Después de ‘m’ va ‘b’. Porque sí.

Por María Cristina Oleaga
mcoleaga@elpsicoanalitico.com.ar

“Uno empieza cediendo en las palabras y termina cediendo en la cosa misma”
Sigmund Freud

¿Liberación?

“¿Después de ‘m’ va ‘b’? ¿Y por qué?” dirá el niño, informado acerca de semejante arbitrariedad. “¿Por qué coartan la posibilidad de expresión de mi angelito?” dirá el padre, convencido de que al escribir ‘bomvero’ en lugar de ‘bombero’ el pequeño avanza triunfante en su camino de hombre libre. El adolescente tipo, por su parte, se encogerá de hombros -mientras escribe “t kiero” en la pantalla de su celular, escucha música en el mp4, y chatea con alguien- y nos preguntará: “¿Vos me entendistes (sic)? ¿Sí? ¡Entonces todo bien!” Nos quedamos con la sensación de ser el ‘mensajero de las malas noticias’. Sin embargo, además de sentirnos en ese lugar, nos parece que algo crucial se juega en que después de ‘m’ siga yendo ‘b’.

Otros nos dicen, con razón: “La lengua es un cuerpo vivo, cambiante. La Academia, cada tanto, se pone al día con los usos que la gente va dando a los vocablos.” Es verdad. De todos modos, se nos instala una pregunta insidiosa: ¿Es solo el uso que la gente le da a la lengua lo que la va alterando? ¿Es inocente esta afectación cada vez más arrasadora sobre el lenguaje? ¿Es deseable alentarla?

¿La gente? ¿Hoy?

Reconocemos, en muchos cambios tomados en cuenta por la Academia, los retazos de idiomas que nos regalaron los inmigrantes. Así, por ejemplo, ‘septiembre’ perdió la ‘p’, aunque se acepta su uso según la escritura anterior y Psicología se puede escribir con o sin la ‘p’, aunque se pierda, así, la evidencia de su lazo etimológico con ‘psyche’. Pero últimamente asistimos a otro tipo de destrucción, casi devastadora, y creemos que no es un aporte de ‘la gente’ sino que se sostiene en una coyuntura socio cultural muy peligrosa.

Se eliminan las particularidades de un idioma, como se ha intentado en el caso de la ‘eñe’; se amplían los dominios de letras que tienen poco uso en castellano, como la ‘k’ o la ‘w’ ‘(ke’ por ‘qué’, ‘weno’ por ‘bueno’); se inventa un ‘idioma’, el así llamado “Idioma MSN” o “Mésenller” [1]. ¿Podemos atribuir estos avances sobre la singularidad lingüística exclusivamente a la creatividad de la gente que –liberada de incómodas ataduras- es ahora ‘dueña’ del idioma?

Pensamos que ese ¿dialecto? cibernético es muy bienvenido en ámbitos que ven la pluralidad de las lenguas como el último y mayor obstáculo para la globalización del sagrado dios mercado. Veamos, por ejemplo, cómo se promociona –desde Entel, empresa privada chilena de comunicaciones- el “Idioma xat”. Anuncian y promocionan, así, su ‘producto’: “’Dicnario Xat’ para mensajes de texto. Aprende a comunicarte en lenguaje xat. Este nuevo ‘idioma’ ya se ha masificado entre los jóvenes, quienes lo encuentran rápido, entretenido, sencillo, menos cansador y más difícil de ‘sapear’” (sic). [2]

Tomemos más detenidamente la propuesta. Hay que comunicarse con rapidez, ¡gran valor en los tiempos de la prisa! Hay que estar entretenidos, quizás de acuerdo al origen de la palabra, en francés: ‘mantener juntos’ aunque en versión ‘conectados’. Hay que alejarse de inútiles complejidades: ¡Alabada sea la sencillez, la que nos vuelve tan inocentes como niños y tan vulnerables como mascotas! Hay que evitar el cansancio, para lo cual es crucial mantenerse siempre en acción, pero flotando en temas sencillos, que no nos exijan demasiado. Por último: hay que evitar el “sapear”, palabra que, en Chile, refiere al ser espiado y/o delatado. Después de todo, los mensajes en la Red van y vienen, entre conocidos y desconocidos; todos pueden crear un mundo de armonía y felicidad… o –también- atacarse entre sí en un todo vale amenazante [3]. Hay que estar, por lo tanto, siempre en alerta.

