeto a en la transferencia: presencia del analista
Es
necesario apoyar lo específico de la operatoria del psicoanalista, en
su quehacer específico, en su recurso a la táctica, a lo que de más
libre hay en su función: la interpretación, en la función del objeto a
en el centro de la lógica transferencial. Interpretación analítica que
necesariamente deberá producir una disrrupción en el suelo gramático en
el que irrumpe, en el que provoca una intrusión. Intrusión que tendrá la
marca del psicoanálisis de acuerdo a los términos que hemos venido
trabajando, si lo que presentifica es una “objeción al goce religioso
del inconsciente”.
La
transferencia, por la vía del sujeto supuesto al saber, en tanto
articulación significante, pone precisamente la cuestión en el plano de
lo que se trata en relación al sujeto del inconsciente, es decir, el sujeto efecto del significante.
Un
dedo de San Juan que indica vaya uno a saber dónde, el índice de la
alusión. Propiamente la indicación del suspenso. Los enunciados a
completar; las marcas enunciativas por precipitar. Suspenso. Un dedo
índice que se alza apuntando algo que tal vez haga signo de
significación para alguien que está en posición de suponer un saber que
parece a punto de saberse, una duda, un interrogante, una curiosidad que
parece a punto de ser colmada.
La
pregunta respecto de dónde se ubica el sujeto, y de qué sujeto se
trata, es lo que Lacan va a precisar a través de un rodeo por el sujeto
cartesiano, el sujeto del cógito.
Lo interesante de esta puntuación es poder observar en algo que es de
dominio público y fundante del pensamiento moderno, una dirección
distinta de un dedo, quién sabe si de San Juan, pero un dedo índice
señalando un punto de certeza. Que pienso y luego existo sea un enunciado fundante es lo que queda cuestionado, mas no la certeza que implica el yo pienso que dudo, que en definitiva puede ser leído como un yo pienso que pienso.
En esta apertura, en este distanciamiento entre los niveles del
enunciado y la enunciación, es dónde se ubica cierto campo que Lacan va a
señalar como la verdadera y nodal instauración del cógito,
es decir, la inauguración de un espesor cuyos efectos son ineludibles,
entre los niveles demarcados por la duplicidad del yo (duplicidad del yo
expresada en la frase yo pienso que yo pienso[1]).
La cuestión que queda abierta es, nada menos, cómo se pasa del índice en alto de San Juan, al índice que -en
posición horizontal, colofón- señala un punto de enunciación, indicando
ni más ni menos que la posición subjetiva de aquel que habla. Y por el
momento, podemos ir señalando que tal efecto, tal precipitación de
sentido, no es posible sin la puesta en juego del lugar de la verdad.
Si
lo pensamos por la vertiente del sujeto supuesto al saber, en tanto
articulación significante, que da cuenta de la posibilidad de un
intervalo, suspendido entre un significante y otro, nos encontramos allí
con el hecho de la precipitación y la sorpresa en el advenimiento de
una posición subjetiva distinta frente a un significante cualquiera,
sorpresivo precisamente en su exterioridad. Es decir que, de la alusión a
la precipitación del sujeto, por lo menos en la función de la
interpretación, aquello que parece acontecer es la sorpresa, el salto,
la posibilidad de otra cosa.
Lacan
nos invita a pensar la indeterminación del sujeto, en relación al
estatuto de la causa inconsciente: “(...) Es una función de lo imposible
sobre la cual se funda una certeza. Esto nos lleva a la función de la
transferencia. Pues a este indeterminado de puro ser que no tiene acceso
a la determinación, a esta posición primaria del inconsciente que se
articula como constituido por la indeterminación del sujeto, nos brinda
acceso, de manera enigmática, la transferencia”[2].
Del mismo modo que esta indeterminación de ser podrá hallar nombre
sorpresivamente en un significante cualquiera, y de ese modo advenir
aquello indeterminado, a través de lo dicho que no, lo entredicho, lo
puesto en cuestión. Es decir, significado como que no, hacia una
posibilidad de existencia (por efímera que sea) a partir de la función
de lo imposible.
