Los cambios de la clínica psicoanalítica en el Siglo XXI

Por Héctor Fenoglio, Ana Berezin, y Alfredo Caeiro


El 150º aniversario del nacimiento de Freud nos convoca a pensar en los cambios de la clínica psicoanalítica en este nuevo siglo. Para ello convocamos a tres psicoanalistas con tres preguntas sobre el trabajo clínico psicoanalítico hoy.

1. ¿Cuáles son los desafíos que encuentra la clínica psicoanalítica en los inicios del siglo XXI?
2. ¿Cómo aparece esta situación en el tipo de demandas que debemos atender los psicoanalistas?
3. ¿Qué consecuencias podemos encontrar en los analistas y las formas de intervención que deben realizar? ¿Esto cuestiona algunos aspectos de la formación clásica de psicoanalistas?

Es necesario rescatar lo valioso de cada cuerpo conceptual, la necesariedad de un análisis para cada analista como condición para su práctica y, frente a la creciente complejidad del mundo, abrir al campo de otros saberes como la filosofía, la historia, la sociología y la literatura.

Héctor Fenoglio
1. Antes que nada habría que aclarar un asunto: ¿la praxis psicoanalítica está articulada con las transformaciones históricas? La respuesta no es obvia: no son pocos los psicoanalistas que, de acuerdo a sus posiciones doctrinales, parecieran considerar al psiquismo humano como una realidad a-histórica ya determinada desde el inicio de los tiempos y por toda la eternidad. Sin embargo hay que dejar en claro que, por un lado, nuestra praxis requiere para efectuarse de ciertas condiciones histórico-sociales tal como, por ejemplo, la autonomía jurídica personal, ya que no podría practicarse con siervos o esclavos. Y lo que sobre todo debería quedar en claro de una buena vez es que eso que llamamos psiquismo es un auténtico real histórico, entendiendo por “histórico” no una situación empírica actual resultado de una sucesión, contingente o necesaria, de hechos objetivos y subjetivos cronológicamente situables, sino una materialidad dialéctica que llega a ser y es por su acto actual (valga la redundancia) en el que se concibe a sí mismo y funda como materialidad histórica.
Desde fines del siglo XX vivimos la era del capitalismo globalizado. Esto no sólo significa que el capitalismo se ha extendido y domina a escala planetaria, sino también, y muy especialmente, que su espíritu, o falta de espíritu, determina hasta el más mínimo movimiento del alma. Hoy tal vez pueda pensarse que el socialismo nunca fue una verdadera opción histórica al capitalismo, pero es innegable que durante los últimos 150 años, desde 1848 en que se proclamó el Manifiesto Comunista hasta la caída del muro de Berlín en 1989, la lucha por el socialismo fue una realidad efectiva y una guía en la vida de la mayoría de las personas más lúcidas y sensibles de todas partes del mundo. Hoy, en cambio, no hay una alternativa semejante.
Somos partícipes involuntarios de un giro histórico decisivo. Hoy se está consumando a escala planetaria lo que Nietzsche anunciaba hace 100 años como el destino inexorable de Europa: el nihilismo. “¿Qué significa el nihilismo? -preguntaba Nietzsche-: Que los valores supremos pierden validez. Falta la meta; falta la respuesta al ‘porqué’. El nihilismo radical es el convencimiento de la insostenibilidad de la existencia, cuando se trata de los valores más altos que se reconocen, añadiendo a esto la comprensión de que no tenemos el menor derecho a plantear un más allá o un en-sí que sea ‘divino’, que sea moral viva”1.
La expresión “Ya no se puede creer en nada” tal vez sea la que mejor y con mayor precisión resuma el estado espiritual en que vivimos, puesto que si bien es cierto que nos encontramos sumergidos en el escepticismo, no llegamos a él porque lo hayamos buscado o querido sino sencillamente porque hemos caído en él y no sabemos cómo salir. Incluso la moderna ciencia experimental, la que hasta unos pocos años atrás supo gozar de un prestigio tan grande al punto de llegar a ser considerada la encargada de descubrir y velar por la verdad en nuestra época, se ha visto afectada en sus cimientos por el descreimiento generalizado; los nuevos descubrimientos e invenciones tecnocientíficas como, por ejemplo, la clonación, más que despertar el entusiasmo por un futuro venturoso, como el que despertó en su momento la llegada del hombre a la luna, lo que despiertan, por el contrario, es recelo y hasta la angustia por las consecuencias que puedan acarrear.