Las tecnociencias ofrecen, asimismo, denominaciones que cautivan al sujeto, que provocan su identificación, no sin peligrosas consecuencias para sí. En este sentido, por ejemplo, se impone el: “Me colgué” cuando alguien se olvida de una cita, cuando deja de hacer algo prometido; o sea: en ocasiones en que el sujeto se sustrae al compromiso contraído. “Es un colgado” es una forma divertida, casi cariñosa, de calificar a alguien que no estuvo a la altura de su responsabilidad. ¿Acaso no es esta expresión toda una indicación para pensar en el aplanamiento de la subjetividad del que hemos hablado tantas veces en esta publicación?

Las computadoras son las que se cuelgan y, aunque nos saque de quicio esa eventualidad, no podemos enojarnos con nadie ni responsabilizar a nadie cuando eso sucede. El sujeto, el que da su palabra y no puede sostenerla, no se cuelga, salvo que interpretemos el ‘colgarse’ como ‘suicidio’ de su ser más íntimo. El ha desaparecido de su propia palabra dada. El avance destructivo sobre el lenguaje no es inocente, puede ser letal. No creemos que sea deseable alentarlo sin más.

Entonces, ese cambio que nos preocupa no lo realiza ‘la gente’ o, al menos, no se trata solamente de creaciones colectivas. Sin embargo, sí las hay ¿qué duda cabe? Recordemos la consigna, que hoy da vuelta al mundo, surgida del seno de multitudes que cantaban en la calle -consigna sin dueño- en su sugerente ambigüedad: “¡Que se vayan todos, que no quede ni uno solo!”. Asimismo: “El agua vale más que el oro” o “Nuestros sueños no caben en sus urnas” para no mencionar la zapatista “Para todos todo” ¿Quiénes las acuñaron? No sabremos nunca sus nombres, pero sí sabemos que la gente las hizo suyas. Dicen, y bellamente, de un hacer/sentir colectivo. El lenguaje no está en ellas destruido sino que, por el contrario, resplandece en la fugacidad de un decir bien.


¿Quién es la presa?

El lenguaje nos toma en todo sentido, incluso físicamente, cuando nos atraviesa mediado por el Otro. Sus estructuras nos ‘poseen’ sin que sepamos las reglas según las que se ordenan. Nuestro aparato fonador, que al nacer estaría apto para efectuar cualquier pronunciación, va perdiendo posibilidades a medida que los requerimientos de la lengua materna lo especializan; es decir, circunscriben su rendimiento a las variantes posibles para ella. Para poder, en algún sentido y posteriormente, poseer la lengua, se tiene que dar, felizmente, ese encuentro en el que el sujeto es más la presa que el cazador. Es una presa, sin embargo, que presta su consentimiento [4].

Lacan, en su lectura de Freud, termina por ceñir la operación de la castración, dato constitutivo del sujeto, a la operación del lenguaje. Ubica al goce como el dato inaugural, ligado al cuerpo y a lo que Freud considera estados de excitación no tramitables, y coloca la castración del lado de la palabra, de lo simbólico. El ‘padre’ [5], en este sentido, pensado como agente, sería un efecto del lenguaje, aunque “algo” se encarne y ejerza su función desde ese lugar. Habrá un resto que no será absorbido por lo simbólico y que retornará, de variadas maneras, y afectará al sujeto. No vamos a ocuparnos, en este breve trabajo, de la complejidad del planteo lacaniano, sino más bien de subrayar el efecto del lenguaje -mortífero y vivificante a la vez- en el sujeto y en su cuerpo mismo.

Así, por efecto de esa castración, en la neurosis hay sometimiento y también ‘rebeldía’. El Inconsciente –por fortuna, pues se trata de la rebeldía de la creación- sigue otras reglas y dice desde “otra escena”. Lo hace, no obstante, aprovechando –en la condensación y el desplazamiento- los tropos del lenguaje: metáfora, metonimia, etc. Esas frases a veces toman el cuerpo, como en la histeria, o colonizan los pensamientos, como en la neurosis obsesiva.

