El conductismo: historia de un fallido proyecto cientificista

Por Ps. Dante Bobadilla



Breve introducción al tema

El conductismo es reconocido aun como una escuela psicológica, pero básicamente fue un producto cultural que acabó afectando a la psicología norteamericana, y provocando una profunda crisis. Surgió en los EEUU durante la primera mitad del siglo XX, en una de las épocas más duras de la reciente historia de la humanidad, un período en el que la racionalidad había perdido su rumbo debido a la hegemonía de diversas ideologías que provocaron guerras y genocidios atroces. Este período empezó realmente después de la Revolución Francesa y tomó forma durante todo el siglo XIX con los grandes movimientos independentistas, republicanos, democráticos y socialistas. A lo largo de este siglo ocurren al mismo tiempo dos hechos fundamentales: la revolución industrial y la revolución científica. Ambos fenómenos consolidaron una nueva ideología social conocida como cientificismo, que luego fue a sumarse con el marxismo, el nazismo y otras ideologías, más o menos definidas. Todas ellas afectaron el raciocinio de la humanidad, generando movimientos sociales y políticos que, por primera vez en la historia, no se apoyaban más en la fe sino en la ciencia y la tecnología, invocando argumentos como la primacía de razas, la lucha de clases, la educación científica, el poder tecnológico, etc. Fueron movimientos ideológicos arrogantes y pretenciosos que intentaron modificar las bases mismas de la sociedad y controlar el mundo a base de ciencia y tecnología. Se llegó a cuestionar el papel y la utilidad de la filosofía y la moral, apostando por cuestiones más efectivas y rentables. Pues bien, uno de los productos típicos de aquella época fue el conductismo, edificado también sobre las bases de un cientificismo militante. Este movimiento pretendió cambiar toda la historia de un solo plumazo, definiendo una nueva psicología más práctica y menos filosófica; sustentó su carácter científico en el empleo del método, y ofreció efectividad mediante el uso de técnicas. Proclamó su ideología en la forma de un manifiesto, similar al manifiesto comunista de Marx, adornado de acusaciones al pasado, alardes científicos y grandiosos ofrecimientos en el nuevo futuro. Como consecuencia, generó la crisis más espantosa que se haya producido jamás en la historia de una disciplina. La psicología norteamericana perdió todo su rumbo y se extravió en una variedad de formatos puramente terapéuticos. Lo que sigue es un estudio crítico de aquel extraño fenómeno cultural, abordando a sus principales exponentes durante su etapa de formación hasta los años 60, y explicando brevemente las razones de su rápida extinción. Procuramos hacer un estudio histórico-cultural, ya que, por lo general, estos no permiten mentir, pues allí están las evidencias de la historia. Por tanto, el artículo contiene básicamente hechos históricos, interpretaciones culturales de tales hechos, análisis epistemológico de las propuestas teóricas, citas textuales de algunos autores, y todo eso aderezado con algunas opiniones personales.

Conceptos previos esenciales

La aparición del conductismo, con sus proclamas y definiciones particulares, provocó una crisis epistémica tal que muchos conceptos se trastocaron y acabaron confundidos. Incluso la definición de la psicología sufrió una mutación insólita para convertirse en otra cosa, desde la perspectiva conductista. Por todo ello resulta indispensable inicar este estudio haciendo ciertas precisiones básicas, para luego ubicarnos mentalmente en los escenarios históricos en los que estudiaremos los hechos.



La psicología es una ciencia muy particular, pues se ocupa de la porción más reciente y compleja de la evolución: los fenómenos subjetivos, llamados también fenómenos mentales, así como los procesos cognitivos específicos que se generan en el cerebro humano, y que corresponden a los mecanismos y escenarios que determinan la existencia particular de los seres humanos como organismos superiores. Es decir, se trata de un campo único, exclusivo y diferente a cualquier otro; por ello resulta muy difícil que la psicología pueda copiar los métodos de otras disciplinas. El escenario de la psicología implica procesos tales como la percepción, la conciencia de la realidad y la construcción cognitiva de la misma, el pensamiento en sus procesos conscientes e inconscientes, la memoria, el razonamiento, etc., llegando incluso hasta la racionalidad cultural y los sistemas cognitivos sociales. Ese es el escenario de la psicología como ciencia. Desde luego, se trata de la última frontera de la ciencia, pues su campo es la expresión última y más compleja de la evolución y de la realidad de la que formamos parte. Por ello la psicología está a un paso de la filosofía, pues involucra nuestra misma noción de conocimiento y de realidad. Casi todas las ciencias derivan de la filosofía y van hacia ella, pero la psicología es la última de todas y mantiene aun vínculos muy estrechos. Además, no se puede hacer ciencia sin filosofía porque es ella la que nos orienta en la actividad científica, es como la brújula del navegante que va en busca de la realidad. (Para mayores detalles sobre la ciencia, por favor, véase la entrada anterior titulada "Ciencia y conocimiento científico").

En resumen, la psicología es la última etapa en el proceso de investigación científica de la realidad, empresa humana que empezó estudiando el cosmos y los elementos fundamentales de la materia, para seguir con sus procesos de transformación hasta llegar a la vida, y posteriormente comprender todo el proceso evolutivo de la vida hasta llegar al hombre y, finalmente, su mayor prodigio: el cerebro humano con sus procesos mentales, incluyendo sus desarrollos culturales. Estos últimos son los ambientes naturales en donde la psicología hace sus estudios. Y así fue desde la época de los griegos. Como todas las ciencias, la psicología tuvo que transitar un largo proceso de maduración durante milenios, clarificando sus nociones, acumulando conocimientos y perfeccionando sus teorías, antes de poder ofrecer algún servicio concreto a la sociedad. Es sólo a partir de un cierto nivel de maduración, cuando el núcleo central de una ciencia empieza a rodearse de disciplinas periféricas orientadas al desarrollo de tecnologías concretas, y que aplican el saber alcanzado por la ciencia. Este grado de desarrollo lo alcanzó la psicología recién a finales del siglo XX. No obstante, los apuros por comercializar servicios, llevaría a los norteamericanos a fabricar una tecnología orientada al control de la conducta animal a inicios del siglo XX, la que llamaron "conductismo" y presentaron como una nueva psicología, una psicología "científica". Sin embargo, esta tecnología carecía de un núcleo central de saber científico propio, por lo que copiaron métodos y objetos ajenos, y acabaron tergiversando casi todos los conceptos de la psicología para acomodarlos a su propia doctrina, generando, obviamente, un enorme daño a la psicología clásica y milenaria.



Los inicios de la psicología como ciencia formal, empiezan quizá en la época de Descartes, con su teoría del reflejo y su posterior tratado de la relación cerebro-mente. Pero entonces aquello se consideraba filosofía. Este desarrollo se prolongó a lo largo de los siglos XVII al XVIII, hasta llegar a Kant (1781) y su magnífica obra, en la que aborda los procesos subjetivos implicados en el conocimiento, iniciando lo que luego sería la epistemología y, mucho más tarde, la psicología cognitiva y hasta las neurociencias (Zeki, 1993). Es a partir de la formidable obra de Kant que Alemania se convertiría en la cuna de la psicología científica. Desde principios del siglo XIX se establecen los primeros estudios científicos de la percepción, las sensaciones y la visión del color. Hay una larguísima lista de científicos comprometidos con los estudios de los procesos mentales más evidentes, inmediatos y simples. Mencionemos, por ejemplo, a Charles Bell (1774-1842), Thomas Brown (1778-1820), Johann Friedrich Herbart (1776-1841), Jan Evangelista Purkyne (1787-1869), Ernst Heinrich Weber (1795-1878), Johannes Müller (1801-1858), Gustav Theodor Fechner (1801-1887) y Wilhelm Wundt (1832-1920). Muchos fueron realmente los que iniciaron el estudio científico de la mente, a partir de sus fenómenos más simples y accesibles. Pero la historia oficial ha establecido el inicio de la psicología científica cuando W. Wundt abre su laboratorio de psicología experimental en Leipzig, un día de 1879. El nacimiento de la psicología como ciencia ha sido considerado como un parto natural de la filosofía. Fue este laboratorio, montado en una pequeña habitación del Konvict Building de la Universidad de Zurich, que le sirvió de cuna, y desde donde se emitirían los primeros reportes oficiales de investigación psicológica hasta la jubilación de Wundt en 1917, quien además nos legaría una magistral obra sobre la mente y la cultura, que ya desde entonces fueron vistas en íntima relación. Sin embargo, toda esta tarea monumental iniciada con los griegos y elaborada durante dos milenios de reflexión y casi un siglo de trabajo paciente de investigación científica, sería arrojada al tacho unos años después por los conductistas en Norteamérica, para iniciar una nueva versión de psicología completamente distinta, basada en criterios puramente cientificistas, como veremos luego. (Para mayor detalles sobre "cientificismo", por favor, véase la entrada anterior sobre "Ciencia y cientificismo").


Antes de hablar plenamente del conductismo, debemos todavía revisar algunos otros antecedentes históricos que nos permitan asumir una perspectiva completa, a fin de entender cómo y por qué surgió. Cambiando de escenario, el siglo XIX fue la era del resplandor tecnológico en la Gran Bretaña, que ya se había iniciado incipientemente a fines del siglo anterior. Este suceso es conocido como la Revolución Industrial, y se caracterizó por la incesante aparición de prodigios tecnológicos tales como la máquina de vapor y la locomotora. Los ingenieros británicos se entregaron a la invención de formidables maquinarias que impulsaron la producción agrícola y fabril. Esta revolución tecnológica precedió con mucho a lo que sería más tarde la revolución científica, cuyo inicio podría señalarse, con toda ley, en la publicación de la Teoría de la Evolución, mediante un libro titulado "El origen de las especies por medio de la selección natural", escrito por Charles Darwin (1859). Esto fue como un terremoto en medio de un huracán. La teoría de Darwin provocó una fiebre de investigaciones en el terreno de la biología, tal que cambiarían el escenario y las ideas respecto de la investigación científica. Todos estos sucesos tuvieron un gran impacto en la cultura, pues produjeron cambios dramáticos en las formas de pensar y concebir el mundo, y transformaron rápidamente la mentalidad de la sociedad. Así empezó a gestarse un nuevo fenómeno sociocultural, reconocido mas tarde como "cientificismo", el cual se caracterizó por un sentimiento de intensa admiración hacia la ciencia y la tecnología, predisponiendo a una ciega aceptación de sus productos, modelos y formatos. Los científicos fueron elevados al estatus más alto de la sociedad, mientras que la ciencia y la tecnología se mezclaban equivocadamente en una misma imagen, siendo prácticas muy distintas, pues la tecnología es muy anterior, e incluso podría remontarse a la Edad de Piedra. La ingeniería y la tecnología estuvieron siempre presentes en las grandes construcciones de los antiguos imperios, y también en las batallas, obviamente. Pero la ciencia, tal como hoy la conocemos, comienza con Galileo, se consagra con Newton y se establece plenamente a mediados del siglo XIX. Hasta entonces estuvo claramente definida y separada la imagen del ingeniero o inventor ligado a la tecnología, y por otro lado, la del científico vinculado a la filosofía, pues su interés estaba centrado en la producción de conocimientos y no de productos. La confusión actual entre ciencia y tecnología sería fruto del cientificismo.

