Un santuario en el desierto: apego inseguro evitativo
XX es una chica de 25 años que llega a terapia explicando que desde que terminó su carrera universitaria a menudo se siente sola y “fuera de lugar” en la vida. Explica que generalmente se siente bien, pero cada vez más a menudo tiene accesos de tristeza y llanto que no puede controlar y que no atribuye a nada concreto. Siempre que necesita llorar lo hace sola, prefiere no estar acompañada y dice que la avergonzaría que los demás la vieran sintiéndose mal. En ningún momento sus sentimientos de tristeza le han impedido continuar con su vida diaria, sin embargo dice que le preocupa sentirse triste cada vez más a menudo y que siente que le pasa alguna cosa pero que no sabe qué es.
Es hija única y vive con sus padres. Dice que tiene una buena relación con ambos aunque se siente algo más cercana a su madre. Cuando la terapeuta intenta explorar al respecto, XX trata de quitarle importancia. Ni su padre ni su madre saben que ha decidido acudir a terapia porque dice que no sabría cómo decírselo.
No tiene pareja actualmente y nunca ha tenido una relación estable. Dice que ha tenido muy pocas parejas y que todo han sido relaciones esporádicas. Cuando habla acerca de su relación con los chicos muestra poco entusiasmo y da muestras de incomodidad.
Tiene pocos amigos con los que sale habitualmente, dice que tiene buena relación con sus amigos pero que a menudo le invade la sensación de sentirse sola estando con ellos. Siente que cuando hay algún problema con alguno de sus amigos muchas veces no sabe expresar lo que le pasa y aunque internamente identifica que se siente molesta muchas veces cree que es mejor no decir nada.
Siempre ha tenido un buen rendimiento académico y aparentemente muestra un buen nivel intelectual así como inquietudes culturales por la música, el cine y la literatura.
A nivel no verbal, ha entrado cabizbaja en el despacho y ha vacilado en el momento de saludar a la terapeuta como si no supiese cómo dirigirse a ella. Le cuesta mantener el contacto visual con la terapeuta, y durante toda la entrevista se mantiene rígida en el asiento, en algunos se hace aparente un ligero temblor en las manos. Le cuesta hablar de sus emociones y a menudo lo que dice no es congruente con lo que aparenta, por ejemplo en más de una ocasión dice sentirse “bien” respecto a un tema mientras se muestra abatida en el asiento.
XX es un ejemplo de paciente con un estilo de apego inseguro-evitativo. Normalmente este tipo de personas tienden a mantener la distancia con los demás y no darle demasiada importancia a las relaciones y a sus propias necesidades afectivas. Cuando están sometidas a estrés tienden a retraerse y evitan buscar el apoyo de los demás. En cambio, generalmente han aprendido a desarrollar un rico mundo interior que les da la capacidad de auto calmarse y reponer fuerzas cuando se encuentran solas. La tendencia a vivir la dependencia emocional y las propias necesidades afectivas como algo que amenaza su independencia tiene como consecuencia la desconexión de las propias emociones y tal como vemos en el caso, la incongruencia entre lo que se manifiesta y la emoción real subyacente. La relación con los demás se vive como una fuente de estrés y cómo en el caso de Nora el sentimiento de malestar nace de la incapacidad de dar curso a sus necesidades en la relación con otras personas. Habitualmente su forma de manejarse con las emociones implica una tendencia a calmarse a sí misma normalizando, racionalizando o intelectualizando lo que perciben como fuente de malestar.
Generalmente, las personas que se relacionan de esta forma han tenido a su vez cuidadores que no se han sentido cómodos en la proximidad física y emocional con los demás. En consecuencia, los niños con este estilo de apego, han aprendido a manejarse solos con el malestar y a desconfiar de las posibilidades de recibir apoyo de su entorno. Es importante destacar que no se trata de que no hayan sido niños queridos por sus padres sino que simplemente el estilo de relación familiar ha sido más frío y menos propenso al contacto físico como forma de calmar al niño.
El trabajo terapéutico al respecto implica:
- Reconstruir a través de la relación con el terapeuta la esperanza de recibir sostén emocional en la relación con el otro
- El trabajo corporal para reconocer, nombrar y validar sensaciones corporales como indicios de las necesidades emocionales emergentes.
- Practicar el movimiento corporal que implica dirigirse al otro para pedir apoyo en respuesta a la necesidad percibida: afecto, contacto físico, un favor, una palabra de aliento, etc.
http://www.adoos.com.uy/post/17041332/psicologo
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