La timidez desde la morfopsicología
Es una característica de la personalidad que podríamos explicar por un miedo inicial al contacto social con otras personas. El tímido es quien no le gusta que se fijen en él, porque se siente algo inseguro de sí mismo en presencia de otra persona o siente la emoción de vergüenza o sensibilidad psicológica a la evaluación que hacen los demás.
Este miedo o inseguridad y esta huída del contacto social nos hacen prever una necesaria retracción en algunas partes del rostro. No toda retracción determinará que exista timidez, ni muchísimo menos, no toda dilatación implicará extraversión. Pero lo que sí hay que detectar es que el tímido interpone entre él y el mundo una sutil barrera, que puede ser más o menos grande.
El prototipo de persona tímida es aquella que posee un marco de cara alargado y la nariz poco salida hacia fuera y con orificios resguardados, así como unos ojos protegidos bastante hacia adentro. Si los ojos están protegidos, la persona tiene más reflexión personal y queda bastante inhibida la extraversión. Si la nariz está muy salida hay una necesidad de ir a buscar el contacto humano, pero habrá que valorar adecuadamente el tamaño, altura y tono de la parte afectiva de la persona para determinar si, poseyendo una nariz larga, la persona continúa siendo tímida.
Porque aunque tengamos una gran necesidad afectiva y, por lo tanto, necesitemos a la gente, podemos ser tremendamente tímidos. La introversión del tímido que le confiere el freno en presencia de personas desconocidas la podemos también intuir en la verticalidad de la frente, la horizontalidad de las cejas y, como hemos dicho, el resguardamiento de los ojos.
No obstante, estas características si se observaran en personas con una parte afectiva grande e importante, tienen una lectura distinta de si se observan en personas con una parte afectiva pequeña o baja y poco ancha. En el segundo de los casos, la reflexión y el control van dirigidos más a calcular y al terreno especulativo, ya que la timidez no existe, simplemente las emociones no tienen un espacio importante en este ser. En el primer caso, sin embargo, hablaríamos de auténtica timidez, puesto que si bien habría una verdadera necesidad de recibir afecto de la gente, la misma persona se frena frente a la persona que no forma parte de su entorno habitual, por miedo a que lo hirieran afectivamente, pues no es fácil enfrentarse a un cristal de murano cuando no se sabe lo que objeto lo va a tocar.
Cuando la zona afectiva es pequeña, la persona no necesita tantas muestras de cariño y tampoco valora en gran manera las muestras de afecto de los demás. Por ello, la verticalidad de la frente, los ojos resguardados y el marco general más bien estrecho le confieren habilidad en planear situaciones, en organizar ideas y en obviar la calidez del afecto cercano. Este ligero distanciamiento de lo afectivo hace que la persona no se sienta tan agredida por la existencia de personas desconocidas, por lo que no tendrá la inseguridad del tímido.
La verdadera timidez se observa además en personas que no tienen la zona inferior de la cara demasiado tónica. En la ligera atonía de esa zona reside la duda, la poca actividad física, la marcha atrás. Un mentón huidizo acentúa esta idea. Si la mandíbula está encubierta por carnes poco apretadas y el mentón no está demasiado hacia delante, la persona no tiende hacia una actividad física que pueda descompensar su timidez. La tendencia a moverse, a actuar, a trabajar, a o no quedarse parado, impelen la persona a relacionarse con los demás, aunque sea sin expresar emociones. En otras palabras: no es tímido quien, pese a tener las características antes apuntadas, tiene tonicidad en la parte inferior de la cara y el mentón está presente y marcado hacia delante, que tiene recursos para salir de las situaciones.
Aunque el tímido muestre distancia hacia el resto del mundo puede ser un acto muy enriquecedor acercarnos a él ya que dispone de un mundo afectivo interior muy rico. Por otra parte, el tímido puede ser muy bien recibido en un grupo en el que ya existe un líder y que no precisa de otro líder que le pueda hacer la competencia. Si se combina la timidez con otras zonas del rostro que nos expresen la buena capacidad de reflexión de la persona, podemos obtener un excelente investigador.