Luego de la Teoría de la Evolución, la ciencia naturalista experimentó un tremendo avance, iniciando la investigación en torno a lo que esta teoría proponía. Como producto de estos esfuerzos, desarrollaron una serie de experimentos con poblaciones de insectos, generaciones de plantas y bacterias, iniciándose también el estudio de la genética. Todo esto los llevó a desarrollar técnicas específicas para el manejo de abundantes datos. El resultado fue la aparición y consagración de las técnicas estadísticas y de un modelo experimental orientado a esta técnica y a esta clase de problemas naturalistas. Para inicios del siglo XX, el cientificismo ya manejaba sus propios preceptos en torno a la ciencia y lo científico. Sus nociones mezclaban la ciencia con la tecnología, la experimentación con animales y las estadísticas como una sola maquinaria exitosa del saber, en medio de un escenario naturalista. Esa sería la imagen de ciencia que consolidó el cientificismo. El resultado de esta mezcolanza fue uno de sus productos culturales más emblemáticos: el "método científico". Hasta entonces el método no era más que un concepto filosófico gaseoso, vinculado al proceder heurístico de observación, razonamiento y pruebas de hipótesis, pero de pronto quedó convertido por el cientificismo en el proceder experimental-estadístico propio del naturalismo. La idolatría por el método así concebido, y la confianza absoluta en su poder, transformó la tarea de investigación en una parodia mecánica y estandarizada. Fundado en su fe absoluta por el método, el cientificismo desconoció a la filosofía y terminó recusándola y negándole utilidad alguna en el proceder científico. Finalmente arrojó al tacho toda forma de filosofía o epistemología y proclamó a la metodología como la única herramienta válida y útil en la ciencia, y a la tecnología como su única ocupación sensata. Así fue como quedó establecido el cientificismo militante para finales del siglo XIX.


Y este era exactamente el ambiente predominante en los EEUU a principios del siglo XX. Más aun, en los EEUU hubo siempre una fuerte inclinación hacía la tecnología, tal vez como herencia de la cultura británica de la que procedían. Esto les permitió también desarrollar su agricultura desde fines del siglo XVIII, con una gran variedad de innovaciones tecnológicas propias. La tecnología ha sido siempre una pasión muy grande de los norteamericanos, al extremo en que desarrollaron inventos fundamentales, como el aeroplano, el fonógrafo, el automóvil, el uso de la energía eléctrica, etc. Más aún, las creaciones tecnológicas no se limitaban a ingenios mecánicos sino incluso al perfeccionamiento de los procesos fabriles, como los que diseñó F. W. Taylor, predecesor de la tecnología aplicada a la conducta humana en el ámbito laboral. Y lo que podría sorprendernos hoy, es que todo ese tremendo escenario tecnológico se dio sin necesidad de ninguna ciencia, sino apenas con la habilidad de ingenieros y simples curiosos como Tomas Alva Edison, George Westinghouse y hasta humildes mecánicos como los hermanos Wright. También aquí ocurrió que los inventos precedieron con mucha anticipación a la ciencia norteamericana, que florecería tardíamente impulsada por los apremios de la guerra mundial y la llegada de genios europeos. Para principios del siglo XX, en los EEUU sólo existía cientificismo, con una pasión innata por las creaciones tecnológicas, los negocios y las finanzas, pero muy poca ciencia y aun menos filosofía. Incluso esta escasa filosofía apuntaba hacia un empirismo utilitario e inmediato, como lo prueba la obra de William James (1907), quien prepararía el terreno del cientificismo con su obra "Pragmatismo", al proclamar que las ideas sólo sirven si son útiles, lo que no cambió en los siguientes cien años, pues Richard Rorty seguiría esa misma argumentación al final del siglo. Con todo esto acabamos de describir el ambiente perfecto para que algo como el conductismo pudiese aparecer sin caer en el ridículo, y hasta para ser aceptado y seguido por algunos.

Aparición del conductismo


Si en Alemania la psicología científica fue el parto natural de la filosofía, el conductismo americano sería el parto forzado del cientificismo. Se inicia formalmente en 1913 con la publicación de un texto titulado: "La Psicología tal como la ve un conductista" escrita por John B. Watson. En él se proponía la creación de una nueva psicología científica, a la imagen y semejanza de la ciencia de moda en Gran Bretaña. La psicología se convertiría así en una copia fiel de la ciencia naturalista, entregada a la práctica del consagrado "método científico", es decir, la experimentación con animales, el uso de técnicas de medición, estadísticas y toda la parafernalia creada por el proceder naturalista. Pero además, para estar en linea con el reciente resplandor de la física, proponía algo más increíble: adaptar la psicología al mismo formato de la física, de modo que se ocuparía tan sólo de "hechos observables" estableciendo relaciones causa-efecto, sin proyección alguna al interior del organismo. Evidentemente, la nueva criatura no tenía ni rostro ni cuerpo de psicología, pero la llamaron así. Resulta obvio que Watson no tenía la menor idea del frankeinstein epistémico que estaba creando, al juntar una ciencia natural con una ciencia física. Al parecer sólo quería estar a la moda de las ciencias. Lo único que necesitaba para cumplir este sueño americano era conseguir un objeto de estudio adecuado, algo compatible con todo eso, pues los procesos mentales y demás asuntos propios de la psicología clásica, no se prestaban a tales esquemas. En consecuencia, Watson no tuvo ningún reparo en arrojar al tacho todos esos problemas milenarios de la psicología y acoger un nuevo objeto de estudio, distinto y ajeno pero más cómodo y conveniente: la "conducta animal". Un asunto que le pertenecía más bien a la etología. Pero Watson aclaró que el animal no sería del interés de esta nueva ciencia sino una novedosa entidad: su "conducta observable". Sostuvo que esta pequeña cuestión que acababa de inventar como "objeto" sería en adelante todo el interés de esta nueva psicología, y que su misión sería controlarla. Así se creo el ilusionismo general en torno a la "conducta" como si se tratara de algo diferente y separado o separable del animal. Además, aseguraba que su nueva ciencia estaría completamente libre de problemas filosóficos gracias a la objetividad, pues se ocuparía exclusivamente de lo observable. Y para terminar de definir su grandiosa propuesta, proclamó que entre el ser humano y los demás animales no había ninguna diferencia, por tanto, estudiar animales equivalía al estudio de humanos. Cualquier diferencia reclamada entre el hombre y los demás animales eran tontos prejuicios religiosos y anticientíficos. De este sorprendente modo surgió la nueva psicología "científica" norteamericana. Es decir: sujeta a un método, a una creencia y a una consigna. Por las dudas, leamos un extracto de este increíble manifiesto, donde se declara que el conocimiento no es el interés de esta ciencia.

"La psicología, tal como los conductistas la consideran, es una rama puramente experimental de la ciencia natural. Su meta teórica es la predicción y control del comportamiento. La introspección no forma parte esencial de sus métodos, ni el valor científico de sus datos depende de la prontitud con que se prestan a interpretación en términos de conocimiento. El conductista, en sus esfuerzos por establecer un esquema unitario de respuesta animal, no reconoce ninguna diferencia entre el hombre y el animal". (Watson, 1913, p. 158).


Contra toda lógica racional, esta propuesta tuvo aceptación. Hubo quienes la asumieron con mucho agrado incluso. Dos años más tarde, Watson sería nombrado Presidente de la American Psychological Association. Todo esto demuestra el clima que dominaba en la racionalidad cultural de los norteamericanos, no sólo por el cientificismo intenso, sino por los grandes intereses comerciales y políticos que despertó la propuesta. Se pretendía una ciencia útil y rentable, orientada al control de la conducta. Esto era música para el oído de muchos sectores. El manifiesto conductista fue como un panfleto publicitario que intentaba vender un nuevo producto presentándolo como ciencia y psicología, pero además señalaba toda una doctrina en qué creer, unos rituales que practicar, una tarea que cumplir, y todo eso sería una nueva psicología como ocupación. Nunca una ciencia había nacido, ni antes ni después, definiendo sus creencias en una proclama ideológica. El manifiesto de Watson no era un documento científico sino esencialmente una proclama ideológica, y así sería asumida luego por la comunidad de creyentes, quienes la repetirían literalmente como dogma de fe para edificar esta novedosa "ciencia útil", la "ciencia verdadera", la "psicología científica", la "ciencia de la conducta", etc. Estos fueron algunos de los clichés más frecuentes con que adornaron después sus textos. El conductismo había inventado su propia psicología, con su propio objeto de estudio, su propia metodología, sus propios objetivos, con todo un credo propio, y hasta tenían ya un profeta. No les faltaba nada para ser una iglesia. Aunque se proclamó, por sí y ante sí, una ciencia y una psicología, el conductismo nació con los pies encadenados al pedal de la tecnología, con la meta de producir ganancias, sin importar los conocimientos sino la doctrina. Desde su origen, esta "nueva psicología" conductista estuvo marcada por una retórica recargada, repleta de extravagantes afirmaciones y alardes megalomaníacos que convencieron rápidamente a los incautos. Y esta sería, además, la característica fundamental de sus dos principales mentores.


El "manifiesto conductista" fue el ideario del cientificismo norteamericano. Hoy tiene su mayor importancia en el hecho que permite reconocer los valores del cientificismo de la época. Estos valores se desprenden de sus objetivos: la predicción y el control de la conducta. Obviamente, no fue una mera coincidencia que el conductismo apareciera al mismo tiempo que otros movimientos ideológicos en el mundo, sustentados igualmente en una confianza absoluta en el poder de la ciencia y la tecnología, para ser usado con el mismo objetivo de lograr el control de los sujetos, la sociedad, del Estado, de la economía y del mundo. Era una moda cultural de la época, cuya base era el cientificismo. Más o menos, esos fueron los mismos objetivos y fundamentos del nazismo en Alemania y del marxismo en Rusia, expresiones del cientificismo que asumieron claros formatos políticos, pero que en Norteamérica adoptaron formas académicas para ponerse al servicio de los mismos objetivos de control social. Igualmente, el manifiesto de Watson tenía el mismo perfil de una proclama política e ideológica. Por ello no fue difícil que su propuesta ganara adeptos, desde las más altas esferas de poder social, hasta los estudiantes que percibieron nuevos horizontes laborales. Hubo incluso muchos interesados en invertir en esta novedosa y prometedora tecnología conductual que ofrecía el control social. De paso, Watson logró justificar así los fondos de investigación en las facultades de psicología de las costosas universidades norteamericanas, preocupadas siempre por el retorno de sus inversiones. Además perfiló un nuevo panorama laboral para los psicólogos, en una sociedad que ya sentía los efectos de la masificación y de los apremios de una administración burocrática en rápido crecimiento. Lo único malo de esta aventura cientificista, fue que decidió disfrazarse de psicología. Todo hubiera estado muy bien si Watson hubiese establecido su "ciencia de la conducta" como una nueva disciplina, sin mezclarla ni confundirla con la psicología. Hasta hubiera quedado mucho mejor asociándose con la ingeniería productiva de Taylor. Por desgracia, Watson presentó su conductismo como la "nueva psicología" y peor aun, como "la psicología científica", ignorando, así sin más, la psicología científica fundada en Alemania, y pese a ser lo más opuesta que se pudiera imaginar, pues el conductismo y la psicología no tenían ni un pelo en común. Con esto Watson desató una verdadera crisis en la psicología, similar al Gran Cisma del cristianismo, ya que teníamos una psicología científica en Alemania y otra en Norteamérica. Y además, completamente diferentes. Después de Wundt, en Alemania había aparecido Freud, un médico interesado por patologías muy concretas que le dio un sentido muy amplio a la actividad mental, pero muy concentrado en el aspecto sexual, y con explicaciones que carecían de sustentos científicos claros. Esto amplió aun más las ventajas del conductismo que resaltaba su discurso y su práctica cientificista. Así se dio inicio a una larga época de confrontaciones teóricas, que promovió indirectamente la aparición de diversas propuestas intermedias. Al tratar de explicar este extraño acontecimiento iniciado por la proclama de Watson, Kurt Danziger (1979) escribe lo siguiente:



"La razón de que su mensaje encontrara una resonancia masiva e inmediata fue que la mayoría de los psicólogos americanos ya aceptaban la premisa de que el negocio de su disciplina era producir datos para ser utilizados 'de manera práctica' por educadores, hombres de negocios y así sucesivamente, y de producirlos rápidamente. Dada esta premisa, la propuesta de Watson, despojada de unas cuantas exageraciones polémicas, estaba, obviamente, en la línea correcta." (Danziger, 1979).
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"Lo que Watson había hecho, era colocar el sello retórico final, en el establecimiento de la psicología como una ciencia administrativa, como una tecnología a ser manejada por los gestores de la sociedad con la finalidad de dirigir las acciones de aquellos a su cargo hacia los canales deseados." (Danziger, 1979).


