En la cama con papá y mamá: pros y contras

Por Lic. Martha Valfré
Psicóloga


"Lo mejor es que los niños no duerman con sus padres desde muy pequeños"
Cuando el bebé nace, la mayoría de los padres elegimos tener la cuna cerca de la
cama para oírlo mejor, atenderlo, etc. Esta conducta es usual y más cuando somos
padres primerizos. Hay muchos miedos y la cercanía del recién nacido nos tranquiliza.
Ahora…Cuándo es el momento adecuado para trasladar la cuna al cuarto del bebé?
Muchos dudamos dudan y surgen inseguridades, "¿será el momento adecuado?, ¿no
es muy chiquito?, ¿y si llora y no lo oigo?"...
Evidentemente no hay una respuesta única y es una situación diferente para cada
pareja de padres. Para algunos significa recuperar la intimidad, para otros el miedo de no oir su respiración. Además, en general, a las mamás nos resulta más difícil y
necesitamos de la ayuda del nobel papá para tramitar este desprendimiento.
Pero una vez decididos, y lograda la separación, con el paso del tiempo….el nene vuelve a nuestra cama.
Enfrentémoslo…el llanto del bebé parece ser más agudo durante la noche, y solemos
estar cansados de las actividades diarias, en este contexto, la natural reacción es
terminar con el tema para poder volver a dormirnos, descansar y enfrentar el próximo
día. Usualmente lo primero que hacemos es tratar de calmarlo cantando o moviendo
la cuna, pero si esto no funciona, lo alzamos y lo acunamos hasta que se duerme,
pero si esto se repite más tarde, hasta tres o cuatro veces en la noche, nos vemos
tentados a traerlo a nuestra cama a ver si así se calma y todos podemos descansar.
Claro está que un episodio aislado de esta índole no causa daño alguno. Pero
seamos honestos, esta debe ser la excepción y no la regla, porque de ser así, nos
encontraremos que con el paso del tiempo las visitas a la “cama grande” se realizan
por el propio niño cuando ya camina.
El compartir la cama no es conveniente por varias razones. La primera? Los niños
chicos, especialmente cuando son bebés se mueven mucho, parecen “inquietos” lo
que conspira con que los padres tengamos un sueño reparador. La segunda, es que
el chico tiene que saber cuál es “su lugar”, que es aquel donde están sus juguetes, su ropa, su cama, y que este lugar donde vino no es el suyo, y por tanto tiene que
respetar ese espacio ajeno, propio de mamá y papá. Tengamos en cuenta que una
vez instaurada la costumbre, se convierte en hábito, y como todo hábito es más difícil de cortar que impedir que se genere. De tal forma que cuando intentemos cambiar surjan rabietas y enojos. Así que más vale que al inicio perdamos unas noches de sueño explicándole porqué debe volver a su cuarto y acompañarlo, que perder muchas más durmiendo incómodos y creando patrones de conducta difíciles de modificar.
Obviamente todo esto sin perjuicio que en ocasiones puntuales, como cuando están
enfermos puedan excepcionalmente compartir la cama “grande”.
Pero en todo caso cuando el niño se despierta llorando porque tiene pesadillas, o por
temores nocturnos, lo mejor es que quien vaya a consolarle, esté dispuesto a estar
con él hasta que se tranquilice, le pregunte a qué le tiene miedo, le muestre que no
hay nada peligroso y se convenza hasta que se vuelva a dormir. Muchas veces una
luz tenue, o alguna música suave, o aún algún cuento agradable infantil puede ayudar
a salvar la situación.
La presencia casi diaria del niño en la misma cama, además termina deteriorando la
relación de pareja, ya que poco a poco van perdiendo la oportunidad de gozar de su
intimidad, y conversar a solas. Como en todo el proceso educativo, es preferible poner el límite a tiempo, ser firmes con el mismo, y evitar que se genere el problema.


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