Un Llanto de Colores

En sus hombros parecía caer el peso de la historia, la suya y la de sus antepasados, la de un siglo por lo menos, acostumbrada al carrusel de la vida, donde a veces se gana y otras se pierde para luego, de todas formas, acabar curando heridas y volviendo a levantarse, creyendo que en la próxima todo irá mejor.
Pero esta madrugada se sentía diferente. Aunque tenía una larga lista de tareas se sintió rebelde e incapaz de seguir ignorando el cansancio, por pasarse la vida corriendo y corriendo sin parar, un día tras otro, desde hacía mucho, demasiado tiempo. Decidió quedarse unos minutos más recordando los sueños de la noche pasada, donde se vio luchando contra todo tipo de amenazas que le dejaban descompuesta y con un interrogante que hasta ese momento no había podido resolver, y que le torturaba secretamente desde hacía tanto tiempo:
 ¿Por qué, si tenía todo lo que cualquiera podría desear, se sentía tan poquita cosa?
Esta mañana se rebeló su cuerpo con una sacudida, contra su antiquísima resignación: “así es la vida“… “¿qué le vamos a hacer?” En cambio, aparecieron recuerdos, sensaciones, pensamientos reprimidos que salían imprudentemente a la consciencia, miedos, dudas, deseos, y toda una colección de sentimientos que habían permanecido dormidos, tal vez debido a la mala costumbre de despertar y olvidarse de sí misma, como si de un sueño más se tratara.
¿Olvidarse de sí misma? En eso sí que era una experta, se dijo. Estaba convencida de que el fallo era suyo, por supuesto!!. Y se pasó los siguientes minutos intentando descubrir, entre tantas, su mayor equivocación, ¿Tal vez hubiera tenido que ir a más fiestas?, ¿o comprarse ese maquillaje tan caro que vio en los anuncios de la tele?, ¿O haberse leído el último bestseller para tener de qué hablar? Porque eso tendrían que hacer las demás, las que aparecían tan felices en facebook, con más amigos que ella y con fotos siempre tan sonrientes, como si las hubieran sacado del álbum de la eterna alegría, como si todos los días fueran vacaciones, las de la playa en bikini, con mojito y pajita en la boca. Tan diferentes a los tiempos perdidos que ella pasaba dando tumbos por la ciudad, viviendo la vida de otros, mientras esperaba que le llegara la suerte de una vez por todas. A ella, tan poquita cosa. 
Todo le confundía, menos una única certeza: la necesidad apremiante de contacto y un temor insoportable al abandono, aunque en ese momento, aprovechando su perezosa capacidad de justificar lo injustificable en las mañanas, se dijo en silencio una sola verdad incuestionable: que acompañada, lo que se dice acompañada, no estaba.
Se sintió sola, se vio sola… estaba sola. 
Lloró un llanto de colores. Primero el gris de la amargura, que se fundió cuando se convirtió en el blanco del alivio, para pasar al violeta de la fuerza y quedarse dormida en el verde de la paz, soñando un arco iris de posibles.
Despertó. Salió de la cama sin esfuerzo, como si el aire que entraba por la ventana le hubiera levantado suavemente.
Se duchó. Y mientras cubría su cuerpo con espuma de jabón jazmín, se vio escalando la montaña, de cara al sol, con la rabia fuerte, con la piel curtida, con el alma nueva.
Respiró. Desconectó teléfonos y ordenador, miró al jardín por la ventana, desayunó croissants y chocolate. Sonrió, bailó, cantó, gritó… se abrazó. Caminó hacia el espejo.
Se miró. Desnuda, sin miedo y sin vergüenza.
Se dijo adiós.
Empezaba el camino de vuelta hacia ella misma. Ella, tan grande, tan bella, tan mujer entera.
Se dijo bienvenida.
En sus hombros parecía caer un aire de frescura, la vida, donde a veces se gana y otras se pierde, para luego, de todas formas, acabar curando heridas y volviendo a levantarse, creyendo en el presente, lo único que tiene.
María Clara Ruiz
FUENTE: http://mariaclararuiz.com/2012/07/03/dependencia-y-soledad-psicoterapia/
http://www.adoos.com.uy/post/17041332/psicologo

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