Ceremonias de la agonia y modalidades del duelo en el desarrollo de la cultura

Sueño perdido de una muerte amaestrada. 
Hubo un tiempo en que la muerte estaba amaestrada; estaba `bajo el dominio´ de la cultura, no porque se supiera vencerla sino porque se sabía esperarla y saludarla con rituales gobernados por el mismo sujeto que iba a morir. Pero, junto con los avances en la lucha por prolongar la vida, el sujeto ha perdido ese cauto dominio: la muerte está excluida, `forcluida´, y esto repercute en los duelos que cada uno debe vivir.
El trabajo de Gisela Farias bajo el título `Las maneras de recuperar el buen morir´, nos lleva a plantar algunas reflexiones sobre el duelo, en la clínica y en la sociedad actual, empezando por una referencia histórica.
Durante mil años y hasta el comienzo de la Edad Media, se desarrolla un período que, siguiendo la clasificación de Philippe Ariès, llamaremos de `la muerte amaestrada´: el sujeto tenía amaestrada su muerte, la tenía bajo su dominio. La muerte `avisaba´ cuándo iba a actuar, y quien recibía el aviso era el que iba a morir. No era el médico el que anunciaba cuántos meses de vida le quedaban al paciente sino, al revés, las personas les comunicaban al médico la proximidad de su muerte. Cada persona sabía, `por naturaleza´, cuándo le llegaba su momento de morir. 
Habiendo recibido ese `aviso´, él mismo comenzaba a llevar adelante un ceremonial. En su habitación, desde su lecho, se dirigía a los vivos. A ese lecho se acercaba todo familiar que tuviera que ver con el muriente, y también el cura, el escribano, el abogado, el médico. Se acercaba la comunidad. En el lecho se preparaban los testimonios, se redactaban los testamentos; se dejaban las cosas preparadas para el tiempo posterior a la muerte. El que iba a morir estaba en tránsito y en esa condición era visitado con solemnidad y respeto. 
En aquella época se moría en público. Era muy importante la actuación del que estaba muriendo. A su alrededor estaba toda su familia. No se excluía de esta situación a los hijos; aun los más pequeños acompañaban a la persona que moría.
La gente esperaba la muerte. Aquel a quien había tocado el aviso esperaba, yacente. Hasta la muerte duraba la ceremonia pública organizada por el propio agonizante. La ceremonia tenía su protocolo, que todos observaban interesados porque, a su turno, ellos mismos deberían realizarlo. La muerte era parte de la herencia que se pasaba de padres a hijos. También por eso era importante que estuvieran los niños. La muerte era pedagógica. 
Ya se sabe que hoy, en cambio, impera el afán de apartar a los niños de las cosas de la muerte. Philippe Ariès dice: Hoy los niños saben la fisiología del amor, saben del sexo, del coito, pero, cuando el abuelo ha muerto, les dicen: `Se fue de viaje…´. Sólo se alude a la muerte haciendo de ella una ficción, `se fue de viaje´, `se fue al cielo´; la muerte sólo puede ser contada a condición de hacer de ella una historia de chicos.
Entrando ya en la modernidad tardía, una suma de factores fue generando un cambio dramático en la forma de morir. Se trata de lo que Ariès denomina `muerte excluida´. El que está muriendo no puede hacer nada; es un participante sin voz ni voto en su propia agonía. Todo lo deciden por él. Se empieza a engañar al muriente, es mejor que él no sepa la gravedad de su enfermedad; siempre `por amor´, `por su bien´, se trata de disimular sobre la enfermedad del otro, sobre su muerte. `Murió sin saber que iba a morir´. 
Con el desarrollo de la ciencia moderna, la medicina se hace capaz de meterse con la muerte y cambia su paisaje. Del hombre que moría en su lecho, se pasa a morir en los hospitales. Si en otro tiempo la muerte avisaba al muriente, hoy el muriente está entubado, ligado a un respirador artificial y a un tiempo de muerte que no le pertenece.
Y actualmente se discuten los criterios de lo que podría llamarse la calidad de muerte. Curiosamente, tratándose de los animales, nuestras mascotas, los veterinarios privilegian la calidad de la muerte. A los animales domésticos, cuando ya no hay placer ni autonomía ni futuro en sus vidas, se les administra una inyección letal indolora. Para los seres humanos, lo que se privilegia es que sigan viviendo, lo más que se pueda, al costo que sea.
En los humanos, el tema de la calidad de muerte remite al derecho a tener una muerte digna. Y esto se relaciona también con la noción de duelo. La muerte está socialmente excluida, no hay lugar para la muerte. Entonces, parecería que el duelo por el muerto no pudiese prolongarse por más de 48 horas, bajo riesgo de que ese duelo se constituya en `patológico´.
Es claro que las variaciones en la concepción de la muerte ligadas a los tiempos históricos no explican las variaciones singulares que encontramos con relación al morir. Sin embargo, cada muerte y cada duelo dependen también de lo que cada sociedad va construyendo acerca de la manera de morir y de duelar. Lo contextual condiciona al sujeto, además de estructurarlo, e incide en la forma como se desarrolla cada duelo, aun en sentimientos tan íntimos como la culpa, la vergüenza, la lástima. La sociedad tiene una manera instrumentada de morir y, hoy por hoy, a quien prolonga su duelo lo consideran como “enfermo”, porque en la sociedad de hoy hay que seguir la lógica del keep-busy, hay que mantenerse ocupado, `no te podés quedar´.
Para Sigmund Freud, la muerte y la sexualidad eran como los dos agujeros en el inconsciente. En este siglo los temas de sexualidad salen a la luz, pero en la cuestión de la muerte acontece una exclusión: la muerte es dejada afuera, es forcluida. La muerte es alejada de casa y se ubica en el hospital moderno. ¿Por qué no morir en casa? La muerte se percibe como algo sucio, y no hay cosa más combatida en nuestra sociedad que la suciedad. A nuestra sociedad de consumo se la caracterizó, en la década del 80, como `la cultura del jabón en polvo´. Esa ama de casa que se esmera por tener todo limpito, oliendo los buenos olores de esos buenos productos, se pondría como loca con un muerto en casa, ese muerto que tiene mal olor, que parece sudar. Un muerto es algo fuera de lugar en nuestra casa hoy en día: hubo que trasladarlo al hospital, como dice Ariès, clean and civil.
Y esto tiene que ver con el psicoanálisis. No solamente el cuerpo del muerto huele mal: sino todo aquel que hable de más de este tema huele mal. No hay tiempo que perder, keep busy, y, si bien quien no demuestra duelo es recriminado, el que se obstina en hablar demasiado del muerto también es sancionado: `Bueno, ya está bien…´. El final del duelo queda en quien escucha mientras que el enlutado, sin poder hablar, se angustia. Pero ahí puede entrar el psicoanálisis, no con la pretensión de un objetivo como el `cambio de objeto´ sino para habilitar un espacio donde se pueda hablar. Y esto, como se ve, es subversivo.
Por Martín Smud y Eduardo Bernasconi. Autores del libro Sobre duelos, enlutados y duelistas (ed. Lumen).
Fuente: http://divaneos.com/ceremonias-de-la-agonia-y-modalidades-del-duelo-en-el-desarrollo-de-la-cultura/
http://www.adoos.com.uy/post/17041332/psicologo

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