Pensamiento y crisis


Por Oriol Cuscó

Este escrito se piensa desde la actualidad, pero resulta que desde la actualidad se puede decir cualquier cosa; por lo tanto, nada de lo que se afirme aquí debería tener más o menos valor que cualquier otra cosa; no obstante, todos nos creemos con más facilidad unas verdades (o mentiras) que otras.

Después del fracaso de la razón ilustrada y del hundimiento de sus proyectos en estos últimos siglos concomitantes al nuestro, todos respiramos dentro del marco post-moderno. La post-modernidad se caracteriza por la desfundamentación de la realidad; Esta desfundamentación incontrolable desde cualquier campo del conocimiento humano, aparece en forma de crisis y se extiende a todo, incluyendo el propio pensamiento crítico. Ya no podemos fundamentar ni afirmar con radicalidad, todo queda dentro del campo de lo opinable, todo es de carácter evanescente y como consecuencia todo desemboca en la imprevisibilidad de los acontecimientos del mundo.

Sólo queda una verdad que lo engloba todo: La supremacía y el desbocamiento del capital. El capitalismo se caracteriza como fenómeno de metástasis y su necesidad como regulador de las relaciones humanas no deja espacio a ningún otro sistema competente en las mismas funciones, hasta el punto que provoca risa hablar de alternativas -que ni siquiera merecen ser nombradas aquí- dada su evidente in-operabilidad en esta realidad. La existencia del capitalismo, sin alternativa efectiva en lugar alguno del ámbito de lo humano, da paso a una realidad tautológica, se trata de la globalización o mejor dicho de un efecto que da paso a una época global (la misma realidad para toda vida humana) en donde no hay lugar para experimentos políticos que no sean capitalismo o terrorismo (o blanco o negro, sin gama de colores intermedia).

La desfragmentación es lo que mejor describe a nuestro mundo dentro de la época global: las experiencias son privatizadas, hay una exaltación absoluta de los deseos personales que se formula como proyecto vital, no hay un nosotros, la aniquilación de lo colectivo da paso a un conjunto de individuos aislados (somos más que nunca y nunca aviamos estado tan solos) y desarraigados. El mundo del capital como un todo, la descentralización de lo social y la ocultación del poder que se mueve entre diferentes sectores (por ejemplo la construcción o las empresas petrolíferas) inalcanzables e inatacables, son los elementos que vertebran esta realidad equiparable metafóricamente a un desierto circular.

La sociedad es la culpable de nuestra precariedad, o sencillamente nos deja vivir con ella, pero ¿que es la sociedad y donde esta? ¿A quien dirigirse para reclamar o atacar? Tenemos una impresión negativa de la sociedad, no obstante vivimos preocupados continuamente por no ser excluidos de ella. Estamos ante un proceso de descomposición de la realidad que escapa al control de todo sujeto. Esta crisis ya no nos permite afirmar una manera de hacer, de comportarse y lo que es más importante, de gestionar un modelo de vida universalizable. Ejercer la crítica desde ningún lugar firme es imposible, no se puede atacar a la razón mediante la razón, ya que resulta contradictorio, sin embargo intuimos la llegada del ocaso de occidente, del final del proceso.

La desfundamentación de todo (incluso de crítica) nos lleva a una ínter-cambiabilidad de ideas y valores que conduce al absurdo; No hay horizontes, ni categorías para la actualidad. El relativismo que impera nos empuja hacia una realidad blanda que desarticula todo intento de politización de vías realmente alternativas. Si algo puede cambiar sería desde propuestas impensables, o más bien desde propuestas impensablemente admisibles; y si algo se puede admitir entonces no nos llevará a ningún cambio substancial, más bien al autoengaño, como es el caso de las políticas actuales, que se esfuerzan en preservar una sociedad del bienestar no sostenible.
Con este panorama, cave hablar de la movilización total por lo obvio como fenómeno normalizador propugnado por el estado; el estado nos convierte en espectadores de su espectáculo y nos entretiene provocando la perdida de protagonismo de nuestras vidas; Así es como somos más moldeables, trabajamos y nos sometemos mejor. Es lo que S.L.Petit nombra como fascismo postmoderno: una realidad que se refiere a sí misma y se autoreproduce sin dar escapatoria, ya que ocupa todo el espacio de lo real, convirtiendo así, todo lo real en lo obvio.

