Una historia de cestos y frutas…… ¿podridas?

frutas
Hace mucho mucho tiempo, en un pueblo muy lejano en el que los lugareños eran, la mayoría, artesanos de cestos que luego vendían para que sus clientes depositaran fruta en ellos, ocurrió que una crisis horrible azotó durante muchos años a todos los habitantes del lugar.
No sé si sería por la crisis o por otro motivo, pero la mayoría de los artesanos empezó a recibir quejas de los clientes que compraban sus cestos para depositar la fruta fresca que producían, en ellos.
Esta era un discusión muy habitual que se podía escuchar entre artesanos y clientes:
- No sé qué le haces a los cestos o cómo los haces que se me pudre la fruta fresca que pongo en ellos. No me duran nada – se quejaba el cliente.
- ¿Que qué le hago a los cestos? Nada. Los hago como siempre, como me enseño mi padre, y a él el suyo. ¿No será que tienes alguna fruta “podrida” en el cesto y te pudre al resto? – contestó el artesano
- La fruta que pongo es fresca. Pongo peras, manzanas, plátanos, kiwis, uva y naranjas de la mejor calidad. Debe ser el material que usas para hacer los cestos. Con la crisis, seguro que has bajado la calidad – replicó el cliente.
- Los materiales que uso siguen siendo de buena calidad. ¿No será de mala calidad tu fruta, que no aguanta nada? ¿Cómo la cultivas? – inquirió el artesano.
- Mi fruta la cultivo como siempre. Trato a todos los árboles por igual, los riego en abundancia y los fertilizo con los mismos nutrientes de siempre, así que la fruta que obtengo es buena. Es tu cesto el que pudre mi fruta, así que tendrás que cambiar la forma en que los haces – volvió a quejarse el cliente.
- No estoy de acuerdo. Tu fruta se pudre muy rápido. No es problema del cesto, sino de la fruta. Si fuera problema del cesto, se pudrirían todas – espetó el artesano, casi de manera axiomática.
Un día, una de estas discusiones elevó el tono más de lo habitual, llegando a llamar la atención de transeúntes y lugareños.
-¿Qué ocurre? -preguntó otro artesano, saliendo de su tienda.
- ¡Este cliente, que le echa la culpa de que se pudra su fruta a mis cestos! – exclamó el primer artesano, – cuando, en realidad, debe ser su fruta la que no es de calidad, y por eso se pudre.
- Si me permitís ayudaros a ambos, yo he tenido el mismo problema hace unos meses y he conseguido resolverlo –dijo muy amablemente el segundo artesano (al que llamaremos “artesano consultor”).
- ¡De acuerdo! –contestaron a la vez, el artesano y el cliente, dejando aparcada en ese instante tan acalorada discusión.
-Mirad – dijo el artesano consultor, – parece ser que la crisis tan profunda que hemos vivido ha cambiado el clima de nuestro pueblo.
Y continuó diciendo…
- Resulta que el clima es invisible al ojo humano. Es decir, es intangible, pero afecta (y mucho) a lo tangible, a lo que vemos y tocamos en nuestro trabajo diario.
- Pero bueno, esto no lo digo yo, lo dicen unas personas que se dedican a investigar con unos “aparatos aparatosos” a través de los cuales se puede ver y demostrar cómo actúan los componentes del nuevo ambiente en las personas y en sus resultados.
- Algunos de estos componentes son unos corpúsculos llamados “emociones y sentimientos” que, por lo visto, son muy poderosos, además de contagiosos.
- Dicen que hay otros componentes que se denominan “apoyo”, “reconocimiento”, “comunicación”, “autonomía”, “variedad”, “resiliencia” y una cosa muy rara que llaman “empatía” o algo así. Todos ellos se filtran en nuestros cuerpos y mentes de forma inconsciente, transformándonos.
- En fin, que yo aunque no me lo creía porque no veía todos estos componentes por ningún lado, decidí probar a cambiar mi lema “ver para creer” por el de “creer para ver” – terminó de explicar el artesano consultor.
-¿Y qué hiciste? – le preguntaron artesano y cliente.
- Pues, un día, reuní a mis clientes y les expliqué esto mismo. Les propuse que si el clima había cambiado (aunque no fuera visible a nuestros ojos), teníamos que cambiar la forma en que hacíamos nuestro trabajo. – contestó el artesano consultor.
- Así que yo me comprometí a analizar mis cestos en busca de mejoras, y mis clientes se dedicaron a analizar sus árboles frutales en busca también de posibles mejoras.
- Es decir, en vez de echarnos las culpas los unos a los otros y de lamentarnos por los malos resultados, nos pusimos de acuerdo para focalizar nuestra atención en aquello que pudiésemos mejorar – continuaba explicando el artesano consultor.
- Fue así como yo me di cuenta que la forma de mis cestos no mantenían durante mucho tiempo la fruta sana, y eso hacía que se pudrieran pronto – explicaba orgullos el artesano consultor.
- Por otro lado, mis clientes también detectaron que adaptando y ampliando sus propios recursos y nutrientes para regar sus propios árboles, conseguían una fruta mucho más sana y duradera.
- No entiendo, dijeron simultáneamente artesano y cliente – ¿Cómo puede tener tanto impacto en el resultado algo que no se ve?
- Porque el que el ojo humano no vea algo, no es garantía de que no exista. Nuestra visión está limitada por nuestros ojos y nuestro cerebro. Y así ocurre con el resto de sentidos – dijo el artesano consultor con firmeza y serenidad.
- La crisis cambió el clima de nuestro pueblo, lo aceptemos o no, y si no nos adaptamos, no obtendremos mejores resultados. –dijo el artesano consultor con absoluta convicción.
- Hablad con mis clientes. Su fruta ahora dura más y es más productiva porque yo he cambiado la forma en que hago mis cestos. Ahora éstos tiene huecos adaptados a las diferentes propiedades organolépticas de cada fruta – dijo con orgullo el artesano consultor.
- Y además, -continuó diciendo, -ahora mis clientes les llamo colaboradores porque trabajamos “alineados” en un mismo fin: conseguir resultados positivos para ambos. – Ahora nos conocemos mejor y potenciamos nuestras fortalezas y recursos para poder dar el mejor fruto que somos capaces de dar todos, siempre desde el respeto y cuidando la salud – concluyó el artesano consultor.
Y fue de esta manera como los demás artesanos y clientes se pusieron manos a la obra para trabajar juntos, centrándose en fortalezas, recursos y áreas de mejora en vez de quedarse “atascados” en lo que iba mal, echándose la culpa en uno al otro y quejándose improductivamente.
A partir de ese momento, el pueblo empezó a fructificar de nuevo y se convirtió en uno de los más prósperos de la comarca.
FUENTE: http://prevencionar.com/2014/12/17/una-historia-de-cestos-y-frutas-podridas/
http://www.adoos.com.uy/post/17041332/psicologo

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