La perversión de las etiquetas (II): Trastorno Límite de la Personalidad

El capital no es un mal en si mismo, el mal radica en su mal uso (Gandhi)




por María Vázquez-Costa



Reflexionábamos en un artículo anterior sobre la diferencia entre diagnóstico y etiqueta, y el daño que a veces ocasionan los diagnósticos en salud mental, por ejemplo, a través de la “profecía autocumplida”. Hoy nos vamos a centrar en el caso del Trastorno Límite de Personalidad (TLP), término cada vez más popular, que ejemplifica bien lo que puede dejar de ser un diagnóstico para convertirse en una etiqueta.



El TLP es un diagnóstico controvertido, objeto de numerosos estudios. A menudo se trata de personas con síntomas y problemas complejos que pueden generar gran frustración en el profesional, entre otras cosas, porque no suelen mejorar con los tratamientos tradicionales (e.g. terapia cognitiva, fármacos antidepresivos, etc.). Esto se traduce en la equiparación implícita de “TLP” con “paciente difícil”, “intratable” y otras etiquetas peyorativas.



Diversas investigaciones (e.g. Gallop, Lancee y Garfinkel, 1989; Bowers, 2002) demuestran que la etiqueta “TLP” es suficiente para disminuir la empatía expresada del personal sanitario. Muchos profesionales sanitarios piensan que los pacientes TLP merecen un tratamiento menos empático, que su diagnóstico es malo o manipulador o que son culpables de su comportamiento. Esta entrada en el terreno del juicio moral, rebasando los límites de nuestro campo profesional, añade al peso de la enfermedad el de la “maldad”, perversión o inadecuación personal.



El trato de los profesionales a las personas con TLP, derivado de estos prejuicios, pone en marcha la profecía autocumplida: si una persona, especialmente vulnerable, es tratada con poca empatía, con rechazo o con desagrado, responderá de manera desagradable y poco empática, concluyendo por otra parte que en el fondo recibe el trato que merece porque es mala, o bien que “los otros” son malos y hay que defenderse de ellos, o ambas cosas. O, si el profesional considera que el paciente “es incurable”, que no hay nada que hacer o que sólo mejorará “con la edad”, le invita a caer en la desesperanza, y parece que sólo queda la alternativa de “aferrarse a su etiqueta” para justificar sus dificultades (emocionales, relacionales, laborales)… y esperar, compasión, un milagro, o que pase el tiempo lo más rápido posible. De este modo, la persona no sólo no mejora, sino que a pesar de –o “gracias a”– la intervención profesional, empeora y se cronifica, lo que a su vez refuerza la opinión del profesional de que “no había nada que hacer”.



Actualmente existen suficientes datos sobre tratamientos posiblemente eficaces para el TLP. Es un trastorno complejo pero tratable y “curable”, aunque requiere una buena cantidad de recursos personales y de tiempo, así como formación por parte del terapeuta. A veces, a los profesionales nos resulta más fácil decir “no se puede” o “tú no has querido” que reconocer nuestra ignorancia o limitaciones. Como humanos, todos tenemos límites y, si los reconocemos, dejamos abierta la opción de buscar otras salidas. Las personas aquejadas con un diagnóstico de TLP que han perdido la esperanza, pueden y deben buscar al profesional que esté dispuesto a caminar con ellos para salir de la oscuridad, por encima de las etiquetas.



En un próximo artículo profundizaremos sobre los “pacientes manipuladores”… y la manipulación en la vida cotidiana.




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