Muy lejos de llevar a cabo una acción unilateral de manera sistemática que abra grietas en esta única realidad para hacer posible lo imposible –otra vida-, encontramos como máxima expresión de esta actualidad al hombre anónimo.
El hombre anónimo es el heredero del fracaso de la humanidad y de la derrota de los que luchaban contra la consolidación del todo que tenemos hoy en día. La adaptación, la huída y el desprecio es lo que lo caracteriza: el desencanto y la decepción por la sociedad, el desprecio por los discursos y el liderazgo de cualquiera; El hombre anónimo vive sumiso e insatisfecho por que no le queda más remedio, se trata de una servidumbre involuntaria que tiene que llevar a cavo para poder vivir, pero el afirma “yo vivo y que me dejen tranquilo… que el poder se olvide de mi”.

A partir de este paseo tan sucinto y general por la actualidad, este escrito está dedicado al intento de comprender, como encaja el tedio vital que caracteriza al hombre postmoderno y desde que perspectivas podemos convivir y canalizarlo.

El tedio vital en el fascismo postmoderno:

El sentimiento principal del hombre posmoderno respecto a este mundo es el asco; y por ello es preciso detenerse en el significado de esta palabra: El asco se entiende como alteración del estómago causada por la repugnancia que se tiene a algo que incita al vómito (al rechazo de la cosa en si). Es una impresión desagradable causada por algo que repugna y hacemos afectadamente desprecio de ello.
El asco esta cercanamente emparentado con el aburrimiento: Entendiendo el aburrimiento como cansancio, fastidio, tedio, originados en este caso por disgustos o más bien molestias. Si exponemos el recorrido al revés (el aburrimiento como causa de asco) podemos observar como el mismo asco comporta aborrecer eso que se repite con demasiada frecuencia y nos molesta, como es el caso del capitalismo, de la estafa, de la precariedad, del abuso de poder, de las navidades, de los protocolos, de las buenas apariencias, de los pagos hipotecarios mensuales, de las vacaciones… en definitiva, de la movilización por lo obvio.

Y ahora viene la pregunta ¿Cómo no nos va a dar asco una realidad que es una, la misma, de la que nos atiborramos, de la que no se puede escapar, que nos fastidia continuamente?

Somos ambivalencia pura, me siento culpable por querer consumir y codiciar cosas que no tenemos por que necesitar, a la vez que rechazo esta realidad. En la pirámide social hay quien se sostiene en la explotación y el abuso sobre gente como yo, no obstante, también hay quien se encuentra en una situación de precariedad extrema como consecuencia directa o indirecta de mis hábitos de consumo y quehaceres vitales. No sé hasta que punto soy responsable o propugnador de la globalidad; ignoro cual es exactamente mi grado de contribución. Soy efecto y cusa de este sistema, me convierto en una de sus piezas, es como si la ruedecilla de un reloj quisiera escapar de él, pero en este mundo no hay afuera, así que tampoco pensamos ni actuamos afuera de este, más bien actuamos determinados por los engranajes que nos rodean. El abanico de posibilidades es uno u otro en función del entorno social en el que hayamos tenido fortuna de nacer. No hay elección, sólo simulacros de esta, como en todo lo demás respecto a nuestras vidas. En la cultura postmoderna toda elección queda integrada, lo que paradójicamente significa que no hay elección sea cual fuere nuestra situación.

En todo caso, siendo esta, una realidad producto de lo humano, hay que advertir que el proyecto liberal/ilustrado tiene fallos; y una buena muestra de ello es la aparición del malestar en buena parte de los participantes del sistema.

Si somos conscientes de que no podemos escapar del egocéntrico autoengaño, del aislamiento disfrazado de privatización en las experiencias y de la conversión de nuestras vidas en mercadería, suele ser frecuente que nos desmoronemos y que el pesimismo se apodere de nosotros. Nos hacemos conscientes del malestar y dudamos si proviene de nuestro interior o de nuestro exterior gracias al propio aislamiento.

La expresión del malestar se censura, o enmascara como infantilismo, poca capacidad de adaptación e incluso esquizofrenia social; se aparta al sujeto que lo sufre de la luz pública, se trata de un perfil etiquetable desde la sociedad que se caracteriza como estorbo.
Este punto sin salida coincide en la vida del participante de la sociedad con el aburrimiento profundo a todos los niveles. No se cree en ningún discurso ni en la crítica de ninguno de estos; la vida entera pierde valor y nos arrastramos por ella como nihilistas empedernidos. El individuo se convierte en un perfecto extranjero en su realidad ya que no hay identificación con nadie ni nada de lo que acontece.
¿Y que menos que ser un muerto en vida cuando uno es un extraño en esta?

