¿Es importante para un niño creer en Papá Noel ó en los Reyes?


Por Lic. Stella Maris Gulian – Docente y Supervisora
Centro Dos - Asistencia y docencia en Psicoanálisis


Lo es en la medida en que dichas creencias vayan de la mano de la sociedad en la que el niño forma parte. Son creencias, mitos, que la sociedad forja. Toda sociedad tiene y tendrá sus mitos. Estos junto con otros, forman parte de la nuestra.

Para el cristiano, los Reyes recrean aquel momento del encuentro con el niño Dios y la entrega de presentes. El 6 de enero pasó a ser la noche en que un sueño puede ser realidad; en este caso todo niño puede pedir el regalo que quiera y si “se porta bien”, los Reyes se lo traerán. ¿Pero acaso no es un modo para los padres de pensar que este otro niño es una “bendición” como lo fue aquel? ¿Qué este otro niño tiene algo de inocente, de angelical como aquel? Y en el acto de la entrega de presentes ¿no se transforman ellos en esos Reyes que van a bendecir a este otro inocente que trajo un soplo de creencia ya perdida en sus vidas de adultos?

Papá Noel en cambio parece remontarse al siglo III o IV en Turquía donde todos los 6 de diciembre se ofrendaba a un tal San Nicolás, santo patrón de comerciantes y niños, hombre rico y generoso, que con el tiempo y con la cristianización de los países nórdicos, terminó confundiéndose con un santo vikingo. De este modo el Sinterklaas holandés se confundió con el Santa Claus o Santa, con el Papá Noel o Papá Frío de la URSS (Dedek Mraz). ¿Qué le pedían a este santo? Inviernos suaves y regalos para los niños ¿comida?. Tal vez, porque los duros inviernos condenaban a la población al hambre. Razón que explica los arbolitos nevados, los bonetes invernales y el tipo de comida acorde con el hemisferio norte.

Lo cierto es que finalmente Papá Noel terminó vestido de rojo y tal cual lo conocemos, acorde con el logo de una multinacional. Esta vez es un buen y gordinflón abuelo que a falta de nietos, hace suyos a todos los niños del planeta. Sólo un niño puede creer y pensar que es posible que este abuelo viaje por los cielos en aquel trineo y que en esa única bolsa tenga todos los regalos de los niños del mundo. Pero claro, cuando aquí es de noche, allí es de día y esto le da tiempo a volver y reponer más regalos para seguir repartiendo.

Pero “¿de dónde saca tanta plata?...” “Es un hombre muy rico!!” –responden otros. “¿Pero porqué regalar todo su dinero así?” “Porque es bueno” –concluyen otros.

Pero la cuenta no cierra. A poco de andar se preguntan ¿cómo sabe si me porte bien o mal? ¿Uds. lo vieron? ¿alguien lo vio?... El no puede volar, no debe ser cierto. Y así lentamente el mismo raciocinio va haciendo caer el mito, se siembra la duda y ahí viene ese niño ya “avivado” o a veces los mismos padres que “certifican” que era ¿mentira?

No fue mentira, fue ilusión. Ilusión necesaria para el primer tiempo de la infancia, como lo muestran cualquier libro de cuentos infantiles que hace hablar a conejos, da vida a hadas o muestran la valentía de esos super héroes. Ellos tampoco existen, sin embargo los niños creen en ellos porque creen que es posible que haya alguien todo poderoso que todo lo puede. ¿Un dios infantil? Pero acaso los padres no son para ellos dioses que también pueden hacer lo imposible, desde el “voy a llamar a mi papá y ya vas a ver lo que te va a hacer” o “si fuese mi papá seguro le hubiese dado una trompada a ese ladrón y listo” “mi mamá me lo dijo y si ella lo dijo... es así” “Mis papás dicen que Papá Noel existe y que ellos lo vieron cuando eran chicos” –argumento irrefutable. Tan irrefutable es, que al momento de buscar “la verdad” será a ellos y sólo a ellos a los que recurrirán para que digan la última palabra. Porque ellos no se equivocan y ellos no pueden mentir.

Claro, ya llegará el tiempo en que los padres serán más humanos, menos perfectos, pero este nuevo conocimiento no es sin dolor. Que los padres puedan equivocarse, que puedan no saber todo, que puedan hacer cosas malas, es una terrible herida que todo niño transita. Momento en el que el velo de la inocencia cae y la infancia va terminando. ¿Por qué apresurar los tiempos?

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