La envidia o el Síndrome de Solomon

En la jerga de las relaciones sociales se dice que padecemos el síndrome de Solomon cuando tomamos decisiones o admitimos conductas para evitar sobresalir, destacar o brillar en un entorno social determinado. Y también cuando nos obstaculizamos para no salirnos del camino común por el que va la mayoría. De forma inconsciente, muchos tenemos miedo de llamar la atención en exceso por miedo a que nuestras virtudes y nuestros logros ofendan a los otros. 

El síndrome de Solomon pone de manifiesto el lado oscuro de ser humanos. Por una parte, pone al descubierto nuestra falta de autoestima y de confianza en nosotros mismos, creyendo que nuestro valor como personas depende de lo mucho o lo poco que la gente nos valore. Y por otra, verifica una verdad incómoda: seguimos formando parte de una sociedad en la que se tiende a condenar el talento y el éxito que no son propios. Aunque nadie hable de esto, está mal visto que nos vayan bien las cosas. Y más ahora, en plena crisis económica, con la decadente situación que padecen millones de personas. 

Todos estas capacidades son estudiadas por la inteligencia emocional y mejorarla hará que aumenten nuestras capacidades.

Tras estas conductas se esconde un virus tan escurridizo como perjudicial, que no solo nos enferma, sino que frena el progreso de la sociedad: la envidia. La Real Academia Española define esta emoción como “deseo de algo que no se posee”, lo que provoca “tristeza o desdicha al observar el bien ajeno”. La envidia surge cuando nos comparamos con otras personas y sacamos la conclusión de que tiene algo que nosotros deseamos. Es decir, nos lleva a poner el núcleo en nuestros déficit, acentuando en lo que pensamos de ellos. Así es como se crea el complejo de inferioridad; de pronto sentimos que somos menos porque otros tienen más.

Bajo el virus de la envidia no somos capaces de alegrarnos de las alegrías ajenas. De forma casi inevitable, esta felicidad actúa como un espejo donde vemos reflejadas nuestras propias penurias. Sin embargo, reconocer nuestro complejo de inferioridad es tan doloroso, que necesitamos canalizar nuestra insatisfacción juzgando a la persona que ha conseguido eso que envidiamos. Solo hace falta un poco de imaginación para hallar motivos para criticar a alguien.

¿Cómo superarlo?

El primer paso para superar el complejo de Solomon consiste en comprender la pequeñez de albortarnos por lo que diga la gente de nosotros. Si lo pensamos objetivamente, tememos destacar por miedo a lo que ciertas personas puedan decir de nosotros para compensar sus déficits y sentirse mejor con ellas mismas.

Y ¿qué hay de la envidia? ¿Cómo se hace pequeña? Muy simple: dejando de despreciar el éxito ajeno para empezar a admirar y aprender de las cualidades y las fortalezas que han permitido a los demás alcanzar sus sueños y objetivos. Si lo que envidiamos nos destruye, lo que admiramos nos construye. Especialmente porque lo que admiramos en los demás empezamos a cultivarlo en nuestro interior. Por esto, la envidia es un maestro que nos revela los dones y talentos innatos que todavía tenemos que incrementar. En vez de luchar contra lo externo, vamos a utilizarlo para formarnos por dentro. Y en el momento en que superemos todos el complejo de Solomon, conseguiremos que cada uno ofrezca individualmente lo mejor de sí mismo a la sociedad.

"La conformidad es el proceso por medio del cual los miembros de un grupo social cambian sus pensamientos, decisiones y comportamientos para encajar con la opinión de la mayoría”
(Solomon Asch)
Fuente: http://psicologaamparocalandin.blogspot.com.es/2013/06/envidia.html#sthash.HZZyRzxG.dpuf

http://www.adoos.com.uy/post/17041332/psicologo

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