El estado, como fuente de poder reguladora de las relaciones humanas, no se ve amenazado por un individuo de estas características a pesar de que este escape a sus categorías y no sepa que hacer con él (si es que sabe de su existencia). El aburrimiento aparece de manera indirecta en forma de no respuesta, de indiferencia o de abstinencia escéptica ante la movilización que nos arrastra.

Así es como a partir de lo expuesto, podemos entender el aburrimiento desde tres perspectivas diferentes:

a) El aburrimiento como uno de los síntomas de malestar social: Podemos entender el aburrimiento como mero fenómeno sintomatológico y tratarlo de manera descriptiva tal y como –con mayor o menor rigor- hemos hecho hasta ahora. En estos casos, el hastío de la realidad da forma a un aburrimiento comparable -en cuanto a sus características- a la depresión, una de las enfermedades más extendida actualmente en occidente. Tanto el tedio vital como la depresión comparten elementos como la pasividad, el desánimo, la devaluación de la realidad, la no identificación con esta misma, el aislamiento, el abandono de vitalidad, la dejadez, la angustia y el vómito…

La depresión como patología del ser humano es equivalente al aburrimiento como patología de la sociedad, dándose en cada uno de los individuos aislados y afectando a su cosmovisión e instaurándose en ellos como circulo vicioso.
La perspectiva del aburrimiento únicamente como síntoma de una “enfermedad social” puede resultar peligrosa, ya que en tal caso, este sería un fenómeno a tratar por el estado mediante una relación de tipo “médico/paciente” caracterizada por el paternalismo y la autoridad competente por un lado y la obediencia e ignorancia por el otro. Esto no nos llevaría a ninguna parte, ya que en este caso, no creeríamos en las recetas del especialista. Un ejemplo distinto al tema que nos ocupa, que muestra claramente esta situación, sería el del fracaso de los trabajadores sociales que no tienen ni los recursos necesarios ni los métodos competentes para salvar a nadie de la precariedad; sin embargo, tienen competencias decisivas en cuestiones de potestades de otros individuos.

En cualquier caso, el tedio vital es un síntoma que en el fascismo postmoderno no se puede paliar. Si nosotros lo sentimos es por que algo nos lo causa; no podemos buscar el remedio del aburrimiento en la causa que nos lo provoca, y si la causa que nos lo provoca es el todo (realidad tautológica), entonces no nos queda más remedio que sufrirlo y reivindicarlo ante todo aquel que crea que nos puede ofrecer solución en este desierto circular.

Una realidad que nos quita el protagonismo de nuestras vidas y nos quita sin más la vitalidad, sólo nos puede empujar a la reivindicación del aburrimiento como efecto nocivo del que no nos podemos liberar.

b) El aburrimiento como arma reivindicativa: Mantenernos en la postura del aburrimiento no requiere ningún esfuerzo, se produce de manera involuntaria y hasta ahora lo podríamos ver como un hábito problemático en la vida del individuo; es más, pareceque lo que desearíamos sería deshacernos de él, pero además de que eso nos costaría tremendos esfuerzos de autoengaño, sólo nos queda el entretenimiento (la misma movilización por lo obvio) como alternativa. Se trata de un fenómeno que a primera vista no atenta contra la realidad, pero si el individuo recorre el camino que hemos tomado durante este escrito, veremos que si que es peligroso. Ante la no existencia de solución de nuestro problema, sólo podemos reafirmar nuestro inconformismo con la situación reivindicando los efectos nocivos que esta tiene sobre nosotros.

Este acto de reivindicación ya no entra dentro del orden del tedio, sino de la rebeldía, lo que coloca al sujeto en una situación incomoda frente al poder y la mirada de los demás.

Llegados a este punto, cabe decir que la reivindicación del aburrimiento es inevitable y nos trae inconvenientes ¿pero qué son inconvenientes en una realidad en que todo son inconvenientes? Es decir, que la reivindicación del aburrimiento como arma contra la movilización total por lo obvio no puede abrir brecha en la realidad, no sirve para nada, sólo para identificarnos a nosotros mismos como enemigos del fascismo postmoderno.

Si el tedio esta presente constantemente y nos irrita, no podemos dejar de sentirlo y además no queremos esconderlo delante de sus causas, entonces estamos obligados a usarlo como un ingrediente más del acto radical. Puesto que sólo el acto reivindicativo no apunta hacia cambios en el sistema, debemos desplazar al tedio hacia el centro de un querer vivir como desafío; es hacía donde somos empujados.

c) El aburrimiento como arma del gesto radical: La radicalización de un acto indica, en primer lugar: rotundidad y solidez en las convicciones que lo promueven, lo cual, actualmente sólo puede ocurrir en la afirmación del querer vivir. Y en segundo lugar: lo radical también refiere a un cambio parcial o total en una estructura, ya sea vital, social, estatal etc.


