Consideraciones sobre diferencia y diversidad

Por Yago Franco


Cave of the Storm Nymphs, de Edward Poynter, 1903.
Cave of the Storm Nymphs, de Edward Poynter, 1903.
Imagen obtenida de: https://www.pinterest.com/pin/479985272760683167/

























I. Lo primero a considerar, cuando de la sexualidad humana se trata, es la desfuncionalización de la misma.
A diferencia de la sexualidad animal, la humana se aparta de todo fin “natural”, del cual forma parte la procreación,
que ocupa un lugar muy acotado; los modos de satisfacción son múltiples, excediendo las zonas genitales,
llegando a producir satisfacción el dolor, el exhibicionismo, el voyeurismo, el fetichismo…; a su vez, el fantaseo
ocupa un lugar preponderante. Hablamos en el humano de zonas erógenas y cuerpo erógeno, que son
creaciones producidas en el encuentro sexualizante con el otro, y que no necesariamente coinciden con el cuerpo
biológico. El otro es un otro seductor, que implanta la sexualidad en el infans. Todo esto es algo totalmente diferenciado de lo que es la sexualidad animal, que tiene fines fijos y canónicos, zonas determinadas para la satisfacción y una
finalidad central que es la reproducción. En el reino animal no hay implantación de la sexualidad a partir de otro
individuo de la especie. Hay entonces, en la sexualidad animal, una determinación prácticamente absoluta de lo
biológico. En el humano –en cambio- no hay una sexualidad “natural”. Si el animal es un ser de instinto, el humano
es un ser de pulsión. Macho y hembra son las diferenciaciones canónicas en los animales, determinadas por la
anatomía: nadie podría sostener algo similar para el humano. Así es como podemos hablar de que en el humano 
se da un estallido de la sexualidad animal, ligado a que es un ser de imaginación radical, un animal loco (Castoriadis).
II. En psicoanálisis la cuestión de la diferencia ha estado habitualmente referida a la de las diferencias
sexuales anatómicas y sus consecuencias para el psiquismo. La visión de las diferencias sexuales anatómicas
ha sido considerada como un hecho crucial en la vida del sujeto, siendo un impulso –tanto como el enigma del
origen- para la pulsión de saber y la creación de todo tipo de teorías sexuales infantiles. Por otra parte, la diferencia
sexual anatómica ha estado enlazada en la teoría al Complejo de castración, tan nodular como el de Edipo
en la estructuración del sujeto. Habida cuenta de esto, toda alteración de la teoría en este punto no dejará de
producir importantes consecuencias.
III. El origen de la diferencia tiene lugar al interior del psiquismo: la pérdida del estado autístico originario, cuyo
paradigma es la vivencia de placer, en la cual no hay diferencia alguna entre el deseo y su satisfacción, ni hay
evidencia para la psique de la existencia de algo por fuera de sí misma. La experiencia de dolor
introduce una discontinuidad y un cuestionamiento de ese estado originario: ese Uno para seguir siéndolo debe
expulsar fuera de sí todo aquello que provoque displacer. Cae así en su propia trampa: para seguir siendo
Uno hará surgir lo otro, en esa proyección de lo que es vivido como displacentero al exterior (ver en este número
para lo anterior y lo que sigue: El otro, el enemigo, lo otro). La creación de lo que es vivido como exterior a ese sí
mismo -sí mismo que antes era una mismidad- es la creación de un mundo persecutorio tal como fue descrito por
M. Klein. Fragmentos de objetos amenazantes, hirientes, intrusivos. Que poco a poco darán paso a un objeto
que será reconocido como ajeno al sujeto, ese llamado objeto total, dotado de cualidades benévolas. Y así de
una fase preambivalente, se pasará a la ambivalencia en relación al objeto. Y ese objeto de allí en más cargará
con dicha ambivalencia, podrá caer bajo la égida narcisista (lo que le hace perder su condición de alteridad,
tema este sobre el que volveré más adelante). Pero en un tiempo advendrá la visión de la diferencia sexual
anatómica. Momento crucial –decía- para la estructuración de la psique. Haré en este punto un breve paréntesis.
IV. La alteridad es una adquisición entonces, no está dada de inicio. Y es indispensable aclarar que todo este
proceso es sostenido y posible gracias a la presencia del otro. En el principio es el amor... de ese otro, ya que del
lado del sujeto lo es el odio. Un odio que ubica al humano como teniendo en el núcleo de su psiquismo una
asociabilidad radical. No hay un buen salvaje, no hay una sociedad que lo corrompa: si el sujeto abandona su
asociabilidad es gracias a la presencia de ese otro. Su discurso, sus enunciados identificatorios, su ternura,
la eficacia en poder separar al infans de su mundo autístico y narcisista es la que va a permitir superar dicha