Otro historiador de la psicología, Daniel M. Robinson (1982) ha resumido lo que ocurrió con esta frase:


"…Ahora bien, lo que había ocurrido era la adopción de una posición metafísica no sobre la naturaleza de la 'verdad' sino sobre la naturaleza de la 'psicología'. Se tomó la decisión de que la psicología no era más que una cierta clase de método, un método 'experimental', y que sólo aquellas partidas tratables mediante este método constituirían la materia sobre la que versaría." (Robinson, 1982, p. 324)


La "conducta" como objeto


El apuro por la prestación de servicios y por convertirse en una "ciencia útil", indujo a pasar por alto todos los problemas teóricos y filosóficos de la psicología clásica, proclamando simplemente que estos no importaban o, por último, asegurando incluso que no existían. Se llegó al extremo de acusar a la filosofía de ser una pérdida de tiempo y una fuente de confusión. Se sacralizaron conceptos como objetividad y empirismo, los que pasaron a formar parte de los fetiches ideológicos de esta nueva psicología, que en realidad no era más que una simple técnica de análisis conductual en busca de programas de control de la conducta animal. Me atrevería a decir incluso que las viejas técnicas de amaestramiento de animales trataron de meterse al club de las ciencias encubiertas con un disfraz de psicología y con un carnet de tecnociencia. La mayor parte de los anuncios de esta novedosa "ciencia conductual", tales como el papel de los premios y castigos en el comportamiento, eran conocimientos populares y cotidianos, tan viejos como la humanidad, pero expresados en un novedoso lenguaje tecnicista. Su único valor agregado era la técnica experimental y de observación sistemática, en busca de programas de reforzamiento o extinción de conductas. Al fin y al cabo, a eso se reducía todo el conductismo. Pero lo más curioso y contradictorio de esta supuesta "psicología científica" aparentemente naturalista, fue que se propuso no saber nada sobre el organismo, y este empeño en la ignorancia, era parte fundamental de su doctrina. Por tanto, tampoco tuvieron ninguna dificultad en descartar los procesos mentales. De modo que era una psicología sin mente y sin organismo, si se puede llamar a eso "psicología". Del naturalismo tan sólo habían copiado el método, luego emplearon un enfoque físico-mecánico para entender y controlar la conducta. Al final, nadie sabía qué era lo que estudiaba en concreto esta ciencia, si fuera una ciencia. Y es que en verdad, no estudiaba nada, primero porque el conocimiento no formaba parte de sus intereses sino tan sólo la producción de técnicas de control conductual; y segundo porque era obvio que "la conducta" no podía ser "objeto" de ninguna ciencia. Únicamente sirvió de pretexto para vender una técnica como una falsa nueva ciencia.


Desde un punto de vista ontológico, se llega a la conclusión de que la conducta no es más que una construcción conceptual, pero no algo real. Es un mero concepto empleado por un observador para referirse a lo que observa de manera circunstancial. De modo que es propio del observador, pero no es un existente real sobre el que puedan establecerse propiedades y principios universales. En otras palabras, la conducta no es un "algo" que pueda desprenderse del animal para ser tratada aisladamente. Es como ver abrirse a una flor: no podemos separar este hecho de la propia flor. Nadie puede decir: "no me interesa la flor sino tan sólo su acción de abrirse". Del mismo modo, lo que observamos no es únicamente "conducta" sino el despliegue de un animal en tanto ser vivo. Esto significa que no se puede estudiar la conducta por sí misma, sin el organismo, porque no se trata de dos fenómenos sino de uno solo. Tratar de separar la conducta del organismo es un disparate ontológico. Si bien durante el siglo XVIII la psicología escolástica había separado cuerpo y mente, el conductismo había separado cuerpo y conducta; pero creían que tenían ventaja y sustento científico porque "la conducta es observable". Ese sería finalmente todo el sustento de su debate con aquella psicología "mentalista". Pero la "conducta" resulta ser más fantástica que la propia mente, pues no existe más que en la mente. No se puede pues hacer una "ciencia de la conducta" por la misma razón que no podemos hacer una "ciencia del amanecer". No son fenómenos reales sino percepciones y nociones de un observador. Pese a su tan anunciada objetividad, el conductismo había proclamado como objeto de su ciencia un elemento completamente insustancial y puramente conceptual. Lo único que existe realmente es un organismo viviendo, ergo, lo único que puede ser objeto de una ciencia es el mismo organismo. El único modo de entender realmente la conducta es involucrándose con este organismo, en tanto fenómeno vivo y sistema autónomo. La ciencia tiene que ir a desarmar su estructura, descubrir sus elementos y mecanismos internos, conocer sus principios, etc. Así es como procede la ciencia. Debido a una falencia epistémica, el conductismo pretende considerar al animal como una roca, y no ver más que sus movimientos físicos reactivos, pero esto es tergiversar la verdad de los hechos para hacer una falsa física. El enfoque de la física no es aplicable a los organismos, en tanto sistemas autónomos. La física se orienta a los niveles más elementales de la realidad, muy distintos de los niveles superiores de integración y complejidad que corresponden a los organismos. De hecho, la física no se ocupa de los organismos.


Además, no se puede hablar propiamente de "conducta" si no apelamos a una interpretación adecuada de lo observado, digamos, en una persona, considerándola dentro de su circunstancia individual y cultural. Sólo así podríamos hablar de una cierta clase de "conducta". Este es el enfoque de las ciencias sociales, humanas y culturales, cuya epistemología empezó a ser definida por Dilthey (1910) y Windelband (1924), entre muchos otros. Pero el conductismo se definió rápidamente como un naturalismo positivista y recusó la interpretación como mecanismo científico. Su enfoque fisicalista orientado hacia animales es, pues, opuesto, siendo requisito de la doctrina la objetividad absoluta, sin repercusiones hacia el organismo, de modo que en realidad se referen a movimientos físicos. No pueden ir más allá. Por último, otro absurdo contracientífico era asumir que el hombre es igual que los demás animales, cuando todas las evidencias a la vista demuestran todo lo contrario. Esta pretensión implicaba incluso desconocer el proceso evolutivo. Así pues, como se puede apreciar, el conductismo adolecía de serias ¡graves! deficiencias epistémicas. ¿Qué era realmente el conductismo? ¿Una psicología sin mente? ¿Un naturalismo sin organismo? ¿Una física de movimientos animales? ¿Qué era? ¡Nadie lo sabía! Si fuera una ciencia, ¿qué clase de ciencia sería? ¿A qué nivel de la realidad y de la evolución dirigía su atención? ¿Con qué otras disciplinas científicas intercambiaba información y qué clase de información? ¿Con qué objeto trataba realmente? Por supuesto, todas estas inquietudes se reflejaban tan sólo al nivel de la filosofía de la ciencia, ya que los hechos socioculturales simplemente se dan como se dan, y el conductismo era netamente un producto sociocultural, movido, no por inquietudes epistémicas sino, por intereses económicos y sociopolíticos de moda. Por ello, detrás de todos sus alardes megalomaníacos, el manifiesto conductista de Watson ocultaba una verdadera trampa lógica. No era más que un colage de conceptos de moda, elegidos apenas por su valor e interés cultural, para justificar una práctica comercial muy concreta. Podríamos decir que el conductismo fue el engaño colectivo más grande de la historia -fuera del terreno religioso, claro está- pues se presentó como "la psicología científica", cuando en realidad se trataba tan sólo de una técnica, ofrecida a las instancias del poder y del mercado con un discurso cientificista y exagerado. Una técnica que, en definitiva, estaba muy lejos de poder hacerse cargo de todo el amplio escenario que implicaban los intereses de la psicología. Aunque esto no quiere decir que las técnicas conductistas no funcionen. De hecho funcionan. Nos referimos a que fueron ofrecidas como una ciencia y, más aun, como "la psicología", sin ser ni lo uno ni lo otro. Evidentemente Watson no tenía ninguna autoridad para definir, por sí y ante sí, lo que era la psicología, al margen de dos mil quinientos años de historia, y de un siglo de esfuerzos y desarrollos científicos. Se trataba de un acción inaceptable, hecha además con exceso de arrogancia y sin fundamentos epistémicos claros. El caso es que tuvo alguna aceptación y generó una inmediata comunidad de creyentes que, además de sumarse alegremente a la técnica experimental animalista, se dedicaron a combatir a la psicología clásica y a sus escenarios típicos de estudio.


A partir del mal ejemplo conductista, cualquier cosa habría de ser factible como psicología en el escenario de los EEUU. Era inútil esperar, ya no digamos cultura y formación epistémica, sino apenas coherencia lógica y racionalidad en las propuestas. Aparecieron muchos fundando su propia psicología, incluyendo, desde luego, otras psicologías científicas. Probablemente el último de estos extravagantes casos sea el del Sr. Rubén Feldman-González y su psicología holokinética, fundada supuestamente sobre la física cuántica (?). Así que Watson no fue más que el primer personaje folklórico en inventar su propia psicología, porque luego la lista sería enorme. Se desató un verdadero delirio de propuestas de nuevas psicologías, las que empezaron a crecer como hongos en el prado, todas ellas escudadas en la ciencia y la técnica, pero interesadas más en los negocios que en el saber. Las diversas especies "psicológicas" en aparecer, irían desde el Análisis Transaccional hasta la Programación Neurolingüística, orientadas todas al análisis de la conducta y las técnicas de control, rodeadas siempre de fabulosas promesas de efectividad. De este modo se inició el interminable negocio de las "psicoterapias", ya sean conductuales, mentales, espirituales, sociales, etc. Varios iluminados fundaron su propia psicología personal, con su propia doctrina y su grey de seguidores fanáticos proclamando la verdad de su ciencia. Las doctrinas se fundaban en las mismas creencias cientificistas o de otros tipos como el filosófico-oriental, espiritualista-ocultista, interaccionista, bioenergético, comunicante, emocional, socioefectivo y muchísimas otras cosas. Además de la "ciencia útil", se predicó también a favor de la "ciencia fácil", al alcance de todos. La psicología norteamericana se convirtió en un verdadero mercadillo de ofertas psicológicas, muchas de las cuales se cobijaron bajo la carpa del humanismo para competir con el conductismo y el psicoanálisis en el tratamiento de los problemas de la gente. Luego se sumaría el interminable alud de textos de autoayuda, convencimiento y potenciación del pensamiento, empleadas por vendedores, publicistas y hombres de negocio. En todo ese mercado persa de las psicoterapias, el conductismo trató de sacar ventajas de dos maneras: primero, adueñándose del rótulo "psicología científica"; y segundo, mostrando sus cifras de efectividad. Ya no importaban los conocimientos científicos ni la ampliación del saber psicológico, sino únicamente las cifras de efectividad. Era como el rating con que defienden su valor los peores programas de la televisión basura. La psicología de los EEUU acabó siendo un completo desastre durante la segunda mitad del siglo XX. Ya nadie sabía lo que era la psicología, pues hasta su definición se había trastocado en los textos, y se inició la discusión sobre su objeto de estudio. Para la gran mayoría, la psicología era una práctica de ayuda al prójimo. Así se impuso la lógica de "si funciona, vale".

(La consecuencia más funesta de todo lo acontecido, fue que este desastre de la psicología norteamericana, fue reflejado exactamente igual en las universidades latinoamericanas, y de otros lugares hasta donde llega la influencia de la cultura norteamericana, provocando varias generaciones de psicólogos confusos, que terminaron divagando con una mezcolanza atroz de psicoanálisis, conductismo, psicometría y varias corrientes humanistas, pues todo eso estaba -y aun está- incorporado en el currículo académico de la psicología. Es decir, ya ni en las universidades sabían qué era la psicología, y acabaron enseñando de todo, por las dudas. El caos se había generalizado e institucionalizado. Los supuestos epistemólogos de la psicología, se limitaron a declarar que la psicología era un "campo multiparadigmático". Eufemismo elegido para denominar al caos teórico y convalidarlo.)

