Epistemología de la Psicología

CRISTINA ESCUDERO
diplomada en ciencias de la educación


Resumir el desarrollo de una epistemología de la Psicología es sin duda una empresa harto difícil, porque esta epistemología entronca con la historia del conocimiento científico en general y con muchos otros aspectos que sobrepasan los propósitos y posibilidades de este artículo. Intentaré no obstante ceñirme a los principales factores que a mi juicio han influido en el desarrollo y conceptualización de la ciencia y, paralelamente, han proporcionado un patrón que se adecua al ámbito psicológico.

Las distintas teorías existentes podrían inscribirse en tres grandes grupos diferenciados. Por un lado el grupo de teorías que describen la causalidad de los procesos de evolución, transformación y cambio de la ciencia en una determinada dirección, y las etapas inherentes a dichos procesos. De los distintos matices que cada una de las teorías proporciona en este sentido cabe preguntarnos en qué punto del progreso nos encontramos realmente. Por otro lado, y como consecuencia de lo anterior, el grupo de teorías que reflexionan acerca de qué hubiera sucedido si las circunstancias que han propiciado que la ciencia se encuentre en el punto en el que se halla hubieran sido otras, es decir, si por el hecho de que los científicos, en cada momento histórico, hubieran actuado de manera diferente a como lo hicieron, estaríamos o no en el punto actual, habríamos progresado más o menos —o mejor—, si hubiéramos progresado de forma más efectiva. Por último el grupo de teorías que versan sobre el modo de hacer ciencia, es decir, sobre qué se debe y no se debe hacer en investigación para dar respuesta a las preguntas que se plantean día a día los científicos.

Filosofía e ideología interactúan dialécticamente y no pueden concebirse la una sin la otra. Todo producto del pensamiento depende del contexto cultural en el cual se desarrolla, y se halla, por tanto y entre otros aspectos, fundamentalmente determinado por las relaciones sociales y de poder imperantes en un momento histórico dado.

En la cultura occidental las raíces de las concepciones filosóficas e ideológicas se remontan, esencialmente, a la antigua Grecia. No obstante, lo que aquí nos interesa es dar cuenta de la evolución, transformación y/o permanencia de dichas concepciones desde finales del siglo XIX —época del nacimiento de la Psicología como disciplina científica—, a fin de estudiar las influencias que aquéllas han ejercido y ejercen sobre ésta.

Siguiendo a Searle, creemos que la concepción contemporánea del mundo comenzó a desarrollarse durante el siglo XVII con Descartes, Galileo y otros. El dualismo y el positivismo ejercieron una influencia determinante que se extiende, con mayor o menor fuerza y fortuna, hasta nuestros días.

Dualismo y positivismo —el primero en tanto que dicotomización forzada y artificial de la realidad, y el segundo en tanto que objetivización a ultranza de esta realidad y perpetuador por tanto de la secular oposición entre empirismo y racionalismo—, si bien han contribuido de manera notable y valiosa al progreso científico, actualmente se erigen como serios obstáculos para alcanzar una visión más amplia, plural, dinámica y profundamente comprensiva del mundo y sus fenómenos.

Sin embargo, no sólo el dualismo y el positivismo han determinado nuestra concepción del mundo a lo largo de la historia. Otro aspecto de trascendental importancia que ha incidido e incide en esta concepción es el problema de la objetividad/subjetividad respecto a la percepción e interpretación de la realidad, problema que introduce la cuestión del relativismo en la manera de entender el mundo y, con ello, ideas de distinta gradación en ciencia acerca de la existencia o inexistencia de verdades absolutas, de universales irrefutables y permanentes, y a la posibilidad o no de alcanzarlos.

El declive del positivismo lógico, que viene produciéndose desde hace un cuarto de siglo, ha favorecido profundos cambios en la filosofia de la ciencia; la importancia de la Sociología, la Psicología y la Historia como método de análisis en detrimento de la Lógica; la priorización de las consecuencias de la ciencia frente a las estructuras de la teoría; la renuncia al descubrimiento de verdades globales en favor del abordaje de problemas particulares; la importancia del conocimiento en sí mismo antes que su justificación; el carácter temporal de la ciencia y la importancia del cambio científico.