Haciendo
referencia al mismo problema, al nudo que la transferencia implica con
lo indeterminado en el centro, en otro lugar del mismo seminario plantea
Lacan que “en el mundo ya hay algo que mira antes de que haya una vista
para verlo” (por ejemplo, a propósito del ocelo del mimetismo[3]). Lo interesante de esto es introducir la cuestión del objeto a
y su función en la transferencia. Volviendo a la clase 10, señala
Lacan: “el Otro, latente o no, está presente, desde antes, en la
revelación subjetiva. Ya está presente cuando haya empezado a asomar
algo del inconsciente”[4]. Eso sí, siempre y cuando haya un analista presente.
Respecto de la presencia del analista, Fabián Schejtman escribe: “En esa perspectiva[5], la presencia del analista, soporte real de la interpretación, se revela como aquello que objeta
la religiosidad del inconsciente. Núcleo de la resistencia a su labor
pontonera, la presencia es sede de lo que sustenta la apuesta que
conlleva el acto del psicoanalista: el objeto a y
no el padre. // Posición del analista entonces: su presencia
ininterpretable no es sólo sostén de la interpretación sino, en último
término, el corazón de la objeción analítica al goce religioso del
inconsciente. Presencia: soporte real del “acteísmo”[6] del psicoanalista”[7].
En
este punto, aparece una vez más el problema de la interpretación en
relación a la transferencia, en el sentido de lo que Lacan señala como
una paradoja. Se refiere concretamente a la indicación, que puede leerse
en Freud, de que “el analista debe esperar la transferencia para
empezar a dar la interpretación”. En
tal sentido, Lacan señala que en todo caso, lo propio del inconsciente
es interpretar, y que la interpretación analítica vendría a “recubrir”
ese hecho[8].
Por otro lado, señala que aquello que Freud presenta como
transferencia, es justamente el momento en que las asociaciones cesan.
“Lo que Freud nos indica, desde un principio, es que la transferencia es
esencialmente resistente. La transferencia es el medio por el cual se
interrumpe la comunicación del inconsciente, por el que el inconsciente
se vuelve a cerrar. Lejos de ser el momento de la transmisión de poderes
al inconsciente, la transferencia es al contrario su cierre” [9].
Más bien es con “la beldad que espera detrás de los postigos” que el analista debe hablar[10].
Beldad que espera que uno los vuelva a abrir. Es a ella a quien el
analista debe apelar, y allí la interpretación se vuelve decisiva.
En
esta paradoja, en este momento de cierre, “es el discurso del Otro, el
discurso del inconsciente, por boca del analista, quien pide que vuelvan
a abrir los postigos”.
Precisamente,
esta paradoja es lo que Lacan señala como punto de inflexión para
considerar a la transferencia como un nudo. Tengamos en claro que la
paradoja a la que nos referimos es aquella que señala la instalación de
la transferencia, precisamente, en el momento de cierre del
inconsciente, de cese de las asociaciones, más que en el momento de
transmisión de poderes del inconsciente al Otro.
En
cuanto al juego de espejismos inherente al problema del amor de
transferencia, y a la dimensión del engaño que este entraña, hay allí un
punto de detención, que Lacan señala claramente: “Desde
el punto que el analista espera al sujeto, le dice ‘el mensaje que
envías es lo que yo te expreso y al hacerlo, dices la verdad’. Por el
camino del engaño en que el sujeto se aventura, la postura del analista
le permite formular ese tú dices la verdad, y nuestra interpretación
sólo tiene sentido en esta dimensión.” [11]
Continuando con nuestro intento de cernir algo de la función del a
minúscula en la transferencia, podemos leer en la misma clase: “Los
términos introyección y proyección se usan siempre a la buena de Dios
(...)” Pero a pesar de ello
sirven para poner de manifiesto “la función del objeto interno”, que
después “se polarizó, en forma extrema, en ese objeto bueno o malo, en
torno al cual gira, para algunos, todo aquello que, en la conducta de un
sujeto, representa distorsión, inflexión, miedo paradójico, cuerpo
extraño”. (...) “No podemos
dejar de preguntarnos por el status de este objeto interno. ¿Es un
objeto de percepción? ¿Cómo abordarlo? ¿Dónde adviene? En el contexto de
esta rectificación, ¿cómo se ha de concebir el análisis de la
transferencia?” [12]
Entre
apertura y cierre del inconsciente, lo que aparece es la transferencia
como una relación por naturaleza sincopada. Por esto mismo es que no
alcanza el concepto de repetición para nombrar a la transferencia, ya
que hay algo más, un elemento proveniente directamente de lo real, que
define y determina puntos de disrrupción en relación a la continuidad de
aquello que sería sólo más de lo mismo.