El antimentalismo conductista

A pesar de declararse una ciencia y de ocuparse de sus técnicas de adiestramiento animal, la conducta de los conductistas no resultaba tan científica, pues se dedicaron al desprestigio de la psicología clásica. Esto es algo que no ocurre en la ciencia. Es una conducta más bien típica de sectas políticas y religiosas. En la ciencia tan sólo se proponen teorías. Una teoría reemplaza a otra cuando explica mejor un fenómeno, pero no por aniquilarla retóricamente. Cuando se hace ciencia nadie se ocupa del raje, la maledicencia o la animadversión, y menos para defender dogmas. Pero el conductismo nunca ahorró esfuerzos por escupir en el rostro de la psicología clásica y por desprestigiar a la mente y los procesos mentales. Si bien Watson se limitó tan sólo a declarar que todo lo mental era inaccesible mediante el método científico, por lo que le parecía inútil ocuparse de ello (posición que parecía entendible y aceptable), los seguidores del conductismo se entregaron a una rabiosa prédica antimentalista, llegando al absurdo de negar la existencia de procesos internos. Su obsesión por una objetividad absoluta, que los limitaba al pequeño segmento de lo observable y lo observado, prácticamente los dejó ciegos para ver más allá de lo obvio. No obstante, el conductismo nunca tuvo una posición sólida en contra de la mente. Víctimas de sus inherentes limitaciones filosóficas, no pudieron hacer más que repetir toda clase de embustes incoherentes y argumentaciones anacrónicas.


Hay que advertir, que la mente fue causa de controversia aún entre los propios conductistas. Pese al obstinado discurso antimentalista de Watson y Skinner, muchos, tal vez la mayoría, nunca dejaron de tener en cuenta los procesos mentales. Incluso podríamos decir que uno de los trabajos más valiosos de la psicología del siglo XX, estuvo a cargo de uno de estos conductistas. Me refiero a E. Tolman (1886-1959) quien sólo copió ciertos esquemas metodológicos del conductismo, por lo que él mismo decía "hay conductismos y conductismos". Hoy los conductistas ya no rechazan considerar el aspecto "mental" en sus modelos, aunque lo hagan con cierto sentimiento de aprehensión y usando cuidadosamente otro vocabulario. Por ejemplo, se refieren a "hechos internos", aunque sólo sea para considerarlos como nuevas variables dentro de su mismo esquema metodológico. Tampoco podemos esperar más de ellos. De todos modos, no es nada raro encontrar aun en estos días, textos conductistas que siguen despotricando en contra de la mente. Por supuesto, siguen repitiendo los mismos desfasados argumentos de principios del siglo pasado, y hasta con la cita infaltable de Ryle, un autor enfocado en las tesis de Descartes. Lamentable porque toda esa discusión parte de la ignorancia y del fanatismo. Sin duda, "la mente" es un concepto muy útil del lenguaje, pues hace referencia a un elemento de la realidad subjetiva humana, al igual que muchas otras palabras, por ejemplo, "la música". No hay nada en el "mundo objetivo", físico y exterior, es decir, en el "mundo real", que pueda llamarse "música". Sin embargo nadie ha puesto en tela de juicio la existencia de la música. ¿Por qué entonces el de "la mente"? ¿Si la música no existe en el "mundo real", dónde es que sí existe? Y no es sólo la música, son los colores, las voces, el calendario, la patria, etc. Hay un "lugar" en donde todos estos elementos existen plenamente para los seres humanos, y que no es el "mundo real" y objetivo. Así pues, las palabras no sólo designan cosas del "mundo real" sino también elementos que se configuran en la conciencia humana, y que son los mismos en todos los cerebros humanos, por lo que coincidimos en su designación. Lo que prueba que los elementos que forman parte del mundo de los humanos, y que afectan obviamente su conducta, no son siempre observables. Precisamente esa es la característica primordial de esta especie humana. Quiere decir que para los humanos, lo "real" no es exactamente lo que hay en el mundo objetivo exterior, pues incluso tales señales han sido transformadas por su cerebro. Lo que desea la psicología es ser una ciencia que explique de qué manera tales señales se transforman en el cerebro, y qué otros elementos subjetivos surgen en la conciencia humana para darle la noción de una realidad humana. En consecuencia, la psicología, a diferencia de la física, no pretende descubrir la realidad del mundo exterior sino la realidad humana, aquella que se configura en su conciencia y a la cual responde como especie particular. Desde luego, sería ridículo ignorar o negar tales elementos sólo porque no se observan, pero sí se experimentan y se confirman mediante la comunicación, aunque también puede decirse que se observan o se deducen desde sus construcciones y estructuras socioculturales. Además ¿qué valor supremo tiene la observación por encima de la experiencia? ¿No es acaso la observación, una experiencia más? Por el contrario, tratándose de una conducta ajena, la observación se halla en obvia desventaja con respecto de la propia experiencia. Lo que se observa en un organismo vivo es como la punta de un iceberg. Puede bastar para hacer una técnica de adiestramiento pero no para hacer ciencia. Lamentablemente el conductismo edificó su doctrina observando animales, y luego pretendió encajar a los humanos en sus esquemas, ignorando obstinadamente toda diferencia. Lo que podrían decir los conductistas es que nada de lo mental tiene sentido en su técnica, algo que sería muy comprensible. Pero han ido mucho más allá que eso y se han dedicado a denigrar a la psicología clásica y a negar los procesos internos, como si siguieran una consigna.


En suma, los delirios antimentalistas del conductismo no tienen ningún sentido, pues no conducen a ningún lado y nunca prueban nada. Sólo pretenden justificar a cualquier precio un obcecado objetivismo ramplón. Además nadie se ocupa de "la mente", salvo los filósofos de la mente. Lo que estudia la psicología son procesos o fenómenos específicos y evidentes, tales como el pensamiento, el razonamiento, la memoria y fundamentalmente la conciencia (como escenario subjetivo y proceso activo de construcción de la realidad humana, que involucra memoria, razonamiento y pensamiento), entre muchos otros procesos específicos que son evaluados para determinar las capacidades cognitivas, por ejemplo. Tal vez pueda decirse que todos esos procesos "mentales" son "la mente". Pero es una discusión ociosa y sin sentido en nuestros días, pues pertenece a la segunda mitad del siglo XIX, cuando la naciente psicología científica europea y la filosofía positivista, enfrentaban teóricamente a los rezagos de la psicología escolástica. No es pues, ni siquiera, una tarea del conductismo.

Resulta paradójico además que por un lado los conductistas se empeñen tanto en una fanática negación de la mente, mientras que por otro, no hayan tenido ningún empacho para congeniar con ciertos conceptos tan burdos y huecos como el de "personalidad". Se han tomado incluso la molestia de abordar este nebuloso concepto del que nadie sabe qué es, ni en qué consiste, ni para qué sirve, ni dónde está. Peor aun, ni siquiera usaron su antimentalismo para refutar esa entelequia llamada "inteligencia". Tanto la personalidad como la inteligencia son constructos hipotéticos propios de la psicología pre científica del siglo XIX, que ingresaron intactos al siglo XX, y a los que luego se les sumó el gran mito de la "conducta". Los conductistas se concentraron de manera obsesiva en combatir "la mente" de Descartes, como si todavía fuera un concepto vigente, y dejaron pasar todo lo demás. Tampoco se han ocupado seriamente del problema interno que tienen en relación a su concepto de "conducta", pues nunca estuvo claro qué era eso. Para Watson era todo lo que hace una persona, incluyendo pensar; para Skinner era todo lo que uno ve que el otro hace (fantasía del observador); para otros eran acciones medibles y específicas de acuerdo a los ajustes del método (Bayés, 1978). Así que en lugar de andar ocupados en discusiones tontas sobre la mente, deberían preocuparse por definir qué es eso que llaman "conducta", explicar cómo es que puede constituir "objeto" de una ciencia, y determinar qué clase de ciencia son exactamente; o sea, deberían señalar con precisión qué aspecto de la realidad es la que pretenden explicar, con qué nivel ontológico y evolutivo tratan, y cómo justifican su metodología frente a todos esos aspectos. Es decir, en lugar de tratar de quedar en pie por la aniquilación retórica del adversario, deberían intentar probar su validez epistémica. De lo contrario, será cada vez más evidente que el conductismo no fue más que una farsa seudocientífica.

La aparición de Skinner


Si bien el cientificismo tuvo su origen tras el remezón de la Teoría de la Evolución a fines del siglo XIX y se consolidó con la actuación de los naturalistas y sus métodos, la segunda etapa estuvo marcada por la influencia de la física de principios del siglo XX, cuyos grandes descubrimientos opacaron a los naturalistas. La física encabezó la segunda ola de la Revolución Científica. Los escenarios de la física moderna se ubicaron más allá de las posibilidades experimentales y de las mediciones, pero esto no los detuvo. Como consecuencia, la física teórica desencadenó una importante revolución no sólo física sino también epistémica, dejando atrás las viejas nociones de objetividad y empirismo. Guiados únicamente por la experiencia de la realidad, y no por ideologías, la ciencia moderna empezó a manejar nuevos conceptos. Sin embargo aquellas nuevas concepciones filosóficas nunca llegaron a calar en el cientificismo ya asentado, que además recusaba a la filosofía y al conocimiento. Algunos apenas alcanzaron a emplear ciertos enfoques de la física, como las teorías de campo. Así fue como J. R. Kantor inició su teoría del "campo interconductual" a mediados de los años 20, aunque no la culminaría hasta los años 50, cuando acabó por fin de completar la mezcla compleja de elementos que le daban forma a su "campo interconductual", junto con el nuevo evangelio psicológico que había definido para su propia "nueva psicología". Un evangelio que era también un sancochado epistemológico. Por desgracia, Kantor no pudo competir con la fama de Skinner, convertido ya por los medios en una especie de mega estrella.


La revolución teórica provocada por la física relativista y cuántica sucedía casi paralelamente a la consolidación cultural de un cientificismo anacrónico, fundado aún en las viejas concepciones emanadas del naturalismo inglés de fines del siglo XIX. Fue el momento en que apareció el conductismo de Skinner, empleando el lenguaje de condicionamiento pavloviano y bajo el esquema de la selección natural de Darwin. Es decir, tenía un retraso de medio siglo, en una época en que los conocimientos científicos habían empezado a acelerarse vertiginosamente. También Kantor acabaría por entonces su propuesta de "campo interconductual", pero fue ignorado por la confusa complejidad de su propuesta, y por la encantadora simplicidad del modelo de Skinner. Además Skinner tenía grandes aptitudes para comunicarse con mayor eficacia en la nueva era de los medios, y contaba con una serie de artilugios curiosos que deleitaron a la gente. ¡Hasta tenía palomas que jugaban pin-pon! Cuando Skinner saltó a la fama y presentó su modelo naturalista del siglo XIX, el mundo ya estaba a la mitad del siglo XX y la ciencia había cambiado varios de sus conceptos. Poco después, las neurociencias encontrarían que el condicionamiento operante de Skinner se basaba en los mismos principios de la asociación nerviosa descrita por Pavlov. También la filosofía de la ciencia empezaría a generar nuevas concepciones epistemológicas: Popper (1945), Koyré (1957), Kuhn (1962), y más tarde aun, Lakatos (1965) y Feyerabend (1975). Paralelamente, varios autores desarrollaron nuevas concepciones acerca del hombre y su cultura como objetos de las ciencias sociales, entre ellos Rickert (1910), Webber (1922), Malinowski (1944), etc. Al final de todos estos cambios gnoseológicos, los grandes mitos del cientificismo anacrónico quedaron muy mal parados, en especial el "método científico". Pero nada de esto sería asimilado ya por el conductismo, que acabó edificado sobre los andamiajes del cientificismo del siglo anterior, repleto de conceptos caducos como los de objetividad y empirismo, y sumido aun en la incoherencia de sus prácticas naturalistas con lógica física. Por ello nunca se enteraron de la gran diferencia que hay entre estudiar un hecho natural y un hecho humano, entre estudiar animales en un ambiente natural y estudiar personas en medio de una cultura, y entre estudiar un mero concepto de observador y estudiar objetos y procesos reales. Pero lo más grave de todo fue que nunca distinguieron la práctica de una mera técnica, con el ejercicio de la ciencia real.


