Ante la pérdida de un ser querido
Por Alejandra Palacios Banchero Psicóloga Clínica y Comunitaria
alepsicon@yahoo.com
“Cuando el centro de la vida de uno se ha destruido como el interior de un edificio, no nos puede extrañar que nos tome tanto tiempo para encontrar aunque sea una puerta que pueda empezarse a cerrar”.
Ellen Goodman
The Boston Globe, 1998
Has
pasado momentos terribles con la pérdida de tu ser querido. Así lo entendemos y
lo reconocemos.
Permíteme
ayudarte con una serie de informaciones que pueden servirte para comprender
mejor tus reacciones y poder manejar tu dolor.
Ante la muerte de una persona muy
querida las personas reaccionan de diferente manera y recuperarnos requiere
tiempo y energías.
El duelo es un proceso muy doloroso con
reacciones y síntomas que son totalmente normales y esperados. Puedes sentir: incredulidad, rabia, tristeza,
insensibilidad, resentimiento, miedo, angustia, culpa, soledad, alivio, apatía,
intranquilidad, sensación de oír o ver al ser querido, cambios de humor,
cansancio, insomnio, dolor de cabeza, pesadillas, problemas estomacales,
imágenes que de pronto te vienen a la mente, sensación de un nudo en la
garganta, desinterés, falta de concentración, no parar de hacer cosas, entre
otros.
La muerte de un ser querido es como una
herida que deberá cicatrizar. Pero este
proceso no es fácil ni inmediato, ni tampoco es igual para todas las
personas. Nos podemos demorar unos cuantos
unos cuantos meses o unos años y depende de nuestra personalidad, de la intensidad
y calidad del amor que sentíamos hacia esa persona; de la forma en que murió,
del apoyo y comprensión de nuestra familia, nuestros amigos, de la comunidad;
de poder o no comunicar nuestros pensamientos, ideas y sentimientos a los demás
con libertad y confianza y sin temores; de poder afrontar y resolver los
problemas que suceden al mismo tiempo y que empeoran nuestra situación.
Todo proceso de duelo, al igual que la
cicatrización de una herida, pasa por diferentes etapas y cada una de ellas
puede tener diferente duración.
Cuando recién nos enteramos de la
noticia, no creemos lo que ha pasado, estamos confundidos, inquietos, angustiados, lloramos, tenemos
problemas con nuestro estómago, sentimos dolor en el pecho, hacemos cosas sin
objeto y sin sentido, nuestro sueño y nuestro apetito no es igual.
Va pasando el tiempo y al ir aceptando
la situación, nos sentimos nerviosos por la separación, culpables,
malhumorados, agresivos, frustrados, con miedos, añoranza y llanto. Podemos sentir a la persona muerta, soñar con
ella, no creer lo que nos está pasando, hacer cosas como si el o ella estuviera
todavía vivo.
Pasamos luego a un estado en el que
queremos estar solos, descansar, nos volvemos impacientes, fatigados, débiles,
faltos de sueño, desesperados, desamparados, impotentes, sentimos que debemos
hacer algo ara sentirnos aliviados y salir de este estado. Sentimos algo idéntico a una depresión.
Vamos luego aceptando la pérdida y
volvemos a ser otra persona, cambiamos nuestro estilo de vida, retomamos el
control de nuestras vidas, abandonamos los papeles que cumplíamos antes,
buscamos un significado a las cosas, perdonamos y olvidamos. Podemos dormir mejor porque nos estamos
recuperando. Es decir, nuestra herida
está cicatrizando.
Una vez cicatrizada la herida,
realizamos los cambios necesarios para darle sentido y propósito a nuestras
vidas, recuperamos nuestra autoestima y orientamos nuestro interés hacia otros
y lograremos vivir.
Algunas personas hallarán consuelo
acudiendo a su comunidad religiosa, a sus amigos, a sus familiares, haciendo
ejercicios físicos, dedicándose más al trabajo, acudiendo a un profesional que
lo ayude, procurando estar con otras personas en la misma situación.
Pero, si pensamos que el alcohol o las
drogas nos pueden aliviar, estamos muy equivocados. No nos ayudará y los problemas se
agrandarán. Tampoco se sentirá alivio
cambiando de casa o de ciudad, el dolor lo llevamos con nosotros a donde vayamos.
Cicatrizaremos
más fácil nuestra herida, buscando información acerca de lo que es y lo que se
siente durante el duelo, cuánto dura, qué factores modifican o alteran el
proceso de cicatrización. Recordando las
circunstancias relacionadas con la muerte, podrán venir a nuestra memoria, los
detalles y las cosas que realmente pasaron y así recordaremos al ser querido
sin culpa ni rabia. Aunque es muy
doloroso, esto permite una mayor descarga de la angustia y el dolor. Es como la cura que hacemos a la herida
abiertas antes de que se inicie el proceso de cicatrización.
Reconociendo y tratando cada uno de los
componentes de nuestro dolor y realizando actividades para superarlos, la
herida se irá cerrando. Recuperando
nuestra realidad, nuestro sentido de la vida, nuestra personalidad y la
confianza en el mundo, estaremos estableciendo las bases para un futuro sano y
seguro en la comunidad, con nuestra familia y nuestro dolor. Queda la cicatriz que, como toda herida,
molestará de vez en cuando.
Es importante recordar que:
- No todas
las personas reaccionan igual a la muerte de un ser querido.
- Pensar
que nuestro mundo se ha vuelto confuso e inseguro, es normal en estas
circunstancias.
- La muerte de un ser querido no se
supera, uno se recupera y esto molesta de vez en cuando, como lo hace
cualquier herida.
- Revivir
la experiencia de la muerte del ser querido facilita la recuperación. El duelo que no se habla es duelo que no
cicatriza.
- La mejor
ayuda y apoyo que podemos obtener está en nuestra propia familia. Compartamos nuestro dolor y hablemos de
él con libertad y amor.
- Disimular
nuestro dolor no es bueno, no permite la comunicación con otros familiares
que pueden estar sintiendo lo mismo.
- Perdonemos
y olvidemos. Comencemos a asumir el
control de nuestra vida, realicemos los cambios necesarios para recuperar
nuestra realidad, nuestra personalidad y darle un nuevo sentido a nuestra
vida.
- En unión
de nuestra familia, compartamos el dolor y construyamos un futuro de
confianza, seguridad y esperanza.
http://www.adoos.com.uy/post/17041332/psicologo
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