Una interacción de múltiples variantes genéticas explica en parte el autismo


Diario Médico   
miércoles, 11 de abril de 2012
La revista Nature publica esta semana tres estudios que ayudan a esclarecer el papel de la genética en el autismo. Los trabajos apuntan a un entramado genético muy complejo que influye en la enfermedad y que de entrada ha servido para identificar a unos cuantos genes asociados y para confirmar algún factor de riesgo bajo sospecha del trastorno. Los trastornos del espectro autista tienen una base genética, que en parte ya se ha identificado, aunque sin llegar a clarificar su contribución exacta en la patología. Tres estudios que se publican en el último número de Nature abordan esta cuestión. Juntos, estos trabajos sugieren que el trastorno del espectro autista puede aparecer por variaciones en diversos puntos del genoma que no están relacionadas entre sí. De su lectura se desprende una extensa relación de datos genéticos tan complejos como el propio tratamiento de esta enfermedad, pero que constituyen un buen punto de partida para el desarrollo de nuevas terapias, métodos diagnósticos y más hallazgos sobre su etiología genética.
El primer estudio, encabezado por Matthew State, de la Universidad de Yale (New Haven), ha partido de la secuenciación de los genomas de 238 familias (928 individuos), cada una de las cuales tenía un miembro con autismo. Así se detectaron varias mutaciones muy perjudiciales en genes expresados en el cerebro que se asocian con el trastorno autista. En concreto, se ha visto que la presencia de múltiples variantes de nucleótido único independientes en el mismo gen constituye un factor de riesgo.
En el segundo trabajo, cuyo primer firmante es Brian O'Roak, de la Universidad de Washington, en Seattle, se han analizado los exomas de 209 familias: padre, madre e hijo afectado por la enfermedad. Además, se secuenciaron los exomas de otros 50 hermanos sanos. De los varios centenares de mutaciones de novo o espontáneas asociadas con el trastorno del espectro autista, estos autores concluyen que la mayoría tienen su origen en la carga genética del padre. No sólo eso, sino que las mutaciones son más frecuentes en los niños nacidos de padres añosos. Estos hallazgos, sumados a otros trabajos previos, apuntan a alteraciones genéticas vinculadas a la concepción. Como abunda el coordinador del estudio, Evan Eichler, del Departamento de Ciencias Genéticas de la Universidad de Washington (Seattle), se confirma como factor de riesgo de autismo la paternidad tardía.
Tres genes
Por último, el trabajo llevado a cabo por investigadores del Instituto Broad, en el Hospital General de Massachusetts, en Boston, bajo la dirección de Mark Daly, concluye que muchas de las nuevas mutaciones que confieren el riesgo de autismo están distribuidas a lo largo de cierto número de genes y que no necesariamente desencadenan la enfermedad en sus portadores. En total, estos científicos presentan dieciocho genes candidatos a causar la enfermedad, en los que se localizan una serie de mutaciones de novo. De ellos, destacan tres genes por su fuerte asociación con el autismo: KATNAL2, cuya función aún no se conoce; SCN2A, que codifica la proteína que en el cerebro forma los canales de iones de sodio, y CHD8, regulador de la transcripción y modificador de la cromatina. La interacción de este último junto a KATNAL2 ayudaría a explicar menos del uno por ciento del riesgo genético del autismo.
(Nature DOI: 10.1038/nature10945/ 10.1038/nature 10989/ 10.1038/nature110 11).

Pistas en adn no codificador de proteínas

Si los estudios que se publican en Nature se han centrado en parte en el exoma (ADN codificador de proteínas), otro estudio genético, también sobre el espectro autista, ha indagado en los genes no codificadores. Un grupo de investigadores de la Universidad de Southern California en Los Angeles publica esta semana en Science Translational Medicine, que el ARN de uno de estos genes, MSNP1AS, parece vincularse a otro que a su vez sí codifica la proteína moesina, clave en el desarrollo cerebral. Tara Kerin, primera firmante del trabajo, ha analizado muestras cerebrales postmortem de pacientes y ha constatado que los niveles de MSNP1AS eran mayores en los enfermos que en sujetos sanos.
(Scie Transl Med 2012; 128: 128ra40).


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