El conductismo no fue prácticamente nada hasta que saltó a la fama B. F. Skinner. Esto ocurrió recién en el año 1945, cuando la revista femenina Ladies's Home Journal se ocupó de un invento de Skinner conocido como la cuna de aire. Para entonces Skinner ya había publicado en 1938 su libro "La conducta de los organismos". Un título espectacular, realmente, si consideramos que sólo había trabajado un año, en experimentos muy concretos con ratas. (Recordemos que Darwin estudió diversas especies por todo el mundo y luego se tomó más de veinte años de reflexión antes de publicar su teoría). Skinner se había incorporado como investigador al laboratorio de la Universidad de Harvard en 1936 y de inmediato produjo su primer libro, formulando sus primeras conclusiones apresuradas. Este libro pasó totalmente inadvertido en el mundo académico, pero más tarde los seguidores de Skinner lo rescatarían del olvido para elevarlo a la categoría de Biblia. Fue sólo gracias a la afortunada publicidad que ganó con su "cuna de aire" cuando Skinner se hizo conocido. Para entonces había escrito ya su primera novela, titulada "Walden Dos", pero no encontró quién quisiera publicarla hasta 1948. Ya eran los días de la posguerra. Es decir, cuando el mundo estaba en ruinas: casi toda Europa, Rusia y el Japón estaban destruidos, y con su actividad académica y científica suspendida o dispersada. EEUU era el único país del mundo civilizado que estaba intacto, donde aun había actividad científica y literaria, y contaba con la única industria editorial en pleno funcionamiento. Allí es justo cuando aparece Skinner. A esto hay que añadirle el ambiente de euforia que vivían los norteamericanos luego de ganar la Segunda Guerra Mundial con sus bombas atómicas. La valoración de los norteamericanos por sí mismos y por sus producciones tecnológicas se elevó a niveles superlativos, reforzando aun más su interés y aprecio por la tecnología. En aquel entonces, EEUU era el único país del mundo donde se hacía ciencia, tecnología y publicaciones. No tenía competencia. Esto incrementó su poder y, sobre todo, su influencia directa en Latinoamérica. Fue el momento justo para regar el conductismo.


Realmente fue la novela "Walden Dos" la que le abrió a Skinner las puertas de la fama, pues llamó mucho la atención de un público amante de la libertad, frente a lo que significaba su propuesta de una sociedad controlada científicamente, justo cuando su nación se enfrentaba al modelo de controlismo estatal del comunismo soviético. Debido a todo esto se generó un gran interés y preocupación en torno a su trabajo, por lo que nunca dejó de estar bajo la crítica y la polémica desde todas direcciones, incluyendo políticos, filósofos y hombres de ciencia. Una de las características más notables de Skinner era su facilidad para hacer afirmaciones categóricas y exageradas sin ningún fundamento real. Su siguiente libro "Ciencia y conducta humana" (1951) no tenía nada de ciencia, pues básicamente era una colección de audaces afirmaciones respecto del ser humano, ideadas mediante la simple extrapolación del cuerpo de creencias construido a través de sus experimentos en ratas. Una acción temeraria que no tenía ningún sustento científico. El hombre fue degradado por el conductismo animalista al mismo nivel de las demás especies, como un requisito de su fe. Si Watson había acomodado el escenario de la realidad al método, Skinner había ajustado al hombre a su doctrina. Era otra vez la táctica de acomodar el mundo a la doctrina. Es decir, era un proceder abiertamente contracientífico, ya que en lugar de aprender de la realidad, la acomodaban a sus creencias. Este libro resultó una pura especulación seudocientífica pero sirvió para proclamar las creencias que posteriormente el conductismo repetiría como un credo. Entre sus más absurdas afirmaciones estaba, por ejemplo, que el hombre carecía de libre albedrío y que su conducta estaba totalmente condicionada por el medio. La necesidad de Skinner para hacer esta afirmación tan radical provenía de su enfoque mecánico de la conducta, pues su técnica se fundaba en la manipulación del ambiente para conseguir conductas deseadas, lo cual sólo podría concebirse si se considera a la conducta como totalmente determinada desde afuera, y asumiendo que dentro del animal no ocurre nada (salvo el refuerzo). Tal posición era en realidad un condicionamiento de su propio modelo, ya que este se basaba exclusivamente en la observación de factores externos y nada más que en eso. Pero se trataba de una autolimitación absurda que Skinner se había impuesto a sí mismo como un principio para su modelo. Esta posición caprichosa y dogmática se volvió la base fundamental del credo conductista, a pesar de que no tenía ningún sustento científico. No era más que una simple creencia. Obviamente la realidad no es así: los organismos no son piedras, son pequeños universos donde ocurren muchas cosas. Todavía no entendemos porqué Skinner tuvo que asumir una limitación tan absurda y tan abiertamente irracional. La única posibilidad es que estuviera copiando el modelo explicativo de la física sugerido por Watson, es decir, la relación causa-efecto de los cuerpos inertes, sin interesarse en lo absoluto por las implicancias epistémicas de emplearlo en la explicación del accionar de los organismos, pues tratándose de sistemas autónomos, se hace lógicamente imposible formular "leyes universales de la conducta", basados únicamente en el establecimiento de una relación de causa-efecto, en virtud de la observación exclusiva de condiciones externas. Definitivamente hay un claro error epistémico en esa pretensión.

El simple establecimiento de una relación causa-efecto no implica necesariamente una argumentación científica, se tiene que ir más allá, hacia la explicación final de esta relación, para lo cual se debe incursionar dentro del organismo o de las propiedades del cuerpo o elementos implicados en dicha relación. Pero esto es algo a lo que se niega el conductismo como parte de su doctrina, por lo que no llega a ser una ciencia. Skinner proclamó que su ciencia era una "ciencia descriptiva", pero tal cosa no existe. El conductismo, desde su origen, estaba mal acostumbrado a proclamarse lo que quisiera y a definirlo todo a su manera, pero así no suceden las cosas en la ciencia. Es por ello que el consenso científico no tardó en recusar al conductismo.

Obviamente Skinner seguía en la creencia cientificista del siglo XIX, basada en un determinismo absoluto proveniente de la vieja filosofía del siglo XVII, y fundada, a su vez, en una visión religiosa que postulaba el orden perfecto del universo como producto de la creación. Esta visión aseguraba que todo ocurría por una causa y a que la causa final de todo era la voluntad de Dios. La relación causa-efecto fue también la base de la superstición, es decir, la vinculación de una circunstancia con lo que le pasa a uno. El cientificismo conductista se montó sobre la creencia de que el "método científico" permitiría descubrir la relación causa-efecto, la cual luego permitiría enunciar una "ley universal" que, a su vez, permitiría "predecir y controlar" el futuro. Todo esto, obviamente, fundado en la creencia de que la realidad es homogénea, repetitiva y constante. Supuestos que la ciencia moderna ya había dejado de lado al entrar a la tercera década del siglo XX, cuando apareció el positivismo lógico. Pero nada de esto formó parte del conductismo, ya que este se fundó plenamente en concepciones anacrónicas heredadas del cientificismo del siglo XIX.


Si bien la técnica de Skinner, aun con todos sus defectos epistémicos, podía funcionar relativamente bien con ratas y palomas, la mayor parte del tiempo y en tareas muy concretas, era sumamente iluso pensar que ese mismo modelo podía proyectarse a los seres humanos, en toda la magnitud de su comportamiento social. Los hombres podemos decidir mediante un juicio interno, el cual es un procesamiento de información, que es un evento interno mucho más complejo que el simple manejo de estímulos externos. Pero esto era incomprensible en el escenario simplista en el que se movía el enfoque conductista, basado en la sola observación de dos variables, mágicamente aisladas y sin vinculación con el resto del universo. Aunque Skinner había experimentado únicamente con ratas y palomas, en experimentos muy concretos, no tenía ningún reparo en hablar de la conducta humana en general, sintiéndose una autoridad en el tema. No sabemos qué le daba tal autoridad. Simplemente se empeñó en extender su pequeño descubrimiento del condicionamiento operante a todo el universo de los seres vivos, incluyendo humanos, sin ninguna distinción, edificando una biblia de creencias seudocientíficas. Ni siquiera cuando se aventuró a explicar la conducta verbal de los humanos, o su conducta guiada por reglas, pudo desprenderse de aquel esquema elemental de estímulo y reforzamiento que era todo su universo conceptual. Cualquier cosa era convenientemente acomodado a ese esquema. Era la formulita con que lo explicaba todo, absolutamente todo. Hay que reconocer, eso sí, que tenía una gran elocuencia; pero la mayor parte de lo que escribía no pasaban de ser afirmaciones audaces, imposibles de sustentarse científicamente, por lo que siempre causaba polémica. Skinner estaba convencido de que ya había descubierto la clave que abría todos los misterios de la conducta animal, a cualquier escala, y llenaba libros enteros con sus creencias desbocadas. Ya no estaba dispuesto a aprender sino a imponerle al mundo sus creencias. Era un sujeto arrogante y testarudo que se sentía por encima de toda crítica. La fama de Skinner creció como la espuma y llegó a hacerse tan famoso como una estrella de cine, apareciendo en los programas iniciales de la televisión. Como toda estrella, Skinner desató una verdadera fiebre experimental con animales en la psicología americana, al punto en que casi todos se dedicaron a amaestrar animales. Los congresos de la APA se parecían a un circo donde todos iban a mostrar los nuevos trucos que habían aprendido sus animales (Cronbach, 1957). Para colmo, al frente estaba el circo del humanismo, adonde también se metieron toda clase de malabaristas (Yalom, 1985). Así que esa fue la psicología norteamericana a lo largo de las décadas de los 50 y 60 del siglo XX. La crisis de racionalidad cultural que el cientificismo había iniciado en Europa a principios del siglo, llevándola a dos espantosas guerras mundiales, se había instalado finalmente en los EEUU. Ahora era EEUU el que se hallaba sumergido en la guerra fría, la guerra nuclear, la guerra de Korea, la guerra de Vietnam, la guerra interracial, la guerra de los gansters, los movimientos hippies, los crímenes políticos, etc., y el conductismo. A lo que debemos añadir la guerra mercantil de las psicoterapias y de las psicometrías. La psicología real había sido dejada de lado para ocuparse tan sólo de dar servicios, a partir de simples creencias firmemente establecidas, como la personalidad, la inteligencia y la conducta.