Siguiendo a Smith, en este proceso de reconceptualización de la ciencia la Psicología ha jugado un papel destacable. La reemergencia del psicologicismo en este siglo ha influenciado tanto a la Filosofia como a la Psicología. Ya no es válido el argumento de que el psicologicismo no puede hacer justicia a la objetividad del conocimiento, y además el concepto tradicional de objetividad ha perdido fuerza.

Afortunadamente se ha venido configurando una nueva imagen de ciencia que supera la rémora de los conceptos filosóficos e ideológicos que han obstaculizado el ya de por sí harto difícil proceso de desarrollo de una visión del mundo amplia y plural, y de actitudes de colaboración interdisciplinar en un plano de igualdad, libre de relaciones de poder.

Cabe preguntarse en este punto si, en caso de que esta situación ideal cristalizara, perderían fuerza las ideas de Kuhn en cuanto a que la individualización y el aislamiento resultantes de las divisiones entre campos de conocimiento derivadas de las revoluciones científicas produce una especialización de comunidades científicas en áreas de conocimiento que favorece el crecimiento de ese conocimiento autónomo y, a ultranza, un mayor desarrollo de la ciencia, holísticamente considerada, que el que hubiera tenido una ciencia homogénea.

Mi respuesta a esta cuestión es negativa y se sustenta en dos razones: por un lado porque es un hecho inexorable que la especialización aumenta en relación directa al incremento del conocimiento, y por el otro porque en un determinado momento histórico se producirán contradicciones internas en el paradigma científico dominante y el incremento cuantitativo devendrá inexorablemente en cambio cualitatívo, o lo que es lo mismo, se producirá una revolución científica y un cambio de paradigma.

Un paso más hacia la consecución de la situación ideal antes mencionada lo constituyen las ideas de Popper, quien propone una nueva ética profesional en ciencia que contempla el relativismo cultural, el pluralismo crítico y el escepticismo. No obstante, las ideas del autor, en tanto considera que la cultura es una heredad acumulativa —idea próxima a la teoría evolucionista lamarckiana—, y en cuanto pese a introducir el concepto de falsación utiliza el criterio de validez de las ciencias naturales, se enmarcan dentro de la tradición positivista.

Otra de las aportaciones relevantes al desarrollo del concepto de ciencia amplio y plural proviene de Feyerabend, quien propone una teoría anarquista del conocimiento en oposición al método científico tradicional.

El autor considera que la idea de racionalidad científica imperante no es realista, pues ofrece una visión demasiado simplista del talento humano y, además, limita la capacidad del hombre para elegir el mundo en el que desea vivir. Puesto que la ciencia es limitativa, represora e incluso controladora de las conductas privadas, es imperativo hallar una nueva forma de ciencia, una forma más anarquista y subjetiva.

Goodman llega más allá y plantea la inexistencia de una realidad prístina tal como la que postula el positivismo. El autor propone el relativismo epistemológico —replantea los conceptos de verdad/falsedad y los sustituye por los conceptos correcto/incorrecto, y se inclina por el monismo-pluralismo en tanto propone que las cosas del mundo no se reducen en última instancia a una sola unidad totalizadora— y postula una filosofía de la comprensión que incluya tanto el arte como la ciencia en cuanto construcciones cognitivas relevantes, con lo cual enfatiza el poder creativo de la mente y el valor instrumental de los sistemas simbólicos. Su concepto de "mundo" unifica lo que en ese mundo hay de teoría y realidad, y propone una "manera de hacer mundos" que constituyen la base de su concepción constructivista radical. Podría deducirse de lo expuesto que Goodman es un relativista radical, pero, puesto que considera que no todos los mundos construidos son válidos para todo, su radicalismo se mueve en realidad dentro de ciertos parámetros que lo constriñen.