asociabilidad. Como sostiene Castoriadis: el humano es el único ser viviente que ha conseguido superar la
exterioridad con el otro: es decir, ser espejos, ser radicalmente ajenos, exteriores, sin capacidad de reconocer
que hay un alter, alguien a quien se puede amar, odiar, y que siempre está en el horizonte de la experiencia humana.
Esta superación de la exterioridad recíproca es previa a la experiencia de las diferencias sexuales anatómicas,
y al mismo tiempo se ve afectada por la visión de dichas diferencias.
V. La cuestión de las diferencias sexuales anatómicas ha sido considerada central por Freud en términos de los
caminos de la sexualidad que se abren a partir de las mismas. Como he señalado en otros lugares (por ejemplo
en La moral sexual psicoanalítica y la nerviosidad institucional) el problema de la diferencia es haber estado
significada asimétricamente. Hay alguien en menos. Alguien a quien le falta un elemento distintivo. Para Freud el
pene era el eje, se trataba de tenerlo o no. La mujer reaccionaba frente a la visión del mismo sintiéndose castrada.
En el mejor de los casos obtendría aquello de lo que fue privada (por la madre) a través de un hijo. Por lo
tanto, la diferencia, como decía previamente, fue pensada como dejando a la mujer en falta. El intento de Lacan de
elaborar el concepto de falo no permitió superar una teorización claramente viciada de
teorías imperceptibles patriarcales [1]. Ahora bien, entiendo que sigue siendo un eje crucial en el psicoanálisis la
cuestión de las consecuencias psíquicas de las diferencias sexuales anatómicas, que además no se reducen a
tener vagina o pene o pechos: está también el hecho de que es la mujer quien tiene ciclo menstrual, puede
embarazarse, dar a luz y amamantar. Sin olvidar que –por lo menos según Freud- es el enigma sobre el origen lo que
pone en marcha las teorías sexuales infantiles. Es en este punto donde se podría correr el riesgo de que la 
diversidad haga perder de vista la diferencia: el discurso sobre la diversidad puede borrar las diferencias.
Esto cuestión será retomada en el punto VI.
VI. Al mismo tiempo es necesario considerar que la atribución de género es algo previo: el infans muy
tempranamente sabe lo que es ser varón o mujer, obviamente a partir de los dictados del Otro… pero
también podrá sentir cierta incomodidad con el género que le es asignado, y rechazarlo, como surge de los
relatos de casos de transexualidad. Y es en la conjunción de sexualidad y género donde asoma la diversidad: no necesariamente van a coincidir el género y la conformación anatómica, o el objeto de deseo con lo que el género
debiera dictar. O la misma conformación anatómica puede dar lugar a diferentes sexualidades.
De hecho, la heterosexualidad es heterogénea, lo mismo que la homosexualidad, y lo mismo puede
decirse del transgénero, etc. Las variantes más diversas pueden producirse. Puede darse el caso de un hombre
devenido transexual (o sea que se haya transformado anatómicamente en mujer) que tenga como objeto amoroso
a una mujer, tal como aparece en el caso Léticia, descrito en este número en el texto de Vera Lúcia Veiga
Santana La Soledad del Uno: Transexualidad y Psicosis
Así, en el lugar de las diferencias sexuales viene a instalarse la diversidad.  Y, como he sostenido otras
veces, la sexualidad y la psicopatología corren por caminos distintos, lo cual es un serio cuestionamiento a la
teorización psicopatológica en el punto en que la aceptación, renegación o forclusión de la castración, o
del orden heterosexual, conduciría a la perversión o la psicosis. De aquí en más se tratará de neuróticos cuya
sexualidad puede ser homo, hetero, transexual, etc., del mismo modo que  para las psicosis y la perversión.
VII. Surgen en este punto diversos problemas y preguntas. Uno de ellos  es que la diversidad podría 
hacernos –paradójicamente- iguales a todos. En palabras de Silvia Bleichmar –refiriéndose a la diversidad
cultural-: “Para retomar cuestiones relativas a la identidad y la diversidad, quiero volver sobre la polémica entre
diferencia y diversidad. Es importante tener en cuenta que la diversidad es presentada a veces como
una actitud políticamente correcta, a partir de la cual somos todos iguales. (…) Esto es una gran mentira;
en última instancia, es una forma hipócrita de reconocer que somos iguales y de no reconocernos en nuestras
diferencias. Yo creo que uno de los temas que se está planteando es la relación entre alteridad y responsabilidad. La alteridad no es solamente el reconocimiento del derecho ontológico a la existencia del otro sino también el
deber de proveer los medios para que pueda realizarla. (…) nuestro problema central, en el marco de la globalización, es redefinir el problema de la diversidad pero con el reconocimiento a la diferencia”. [2]
