Por la banda izquierda

Por Diego Velázquez
diegovelazquez@elpsicoanalitico.com.ar


El texto de Baricco sobre fútbol (al cual remitimos en esta publicación) presenta varias cuestiones a ser pensadas. En primer lugar resulta muy interesante y hasta poética la descripción de las tribulaciones de ese lateral izquierdo, un número 3 rutinario, confinado a una tarea esquemática y sin sorpresas, hasta con una cierta añoranza de esos wines locos tan caros a la literatura sobre el fútbol (y que hoy serían tan caros para transferirlos a Europa). Pero en un momento todo cambia: la barbarización también llega a este mundo idílico y el número 3 parece decir: “no entiendo por qué me complican la vida”. Y Baricco parece decir, como en otros fenómenos que analiza: “es la barbarización, estúpido”.

Ahora bien, más allá de la poética del texto, que realmente produce un efecto de emoción y hasta de reconocimiento en la microscopía de ese jugador desconcertado, hay algo que no termina de despejarse del todo: ¿comprendemos a ese jugador como alguien que porta una de las tantas emociones humanas: el desconcierto, la extrañeza? ¿O por el contrario, Baricco se pone deliberadamente de su lado, diciendo sin decirlo algo así como “no me compliquen la vida, todo tiempo pasado fue mejor”?

A mi entender existe una confusión en el pensamiento sobre el fútbol que aún como confusión o superposición, es superadora de una anterior: de aquella que hace unos 30 o 40 años oponía fútbol a pensamiento o a intelectualidad, esa especie de teoría de un “opio de las masas”, encarada entre nosotros por un Juan José Sebrelli, por ejemplo, y que me parece hoy totalmente insostenible y hasta “demodé”. Esto fue superado por su contrario: prácticamente no hay intelectual que no reconozca la significación del fútbol e incluso que no se aventure en sus meandros. Bienvenidos sean.

Pero la confusión a la que me refería es a mi juicio la siguiente: la falacia que ha pretendido esquematizar un “fútbol de derecha” y un “fútbol de izquierda”, con arbitrariedades tales como considerar al juego más basado en la improvisación y la individualidad como ligado a posturas progresistas y, por el contrario, aquel más basado en lo táctico y la planificación como utilitarista y “de derecha”. Más allá de que el juego en sí no puede ser de derecha o de izquierda (como sí puede serlo la política deportiva), ya que esto sería como pensar que hay una manera “progresista” de jugar al truco; aquella teoría contiene tantas arbitrariedades como cualquiera inversa. Por el ejemplo, que el fútbol basado en la táctica hace gala de la solidaridad y la planificación, conceptos de orden socialista; o que el fútbol basado en la individualidad y la improvisación contiene el concepto liberal de iniciativa privada por sobre el conjunto. Sería una arbitrariedad y una extrapolación tan grande como la primera. Entonces, Baricco nos deja un dejo: ¿qué tiempo añora ese número 3? ¿Uno eterno e inmutable, de una época dorada perdida, donde había una “esencia” del fútbol, que toda innovación en el juego vino a perturbar? ¿Un fútbol ideal que se jugaba en la década del 40? ¿Y entonces por qué no en el 20? ¿Qué cambió del 20 al 40 y luego al 60? Esto me recuerda a aquel texto de la revista El Gráfico de la década del 20 donde un editorialista se quejaba de que ya no se jugaba el fútbol de espíritu amateur del pasado... el pasado de 1901. Entre esto y “se han perdido todos los valores”, sentencia conservadora aplicable a cualquier época y tema, no hay tanta distancia. Estaría de acuerdo con Baricco si la barbarización fuera situada en la simplificación del fútbol por los medios masivos, en su packaging de compactos y goles bajados por celular para hacerlo digerible (ya nadie tolera ver 90 minutos seguidos de nada). Allí sí vemos el proceso post - capitalista invadiendo al noble fútbol. Pero... me pregunto si esta presunción de su texto acerca de la barbarización del fútbol no ha terminado de despejar otro pensamiento conservador: el de que dejen al fútbol como estaba (reitero ¿cómo estaba cuándo?), el de desconfiar de todo cambio en el juego, en definitiva, el de que todo tiempo pasado fue mejor: el apotegma conservador.





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