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Introducción
El primero de febrero de este año un diario local publica la siguiente
información: Desempleo record en Europa, alcanza al10% de la población,
continuando luego con El desempleo en Europa alcanza el punto más alto en
los últimos 14 años al trepar a la alarmante cifra de 23,8 millones de personas
sin trabajo.
Dice Robert Castel [1] que la
existencia de cierto número de individuos expulsados de los intercambios
sociales nos muestra el desenlace de la dinámica de exclusión, que es
desocializante, quedando al final del recorrido una situación marginal:
desenganche en relación al trabajo y desenganche en relación a la inserción
relacional.
Si bien la inclusión es condición necesaria para ser parte de la trama
social, podemos preguntarnos a qué costo se llega a obtener la misma, ya que
entre las problemáticas laborales, además de la desocupación y el trabajo
precarizado en todas sus formas, están, en aquéllos que accedieron a un trabajo:
el maltrato, el mobbing y la exposición a trabajos de alto riesgo emocional o
físico que enferman y pueden producir síntomas de todo tipo.
Es claro el efecto desubjetivante que implica estar fuera del sistema
productivo, que constituye una violencia social; pero tampoco podemos negar los
efectos desubjetivantes de actividades laborales que enferman, sea en el ámbito
de la salud en sentido amplio, de la educación y el servicio
social.
Malestares laborales
Si pensamos en las situaciones de riesgo laboral, tomando el ejemplo del
ámbito empresario, existen en las empresas e industrias aspectos que controlan o
preservan la salud laboral, con disciplinas como Seguridad e Higiene del
trabajo, que reglamentan cuidados importantes para los trabajadores de cada
especialidad, así como las áreas de Recursos Humanos que investigan mejoras en
horarios, rotación, turnos, etc. según las condiciones de la tarea, apuntando a
la preservación de la salud y calidad de vida de los trabajadores. Ej.:
Indagaciones sobre grado de motivación y satisfacción con la tarea, encuestas de
clima laboral, etc.
Ahora bien, es importante interrogarnos por qué en áreas de servicios -no de
producción-, como la salud, la educación y el trabajo social, hay un
silenciamiento de los malestares que afectan a los trabajadores y trabajadoras.
Tanto los profesionales de la salud (médicos, enfermeras, psicólogos,
psicopedagogos, etc.), como trabajadores sociales y docentes - especialmente
maestros de escuelas primarias y secundarias-, tienen un malestar laboral que
habitualmente no está tomado en cuenta como para abordar su prevención y
elaboración.
A su vez su registro queda afuera del ámbito del trabajo ya que es percibido
como una problemática personal, con la paradoja de que afecta al trabajo en
términos de ausencias, consultas médicas y psicológicas frecuentes, licencias
por enfermedad, pedidos de pase a tareas menores, quiebres emocionales en el
ámbito de trabajo, crisis y rupturas al interior de equipos, etc.
Tomemos como ejemplo a profesionales que trabajan con víctimas de violencia
doméstica, o con víctimas de abuso, que se conectan con lo siniestro de la
cultura, vinculados con la presencia de la muerte constantemente, también
profesionales de unidades de terapia intensiva, ciertas urgencias médicas, o los
que atienden victimas de sucesos traumáticos.
En el caso de los docentes si bien no está estudiado ni investigado, el
relato social y las noticias de los diarios mencionan casos impactantes de
docentes agredidos por padres y por alumnos, sin que se vislumbren muchas
posibilidades de que esto disminuya.
Asimismo, en los docentes, se detectan pedidos de licencias médicas
reiteradas, jubilaciones anticipadas por problemas de salud, pases a tareas
administrativas de docentes con formación y experiencia, causados por estrés,
donde en la mayoría de los casos se debe a aspectos enfermantes de la
tarea.