Más allá de la comprensión, y de la explicación, nos lleva la hermenéutica. La tradición hermenéutica proviene de la interpretación de textos, interpretación cuyos límites vienen dados por el significado de las palabras. Para Ricouer la equivalencia entre ser humano y ser lingüístico no es exacta, pues el ser humano es algo más que lenguaje, y este lenguaje no es transparente sino que esconde una serie de intenciones, idea que nos lleva al concepto de "hermenéutica de la sospecha."

Ricouer dice que la época moderna se ha caracterizado por tres corrientes filosóficas "de la sospecha": las de Freud, Marx y Nietzche, las cuales se diferencian de las filosofías anteriores de la tradición occidental por el hecho de insistir en la opacidad de la conciencia humana. El autor afirma que toda existencia permanecería en silencio si no se expresara por el lenguaje, en el que se manifiesta parcialmente la profundidad de la existencia humana. Para interpretar el lenguaje Ricouer se ha centrado en el estudio de la semántica de los símbolos a través de la estructura de la metáfora y ha desarrollado un método hermenéutico a partir de una reflexión dialéctica, mediante la cual es factible realizar una interpretación de los símbolos y, en consecuencia, del significado de las acciones humanas.

Con su teoría Ricouer ofrece una perspectiva penetrante para la exploración de la inconmensurable profundidad de los símbolos vividos que conforman la realidad interna y externa del sujeto y también el destino, las historias y las tradiciones de las diversas culturas y sociedades. Bajo la dimensión ontológica que contempla la hermenéutica deben ser considerados tres aspectos fundamentales que conforman el elemento cultural del ser humano: lingüístico, histórico —tradición, memoria, etc.— y social.

En la medida en que la hermenéutica pretende constituirse en una tradición de pensamiento —pensamos sólo acerca de aquello para lo que estamos preparados—, se muestra contraria a otras tradiciones como el positivismo, el realismo, etc. —recordemos que para el positivismo el método está por encima de la tradición—. Para la hermenéutica no hay una interpretación única y verdadera de los hechos, sino que deja una puerta abierta por la cual caben distintas interpretaciones. Así, la práctica científica debe desarrollarse de forma rudimentaria y su subjetividad debe formar parte de todo aquello que haga, es decir, de todas sus vivencias. En síntesis, la validez de los datos vendrá dada ni más ni menos que por la tradición pedagógica.

Una visión completamente distinta a la mayoría de las propuestas nos la proporciona Searle. Este autor aborda la problemática cuerpo-mente y propone a la misma una solución en verdad simple: asume que los fenómenos mentales están determinados por procesos neuropsicológicos de orden inferior del cerebro, del cual son rasgos o propiedades, de los cuales emerge la conciencia como una propiedad o rasgo de orden superior.

El autor rompe de este modo en primer lugar con lo que denomina la "tradición" —científica occidental—, heredera del dualismo cartesiano, que ha generado un vocabulario y un conjunto de categorías que delimitan y condicionan nuestro modo de pensar; y en segundo lugar con el positivismo, es decir, con la tendencia que desde el siglo XVII busca la objetivización en todos los ámbitos del conocimiento.

Searle afirma que para situar la conciencia dentro de nuestra concepción del mundo debemos definirla respecto a dos teorías: la teoría atómica de la materia y la teoría evolucionista. En relación con la primera afirma que debido a que gran cantidad de los rasgos característicos de las cosas grandes son explicados por la conducta de las cosas más pequeñas, las conductas de las neuronas explicarían el funcionamiento del cerebro y el fenómeno de la conciencia. En relación a la segunda postula que la conciencia es un fenómeno biológico sujeto a las leyes de la evolución como cualquier otro fenotipo —verbigracia, la conciencia es un rasgo biológico y por tanto un fenómeno natural—.