Semejante ambiente de crisis tuvo que merecer duras críticas a toda la psicología en general, pues toda ella se vio injustamente afectada (G. Canguilhem), aunque el fuerte de las críticas se dirigió al conductismo de Skinner en particular (Chomski, 1959; Taylor, 1964; Dennett, 1969; etc.). Afortunadamente, semejante extravío de la racionalidad y el panorama de crisis general de la psicología, no se vivió en otros lugares como Rusia, en donde la psicología no tuvo los apremios comerciales de EEUU, y supo mantenerse firme ante los embates del naturalismo local, promovidos por verdaderos científicos de la talla de Pavlov, Setchenov y Luria. La psicología rusa, representada en los años 30 por Vygotski, tenía claro que los retos de la psicología estaban en los campos de la conciencia, el subconsciente y los procesos cognitivos, tanto individuales como socioculturales. Así lo ratificarían luego las macizas obras de Leontiev y Rubinstein, justamente en la misma época de la histeria conductista en Norteamérica, donde se vivía la crisis más espantosa de la psicología, incluso del mismo conductismo, pues una larga lista de disidentes prefirieron fundar un condustismo muy diferente, alejándose del simplista y monótono modelo de Skinner. Para enfrentar la creciente ola de críticas y condenas que recibió su ciencia animalista y mecánica, Skinner se vio obligado a publicar sus últimos libros tan sólo para defender sus postulados tercamente. Así salió a la luz "Más allá de la libertad y la dignidad" (1971) y "Sobre el conductismo" (1974). Fueron sus últimos libros, aunque luego se publicarían sus notas, artículos y otras cosas relacionadas a él. Pero lo cierto es que ni en esos libros pudo responder a las diversas críticas que se le hacían a su modelo y a sus desaforadas ideas. En el primer libro se defendió de los humanistas proponiendo su técnica como una herramienta para moldear culturas más humanas. Pensaba que la misma técnica con que amaestraba a sus ratas, podía ser usada para moldear toda una cultura. En su último libro tuvo la osadía de plantear el conductismo como una filosofía. Según él, esta filosofía intentaría dilucidar si una "ciencia de la conducta" era viable. Aunque ya era tarde para eso y nadie desarrolló esta filosofía, resultaba insólito que después de pasarse más de medio siglo recusando a la filosofía como una inutilidad, el conductismo se presentara finalmente como una filosofía. Después de todo, la historia está llena de paradojas, y el conductismo entero es una gran paradoja de la historia. Al final, la imagen de Skinner quedaría vinculada para siempre a una caja con una rata adentro. Esa fue la lamentable imagen de la "psicología científica" norteamericana. Unos años después, poco antes de morir, en su último artículo Skinner se preguntaba amargamente por la causa de su fracaso, convencido aun de que estaba a la altura de Darwin y de que el condicionamiento operante era la clave del universo.
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"Por ello es difícil entender por qué el condicionamiento operante no ha atraído una mayor atención… El análisis del comportamiento es la más reciente de las tres ciencias (la teoría de la selección natural, la evolución de las especies y el análisis del comportamiento) pero la inmadurez no explica por qué ha sido desdeñada tan a menudo. Una explicación mejor podría ser que su campo había sido ocupado durante mucho tiempo por esa extraordinariamente intrigante teoría de una mente o de un sí mismo de origen interno." (Skinner, 1989)


Durante décadas, Skinner estuvo dedicado a la fabricación de ingeniosos artilugios, con el propósito de realizar una y otra vez sus experimentos destinados a demostrar por todas las formas posibles, la validez de su esquema condición-estímulo-conducta-contingencia-refuerzo. Parece que Skinner mismo resultó condicionado con el éxito de sus experimentos. El caso de Skinner demuestra perfectamente la falsedad del mito en torno al empirismo, el objetivismo y al metodologismo, ya que los experimentos surgen de las teorías o los prejuicios que pretenden someterse a "la prueba objetiva empírica". Sin embargo, malas teorías producen malos experimentos, cuyos óptimos resultados refuerzan la creencia en las malas teorías. Todo experimento surge de una teoría, toda teoría surge de una interpretación, y las interpretaciones surgen guiadas por los esquemas de racionalidad cultural imperantes, incluyendo intereses socioeconómicos. Un experimento exitoso refuerza la creencia en la teoría generadora pero no la convierte en una verdad, por muchas razones que no es el caso revisar ahora. El punto es que siguiendo el mito del empirismo, podemos ingresar al círculo vicioso de un falso saber científico que se refuerza por sí sólo. Montar situaciones artificiales en un laboratorio, puede llevarnos a engaños y falsas interpretaciones; especialmente si caemos en el exhibicionismo efectista de Skinner. Años más tarde, cuando la psicología empezó a estudiar la inteligencia animal sin condicionamientos, pudo observar que las aves en su ambiente natural, son capaces de resolver una gran cantidad de problemas por sí solos. Eso cambió la imagen de autómatas tontos que dejaron las palomas de Skinner. Más aun, cuando los postulados del conductismo intentaron ser puestos en práctica en la vida real, resultó que eran inaplicables. Esto fue finalmente lo que causó la rápida disolución del conductismo. El éxito del empirismo naturalista inglés del siglo XIX se debió a que estudiaban proceso naturales reales dentro del laboratorio, no montaban experimentos artificiales de procesos que no existen en la realidad. No podemos fundar un conocimiento científico en procesos artificiales, creados por uno mismo para probar lo que queremos probar. Tampoco hace falta apelar a experimentos artificiales si podemos observar directamente la realidad. Así fue como se hizo la ciencia naturalista. Así fue como Darwin llegó a sus conclusiones acertadas. Muchos campos del escenario de la psicología, al igual que los de la física y de las ciencias naturales, escapan de las posibilidades experimentales, en especial, la vida humana.

La lección final que nos deja la aventura del conductismo norteamericano, es que no se puede hacer ciencia partiendo de una declaración de principios ideológicos. Cuando el conductismo abrazó el empirismo, dejó en claro cuál era su limitación; cuando proclamó su objetivismo, señaló que se conformaba tan sólo con una porción de la verdad; cuando asumió una ideología de base, no pudo evitar caer en el sectarismo, sujetando su accionar y razonar a las creencias dogmáticas establecidas por sus profetas. Aferrados a su objetivismo absoluto, acabaron siendo los ilusionistas de la verdad psicológica. Con ese magro perfil de origen, el conductismo quedó inevitablemente incapacitado para hacer ciencia, e impedido de abordar los escenarios complejos del ser humano, sus facultades exclusivas, sus sociedades y su cultura, por lo que no pudo hacer más que llenarse de afirmaciones extravagantes y de creencias seudocientíficas. Al estudiar la historia de la psicología norteamericana, Gary Hatfield (2002) escribe lo siguiente: "Although behaviorism became strong or even dominant in the period 1920-1960, it by no means was able to stamp out the study of cognition and perception in American psychology". Los formatos conductistas realmente útiles, tuvieron que desarrollarse después, y estuvieron muy alejados de las concepciones del conductismo de Skinner. Más aun, los psicólogos de los 70 voltearon la tortilla conductista y concibieron la conducta como un producto exclusivo de factores internos. Si bien siguieron empleando el término "conducta" porque era el concepto cultural de moda, estos psicólogos "neoconductistas" dejaron atrás los dogmas del conductismo: objetivismo, fisicalismo, determinismo externalista, empirismo animalista, etc. Así fue como paulatinamente empezó a desaparecer el conductismo primitivo, y la psicología norteamericana empezó a ingresar en la era de la psicología real, es decir, en una psicología ocupada de los problemas milenarios que habían sido definidos por los griegos, 2500 años antes. Sin embargo, cabe añadir que lo peor del conductismo primitivo no fue que se desviara de los problemas reales de la psicología, sino que nació para servir al mercado, y esa es la tarea más envilecedora que ha existido jamás sobre la faz de la Tierra. Al revisar la historia de la psicología norteamericana, Sigmund Koch (1963) plasmaría una frase categórica: "La esperanza de una psicología científica se confundió con el hecho de proclamar una psicología científica. En adelante, todo lo que siguió puede ser visto como una tarea ritualista en busca de emular las formas de la ciencia, tan sólo para obtener la ilusión de que ya era una ciencia".

Desarrollos posteriores

Después de la resonante irrupción mediática de Skinner en el escenario de la psicología norteamericana, la siguiente etapa del conductismo se desarrolló a mediados de los 60. En esta época varios personajes intentaron aplicar los principios del conductismo en la vida real, es decir, en el tratamiento de personas. Como ya hemos señalado, el ambiente cultural estaba dominado por una reñida competencia de modelos terapéuticos. A diferencia de la psicología que se desarrolló en otros lugares del mundo, como Alemania y Rusia, en donde la preocupación estaba centrada en el descubrimiento de los fenómenos psicológicos y su explicación científica, la psicología norteamericana se desarrollaba netamente en el escenario del mercado terapéutico. Sus intereses, por tanto, eran otros. La nueva generación de autores, intentó poner en práctica el conductismo, y se vio en la necesidad de desarrollar formas adecuadas para el tratamiento de pacientes. Desde luego, este escenario era completamente diferente al laboratorio de Skinner, con sus ratas y palomas. Es entonces cuando el conductismo inicia su inevitable viaje a la extinción, pues la complejidad del escenario humano era inmanejable con la doctrina definida por Skinner. Los mejores intentos por adecuar un enfoque conductista en el tratamiento de pacientes acabaron desarrollando nuevos modelos. Este fue el caso de Arthur W. Staats (1963), por ejemplo, quien desarrolló lo que se conoce ahora como Análisis de la Conducta, en un esfuerzo por ampliar la descripción operacional y acumulativa de Skinner. Su propuesta teórica, orientada a seres humanos, se conoció como "conductismo social" y fue un verdadero avance, pues convirtió los formatos animales de Skinner en una propuesta que ya tenía un aspecto mucho más psicológico; razón por la cual, su propuesta es conocida también como "conductismo psicológico". Sólo en este nivel puede admitirse que este conductismo pudiera ser una forma de psicología, pero no antes. Esta nueva generación de psicólogos enfocados en los seres humanos, se dio cuenta de que, a diferencia de lo que podría ocurrir con las ratas de Skinner, las personas no son influenciadas directamente por el ambiente sino por la conciencia de una situación que define su circunstancia particular. (Cosa que tal vez ocurra incluso con las ratas, fuera de un escenario artificial construido con fines experimentales). El nuevo formato conductista amplió los conceptos integrando elementos propios de procesos internos. De este modo, los siguientes autores que usaron este modelo, como fue el caso de Albert Bandura (1974), no tuvieron ningún inconveniente en introducir nociones como atención, memoria, juicio, etc., además de incorporar al ambiente cultural como un importante factor. Estos modelos de los 70, aunque todavía giraban en torno al concepto limitante de "conducta", pues era el concepto cultural que aun se empleaba, mostraron un enfoque radicalmente distinto. Por ejemplo, las nociones pasaron de considerar el simple "ambiente natural" a interesarse por un moderno y complejo "ambiente cultural", de la perspectiva simplista de una respuesta a un estímulo se pasó a un intercambio productivo con el medio y a la modificación activa del entorno, de los simples estímulos físicos y directos se progresó a estímulos complejos culturales, generados por ideas y creencias, etc. Como consecuencia de todos estos nuevos conceptos, poco a poco, la doctrina conductista se fue diluyendo hasta desaparecer disimuladamente, a medida que los nuevos enfoques prestaban mayor atención a los procesos internos y a los factores culturales. Finalmente a este modelo se le llamó cognitivo-conductual para identificar un claro período de transición, pero lo cierto es que tales propuestas tuvieron muy poco de aquel conductismo animalista, externalista y objetivista de los 50-60. Al final de los 80 sólo quedó una psicología cognitiva, como una consecuencia inevitable y natural del avance del conocimiento y de los cambios culturales. Así fue como, finalmente, la psicología norteamericana recuperó el camino perdido medio siglo antes y volvió a los escenarios cognitivos definidos por los griegos en el siglo IV A.C., cuando Protágoras sentenció que el hombre es la medida de todas las cosas. Aunque, lamentablemente, quedaron siempre rezagos y núcleos de conductistas puristas, clásicos y nostálgicos, predicando los viejos enfoques que habían sido claramente superados y dejados atrás. Todavía hoy podemos apreciar pequeños núcleos de fanáticos predicando el conductismo anacrónico de Skinner y tratando de resucitar a Kantor, todo lo cual abona a favor de la tesis de que el conductismo fue un producto cultural, basado en una ideología social que, como toda ideología, generó núcleos de creyentes que, más allá de los intereses de una ciencia que busca avanzar en el saber, procuran seguir una doctrina y mantenerla viva.