Dios ha muerto es la fórmula que se ha impuesto para expresar este nihilismo desrealizante. No se trata de que han caído tales o cuales creencias religiosas, políticas o filosóficas, por más importantes y poderosas que hayan sido, ni siquiera que han caído todas las creencias; incluso este sombrío panorama sería aun tranquilizante pues siempre existiría todavía la posibilidad de que algún día apareciera alguna nueva creencia. El derrumbe es cualitativamente superior: ya no se puede creer en nada significa que lo que ha muerto realmente es la realidad misma del creer, entendido como el tener la absoluta certeza y confianza en la existencia de un piso, de un fondo último real e inconmovible del mundo. No estamos ante una grave enfermedad psicológica masiva, después de la cual, una vez superada, las cosas volverían a la normalidad; no, estamos ante una verdadera mutación antropológica2. Si utilizáramos el dialecto lacaniano diríamos que no se trata de meras modificaciones imaginarias, sino que estamos ante decisivas mutaciones en lo simbólico y en lo real.
2. Esta situación viene produciendo cambios decisivos en la estructura de la demanda.
En relación a la demanda es común escuchar que “Lacan dijo que el sujeto del inconsciente es homólogo al sujeto cartesiano y éste al sujeto de la ciencia. El sujeto de la duda hiperbólica, del movimiento cartesiano, igual que el sujeto de la ciencia moderna, des-cree de su saber, y ese acto lo ubica en el comienzo de la investigación que la ciencia teje con dos agujas, la experimentación y la escritura matemática. Este tiempo de la duda hiperbólica, como la posición del científico ante su objeto de investigación, es homólogo al primer tiempo de encuentro de un analizante con un analista, cuya función esencial es situar al sujeto en una posición de dimisión de su saber consciente: que el sujeto advierta donde fracasa su saber. El sujeto del inconsciente, el de la ciencia y el sujeto cartesiano de la duda hiperbólica se perfilan advertidos del fracaso de su saber inmediato, del saber de la evidencia, del saber de lo intuitivo”3.
Lo primero que se debe señalar, antes de puntualizar los cambios operados en la estructura de la demanda, es que esta formulación sobre lo que supuestamente Lacan habría dicho acerca de lo que funda una demanda se refiere única y exclusivamente a la demanda clásica en las neurosis, dado que ni en las psicosis, en borderlines o en tratamiento con niños la demanda asume este modelo. Por lo tanto, presentar tal formulación sin ninguna otra aclaración como la estructura universal de la demanda es, por lo menos, una pretensión unilateral, a menos que se niegue el carácter psicoanalítico del tratamiento posible de las psicosis, con niños, etc., y se circunscriba el oro puro del psicoanálisis al tratamiento de las neurosis.
En cuanto a los cambios que se vienen operando en la estructura de la demanda hay que decir que dicha formulación no refleja la realidad actual: hoy la mayoría de las demandas no son resultado de una prolongada duda hiperbólica ni se presentan bajo la forma de un acto que “des-cree de su saber”; por el contrario, lo que en estos días se registra como trasfondo de muchas demandas no es el sufrimiento ante el derrumbe de un saber (inmediato o no) en las que la función esencial del psicoanalista es “situar al sujeto en una posición de dimisión de su saber consciente”, sino más bien el sufrimiento producto de una devastación psíquica mortífera ante la imposibilidad de constituir un saber vivir la vida que posibilite vivir la vida. No me refiero a las consecuencias psíquicas de crisis sociales como, por ejemplo, el desempleo, las que requieren de otro tipo de soluciones (en las que el psicoanálisis también puede ayudar y de las que, además, no son ajenas ninguna de las actuales demandas); me refiero específicamente a demandas donde lo que aparece como padecimiento fundamental no es un “síntoma” vivido como “cuerpo extraño” por el “yo”, sino una vida entera desquiciada por la adicción, por el auto-boicot permanente en todos los ámbitos, por el suicidio inminente como única solución al desquicio, el resentimiento y la rabia como temple fundamental de vida, etc.