En definitiva, la morfopsicología nos enseña que la riqueza de una personalidad nunca se mide por la existencia de una cualidad determinada, sino por la sinergia y combinación de múltiples facetas, que hacen a cada persona única y especial. Las luces y sombras se combinan y armonizan y podríamos decir que cada cara es una auténtica obra de arte que refleja un mundo personal y vital.
http://www.adoos.com.uy/post/17041332/psicologo
Este miedo o inseguridad y esta huída del contacto social nos hacen prever una necesaria retracción en algunas partes del rostro. No toda retracción determinará que exista timidez, ni muchísimo menos, no toda dilatación implicará extraversión. Pero lo que sí hay que detectar es que el tímido interpone entre él y el mundo una sutil barrera, que puede ser más o menos grande.
El prototipo de persona tímida es aquella que posee un marco de cara alargado y la nariz poco salida hacia fuera y con orificios resguardados, así como unos ojos protegidos bastante hacia adentro. Si los ojos están protegidos, la persona tiene más reflexión personal y queda bastante inhibida la extraversión. Si la nariz está muy salida hay una necesidad de ir a buscar el contacto humano, pero habrá que valorar adecuadamente el tamaño, altura y tono de la parte afectiva de la persona para determinar si, poseyendo una nariz larga, la persona continúa siendo tímida.
Porque aunque tengamos una gran necesidad afectiva y, por lo tanto, necesitemos a la gente, podemos ser tremendamente tímidos. La introversión del tímido que le confiere el freno en presencia de personas desconocidas la podemos también intuir en la verticalidad de la frente, la horizontalidad de las cejas y, como hemos dicho, el resguardamiento de los ojos.
No obstante, estas características si se observaran en personas con una parte afectiva grande e importante, tienen una lectura distinta de si se observan en personas con una parte afectiva pequeña o baja y poco ancha. En el segundo de los casos, la reflexión y el control van dirigidos más a calcular y al terreno especulativo, ya que la timidez no existe, simplemente las emociones no tienen un espacio importante en este ser. En el primer caso, sin embargo, hablaríamos de auténtica timidez, puesto que si bien habría una verdadera necesidad de recibir afecto de la gente, la misma persona se frena frente a la persona que no forma parte de su entorno habitual, por miedo a que lo hirieran afectivamente, pues no es fácil enfrentarse a un cristal de murano cuando no se sabe lo que objeto lo va a tocar.
Cuando la zona afectiva es pequeña, la persona no necesita tantas muestras de cariño y tampoco valora en gran manera las muestras de afecto de los demás. Por ello, la verticalidad de la frente, los ojos resguardados y el marco general más bien estrecho le confieren habilidad en planear situaciones, en organizar ideas y en obviar la calidez del afecto cercano. Este ligero distanciamiento de lo afectivo hace que la persona no se sienta tan agredida por la existencia de personas desconocidas, por lo que no tendrá la inseguridad del tímido.
La verdadera timidez se observa además en personas que no tienen la zona inferior de la cara demasiado tónica. En la ligera atonía de esa zona reside la duda, la poca actividad física, la marcha atrás. Un mentón huidizo acentúa esta idea. Si la mandíbula está encubierta por carnes poco apretadas y el mentón no está demasiado hacia delante, la persona no tiende hacia una actividad física que pueda descompensar su timidez. La tendencia a moverse, a actuar, a trabajar, a o no quedarse parado, impelen la persona a relacionarse con los demás, aunque sea sin expresar emociones. En otras palabras: no es tímido quien, pese a tener las características antes apuntadas, tiene tonicidad en la parte inferior de la cara y el mentón está presente y marcado hacia delante, que tiene recursos para salir de las situaciones.
Aunque el tímido muestre distancia hacia el resto del mundo puede ser un acto muy enriquecedor acercarnos a él ya que dispone de un mundo afectivo interior muy rico. Por otra parte, el tímido puede ser muy bien recibido en un grupo en el que ya existe un líder y que no precisa de otro líder que le pueda hacer la competencia. Si se combina la timidez con otras zonas del rostro que nos expresen la buena capacidad de reflexión de la persona, podemos obtener un excelente investigador.
En definitiva, la morfopsicología nos enseña que la riqueza de una personalidad nunca se mide por la existencia de una cualidad determinada, sino por la sinergia y combinación de múltiples facetas, que hacen a cada persona única y especial. Las luces y sombras se combinan y armonizan y podríamos decir que cada cara es una auténtica obra de arte que refleja un mundo personal y vital.
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