La perversión de las etiquetas (III): el paciente manipulador



por María Vázquez-Costa



El mes pasado hablábamos de las etiquetas y el trastorno límite de personalidad (TLP). Una etiqueta frecuentemente aplicada a las personas con este diagnóstico, aunque también a otros pacientes con enfermedades mentales, es la de “manipulador”. La capacidad de manipular no es un criterio diagnóstico; hay enfermos mentales manipuladores y no manipuladores, igual que hay personas “sanas” manipuladoras y otras que no lo son.



Sin embargo, esta expresión abunda en la literatura que discute y describe a las personas con TLP, hasta el punto de que podría suponerse el principal problema que estos pacientes plantean a los servicios psiquiátricos, o el principal criterio definitorio de su trastorno (Bowers, 2003). Los clínicos usan el término como una categoría supraordinada en la cual incluyen maneras de interactuar moralmente “malas”. Se trata de un juicio negativo, vago en contenido pero poderoso en efecto: inútil a nivel terapéutico, pero que sirve para interactuar con prejuicios.



La investigación sugiere que los médicos incluyen en el saco de la manipulación desde el acoso, la intimidación, la construcción de relaciones especiales, la mentira y la estafa, la utilización del engaño para una ganancia personal sin preocupación por las víctimas, hasta la amenaza de hacer una reclamación oficial si no se cumple una petición del paciente. Sin embargo, nadie llamaría manipulador al ciudadano que amenaza con hacer una reclamación a la compañía con la que ha contratado internet (por poner un ejemplo) si no cumplen su petición de reparar un fallo en la instalación. ¿Por qué entonces llamamos manipulador al paciente que reclama, pide, insiste y emplea todos sus recursos (aceptando que éstos no siempre son los más apropiados) en conseguir una mejor atención a su salud mental, o lo que él cree que es mejor para él?



Existe un desajuste entre el significado del término en los escenarios cotidianos y los clínicos: comportamientos como mentir, intimidar, demandar un tratamiento que se considera mejor, intentar seducir, buscar alianzas y crear divisiones se consideran manipuladores en el ámbito clínico. En la vida ordinaria, muchos comportamientos similares no son llamados así. ¿Este desajuste está justificado? ¿No seremos todos nosotros más manipuladores de lo que pensamos –y, si es así, qué indicaría este descubrimiento sobre la salud mental de las personas corrientes?



La mayoría de la gente ocasionalmente engaña, es indirecta sobre lo que quiere, disfraza sus sentimientos verdaderos e intimida a otros (Goffman, 1952). ¿Cómo podemos distinguir un comportamiento manipulador normal del patológico? ¿Por qué los pacientes son vistos a través de una lente de manipulación disfuncional más que como participantes en interacciones sociales tácitamente acordadas, o tratando de negociar o persuadir en una relación en la que otro tiene el poder? Podríamos considerar al paciente como una persona que intenta desenvolverse o negociar cambios en los roles sociales con el fin de no sentirse menos poderoso y “en deuda” (con el profesional, con sus padres, etc.).



Un concepto nacido del pensamiento filosófico y que puede resultar útil para prevenir o sanar relaciones de manipulación es el del reconocimiento recíproco (e.g. Costa et al, 2011). Concepto que subyace a las relaciones interpersonales pacíficas, en las cuales las personas se tratan como seres con dignidad y valor propio. Aplicado a la relación clínica requiere, por una parte, la confianza del paciente en el profesional al que consulta y, por otra, la iniciativa profesional de compartir decisiones con el paciente. El reconocimiento recíproco se situaría en el extremo opuesto a la manipulación, que aparece en la lucha de las personas por ser reconocidas y respetadas.



Reflexionar sobre nuestras relaciones personales y profesionales nos puede ayudar a detectar el miedo o la ignorancia que subyacen a los prejuicios y las necesidades no reconocidas que preceden a la manipulación. Reconocer a la persona que tenemos al lado, en su dignidad y su humanidad, en su fortaleza y su vulnerabilidad, fomenta unas relaciones libres y maduras.




http://www.adoos.com.uy/post/17041332/psicologo

Comentarios

Entradas populares de este blog

¿Qué es el fotolenguaje?

FODA Matemático: Cómo funciona , paso a paso

La diferencia entre adular y alabar