El malestar de la cultura
Ahora bien, esos malestares, ¿a qué se deben? ¿de dónde provienen? ¿sólo de
la particularidad de cada tarea en cuestión? Si ampliamos la mirada, vemos que
se originan en un estado de violencia y falta de sentido imperantes en nuestra
cultura. Considero que esta exacerbación de las interacciones sociales en clave
violenta es algo que sería importante cuestionarnos.
Yago Franco [2] sostiene que el
estado actual de nuestra cultura hace que los sujetos se vean sometidos a un
estado de violencia secundaria (Aulagnier) colectivo, siendo atacado su
yo en sus funciones significantes e identificatorias.
De eso deviene un
sinsentido con dificultad en establecer un proyecto identificatorio, en
el cual los ideales del yo se ven trastocados en su función de elaborar el mundo
deseante del sujeto, que posibilita su inscripción en la cultura.
Dice Silvia Bleichmar [3] que hay un
malestar sobrante en nuestra cultura, que deja a cada sujeto despojado
de un proyecto trascendente que posibilite una futura disminución del malestar
reinante. Considera además, que se soporta el malestar que cada época impone, si
existe la garantía de que ese malestar cesará y la felicidad será alcanzada.
Ahora, pensemos qué pasa cuando son mayores las posibilidades de que ese
malestar no disminuya y hasta es muy posible que aumente, lo que aumenta a su
vez el sinsentido y la desilusión.
Siguiendo a estos autores, podemos pensar que parte de ese malestar sobrante
o violencia secundaria se manifiesta en los padecimientos de los profesionales
que trabajan en contacto con la violencia en todas sus formas, con las víctimas
de la trata, las enfermedades graves y las catástrofes sociales, funcionado como
testigos [4] o terceros de
apelación (Ulloa, 1995) ante lo que suele ser silenciado o
desmentido.
Poniendo el foco en el
trabajador
El antecedente que claramente podemos encontrar en cuanto a poner el foco en
el profesional, en los efectos que la tarea produce en su persona y sus
vivencias contratransferenciales con respecto los pacientes que atiende, son los
grupos Balint.
Michel Balint trabajó con grupos de médicos, reuniéndose periódicamente con
ellos, revisando la relación médico – paciente, poniendo el acento en la
contransferencia del profesional y promoviendo un espacio de reflexión y
elaboración sobre las dificultades en el trabajo con sus pacientes.
Asimismo
las diferentes escuelas psicoanalíticas trabajan con supervisiones que ayudan a
ver aspectos de la tarea clínica, que desde la contratransferencia permite
enfocar y revisar puntos ciegos vinculados al tratamiento.
Dice Mónica Sorín [5] en su libro
sobre arteterapia, “la interrogación de las transferencias y
contratransferencias del arteterapeuta, así como su modo de implicarse en la
tarea, sea esta de ámbito clínico o no, es fundamental para su psicohigiene y
para preservar la eficacia de la intervención”.
Como un paso más en cuanto a poner la mirada en el profesional y no en el
paciente, están los grupos de co-visión que inicialmente trabajaron Pavlosky y
Kesselman, donde se trabajan las escenas de captura profesional, multiplicando
las escenas asociadas del profesional y de todos los colegas del grupo,
produciendo múltiples aperturas y resonancias.
También, en 1979, Hernán Kesselman, Eduardo Pavlovsky y Luis Frydlewsky,
desarrollaron el concepto de escenas temidas del coordinador de grupos, que
permite explorar los miedos en el rol de coordinador y los mecanismos defensivos
que implementa, así como la conexión de éstos con lo histórico de cada uno. Se
trabaja psicodramáticamente desplegando las escenas consonantes, resonantes y
resultantes de cada coordinador [6].
En esta línea, con unos colegas trabajamos rudimentariamente hace mas de 20
años en un grupo de investigación que llamamos Salud del Terapeuta
[7] donde además de la formación y
supervisión, se propiciaban espacios focalizados en el profesional y su salud
con respecto a los efectos que la tarea produce.
En aquella oportunidad atendimos por ejemplo a un profesional que nos
consultó por su vínculo con un paciente terminal, manifestando que no se sentía
en condiciones de terminar el tratamiento por el monto de angustia que le
producía y si debería tomar la decisión de derivarlo o no.