Estas consideraciones de Silvia Bleichmar, en relación a la diversidad cultural/social, pueden retomarse al
interior del debate en psicoanálisis entre diferencia y diversidad sexual.  Ha habido un cambio cultural importante
en los últimos tiempos y, entre sus metamorfosis, hallamos la visibilización de formas de la sexualidad que
estaban ocultas. Un problema en ciernes es si en este terreno también se produce el fenómeno de borrar las
diferencias de la mano de la diversidad. Es decir, la especificidad identificatoria, pulsional y de lazo –entre otras
cuestiones- que implica cada forma de la sexualidad. Y con ello la posibilidad de que se pierdan de vista
en el psicoanálisis las formas patológicas: es decir, del sufrimiento que un sujeto puede padecer a partir de su
conflictiva sexual/identificatoria. Como se ha visto en ciertos casos en los cuales, ante el pedido de cambio de
identidad sexual (que en el límite puede implicar modificaciones anatómicas), se accede al mismo sin la
suficiente interrogación al sujeto que manifiesta dicha demanda. Zona de entrecruzamiento de los derechos y los
códigos legales con cierta ideología de respeto por la diversidad que puede producir aquello de lo cual nos alerta
Silvia Bleichmar: una igualación que –en el límite- borra las diferencias. Y sabemos en psicoanálisis de la importancia
de la diferencia. Pero también sabemos que el psicoanálisis, si no interroga instituidos culturales, pasa a ser un
dispositivo adaptador.
Más allá de que sea bienvenida la libertad en el ejercicio de la sexualidad y el desocultamiento de formas de la
sexualidad por la caída de moralinas culturales, sabemos que también está presente una idea del respeto del otro
por el respeto mismo, sin mayores fundamentos más allá de cierta postura "humanista", o posmoderna, que intenta
diluir las diferencias. ¿Podríamos acaso –en el límite- respetar a un abusador, sencillamente porque es otro?
Sabemos de la constante creación de nichos de consumo que también afecta a las formas de la sexualidad: esto
puede apreciarse claramente en relación a las numerosas ofertas de consumo para los sujetos homosexuales.
Desde el psicoanálisis y su ética los límites en lo relativo a la diversidad sexual serán si ésta contempla o no el
lugar de otro del semejante, borrado en la perversión.
Otro problema que se abre es la idea de que podría existir una sexualidad “libre” o por fuera del orden cultural.
Como ya vimos, no hay una sexualidad “natural” en el humano, la misma es implantada por el otro y –agregamos
ahora- sometida a la actividad fantaseante-pulsional del sujeto.
VIII. Si el otro cumple un papel relevante en el surgimiento de la sexualidad humana, no hay que olvidar 
que -entrelazada con su propia fantasmática- transmite los dictados del Otro, quien profiere un discurso 
relativo al orden de sexuación. El infans se encuentra así entre el deseo de ese otro, los dictados del Otro, su
cuerpo, su propia capacidad fantasmatizante…  La novedad actual es que la diversidad sexual ha encontrado un
lugar en el Otro, que ha legitimado las formas que se diferencian de lo instituido por el orden de sexuación patriarcal.
Así como los homosexuales fueron encontrando un lugar en el Otro, ahora lo van haciendo otras formas de la
sexualidad. Y esta es la gran novedad con la cual se encuentra el psicoanálisis: un cambio en el orden de 
sexuación, en el orden simbólico, un cambio en el Otro. Y ese cambio obliga a reconsiderar aspectos 
cruciales delcorpus teórico y de la clínica.
Considerando -entonces- lo vertido en el punto previo, es fundamental tener en consideración:
- Que hay una delgada línea de separación entre la absorción/utilización/manipulación/normalización, etc. que
el poder realiza de las formas que se han visibilizado -  merced al trabajo de los colectivos ligados a la
sexualidad, comenzando por los movimientos de liberación homosexual- ;
- Que puede haber un atrapamiento de la sexualidad en las redes del consumo y de las promesas del orden
capitalista, entre las que se encuentra la de que todo sería posible, que el todo sería posible, es más, deseable;
- Que  esas promesas incluyen una suerte de menú -en lo referido a la sexualidad- una oferta de sexualidad
prêt-à-porter muy adecuada al avance de la insignificancia, la exaltación del individualismo, el narcisismo y el
conformismo generalizado.
Finalmente: no debe perderse de vista que el psicoanálisis ha dado lo mejor de sí cuando mantuvo una mirada
crítica sobre lo instituido, sobre el malestar o lo que está más allá del malestar en la cultura.

FUENTE://http://www.elpsicoanalitico.com.ar/num22/clinica-franco-diversidad-diferencia-sexual-psicoanalisis.php
http://www.adoos.com.uy/post/17041332/psicologo

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