La desobediencia


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Erich Fromm[1] desarrolló un interesante estudio sobre la desobediencia publicado en su libro Sobre la desobediencia y otros ensayos (Ed. Paidos), y en su primer capítulo nos refiere textualmente:
El hombre continuó evolucionando mediante actos de desobediencia. Su desarrollo espiritual sólo fue posible porque hubo hombres que se atrevieron a decir no a cualquier poder que fuera, en nombre de su conciencia y de su fe, pero además su evolución intelectual dependió de su capacidad de desobediencia desobediencia a las autoridades que trataban de amordazar los pensamientos nuevos, y a la autoridad de acendradas opiniones según las cuales el cambio no tenía sentido-
Afortunadamente, como recoge en su trabajo Fromm, siempre han habido y seguirán habiendo mentes pensantes, y no necesariamente nada más que políticos, filósofos o científicos, que elevarán sus voces discordantes sobre las de los demás, sobre el statu quo establecido. De no ser así, la Tierra seguiría siendo plana, el Sol giraría a su alrededor, el hombre jamás habría evolucionado de otras especies, todos seríamos descendientes directos de Adán y Eva y un largo etcétera de enfrentamientos y herejías no habrían tenido nunca lugar, como tampoco se hubieran cometido tropelías a cargo de la Santa Inquisición, no se hubieran iniciado Guerras Santas que acabaron en masacres, ni se habrían quemado en la hoguera a infinidad de personas sólo por pensar diferente de quienes ostentaban la autoridad moral, tal y como pretenden hacer ahora determinados grupos islamistas.
No es siempre, la desobediencia, el resultado de llevar la contraria. La desobediencia responde en muchas ocasiones a anteponer los principios morales (virtud moral) de alguien sobre el cumplimiento puro y simple de las órdenes o normativas establecidas por otros. Responde al derecho inalienable del individuo a elegir una opción antes que otra. La persona debe poder optar siempre libremente, en tanto que sus principios espirituales o morales entren en colisión con los intereses de los demás, sean estos, sociales, profesionales, familiares o de cualquier otra índole.
Cuando las masas se deciden a salir a la calle y plantear una desobediencia civil, a través de la manifestación de su descontento hacia sus gobernantes, no están haciendo otra cosa que defenderse y luchar por sus principios y por sus derechos inalienables como individuos y, probablemente, el acto de desobediencia no sólo está justificado sino que era necesario como ahora mismo hemos visto que ha sucedido en tierras de Oriente Medio y del norte de África, dónde caen regímenes basados en la acumulación de poder y en el amasamiento de fortunas y relaciones con gobiernos de otros países más poderosos, auténticas autocracias corruptas y perversas en su origen y finalidad. Y, más recientemente, en Grecia y en España ya veremos.
De la misma manera, cuando alguien se niega a cumplir una orden en el seno de una organización empresarial o de cualquier otro tipo, basándose ciertamente en el principio de proteger el bien de una comunidad o de otras personas, no está cometiendo un actuación contraria a la Ley, sino que lo hace rigiéndose por principios morales, pese a que estos puedan contravenir leyes y estar sujetos a sanciones.
Y qué decir de una desobediencia militar. Las cargas policiales o de los ejércitos contra el propio pueblo, al que han jurado proteger y defender, en respuesta a las órdenes recibidas, son tan o más criminales que las órdenes dictadas para que se ejecuten dichas cargas, sobre todo en aquellos casos en que se trata de circunstancias políticas y, por ende, coyunturales.
Desobedecer puede estar, en muchas ocasiones, más que justificado pero tampoco podemos caer en el error de validar la desobediencia como una respuesta cotidiana y recurrente de todos aquellos a los que no les apetezca resolver los asuntos de una determinada forma y manera en el momento adecuado o porque prefieran cualquier otra opción. La desobediencia debería sustentarse siempre, al igual que cualquier ordenamiento, sobre una base sólida justificada y justificable a la que podamos recurrir cuando hayamos de argumentar nuestra actuación. Es decir, bien está que un empleado acabe desobedeciendo una norma porque a través de un proceso elaborado del pensamiento, alcance la consideración de que su ejecución podría comportar pérdidas o perjuicios para él, la empresa, sus compañeros o la sociedad; pero debe saber que, al final de su acción, se producirá un análisis de actuaciones (llámenle juicio si quieren), en el que se habrá de dilucidar si dicha actuación fue correcta y justifica la omisión de la ordenanza puntualmente o si, aún por encima de ese incumplimiento, conviene la modificación de la propia norma de cara a futuras actuaciones o, por el contrario, se deben depurar responsabilidades ante una flagrante actuación sin sustentación argumental, ni rigor técnico.
No es una cuestión sencilla, ni lo ha sido nunca. Atenerse a la autoridad pero siempre dejando puertas abiertas al diálogo antes que llegar a situaciones de ruptura por flagrantes injusticias que se puedan haber cometido. Y esa es la respuesta adecuada. Abrir puertas y dejar espacios de debate que permita que la obediencia se convierta en lo que debería no haber dejado de ser nunca: ob audire, el resultado de escuchar, de hacerlo entre todos, de escucharse unos a otros, con humildad, buscando siempre lo mejor.
Para acabar con la desobediencia me quedaré con unas frases de Marcela Robles[2] tomadas de un artículo suyo en el Comercio.com.pe que me resultan muy reveladoras en cuanto a la obediencia y a la desobediencia:
No esgrimo la desobediencia como un estandarte. Se trata de una metáfora que irradia estados interiores que salen a la luz luego de los procesos creativos, convertidos en una criatura que camina con sus propias patas, sin que uno pueda hacer nada para detenerla o amordazarla.
Tampoco menosprecio la obediencia. Cuando no se trata de un estado de hipnosis idiótica o robótica, o de sumisión, puede ser un buen entrenamiento; una disciplina que fortalece el ánimo, la templanza; la capacidad de entender mandamientos ajenos, y la comprensión de causas que no son las propias.
El asunto es que luego de ser expulsados crónicamente del parnaso de los que siguen las reglas al pie de la letra, y de lamernos las cicatrices, aprendemos el catecismo de la desobediencia creativa. El que nos enseña que si uno transita por los caminos que elige tiene que desobedecer algunas leyes del statu quo, e improvisar. Ahí surge un desafío mayor, el de la desobediencia a uno mismo, quizás la voz más autoritaria que existe: un mandato.
En muy pocas y bellas palabras nos expresa las virtudes y defectos de ambas posiciones: obediencia y desobediencia y, como dice Marcela Robles, la más autoritaria: la nuestra propia.
[1] Psicoanalista, psicólogo social y filósofo humanista americano de origen judeo-alemán (1900-1980).
[2] Poeta, dramaturga y periodista peruana.

http://www.adoos.com.uy/post/17041332/psicologo

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