Tal como señala Héctor López, “la repetición, si bien opera al margen de la función del significante,
“está apuntalada” por él. ¿Qué quiere decir eso? Que por más que se
repita, jamás se alcanza la identidad de percepción entre el objeto
perdido y el que reaparece en la repetición. Si la repetición se produce
en el marco de un reencuentro con lo real, este reencuentro resulta
siempre fallido porque interviene el significante para “apuntalar” una diferencia, una falta de identidad con lo real. Pero este significante que apuntala a la repetición, no es un significante que se comporte “normalmente”, esto es, que acepte su articulación en la cadena significante para producir una significación imaginaria. Es un significante
aislado, absoluto, que evita la simbolización o imaginarización de lo
real, dejando en una total ambigüedad el sentido del reencuentro. Se
trata de un sentido que permanece siempre enigmático, en un estado más
bien de sinsentido. Lo real produce un desvanecimiento del sujeto, lo
hace vacilar, lo desequilibra, lo deja perplejo ante un enigma”[13].
Por
otra parte, López también apunta que en la historia del psicoanálisis
es posible encontrar erróneas equivalencias “entre los términos
“repetición” (wiederholen) y “retorno”(wiederkehr), y la consecuente confusión
entre ambos términos, con enormes consecuencias sobre la práctica.
Lacan despeja la diferencia entre ambos, construyendo al mismo tiempo
dos conceptos de gran precisión formal. El retorno, antes de
materializarse como “retorno de lo reprimido” en las formaciones del inconsciente, es primero una propiedad de la cadena significante, y por tanto del inconsciente estructurado como un lenguaje. Siendo la batería significante
acotada en su número aunque infinita en sus relaciones, la combinatoria
no podrá menos que hacer surgir una y otra vez los mismos elementos,
aunque articulados en secuencias diferentes. Así por ejemplo, en los
vocablos “vaca” y “cava” retornan los mismos significantes
en distinto orden, del cual depende la significación. En esta propiedad
Freud fundamenta su certeza: deja hablar libremente al analizante
porque está seguro de que, diga lo que diga, y a medida que el discurso
avanza, comenzará a encontrar regularidades, retornos significantes. La
interpretación psicoanalítica encuentra su cimiento precisamente en esta
propiedad del significante”[14].
En
cuanto al cumplimiento de la regla fundamental como condición necesaria
para el desarrollo de un análisis, es necesario allí un consentimiento,
en primer lugar, por parte del sujeto. Y tal consentimiento implica una
decisión: la decisión de perderse, incluso, en el uso de la palabra en
la comparescencia frente a un analista. En relación a tal decisión como
corte (un antes y un después de este consentimiento inaugural), al
sujeto decidido a perder su ser en el cumplimiento de la regla
fundamental, aparece allí la dimensión de un “ser para”, pero jugado en
los términos de un “ser para el sujeto”. Este
es el camino de la pérdida del ser, la desconsistencia de lo que era, y
la puesta de manifiesto en ese “ser para el sujeto” de la falta de ser
radical. A propósito del pequeño Hans[15],
y de su despliegue a instancias de su padre guiado por Freud, comenta
Lacan la realización por parte del niño de “todas las permutaciones
posibles de un número limitado de significantes”. En el párrafo
siguiente, continúa: “Operación en la que se demuestra que incluso en el
nivel individual, la solución[16]
de lo imposible es aportada al hombre por el agotamiento de todas las
formas posibles de imposibilidades encontradas al poner en una ecuación
significante la solución. (…) Y también para hacer captar que en la coextensividad del desarrollo del síntoma y de su resolución[17] curativa se muestra la naturaleza de la neurosis: fóbica, histérica u obsesiva, la neurosis es una cuestión que el ser plantea para el sujeto desde allí donde estaba antes de que el sujeto viniese al mundo (…)”[18]
(cursivas nuestras). Aquí, en este párrafo que copiamos
fragmentariamente, nos interesa leer la cuestión que resaltamos en
cursivas: la neurosis es una cuestión que el ser plantea para el sujeto. Y a su vez, de ella, nos interesa quedarnos con la idea de que el ser es capaz de tender al sujeto en su ser para. El sujeto, en tanto falta de ser, representa su caída, no la simple ausencia, sino la falta radical de ser. El ser para el sujeto nos remite a la idea heideggeriana de el ser para la muerte. En su precursar hacia un fin, temporaciando el ser la temporalidad del tiempo,
es donde se juega el precursar de la muertre. Heidegger, al respecto,
escribe: “(...) la esencial singularización en el más peculiar “poder
ser” abre el “precursar” de la muerte como posibilidad irreferente...”[19].