3. Estos cambios en la estructura de la demanda no se reducen ni se sostienen en la demanda misma; como es lógico, manifiestan cambios en la estructura misma del aparato psíquico. Es claro que las adicciones, por ejemplo, no son un síntoma neurótico (un retorno simbólico de lo reprimido); por lo tanto, el tratamiento psicoanalítico que podemos llamar “clásico”, centrado en el levantamiento de la represión y en hacer consciente lo inconsciente, no es efectivo en ellas. Pero esto no quiere decir que el psicoanálisis no pueda ni tenga nada que hacer allí, puesto que ya a partir de los desarrollos freudianos de 1920 ha quedado establecido que ni lo inconsciente se reduce a lo reprimido ni el trabajo terapéutico se limita al levantamiento de las represiones. Todo esto no es ninguna novedad, lo único novedoso es que en nuestros días se lo desconozca con tanta obstinación.
El tratamiento con niños nos permite realizar algunas puntuaciones. La demanda en los chicos la realizan los padres, son ellos los que con su angustia detectan el problema, y a partir de allí elaboran, realizan y sostienen la demanda; los chicos, en cambio, están tomados casi masivamente por sus certidumbres inmediatas dominadas por el placer; no pueden, a diferencia del adulto, tomar distancia de tal inmediatez y reflexionar sobre la misma, poniéndose en otro lugar que permita soportar y sostener la angustia; cuando aparece la angustia asume un carácter desorganizador y paralizante, y si no hay un adulto que los ampare y ordene, sólo atinan a llorar, a pelear, a golpear/golpearse, a derrumbarse. Lo que viene ocurriendo con los adultos en nuestros días es que cada vez más los vemos caer en situaciones muy semejantes a la de los niños, sumidos en una situación de gran precariedad y desamparo psíquico, familiar y social.
Una de las funciones terapéuticas más importantes hoy, entonces, es propiciar el despliegue de la escisión, favorecer el establecimiento de la distancia reflexiva con una inmediatez por lo general muy desorganizada y dolorosa, de modo tal de instaurar las condiciones para que pueda desarrollarse una interpelación del propio estado en el que se encuentra y del que no puede salir. La operación de “situar al sujeto en una posición de dimisión de su saber consciente” se vuelve inútil por la sencilla razón de que ya se encuentran “dimitidos” y “des-creídos”; por el contrario, lo que se trata de ver es cómo y de qué manera pueden llegar a creer, no en éste u otro saber consciente, sino a creer como sinónimo de desear, pues lo que impera es la incapacidad y hasta la imposibilidad de desear. No se trata del padecimiento por deseos reprimidos, sino de una desesperante nulidad deseante.
La formación psicoanalítica no puede evadirse ni es inmune a esta realidad. Así como ningún psicoanalista puede trabajar en sus pacientes las represiones que no resolvió en su propio análisis, tampoco puede propiciar la inscripción deseante en sus pacientes si su propia vida no está entregada al deseo que la sustenta. La falta de espíritu del capitalismo radica en que busca transformar todo en mercancía, y seduce con la ilusión de que con dinero se puede comprar todo. Sin embargo hay cosas que no se pueden comprar, y hay un mundo donde, a diferencia del capitalismo, impera la ley de que quien no trabaja no come. El conocimiento científico, como sabemos, se compra y se vende, porque es una información ya establecida que cualquiera puede atesorar. La formación psicoanalítica, en cambio, no puede comprarse por la sencilla razón de que no es una información ya establecida que pueda transmitirse como un conocimiento, sino un posicionamiento en la vida alimentado y garantizado por la encarnación del deseo propio.

Héctor Fenoglio
Psicoanalista
hcfenoglio@datafull.com

Notas
1 Nietzsche, F., La voluntad de poderío, EDAF, Madrid-México, 1998.
2 Pasolini, P. P., Cartas Luteranas.
3 Vegh, Isidoro, “Sueño en las manos”, Página 12, 20/4/2006.

http://www.adoos.com.uy/post/17041332/psicologo

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