Este caso, como otros, muestra la necesidad de prevenir y elaborar los
aspectos enfermantes de la tarea profesional de quienes atienden pacientes
terminales o víctimas de abuso y violencia, expuestos a la muerte o conectados
con lo siniestro de la cultura.
Con otros matices, pero no menos afectados, están los docentes que en este
momento histórico social de no ley padecen abusos y maltratos de alumnos y de
padres, con situaciones donde sumado a la tarea pedagógica habitual deben cuidar
que los alumnos no vayan armados y se dañen o dañen a otros.
El síndrome de Burnout
Entonces podemos coincidir en que el denominado síndrome de burnout
o estar quemado engloba todas estas patologías profesionales que es necesario
tener en cuenta, deconstruir y no silenciarlas.
Partiendo de que Aubert y Gaulejac (1991) llaman al síndrome de
burnout, enfermedad de la idealidad, ampliando este concepto
en un texto ya publicado, describí lo que denomino el síndrome de la
desilusión [8], ya que los profesionales que
realizan las tareas que mencionamos sienten una falta de conexión,
desvitalización y motivación para la tarea que se debe, en parte, a la distancia
entre lo que se imaginaron y soñaron para su carrera profesional y la situación
real, con aspectos de padecimiento, angustia y frustración.
Ahora, para detectar el síndrome de burnout, es necesario tener en
cuenta cuatro indicadores del grado de sufrimiento o no, de un profesional:
- Relación con la institución, modos de liderazgo, comunicación,
infraestructura y reconocimiento.
- Relación con la tarea, características
de la misma.
- Relación con el equipo de trabajo.
- Efectos de la tarea
en la persona del profesional.
Entonces, en el vínculo con la institución, con la tarea, así como en
relación con el desgaste personal, los aspectos a tener en cuenta, según el
cuestionario Maslach Burnout Inventory (MBI), son: el agotamiento o cansancio
emocional, la despersonalización y el grado de realización personal en su tarea
[9].
Posibles dispositivos de salud
Ahora, habiendo establecido indicadores de burnout, nos podemos
plantear cual sería la propuesta para prevenir y elaborar el mismo en la
actualidad.
Desde mi experiencia, trabajo con el dispositivo de grupo taller, con el
equipo interdisciplinario completo, incluyendo al personal de soporte
administrativo, con una frecuencia quincenal, trabajando con los emergentes
grupales siempre focalizados en el trabajo, el equipo, la institución y la
persona de cada operador, sea éste profesional o no.
Habitualmente, en un primer momento, surgen todos los malestares depositados
en la institución (Sicardi, 2011) la cual en la mayoría de los casos tiene su
causa evidente, pero si todo el malestar se enfoca ahí, podemos concluir que es
algo defensivo a los fines de no registrar malestar con la tarea.
Parecería que esta defensa permite no interrogarse acerca de la tarea
profesional y seguir soportando violencia secundaria (Aulagnier, 1997),
configurando un vínculo masoquista con el trabajo, porque es lo conocido y no
hay otro modelo posible. Esto es trabajar parecerían decir los
operadores en esa situación, naturalizando el padecimiento.
En estos casos en que el malestar está negado, no se registran, por ejemplo
el contacto constante con la muerte que tienen quienes atienden a mujeres y
niños víctimas de violencia doméstica y abusos de toda índole, donde el
partenaire violento no duda en matar a sus propios hijos en una
demostración de poder y dominación aniquilantes.
Este enfoque permite detectar el grado de malestar de cada persona y la
existencia o no del llamado síndrome de la desilusión, ya
mencionado.
En una segunda etapa en el grupo taller se despliegan psicodramáticamente
escenas del vínculo con la institución, con el equipo y con la tarea, apuntando
a la detección del costo en salud psicofísica proveniente de la
misma.