En la historia del conductismo habría que señalar una prehistoria, donde se ubican Pavolv y Thorndike, autores anteriores al fundador oficial de la doctrina, Watson. La primera etapa propiamente conductista se inicia en los años 20, llegando hasta fines de los 50. Es la época de Kantor, Tolman, Hull y Skinner, en ese orden de aparición. La siguiente etapa es todavía más amplia y abigarrada, se inicia a mediados de los 60 y se van diluyendo lentamente hasta fines de los 70, debido básicamente a que los postulados del conductismo perdieron todo su sentido en el escenario de la realidad humana, y los nuevos modelos fueron incursionando cada vez más en aspectos cognitivos, individuales y sociales, contrarios a la doctrina conductista. Aun así, los seguidores del conductismo proclaman como "conductistas" a varios autores que desarrollaron propuestas sumamente amplias y muy alejadas de las tesis conductistas, tales como Albert Ellis y Arnold Lazarus, que francamente no tienen casi nada de conductistas. En buena cuenta, lo cierto es que los estrechos cauces originales del conductismo se rompieron para dar lugar a una gran variedad de enfoques, muchos de los cuales tenían apenas una débil reminiscencia de conductismo, ya que eran fundamentalmente cognitivos o de otra índole. Tal es el caso de Albert Ellis (1913-2007), formado en el psicoanálisis y generador de una amplísima producción literaria que no calza con los postulados del conductismo; al contrario: endereza los conceptos conductistas por los senderos de la racionalidad y los sentimientos. Como sea, debemos mencionar por último, que uno de los principales problemas teóricos de esta época, fue que los autores conductistas se empeñaron en desarrollar teorías de personalidad, mientras que los cognitivos se ocupaban en el desarrollo de teorías de inteligencia. Al fin de cuentas, tanto la conducta como la personalidad y la inteligencia fueron los tres grandes mitos sobre los que giró la psicología de esta época, a lo que cabría añadir el gran mito creado por el conductismo, respecto a la actuación "científica" del psicólogo y a su concepción de la psicología como una "ciencia naturalista y experimental", originada en el enfoque animalista de los primeros tiempos. Todo eso fue básicamente dejado de lado antes de finalizar el siglo XX.

Por el lado terapéutico, los enfoques centrados en la simple modificación de la conducta, también empezaron a ser dejados de lado, porque era obvio que modificar una conducta no es lo mismo que curar. De otro lado, quedó claro que una cosa es la psicología como ciencia, y otra, muy diferente, son las técnicas de tratamiento terapéutico. Por último, a la luz del panorama psicoterapéutico en general, parecía evidente que los seres humanos pueden aliviarse con una gran variedad de formas curativas, de modo que resultaba inapropiado apelar a la efectividad terapéutica para sustentar su condición de psicología, y mucho menos, la de ciencia. El desarrollo epistémico de una ciencia no empieza con las disciplinas técnicas sino que acaba en ellas.


Rezagos del conductismo


Nos interesa ahora evaluar los efectos históricos del conductismo. El auge del conductismo de Skinner duró desde 1950 hasta mediados de los 60, aproximadamente. Chomsky (1959) le dio la estocada mortal al conductismo con su lapidaria crítica al libro de Skinner "Conducta Verbal". Luego de este episodio, los años 60 marcarían el irremediable proceso de revisión y conversión del modelo conductista, hasta ser relegado y reemplazado por la psicología cognitiva. A principios de los 70, Skinner estuvo todavía muy ocupado en una angustiosa defensa de sus concepciones, tratando de hacer viable su doctrina en el escenario humano, y apelando a la filosofía como último recurso. Pese a todos sus esfuerzos, su elemental esquema conductual, naufragó como una balsa de juncos en el océano de la complejidad humana. El conductismo de Skinner, conocido como "conductismo radical", inició su acelerada caída hacia el desprestigio y el desuso, ya que no ofrecía ninguna proyección y quedó encasillada en su propia jaula doctrinal. Luego Skinner se convirtió en celoso guardián de los nuevos desarrollos teóricos, y nunca dejó de criticarlos considerándolos desviaciones de la doctrina. Resultaba obvio que el escenario de la psicología era muchísimo más amplio y diferente del que concibió Skinner en su laboratorio, ante la vista de sus ratas y palomas, y fundado en un cientificismo del siglo XIX. Lo cierto es que la mayor parte de los psicólogos norteamericanos, pese a incursionar en el conductismo de moda, no cayeron en la absurda ingenuidad que proponía la doctrina de Skinner. La mayor parte de los psicólogos nunca apoyó su anacrónico modelo físico-mecánico, externalista y objetivista, y no dudaron en considerar factores internos. Aquellas variantes conductistas se desarrollaron incluso de forma paralela a la ruidosa actividad de Skinner, logrando además mejores y más valiosas producciones, como las teorías del aprendizaje de E. Tolman, confrontadas por C. Hull. En este interesante debate, Skinner sólo pudo intervenir con un irracional artículo titulado "¿Son necesarias las teorías del aprendizaje?".

La expresión del conductismo puro, antimentalista y animalista, guiado aun por el esquema causa-efecto, que reposa en el poder del refuerzo contingente, restringido a factores externos, obsesionado con la objetividad más pura, y entendiendo aun a la psicología como ciencia naturalista experimental, todavía existe. Sin duda, no se han enterado de los cambios conceptuales y teóricos ocurridos en los últimos 60 años. Pero se sienten orgullosos de haber sobrevivido a numerosos anuncios de muerte. De hecho, como ocurre con cualquier otra expresión cultural no científica, como el nazismo o el comunismo, nunca dejará de haber un segmento de creyentes en esas propuestas radicales y anacrónicas. Aunque ciertamente tales conductistas se mantienen reducidos a sus propios guetos. Pese a que en los EEUU, este tipo de conductismo no es más que un mal recuerdo, lo lamentable para la psicología latinoamericana, es que todavía quedan muchos sujetos formados en la época gloriosa del conductismo radical, en posiciones de poder dentro de las universidades, orientando la formación psicológica de las nuevas generaciones por esos anacrónicos preceptos cientificistas del siglo XIX. Todavía se exhiben en blogs, que parecen copiados unos de otros como clones, repitiendo exactamente el mismo credo dogmático, como si nada absolutamente hubiera ocurrido en la psicología, en las ciencias, la filosofía y la cultura, en los últimos cien años. Esto convierte a la psicología en la única ciencia en la que conviven núcleos periféricos de creyentes y practicantes de doctrinas que han sido ampliamente superadas y descartadas por el consenso científico, al interior del núcleo central de la ciencia. Ni siquiera es posible debatir con estos segmentos porque no conciben más argumentos que los que les señala su propia doctrina. Lejos de buscar la verdad, ellos la proclaman.


Luego de la debacle de Skinner y del conductismo en general, y mientras las nuevas versiones que aun mencionaban la "conducta", conservaban cada vez menos doctrina conductista para dar paso a la psicología cognitiva, Emilio Ribes decidió resucitar a Kantor como la salvación del conductismo. Ya anciano, Kantor fue despertado de su letargo y sacado de su retiro a los 90 años de edad, para ser llevado a las aulas y demostrar que el conductismo seguía vivo y... que además "progresaba". El "nuevo" modelo, desempolvado y modificado, fue presentado como un avance del conductismo. Así como se lee. Algunos hasta lo llamaron pomposamente "conductismo de tercera generación", cuando en realidad era una versión del conductismo primigenio de los años 20. Pero luego de unos retoques, fue presentado como novedad. Era algo así como el "socialismo del siglo XXI" promovido por Hugo Chávez. Aunque se trata del mismo cientificismo de principios de siglo pasado, resulta un producto diferente. En realidad se trata de un modelo muy diferente al conductismo de Skinner, pero con los mismos objetivos y las mismas pretensiones. Kantor ni siquiera quiso definirse a sí mismo como conductista y rivalizó con Skinner. Lo único que Kantor y Skinner tenían en común era la misma afectación cientificista de fines del siglo XIX: naturalismo primitivo y fisicalismo mecanicista; con los mismos fetiches ideológicos: metodología, empirismo y objetividad. Ah, y por supuesto... con el mismo antimentalismo. Aunque Kantor había incorporado mayores elementos de la física en su modelo, incluyendo el concepto de campo, empleado también por otros en la época en que se pusieron de moda las teorías físicas de campo. Así que Kantor no dudó en patentar su modelo como un "campo interconductual", al igual que lo hizo Kurt Lewin. Esta versión "moderna" del conductismo, llamado ahora interconductismo o conductismo de campo, después de haber sido desempolvada en los 80, se halla todavía en plena reconstrucción, pero ya han surgido desaveniencias y variedades. Aun no sabemos cuál será su futuro, si tiene un futuro.

Conclusiones

Al igual que el psicoanálisis, el conductismo acabó fragmentado en una gran variedad de modelos personales con diversos enfoques, por lo que resulta difícil establecer a qué nos referimos cuando hablamos de conductismo. Nosotros nos hemos referido acá a su versión original y a su autor más emblemático. Finalmente, se reconocen también con esta denominación a un amplio abanico de propuestas surgidas en los 70s, pero muy alejados de los esquemas originales del conductismo primitivo; por el contrario, estos modelos rescataron al conductismo de su incómoda situación animalista, para darle un sentido humano y psicológico real. Por eso mismo, estos modelos significaron la rápida disolución de la doctrina conductista y el retorno de la psicología norteamericana a los cauces originales de la psicología clásica.

Los conductismos e interconductismos han sido materia de diversos intentos de clasificación, pero lo curioso es que en cada clase existe un solo autor. Esto ocurre siempre que se intenta desarrollar cosas fundados en mitos y creencias y no en la realidad. La ciencia aprende de la realidad, no le impone modelos ni doctrinas. Mientras que la realidad sea la única guía, la ciencia será una. El conductismo fue un producto cultural del cientificismo del siglo XIX, que con sus grandes alardes provocó la gran crisis de la psicología en el siglo XX, facilitando la aparición de toda clase de sectas seudocientíficas con pretensiones de psicología. Muchas de ellas no han hecho más que regar absurdas creencias y prácticas irracionales en la sociedad.

Nota:
Otros artículos publicados referentes a este tema son:
- "Ciencia, cientificismo y psicología científica", que puede leer aquí.
- "Los cambios conceptuales en la psicología", que puede leer aquí.


Para una revisión de la historia de la psicología norteamericana
- "Psychology, Philosophy and Cognitive Science" que puede leer aquí.


Referencias


Bayés, R. (1971). Introducción. En Skinner, Ciencia y Conducta humana. Barcelona: Fontanella.
Bélanger, J. (1978) Imágenes y realidades del conductismo. Universidad de Oviedo.
Ballesteros, B. & A. Rey (2004) "J. R. Kantor Y B. F. Skinner ante las preguntas epistemológicas básicas". Colombia: Fundación Universitaria Konrad Lorenz.
Chalmers, A., (1999). ¿Qué es esa cosa llamada ciencia? Siglo XXI
Cronbach, L.J. (1957). The two disciplines of scientific psychology. American Psychologist, 12, 671-684.
Danziger, K. (1994) Constructing the Subject. Historical origins of psychological research.University of Chicago Press.
Danziger, K. (1979) "The Social Origins of Modern Psychology" en A. R. Buss (ed.),Psychology in Social Context, New York, Irvington Publishers, 1979, p. 25-44.
Pérez Acosta, A.M.; Guerrero, F. y López, W. (2002). Siete conductismos contemporáneos. International Journal of Psychology and Psychological Therapy, 2(1), 103-113.
Ribes, E. (1982). El conductismo: reflexiones críticas. Barcelona: Fontanella.
Ribes, E. (1990). Los eventos privados: ¿un problema para la teoría de la conducta? En E. Ribes (Ed.), Problemas conceptuales en el análisis del comportamiento humano. México: Trillas.
Ryle, G. (1949). The concept of mind. Nueva York: Barnes & Noble.
Skinner, B.F. (1938). The behavior of organisms. Nueva York: Appleton Century Crofts.
Skinner, B.F. (1989) ¿Puede la psicología ser la ciencia de la mente?
Taylor, C. (1964) The explanation of behavior
Vygotski, L. S. (1930) "La psique, la conciencia y el inconsciente" en Obras Escogidas, Visor, Madrid, 1997.
Watson, J. B. (1976) "La psicología desde el punto de vista conductista". Buenos Aires: Paidos.
Weiten, W. (2007) "Psicología: temas y variaciones". Madrid: Thompson. Zeki, S. (1993)
Yalom, I. (1987) Psicoterapia existencial. Herder. Barcelona.
Zeki, S. (1992) A vision of the brain. Wiley-Blackwel.