En la dinámica de la cura analítica, este precursar (digamos el del ser para el sujeto[20])
procede mediante pulsaciones temporales. En términos de Lacan, aquello
que pulsa entre apertura y cierre, el inconsciente, es lo que presenta
la dimensión de la síncopa, es decir el corte[21]. Síncopas del inconsciente, síncopas del discurso[22] [23], he allí los modos en que adviene a la contingencia, tyche, a partir de un suelo previo de automaton, un ser capaz de elección (lo que nos importa como psicoanalistas[24]) alumbrado de este modo por la especificidad del dispositivo analítico.
Respecto
de la síncopa (corte), Lacan señala que en todo caso lo propio del
inconsciente es interpretar, y que la interpretación analítica vendría a
“recubrir” ese hecho. Por otro lado, aquello que Freud presenta como
transferencia es justamente el momento en que las asociaciones cesan.
“Lo que Freud nos indica, desde un principio, es que la transferencia es
esencialmente resistente. La transferencia es el medio por el cual se
interrumpe la comunicación del inconsciente, por el que el inconsciente
se vuelve a cerrar. Lejos de ser el momento de la transmisión de poderes
al inconsciente, la transferencia es al contrario su cierre”. Luego
continúa Lacan con indicaciones clínicas muy valiosas para tener en
cuenta precisamente en esos momentos clínicos, de cierre del
inconsciente[25].
De este modo, la cesión operada en el dispositivo de la cura analítica, esa cesión del hablanteser, que en su ser para el sujeto (nuestra versión del ser para la muerte)
se encuentra más bien con que allí hay falta de ser, carencia radical,
ello resulta como producto de la decisión, en la instauración de una
nueva instancia lectora, que se constituye ahora en S2 de un nuevo
significante S1 al que ha sido reducido el ser del statu quo ante en su declinación mortal. Este es el producto de la síncopa, del corte (decisión[26]).
Retomando
la cuestión del sujeto supuesto al saber, en la clase 18 del seminario
11, Lacan articula su función con la posición de Sócrates en El Banquete.
En principio, en relación a la declaración de Sócrates, de que no sabe
nada a no ser sobre el Eros, es decir sobre el deseo. Esto indica, dice
aquí Lacan, el lugar de la transferencia. En cuanto hay, en algún lugar,
el sujeto al que se supone saber, hay transferencia. Esto señala la
posibilidad de que alguien en algún lado sepa, distinta de que el sujeto
supuesto al saber esté encarnado en la figura del analista.
Volviendo a la cuestión del a minúscula en la transferencia, en relación al ideal, lo encontramos en el i(a),
en el sujeto que se dirige al otro en tanto amante, Alcibíades que se
dirige al Sócrates amado, portador de misterios maravillosos, en tanto
amante (erastés). Pero que se ve allí –“erotomanía” de transferencia- en tanto amado por el Otro, como erómenos[27].
Volviendo al seminario 11, en la clase “Del sujeto al que se supone
saber”, Lacan señala como eje, pivote, palanca, al deseo del analista. Y
en esta superposición de un deseo con el otro, el deseo del analizante y
del del analista, es dónde ubica la expresión del aforismo el deseo es el deseo del Otro. [28]
En relación a la diferenciación y especificidad del objeto a,
en tanto objeto de deseo y objeto de la pulsión, y diferenciado del
objeto de bien u objeto de amor, queda planteado en tres círculos que se
interseccionan, al modo de un nudo de tres.[29]
Aunque, es pertinente señalar que se trata de tres conjuntos de Euler
interseccionados (uno de ellos en líneas de punto) al modo de un
diagrama de Venn: no se trata de un nudo. Además, nos encontramos en una
etapa de la elaboración lacaniana en que aún el lugar del Otro no está
ocupado por La mujer, como ocurrirá luego, correlativamente a sus elaboraciones con la topología de nudos.