Un caso como ejemplo
En un grupo interdisciplinario se trabajó durante varias reuniones en un caso
que había desvastado al equipo:
Una mujer que había consultado y que tenía
las medidas cautelares para que no se acerque el maltratador, decide hacer una
excepción y deja que venga a su casa a saludar por fin de año al hijo que tenían
en común, de seis años y en esa ocasión, acuchilla a ambos.
Los profesionales que la atendieron, impactados por la noticia, que salió en
los diarios, se preguntaban que habían hecho mal, si no habían detectado un
riesgo tan grave en el caso.
En este caso en el grupo taller se trabajó con la angustia, la culpa
persecutoria, y la incidencia en el equipo de esta situación traumática, el cual
se solidarizó fuertemente con los profesionales afectados directamente -así como
otros equipos de la misma institución-, llegándose luego a un planteo
institucional acerca de cómo querían ser cuidados al tener en sus manos,una
tarea que los contacta con lo siniestro de la cultura.
En dicha oportunidad, se complementó esta intervención con el ofrecimiento de
entrevistas individuales de contención a los directamente afectados por este
hecho y en la segunda reunión luego de ocurrido este hecho, una de las
profesionales, al terminar el grupo, dice: ¿podemos tener una línea constante
que se llame 0800 - burnout?
Conclusiones
Podemos preguntarnos si los posibles dispositivos son un abordaje suficiente
y efectivo para prevenir y contrarrestar los efectos enfermantes del trabajo en
este más allá del malestar en la cultura, ya mencionado.
Si la desocupación y precarización del trabajo constituyen una violencia
social, no es menor el efecto violento que produce en muchos trabajadores el
hecho de que por temor a la exclusión social, trabajen sin mirar en qué, en
dónde y con quiénes y cómo esto los afecta o no.
Los talleres de prevención del burnout, los grupos de co-visión, las
supervisiones y la revisión de las escenas temidas, no serán suficientes si no
nos interrogamos acerca de este momento histórico-social, centrado en el
consumo, no importa cual sea la mercancía: el trabajo, la salud, la tecnología,
las nuevas técnicas reproductivas, las dietas, los posgrados, las sectas y los
abordajes mágicos para curar todo tipo de males.
La lista puede no tener fin… y hasta los vínculos pueden ser sólo un consumo
más en la voracidad de este capitalismo tardío. No obstante, vale la pena
intentar sacar un ladrillo del muro de la deshumanización. |
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Bibliografía
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[1] Castel Robert, La dinámica de los procesos de marginalización: de la
vulnerabilidad a la exclusión. El Espacio Institucional. Lugar editorial,
Bs. As. 1991.
[2] Franco Yago, Más
allá del malestar en la cultura. Editorial Biblos / Psi, Buenos Aires,
2011.
[3]
Bleichmar, Silvia, La subjetividad en riesgo. Editorial Topía,
Buenos Aires, 2005.
[4] Sicardi, Leonel,
Enfermar como efecto de ser testigo. Abordaje del síndrome
de Burnout. En El Psicoanalítico número 4.
[5] Gysin Capdevila,
Mercedes y Sorín Zocolsky, Mónica (compiladoras), El arte y la
persona. Arteterapia: esa hierbita verde. ISPA Ediciones, Barcelona,
2011.
[6]
Frydlewsky, L., Kesselman, H. y Pavlovsky, E. “Las escenas temidas del
coordinador de grupos”, Editorial Fundamentos, Madrid (España),
1979.
[7] Coviello E., Cuervo L., Groppa S., Manrique G., Mistorni I.,
Sicardi L., artículo La salud del terapeuta: una resistencia
singular, Boletín de Talleres de Psicoterapia, Mayo 1989.
[8] Sicardi, Leonel, Crisis
del ideal profesional. El síndrome de la desilusión. En
El Psicoanalítico número 6.
[9] Maslach, C., Jackson, S. E., & Leiter, M. P. The
Maslach Burnout Inventory (3rd ed.). Palo Alto, CA. Consulting
Psychologists Press
(1996). |
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