Zeki, S. (2008) Splendors and Miseries of the Brain: L Wiley-Blackwel.


Publicado por Dante Bobadilla en jueves, junio 10, 2010
Etiquetas: conductismo, historia de la psicologia, psicología cientifica, skinner, watson
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Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Este artículo está tan lleno de inexactitudes que es difícil elegir por dónde empezar. Pero lo que sí puede decirse, en primer lugar, es que el artículo no se ocupa en sí del conductismo, sino, como lo dice el mismo autor, de ciertos hechos históricos, y en particular de su "interpretación" (muy personal y "subjetiva", por cierto) de esos hechos. La esencia del argumento del autor es que el conductismo fue simplemente un movimiento cultural. Esto, por supuesto, es su propia interpretación. Hubiéramos esperado una crítica más sólida del conductismo en sí, es decir, una crítica de sus bases conceptuales y metodológicas. Claro, hubo algo de crítica, pero esa crítica es bastante pobre. La verdad es que el conductismo sí aportó importantes argumentos a la psicología, pero el autor se ha concentrado en unos pocos de ellos, y además, los ha expuesto de manera descuidada, haciendo alarde de ignorancia (uso aquí una de las propias palabras que el autyor regala a los conductistas) y caricaturizándolos. Lo que sí hay que reconocerle al autor su capacidad retórica, apta para conducir al lector incauto a la conclusión de que el conductismo es, como dice él, la gran estafa del siglo XX. En esa retórica hay que considerar la mención inicial del conductismo en el contexto de genocidios y doctrinas totalitarias, y posteriormente con el gansterismo, la lucha interracial, la guerra de Vietnam, etc. (¿cuál es el objetivo de tal mención conjunta, asociar el conductismo con todo eso?), y por otro lado, el constante uso de un lenguaje irrespetuoso, a la mención de "rituales", "fetiches", "doctrina en qué creer", "ignorancia", "fanatismo", etc. Además, el autor constantemente está representando a los conductistas como seguidores acrítico e irracionales de ciertos "dogmas" o "consignas". Es decir, para el autor los conductistas son unos reverendos tontos que no saben lo que dicen ni por qué lo dicen. En las próximas entradas me dedicaré a desmontar varias de las pretensiones del señor Bobadilla y a mostrar la magnitud de su desinformación y capacidad de deformación respecto de aquello que critica.
Anónimo ha dicho que…
SOBRE LA OBJETIVIDAD, EL EMPIRISMO Y EL METODOLOGISMO
Dice el señor Bobadilla que el conductismo es "cientificista" por aferrarse a las nociones de objetividad y empirismo, y por practicar lo que él llama "metodologismo", es decir, la creencia de que para alcanzar la verdad basta con el método. Todo ello es sencillamente falso, al menos en lo que respecta al conductismo radical. Si bien los argumentos metodológicos son importantes, este no es el único ni el más importante de los que sostiene un conductista.
No queda claro a qué se refiere el señor Bobadilla con "objetivismo", etc., simplemente se limita repetir que estos son conceptos desfasados. Un lector poco avisado podría interpretar que esta es una crítica de la práctica científica natural de procurar el máximo rigor y "objetividad" en los datos, lo que, como es obvio, es imprescindible en la investigación científica. En este sentido, el conductista es, como cualquier otro científico, cientificista, objetivista, empirista, etc. Esto nada tiene que ver con el contexto epistemológico, donde, como es también obvio, no se puede ser un "objetivista absoluto", término que el señor Bobadilla no explica pero que suponemos que se refiere a algo que no existe, es decir, a la creencia de que los datos tienen significado en sí mismos. Ningún conductista es objetivista, empirista o metodologista en este sentido. Skinner partió del modelo del reflejo, y, por tanto, sus experimentos están conceptualmente encuadrados en dicho modelo. El señor Bobadilla habla del "mito" del objetivismo, pero yo creo más bien que el señor Bobadilla es víctima del mito de que los conductistas son "objetivistas absolutos".
Yo sí más bien creo que existen los "subjetivistas absolutos", aquellos que, como Bobadilla, creen que todo conocimiento es relativo a determinadas circunstancias. Por supuesto, tal postura es lógica absurda. El científico tiene el objetivismo como un ideal, aunque separa que la realidad es interpretada de acuerdo con nuestras teorías.
Al margen, hay que anotar que la apelación al cientificismo en artículo es confusa. No todo el cientificismo es objetable. Como ya dije, un científico serio es, desde cierto punto de vista, un cientificista. El conductismo, si es un cientificismo, es de esta clase. Un "cientificista" serio es un científico natural, experimental, determinista, objetivista, etc., pero no desprecia los problemas filosóficos, como dice el autor. Véanse algunas críticas a la forma en que autor trata el tema del "cientificismo" en el blog de Dante Bobadilla.
Anónimo ha dicho que…
Continúo con el análisis de este artículo.

SOBRE LO QUE ES EL CONDUCTISMO
El autor se refiere en varios pasajes al conductismo como un "técnica para amaestrar animales". Esta afirmación es una muestra de su ignorancia. El adiestramiento de animales no es la principal preocupación del conductista, aunque quizá es lo que más ha trascendido al público. Simplemente, hay que examinar la literatura conductista.
Además, el conductismo no es una técnica de ninguna clase, ni una investigación, sino que es una filosofía de la psicología, un estudio reflexivo acerca del objeto y métodos de la psicología como ciencia de la conducta. Por lo tanto, la discusión conductista es epistemológica, lógica, ontológica y ética, entre otras. El conductismo no es más objetivista ni empirista de lo que son las prácticas científicas en cualquier otra ciencia. El conductismo tampoco es "fisicalista". No cree que la conducta, objeto de estudio de la psicología científica, se reduzca sólo a "movimientos físicos". Véanse, al respecto, las definiciones de unidad operante y de interconducta. En cuanto al modelo explicativo "causa-efecto", aquí la cosa es algo confusa. El autor parece atribuir al conductista la idea de que el hombre responde mecánicamente a un estímulo, como una bola lo hace al ser golpeada con una vara. Nada más absurdo. La conducta humana es multideterminada, eso está en todos los textos conductistas.

SOBRE LA CONDUCTA Y EL CEREBRO
Como ya lo dije, el conductista no define la conducta como simple movimiento físico. Pero hay más. El autor se explaya en una "crítica" del concepto de conducta, cuyo meollo es la afirmación de que la conducta no tiene una existencia física. ¡Y se vanagloria este señor de gran profundidad epistemológica! Las ciencias de la conducta son precisamente eso, ciencias de la conducta. Su objeto de estudio son las prácticas individuales o sociales, esto es lo que investigan la antropología, la historia, la economía, la sociología y también la psicología. Ninguna de estas estudia "cosas que existen físicamente". Más bien, si este señor quiere que la psicología estudie cosas que existen físicamente, él sería un consumado fisicalista. Según su creencia, la psicología debería estudiar el cerebro. Pero el cerebro es tema de los fisiólogos, y el conocimiento del cerebro sólo no explica la conducta. Por ejemplo, la actividad cerebral puede explicar los mecanismos mediante los cuales un estímulo conduce a una respuesta, incluso en parte puede explicar la posible variabilidad de la respuesta, pero no puede explicar porqué alguien optaría por el camino A y el otro por el B, a menos que se admita una especie de "generación espontánea" de pensamientos en el cerebro.
Anónimo ha dicho que…
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Anónimo ha dicho que…
SOBRE LO MENTAL
El señor Bobadilla caracteriza así la posición conductista respecto del concepto de lo mental: "No tenían ningún argumento contra la mente, sólo embustes incoherentes y argumentaciones anacrónicas". Por supuesto, el señor Bobadilla, fiel a su estilo dogmático, no se tomó la molestia de explicar cuáles son estos embustes incoherentes ni estas argumentaciones anacrónicas, mucho menos de demostrar la validez de esos calificativos. Lo que sí hizo fue mencionar que Ryle es citado como producto de la ignorancia y el fanatismo. Yo creo que es más bien muestra de ignorancia y fanatismo criticar algo sin argumentar.
Como un ejemplo de la pobreza de los argumentos de Bobadilla (que lo descalifican totalmente de lo que cree que es, a saber , un conocedor de epistemología), comentaré su comparación entre la música (no como actividad musical, sino como percepción) y la mente. Dice él, que todos sabemos que existe la música, aunque no existe "objetivamente", es decir, existe tan solo en la medida en que un ser humano le da cierta interpretación a una pauta de sonidos. La mente sería algo similar, no existe "objetivamente", pero, como hay palabras para designarla, debe existir de alguna manera, aunque en un mundo "no objetivo". Argumentos que parecen del siglo XVIII, es decir, si cabe, más anacrónicos que los que Bobadilla pretende criticar.
Pues bien, hay que hacerle saber al señor Bobadilla, que la música y la mente son conceptos que corresponden a diferentes categorías lógicas. Música, como toda percepción, es la manera de responder de un individuo ante cierta clase de estímulos, es una forma de interacción con esos estímulos, condicionada por factores culturales. El concepto de lo mental no se refiere a ello. Precisamente, el mérito de Ryle fue mostrar que los términos mentalistas son términos abstractos que se pueden predicar del comportamiento, según la circunstancia o relación en que se manifiestan, pero que no se refieren a ninguna actividad o comportamiento en particular.
El señor Bobadilla se hace eco del mito de que el conductismo no estudia los "procesos mentales", o sea, todo lo que estudia la "verdadera" psicología: la memoria, la percepción, el pensamiento, etc. De hecho, el conductista sí los investiga. Pero no como lo hace el cognitivista. El conductista no inventa "mecanismos" o "procesos" internos para explicar cómo alguien resuelve problemas, por ejemplo. Lo que hace es determinar cómo realmente alguien logra resolverlo, es decir, las contingencias bajo las cuales el individuo logra la solución.
La explicación mentalista en cambio, es vacía. Dice el señor Bobadilla que el hombre no reacciona al objeto, sino a lo que se expresa en su conciencia sobre ese objeto. ¿Y de dónde salió aquello que se expresa en su conciencia? No solamente del cerebro, obviamente. El mentalista reduce todo a la conciencia (o al cerebro), pero queda mudo en cuanto le preguntan de dónde sale lo que está en la conciencia, en la mente o en el cerebro.
Anónimo ha dicho que…
CONCLUSIÓN
Hay muchas más cosas objetables en este artículo, que más que un argumento es una diatriba llena de resentimiento. Por ejemplo, en alguna parte dice que el artículo de Skinner sobre las teorías del aprendizaje es irracional, pero por ningún lado justifica seriamente tal juicio. A propósito de resentimiento, hay que citar el caso de Chomsky, otro individuo de similares características, de quien Bobadilla dice, siguiendo también otro mito muy extendido, que derribó al conductismo. En realidad, a Chomsky se le ha respondo y muy bien.
Pero hay que reconocer que en las actuales circunstancias culturales, el panorama no es favorable al conductismo. Siguiendo la lógica de Bobadilla, podríamos decir también que el cognitivismo es una moda cultural. Pero, si tanto el conductismo como el cognitivismo publican revistas, hacen investigaciones, tienen reuniones y congresos, y están representados en la cátedra universitaria, ¿por qué sólo uno sería un simple movimiento cultural y no el otro?
Por otro lado, la "fragmentación" que Bobadilla le achaca al conductismo, la vemos, incluso amplificada, en el cognitivismo, ya que aquí florecen por doquier los más disímiles modelos y teorías.

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