En la psicosis ese apresamiento del sujeto por parte del lenguaje está seriamente obstaculizado. El psicótico no tiene un cuerpo, efecto de la operación de castración, sino que lo padece. Está fuera, por otro lado, del discurso –entendido como lo compartido desde el punto de vista semántico- pero sufre del lenguaje que lo interpela en la alucinación auditiva, por ejemplo. Asimismo, el lenguaje lo empuja a responder -en el mejor de los casos- con un delirio que le permite construir trabajosamente un orden, hacer tolerable la vida.

Es a partir del apresamiento y del consentimiento iniciales que el sujeto, alguno, jugará con el lenguaje, le dará nuevos y efímeros significados, inventará vocablos; es decir: creará, hará obra de arte con sus elementos discretos en una combinatoria estética que, por alguna misteriosa razón, resonará en el lector con una vibración peculiar. No todo juego ‘lenguajero’ provoca así y se transmite como obra artística. Además, las mejores plumas tienen un conocimiento muy profundo del lenguaje y sus condicionamientos, de sus pasos obligados. Desde esa base, se desplazan y lo hacen bailar con nuevos ritmos. Se trata de un estilo, de lo que hace al ser del sujeto.

Otros, menos afortunados, nos limitamos a expresar lo más correctamente posible las ideas que queremos transmitir. No creemos justo el atribuir cualquier forma a un estilo, aunque deje al que lee sin comprender lo que se dice. Nos sometemos a la mejor versión a nuestro alcance, teniendo en cuenta al que nos escuchará o nos leerá. Consideramos -si se trata de escritura- cómo hacer más preciso, menos redundante, más amable, nuestro mensaje. Pensamos -en resumen- en el congénere que tendrá la amabilidad de leernos.

El analista, en su función, también puede bailar a cualquier ritmo, intervenir de variadas maneras, responder o no, siempre que tenga muy claro cuál es su lugar, hacia dónde va y cuál la interdicción a la que se somete: no puede ofrecerse como Ideal al paciente. Es por el alto grado de cumplimiento de esta norma fundamental, por ser su presa, que puede –entonces- moverse con libertad en cualquier intervención. Será, desde luego, siempre responsable por los efectos de su decir que es un hacer [6].


Defender el tesoro

Entrar en una Babel sin remedio nos está impedido –afortunadamente- de entrada. Las reglas gramaticales –las que atañen a la morfología, la sintaxis, tanto como a la semántica-, las reglas que nos obligan, son continuadoras de aquella ceremonia inaugural entre el sujeto y el Otro. Las mismas son homólogas -en el nivel del lenguaje- a la otra, a La norma que se sobreentiende: “No reintegrarás tu producto”, la que rige cuando el Otro primordial entrega su cría y la pone en circulación de acuerdo a la norma social a la que se/la somete.

La escuela, la sociedad, se encargan de transmitir normas, entre ellas las del lenguaje. Las Academias de Lenguas son las que lo custodian. Cada uno de nosotros puede opinar sobre las normas que se transmiten, sobre su buen o mal efecto en el sujeto. Si somos psicoanalistas, con más razón tenemos que tomar posición respecto de estos problemas. Cuidar el tesoro de la lengua no es un purismo formal. Sin ese tesoro no hay subjetividad posible.


Notas
[1] Idioma MSN: http://www.frikipedia.es/friki/Idioma_MSN
[2] Diccionario xat para mensajes de texto: http://www.familia.cl/ContenedorTmp/Xat/chat.htm
[3] Oleaga, María Cristina, Redes y redadas, en El Psicoanalítico, Ultimo Momento, http://www.elpsicoanalitico.com.ar/um/oleaga-redes-y-redadas.php
[4] Miller, Jacques Alain, Cause et Consentement, Seminario 1987/88, (inédito).
[5] Lacan, Jacques, Seminario XII, El reverso del psicoanálisis, Paidós, 1992, Pág. 135.
[6] Lacan, Jacques, La dirección de la cura y los principios de su poder, Escritos 2, Siglo XXI editores, 1987, Pág. 565.


http://www.adoos.com.uy/post/17041332/psicologo

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