El estrés se asocia a malestar y enfermedad, pero en realidad es una reacción normal y positiva de nuestro organismo. Cuando percibimos una situación como peligrosa o que requiere un sobresfuerzo, en nuestro cuerpo se disparan una serie de reacciones automáticas orientadas a superar la dificultad con la que nos hemos topado. No es ni positivo ni negativo, es un acto reflejo, como parpadear y debería ser considerado, cuando se sostiene a medio y largo plazo, como el posible causante de dolencias más que como una enfermedad en sí mismo.Pero ¿qué ocurre cuando mantenemos una conducta refleja en el tiempo? ¿Qué ocurre cuando ésta conducta exige una energía extra a todo nuestro ser? Detectar que el causante de un malestar es el estrés es complicado, ya que a menudo es difícil unir los puntos y establecer la relación, y muchas vece se menosprecia como causa por el uso indiscriminado y popular que se hace del término.
Los síntomas visibles pueden indicar cualquier cosa antes que estrés: problemas digestivos, tensiones musculares, dolor de cabeza, ansiedad… y la reacción usual es atacar éstos síntomas en vez de focalizarnos en el origen de ellos. Por eso, algunos tratamientos farmacológicos, resultan un alivio momentáneo, pero no una solución. Es necesario ir un poco más allá, buscando otros indicios, desde la perspectiva de unicidad entre lo físico y lo psíquico.
Nuestro sistema nervioso produce una serie de reacciones físicas que nos ayudan a estar a la altura de una situación que nuestra mente interpreta como amenazante (cambios, decepciones, frustraciones, temores, y un larguísimo etcétera). Tenemos también el antídoto en nosotros, poseemos incorporados los mecanismos que producen precisamente el efecto contrario para recuperarnos. Sistemas antagónicos, el uno se para cuando el otro entra en acción y viceversa, organizados para equilibrarnos.
Lo que era un sistema perfectamente ajustado para nuestros ancestros frente a situaciones de riesgo,se ha convertido en nuestra propia trampa de autoprotección: cuando nuestro sistema de defensa se activa, nos vemos forzados a reprimirlo permaneciendo en un estado de alerta agudo, pero sin expresarlo ni exteriorizarlo, llegando a veces a incorporarlo a nuestras vidas y aprendiendo a convivir con ello.
Cuando somos niños y alguna situación nos causa estrés lo expresamos: lloramos o gritamos, exponemos nuestra emoción sin censura, sin importarnos dónde nos encontramos, quién está observando o qué pensaran de nosotros, para seguidamente dejar que el sistema de recuperación se active y conseguir volver a nuestro estado normal de confianza y tranquilidad, preparándonos de nuevo para lo que el presente nos depara. Dejamos que nuestro organismo regule lo que le ocurre y volvemos al equilibrio de forma saludable.
Los adultos tenemos los mismos impactos emocionales, con la diferencia que las convenciones sociales que ya tenemos interiorizadas nos inhiben de expresarlas como hacemos de niños. Pero no podemos evitar sentir miedo, angustia, inquietud, rabia, enfado… y si no ofrecemos ningún espacio a éstas emociones para aceptarlas, expresarlas y comprenderlas, el estrés puede tornarse crónico y desarrollar otras enfermedades que difícilmente podemos relacionar directamente con él y sanar.
¿Qué podemos hacer para poner freno a éste estado de alerta permanente?
No olvidemos las recomendaciones básicas para tener una vida saludable: buena alimentación, ejercicio moderado y descanso suficiente.
Pero también es fundamental ofrecer un espacio a la expresión a nuestras tensiones, tomar conciencia de nuestras emociones, orientarnos a nuestras necesidades y a su consecución. Nuestro ser, en su sentido amplio, nos pide en situaciones de estrés que conectemos con lo que está pasando en nuestro interior, en cómo nos está afectando nuestro funcionamiento diario, a permitir las emociones que surgen y encontrar un modo de expresarlas, yendo más allá de la culpa, detectando en qué nos reprimimos y por qué lo hacemos, a no obligarnos a sostener una situación perjudicial y prestarle nuestra atención, para descubrir que la amenaza real a veces es la interpretación que hacemos de ésta.Tenemos más capacidad de afrontar la realidad tal como es, que la fantasía que nos hacemos sobre ella.
Párate un segundo, respira profundo, cuida tu salud y tu bienestar, asume tu responsabilidad sobre las cosas, sin permitir que el estrés se instale como tu modo de vida por largo tiempo.
Por María Laura Fernandez
FUENTE: http://www.terapiapsi.com/control-estres-ansiedad-terapia/
http://www.adoos.com.uy/post/17041332/psicologo

Comentarios

Entradas populares de este blog

¿Qué es el fotolenguaje?

FODA Matemático: Cómo funciona , paso a paso

La diferencia entre adular y alabar