Según el mencionado autor, el pensamiento sería un proceso mental determinado por procesos neurofisiológicos de orden inferior del cerebro, y por lo tanto un rasgo o propiedad de éste de orden cualitativamente superior. De ello se predica que la estructura cerebral y el pensamiento al que ésta da origen se hallan determinados por la organización neuronal y su funcionamiento, aspectos que a su vez son resultado de la evolución filogenética. De este modo, el funcionamiento del todo —el cerebro— vendría explicado por el comportamiento de las partes —las neuronas—.

Sin embargo, Searle omitió los presupuestos que se derivan de los descubrimientos de la teoría cuántica: un todo unificado debe entenderse a la luz de la compleja trama de relaciones de las diversas partes que lo componen, partes que no pueden ser entendidas como entidades aisladas sino que deben ser definidas a través de sus interrelaciones, las cuales se expresan en términos probabilísticos y son determinadas por la dinámica de todo el sistema. Existen distintos niveles sistémicos, a cada uno de los cuales corresponden distintos niveles de complejidad. En cada nivel, los fenómenos observados poseen propiedades que no se dan en niveles inferiores, son propiedades sistémicas emergentes de un nivel concreto. El mundo en el cual vivimos es un sistema mayor configurado por complejas redes de interrelaciones entre sus partes.

A la luz de lo expuesto se podría avanzar una nueva definición de pensamiento según la cual éste sería la propiedad emergente del cerebro como sistema a un nivel de complejidad mayor y cualitativamente superior. A diferencia de la definición anterior, de aquí se deriva que la estructura cerebral y el pensamiento al que ésta da origen se hallan determinados por las interrelaciones existentes entre las partes —componentes del organismo humano— en función de la dinámica de todo el sistema —el medio ambiente—. De este modo, la organización y funcionamiento neuronal vendría explicado por el comportamiento de todo el sistema —la organización neuronal en relación con el organismo humano y éste en relación con el medio—.

La importancia de estas ideas radica en el hecho de considerar que los procesos mentales "son" una propiedad superior del cerebro evolucionado, lo cual demuestra que la concepción dualista mente-cuerpo es una construcción falsa.

Otra de las aportaciones de Searle es la referida al fenómeno de la subjetividad; subjetividad en tanto que todo estado consciente es sistemática e inexorablemente el estado consciente de "alguien" respecto al de los "otros", de lo cual se deriva como consecuencia añadida que todas las formas conscientes de intencionalidad que proporcionan aun sujeto información independiente de sí mismo sobre el mundo son siempre desde un punto de vista especial, pues el acceso al mundo a través de los estados conscientes de dicho sujeto se da indefectiblemente desde una perspectiva personal propia.

El autor afirma que las formas como la ciencia moderna entiende la realidad y las relaciones entre la realidad y la observación "no pueden dar cuenta del fenómeno de la subjetividad" debido a la imposibilidad de establecer una distinción taxativa entre la observación y la cosa observada. De todo ello se predica que la conciencia tiene un rasgo especial del que carecen otros fenómenos naturales: la subjetividad, lo cual la hace inabordable a la observación ya la objetivización propias y de los demás.

La solución al problema mente-cuerpo propuesta por Searle es sorprendentemente sencilla siempre y cuando nos apartemos, como él sugiere, de los parámetros culturales que históricamente han orientado —y encorsetado, muchas veces con las oscuras e inconfesables intenciones que en esencia sirven a determinadas concepciones filosóficas e ideológicas— nuestros pensamientos y nuestra forma de interpretar el mundo y sus fenómenos.

Sin duda Searle es el único autor que se opone a las posturas tradicionales en las que se inscriben la mayoría de los teóricos. Rompe tanto con la tradición dualista como con la positivista; no es dualista ni materialista —pese a que algunos críticos se empeñan en inscribirlo en una u otra postura—; no cae en el reduccionismo de lo material ni de lo mental y propone una nueva manera de entender el fenómeno de la subjetividad. Pese a los fallos que puedan tener sus propuestas deja abierto un apasionante campo de investigación que podría cambiar el curso de la historia en lo que se refiere a ciencia y a psicología.

http://www.adoos.com.uy/post/17041332/psicologo

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