Para
finalizar, y a modo de resumen, cabe señalar que si bien a la altura
del seminario 11 todavía Lacan está explicando su conceptualización del
inconsciente estructurado como un lenguaje, y plantea la función del
sujeto supuesto al saber como una articulación significante, sin
embargo, define a la transferencia como la puesta en acto de la realidad
sexual del inconsciente[30], y en torno de la función del objeto a,
hace un esfuerzo permanente por cernir todo aquello que queda como
imposible de ser significantizado, en el centro mismo de la
transferencia considerada como nudo (aún sin la teoría de los nudos).
Considerada como nudo aún antes de comenzar a ubicar a La
mujer como Otro, y aún antes de comenzar a trabajar en profundidad con
la clínica de los nudos, pero sin embargo, esbozada, en esos tres
círculos que se interseccionan, con el círculo central dibujado con
línea de puntos, Lacan consigue establecer la diferenciación entre el
objeto de amor y el objeto de goce en la transferencia, uno como
continuidad del principio de placer, y otro como lugar de
presentificación de lo real, de cese de las asociaciones. En este
gráfico, queda patente el anudamiento de la vertiente epistémica de la
transferencia, conceptualizada como sujeto supuesto al saber, con el eje
libidinal, escindido a su vez en dos senderos: la vertiente del amor,
en la que el analista aparece como objeto de amor del sujeto; y la
vertiente del goce, en la que el objeto se presentifica en la persona
del analista, en tanto presencia real, y en los momentos que se
corresponde con el cierre del inconsciente.
En
cuanto a la cuestión del amor, y a la suposición de saber, expresada en
la transmisión de poderes del inconsciente al Otro, y el momento
señalado por Freud, específicamente, como el de la instalación de la
transferencia, a partir de instantes de silencios y cese de asociaciones
(en los que, siguiendo al mismo Freud, al paciente lo ocupan en ese
momento pensamientos relativos a la persona del analista) hemos de
ubicar allí, en ese meollo, en ese centro problemático, al objeto a, en sus dos vertientes: motorizando la dinámica del análisis por un lado, en su vertiente de semblant;
y como escollo, como presentificación real angustiante, y cierre del
inconsciente. En el primer sentido, es que –podemos pensar- mantiene una
continuidad con el campo del placer y de la realidad, y entonces puede
poner al sujeto a cuenta de los efectos significantes que produzca la
actualización de la cadena puesta en habla relativa al campo de los
objetos que parecen tener cierta consistencia y de los cuales, por lo
tanto, puede predicarse sirviéndose de todo tipo de recursos
gramaticales (adjetivaciones, sustantivaciones, modalizaciones,
subordinaciones, sinónimos, metáforas, etc.). He aquí el campo de la
realidad y el placer, que puede entrar en discurso en el lugar del Otro,
a partir de la operación de yuxtaponer significantes secuencialmente
(más comunmente “asociación libre”). Del otro lado, la cara oscura del a
minúscula, aquella a la que inexorablemente aquel que habla va a ser
llevado por eso que habla, si es que se trata de un análisis: la cara de
goce, el goce envuelto por aquello que parece ser, pero que, en última instancia, recubre un no ser de goce.
Si
situamos la repetición freudiana al nivel de la causa, y seguimos la
articulación lacaniana a propósito de las causas accidentales propuestas
por Aristóteles en La física, encontramos que las dimensiones del sujeto se estructuran como automaton y como tyche y es en ese nivel, el de la causalidad, que encontramos a lo real. Pensamos el automaton (accidente que le ocurre a los seres no capaces de elección) como lo que se repite maquinalmente; y tyche (accidente que le ocurre a los seres capaces de elección)[31], encuentro con lo real, como lo sorpresivo e inasible que el significante
no puede nombrar, ni aun por sustitución. “Si ese encuentro se define
como fallido es porque supone la ex-sistencia de ese objeto primitivo (Das Ding)
que ya en su constitución misma está perdido. Se trata entonces de un
reencuentro; pero como el objeto del primer encuentro falta, y siempre
faltó, el reencuentro con lo real es necesariamente -y no
accidentalmente- fallido”[32].