La “inevitabilidad” del tedio vital, sólo puede alcanzar la utilidad desde el gesto radical, es decir, el tedio vital es inevitable (solido y rotundo), pero si queremos canalizarlo para que sea algo más que un fastidio, tenemos que situarlo en el ámbito de lo radical, ya que hemos dicho que desde su reivindicación sólo conseguimos identificarnos como enemigos de la realidad o meros aguafiestas. Si el individuo es capaza de hacer de su querer vivir un desafío, el aburrimiento por esta vida debe ser una poderosa arma.

Si tenemos en cuenta las tesis sostenidas en El infinito y la nada, el querer vivir como desafío conforma el primer elemento de lo radical por su propia solidez e irreductibilidad; y el proceso de unilateralidad como propuesta de construcción de otra realidad actualmente imposible conformaría el segundo elemento del gesto radical (el cambio total).

En el proceso de unilateralidad es preciso nihilizar previamente la realidad, es decir destruir o convertir en nada aquello que hay para poder construir otra cosa que no este enmarcada dentro del marco de lo posible actualmente. Y en mi opinión, la experiencia nihilizadora más intensa es proporcionada por el aburrimiento.

El aburrimiento por la movilización total por lo obvio; el asco que nos da todo por que todo forma parte de la misma realidad; los mismos discursos sensacionalistas y falaces de cualquier persona que se cree que nos tenemos que bajar los pantalones por que ella no ha encontrado otra manera de salir adelante; Todo el mundo condena la miseria pero esta nunca desaparece… Estos son algunos de los casos por los que el tedio tampoco va a desaparecer nunca.

La indiferencia de una mirada aburrida es lo que más aterra a los que promueven esta realidad. El que de verdad se aburre no esta sujeto a los entretenimientos, a la movilización, sino que ve la verdad más cruda y se curte para llevar a cabo el acto radical.

Un profesor nos dijo citando a alguien cuyo nombre no recuerdo: “Que se pare el mundo que me apeo”. Esta sería una metáfora perfecta de nuestros deseos de unilateralidad, pero como no hay nada afuera del mundo, sólo podemos destruir y construir dentro de él mediante el gesto radical.

Nihilizar la realidad mediante el tedio, es la manera más efectiva de destruir; y si lo hacemos con amigos, es la mejor manera de que el tedio no nos destruya a nosotros mismos.

Conclusión:

Un obstáculo importante para mi, es encontrar una cohesión firme entre el aburrimiento y el querer vivir como desafío: En primer lugar por que, si el tedio vital va acompañado de depresión, en muchos casos invita al individuo a abandonar la vida, con lo cual nos quedamos sin querer vivir; y en segundo lugar, por que el tedio vital es algo mucho más extendido entre los individuos que el coraje o la desesperación necesarios para convertir la vida en un desafío.

A pesar de lo brevemente expuesto, la pregunta que más me inquieta por ahora sigue en pié: ¿qué ocurre cuando no podemos evitar sentir primero asco y luego aburrimiento por esta vida, pero no nos atrevemos a hacer de ella un desafío mediante el gesto radical e igualmente queremos vivir?

El tedio vital llega mucho antes que la desesperación; es más, a muchos nos invadirá el aburrimiento por la vida sin llegar a encontrarnos nunca en una situación desesperada, lo cual significa que experimentaremos la amarga liberación de no creer en nada, pero nunca podremos desarrollar sus potencialidades, puesto que para eso hace falta un querer vivir como desafío.

Creo que convertir un querer vivir en desafío no está al alcance de la voluntad humana, sino que es un estadio al que se llega cuando el individuo está desesperado y no tiene nada que perder; un claro ejemplo de ello es el terrorista que decide morir matando. A pesar de que hay muchos que ya se encuentran ahí, es difícil llegar para aquellos que tenemos una vida mediocre redecorada de autoengaño y con las necesidades básicas cubiertas.

En cualquier caso, me doy por satisfecho creyendo haber comprendido el origen y la función del aburrimiento en el marco global; y me reservo ese conocimiento por si algún día tuviera el valor de convertir mi vida en desafío o la desesperación me empujara a ello.

http://adoos.com.uy/post/3225526

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