El hombre de las cajas

Yo pasaba todos los días por aquél lugar, camino del trabajo y al atardecer, cuando mi monótona jornada laboral tocaba a su fin. Al principio, ni siquiera me di cuenta de que estaba ahí; lo vi sin verlo del todo, como solemos hacer la mayoría de las personas apresuradas que caminamos pendientes de un horario, con la mente fija en las preocupaciones diarias o en asuntos relacionados con el trabajo, sin darnos cuenta apenas de lo que está sucediendo a nuestro alrededor; sin importarnos si una extraña nube, redonda y brillante, se forma aislada en un cielo por lo demás despejado, en ese momento, en ese lugar, mientras una niña en una bicicleta cruza velozmente la carretera; mientras recordamos, sin saber porqué, la letra de una canción que canturreamos un instante sin ser conscientes de ello... Todo eso, en definitiva, que hace que un momento determinado sea único y especial y eche por tierra las absurdas ideas de eternos retornos que sólo pueden tener lugar en las vidas de aquellos para quienes no existen los pequeños detalles que hacen que cada día sea diferente a los demás, a pesar de estar saturado de la misma aburrida rutina.

Así pues, como iba diciendo, yo pasaba delante de aquel hombre dos veces al día sin prestarle la más mínima atención, hasta que una mañana escuché un estruendo que me hizo volver la cabeza hacia el lugar en el que se encontraba. Se trataba de un hombre alto, de aspecto atlético, con el pelo muy corto, vestido con un traje de chaqueta y una gabardina. Sus ropas habían sido alguna vez de calidad, pero al verlo se notaba que las había llevado puestas durante meses, o incluso años. A pesar de eso su apariencia era pulcra y aseada. Gritaba y gesticulaba increpando a unos peatones y diciéndoles que no volvieran a atreverse a poner un pie en su territorio y, mucho menos a tocar sus cajas.

- Estas son mis cajas - decía señalando unas viejas cajas de cartón vacías que había apilado ordenadamente en una esquina - y este es mi territorio - entonces señalaba un pequeño trozo de la acera -, y nadie pone un pie aquí ni toca mis cajas ni las mueve un solo centímetro, porque yo y sólo yo decido cómo se hacen las cosas en mi territorio.

Sigue el relato en

http://www.cepvi.com/Relatos/cajas.htm

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