En
este punto, retomando las ideas de Shejtman, es necesario apoyar lo
específico de la operatoria del psicoanalista, en su quehacer
específico, en su recurso a la táctica, a lo que de más libre hay en su
función: la interpretación, en la función del objeto a en
el centro de la lógica transferencial. Interpretación analítica que
necesariamente deberá producir una disrrupción en el suelo gramático en
el que irrumpe, en el que provoca una intrusión. Intrusión que tendrá la
marca del psicoanálisis de acuerdo a los términos que hemos venido
trabajando, si lo que presentifica es una “objeción al goce religioso
del inconsciente”[33].
Bibliografía
-Aristóteles (Siglo IV a. C.), Física, Libro Segundo, VI, Gredos, Madrid, 1995.
-Corominas, J. y Pascual, J. (1991); Diccionario Crítico Etimológico Castellano e Hispánico, Gredos, Madrid, 1991.
-Freud, S. (1909); “Análisis de la fobia de un niño de cinco años (el pequeño Hans)”, en Obras completas, Amorrortu, Bs. As., 1996, Tomo X.
- Freud, S. (1914); “Recordar, repetir y reelaborar”, op. cit., Tomo XIV.
-Heidegger, M. (1927); El ser y el tiempo, Fondo de Cultura Económica, México, 2003.
-Lacan, J. (1957); “La instancia de la letra en el inconciente, o la razón desde Freud”, en Escritos 1, Siglo Veintiuno, Argentina, 1988.
-Lacan, J. (1961); La transferencia, El seminario, Libro 8, Paidós, Bs. As., 2005.
-Lacan, J. (1964); Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, El seminario, Libro 11, Paidós, Bs. As., 1999.
-Lacan, J. (1970); El reverso del psicoanálisis, El Seminario: Libro 17, Paidós, Bs. As., 2002.
-Lombardi, G. (2008); Clínica y lógica de la autorreferencia. Cantor, Gödel, Turing, Letra Viva, Bs. As., 2008.
-López, H. (1998); “Referencias al tema de ‘Lo Real’”, inédito.
-Schejtman, F. (2006); La trama del síntoma y el inconsciente, Del Bucle, Bs. As., 2006.
-Soler, C. (1986); Finales de análisis, Manantial, Bs. As., 1988.
[1] O bien, introduciendo la cuestión del ser propia del cógito sum, la
fórmula “Yo soy el que piensa, luego yo soy”. De todos modos, queda
señalada la duplicidad del yo a que nos referimos. Aunque Lacan utiliza
este modo para acentuar lo escurridizo del a
minúscula, que se aleja cada vez más frente a “yo pienso, luego yo
soy”; “yo soy el que piensa, luego yo soy”; “yo soy: yo pienso, luego
soy”… etc. Cf. J. Lacan (1970), El reverso del psicoanálisis, El seminario: Libro 17, Paidós, Bs. As., 2002, p. 169.
[2] J. Lacan, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, El seminario, Libro 11, Paidós, Bs. As., p. 135.
[3] Op. cit., Clase 20, p. 281.
[4] Op. cit., p. 136.
[5]
Tal perspectiva es la contenida en la trama de una oposición entre “el
trabajo pontificio del inconsciente” y la interpretación analítica,
sostenida en lo necesario de la contingencia de la presencia del
analista.
[6]
Shejtman recurre aquí a un neologismo propuesto por Colette Soler, que
condensa acto y ateísmo: “El acteísmo del final del análisis resuelve la
religión neurótica, dejándole al sujeto la carga de su división y su
castración” (Cf. C. Soler (1986), Finales de análisis, Manantial, Bs. As., 1988, p. 34.
[7] F. Schejtman (2006), La trama del síntoma y el inconsciente, Del Bucle, Bs. As., 2006, p. 33.
