La perversión de las “Etiquetas”

por María Vázquez-Costa




Se puede establecer una distinción entre diagnóstico y etiqueta en base a diversas variables: objetivo y función del término, contexto en el que se utiliza, lenguaje no verbal y explicaciones que lo acompañan, etc. Un diagnóstico, para ser útil, debe dar información sobre las causas del problema (cómo se originó, o bien por qué se mantiene) y los posibles tratamientos. Si no es así, el diagnóstico no sirve a su función, y se convierte en una etiqueta.



Los diagnósticos en el ámbito de la salud mental tienen características peculiares.



A menudo la información que dan es limitada, aproximada y confusa, dada la complejidad del funcionamiento psíquico del ser humano y el desarrollo aún incipiente de las ciencias que lo estudian. No se conocen con exactitud las causas de prácticamente ningún trastorno o alteración “de la mente” que, por lo general, son mútiples; bastantes diagnósticos se basan en una agrupación de signos y síntomas, que pueden aparecer conjuntamente, pero cuya interrelación está por descubrir; además, para diagnosticar algo, deben cumplirse sólo una proporción de los items sugeridos, p.ej. 5 características de 9 posibles, con lo cual puede haber dos personas con el mismo diagnóstico y muy diferente presentación.



Por último, diversas escuelas médicas y psicoterapéuticas defienden la mayor eficacia de diversos tratamientos, produciéndose con frecuencia luchas de poder, en las que por supuesto las empresas farmacéuticas y sus intereses económicos juegan su papel.



Por todo ello, los profesionales de la salud mental deberíamos cuidar el uso que hacemos del lenguaje, y en especial de los diagnósticos. Convenimos con Echeburúa en su afirmación sobre los efectos iatrogénicos de las etiquetas en la persona: “si la etiqueta es de enfermo, la persona se sentirá enferma”. A esto hay que añadir las connotaciones asociadas a determinados términos que, en ocasiones, pueden ser más dañinas que la propia enfermedad en sí. Con esto nos referimos, tanto al imaginario social respecto a determinadas enfermedades, por ejemplo la esquizofrenia, como a la información transmitida implícitamente por el profesional (actitud, gestos, tono de voz…) que revela lo que él mismo piensa sobre el problema del paciente, como sucede por ejemplo con el diagnóstico de “trastorno de personalidad”.



Una de las maneras en que un diagnóstico poco riguroso puede ser perjudicial para la persona, es a través de la “profecía autocumplida”, por la cual, lo que el paciente espera sobre sí mismo y lo que el profesional espera de éste, acaba haciéndose realidad. Por ejemplo, no es lo mismo decir “esquizofrenia”, con su connotación de enfermedad incurable, que “episodio psicótico”; en este caso concreto, las variables temporales y síntomas asociados son especialmente importantes a la hora de afinar el diagnóstico, y no vale “meterlo todo en el mismo saco”.



El curso y pronóstico de muchos de los trastornos psicopatológicos clasificados en el Manual Diagnóstico (DSM) depende de la actitud de profesional y paciente, de la confianza mutua y del tratamiento proporcionado. Un diagnóstico que no orienta en el tratamiento es una etiqueta, que abre el camino a los prejuicios en vez de a la curación o mejora. Esto es algo que ni profesionales ni pacientes debemos permitir.



En el próximo post os hablaremos del caso concreto de las “etiquetas” en el Trastorno Límite de Personalidad.




http://www.adoos.com.uy/post/17041332/psicologo

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