[8]
En este punto focaliza su trabajo F. Shejtman en “Márgenes de lo
interpretable”. Ello queda señalado en su primer párrafo: “Siendo que el
inconsciente “procede mediante la interpretación” y el sueño, su
producto, lo es ya en sí mismo de pleno derecho, aun sin esperar a su
“recubrimiento” por la del psicoanalista, se formula la pregunta: ¿qué
agregaría la interpretación razonada de este último a la del sueño,
interpretación, por más salvaje que se la considere? A partir de esta
cuestión nos interrogamos por los márgenes de lo interpretable”. Cf.
Shejtman, op. cit., p. 27.
[9] J. Lacan (1964), Los cuatro conceptos…, op. cit., p. 136.
[10] Creemos que se trata de una alusión al relato “Las bellas”, de Chéjov.
[11] Op. cit., p. 145.
[12] Op. cit., p. 149.
[13] H, López, “Referencias al tema de ‘Lo real’”, inédito.
[14] H. López, op. cit.
[15] S. Freud (1909), “Análisis de la fobia de un niño de cinco años (el pequeño Hans)”, en Obras completas, Amorrortu, Bs. As., 1996, Tomo X.
[16] Etimológicamente, también remite a “corte” (vg. Corominas et al).
[17] Por supuesto, es un derivado de solución, y por ende de “corte”.
[18] Lacan, J. (1957); “La instancia de la letra en el inconciente, o la razón desde Freud”, en Escritos 1, Siglo Veintiuno, Argentina, 1988, p. 500.
[19] M. Heidegger (1927), El ser y el tiempo, Fondo de Cultura Económica, México, 2003, p. 334.
[20] Precursar del ser para el sujeto, que si nos atenemos a la referencia al corte que da la solución y la resolución
repetitiva planteadas en la cita anterior de Lacan, tal vez nos lleve
pensar en una especie de “solución final” del ser, aniquilación que lo
sorprende en un punto tíquico de la wiederholung, y cuyo ritmo es sincopado.
[21] Síncopa: tomado del latín, sýncópe o sýncópa, “supresión de una sílaba en medio de la palabra”, “desvanecimiento, desmayo”, y éste del griego sugkoph, “acortamiento”, “síncopa”, derivado de sugkoptein “acortar”, y éste de koptein “cortar” (COROMINAS et al 1991).
[22] Cf. J. Lacan (1964); Los cuatro conceptos… op. cit., pp.: 34, 149,163.
[23]
Sólo un ejemplo: “…el inconsciente es el sujeto, en tanto alienado en
su historia, donde la síncopa del discurso se une con su deseo”, vg. op.
cit., p. 34.
[24]
“Evidentemente hay más ser en el ser hablante que el ser sujeto. Esto
no ha sido desarrollado, pero lo merecería, ya que finalmente, en
psicoanálisis, no nos interesa el paciente sino en tanto “ser capaz de
elección”, no nos empeñamos solamente en mejorarlo desde el exterior,
como se haría con un autómata reprogramable. Es mejor pensar la psicosis
o la neurosis como una toma de posición que como un automatismo en cuya
etiología el ser que lo padece no tiene nada que ver” (Vg. G. Lombardi
(2008); Clínica y lógica de la autorreferencia. Cantor, Gödel, Turing, Letra Viva, Bs. As., 2008, p. 242).
[25]
A tales indicaciones clínicas nos hemos referido más arriba, a
propósito de “hablar con la beldad al otro lado de los postigos”,
solicitando que los abran “desde adentro”, el discurso del Otro, por
boca del analista. Cf. J. Lacan (1964); Los cuatro conceptos… op. cit., p. 137.
[26] Decidir: tomado del latín decïdère “cortar”, “decidir, resolver”, derivado de caedère “cortar”, cf. Coromimas et al (1991).
[27] J. Lacan (1961); La transferencia, El seminario, Libro 8, Paidós, Bs. As., 2005.
[28] J. Lacan (1964); Los cuatro conceptos... , op. cit., p. 243.
[29] Op. cit., p. 248.
[30] Op. cit., p. 152.
[31] Cf. Aristóteles (Siglo IV a. C.), Física, Libro Segundo, VI, Gredos, Madrid, 1995.
[32] Vg. H. López, op. cit.
Por Martín Alomo
FUENTE:
http://www.elsigma.com/colaboraciones/el-objeto-i-a-i-en-la-transferencia-presencia-del-analista/12043
http://www.psicologosmontevideo.com/lic-psic-gonzalo-cosenza
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