Casos de Depresión en niños y adolescentes

Juan es un chico de ocho años que comienza a preocupar a sus padres porque de un tiempo a esta parte ha cambiado. Se irrita fácilmente, no logra concentrarse y parece que siempre está aburrido y cansado. Aunque hasta ahora había tenido un buen rendimiento escolar, ha dejado de hacer los deberes de casa y en clase no presta atención. Además, le cuesta conciliar el sueño y tiene peor apetito. Reconoce que se siente mal y cree que es
el culpable de su extraño comportamiento.

Este caso, descrito por la doctora Patrizia Marruffi, miembro de la Asociación Española de Psiquiatría Infanto-Juvenil, es un ejemplo típico de trastorno depresivo en la edad escolar, una patología cada día más frecuente. De hecho, según sus datos, el 2% de los escolares y el 5% de los adolescentes sufre un cuadro de este tipo. Pero la prevalencia aumenta progresivamente con la edad y entre los 15 y los 18 años el 14% de la población ha padecido alguna vez un trastorno depresivo mayor.

Sin diagnóstico ni terapia

El problema es que la mayoría de los cuadros leves pasan inadvertidos para los padres y los profesores y eso hace que no sean diagnosticados, no reciban tratamiento y, por tanto, no lleguen a curarse. Cuando esto sucede, lo habitual es que el trastorno reaparezca varias veces durante la vida o incluso se vuelva crónico. De hecho, las recaídas son muy frecuentes y, según explicó la doctora Marruffi, se producen en el 40% o el 60% de los casos.

Para evitar que esto ocurra es necesario que exista «un mayor asesoramiento» por parte de los psicólogos escolares, para que alerten a los padres de cualquier cambio de actitud en el niño y puedan detectar a tiempo el trastorno. La familia se siente a menudo desorientada y no sabe a quién acudir cuando observa un comportamiento extraño en los menores. «Los padres tienen bastante difícil el recurrir a alguien, pero deberían hablar en principio con su pediatra o con el psicólogo escolar, para que les orienten», señaló la especialista. Pese a las dudas que puedan surgir, los padres están «cada vez más concienciados» con este problema y se dirigen al especialista cuando sospechan que sus hijos pueden sufrir un trastorno depresivo. Sin embargo, existen pocos médicos formados en psiquiatría infanto-juvenil y «mucha demanda de orientación», según la experta.

La depresión infantil incluye un conjunto de trastornos distintos, que van desde la sintomatología depresiva más leve (humor bajo, que puede llegar a convertirse en un rasgo de la personalidad) hasta el trastorno depresivo mayor, que resulta más fácil de identificar. La mitad de los niños afectados presenta además otros trastornos asociados, como ansiedad, fobia o hiperactividad. Y en la mayoría de los casos reciben tratamiento para estos problemas pero no para la depresión.

El desencadenante puede ser la pérdida de un progenitor u otro familiar por muerte o separación, el cambio de escuela o el fracaso escolar. Pero, según la doctora Marruffi, «todos los niños y adolescentes, tarde o temprano, se ven sometidos a estos acontecimientos y sólo un 5% o un 10% desarrolla una depresión». Al parecer, existe una predisposición biológica a sufrir este tipo de trastornos y eso explicaría el que en algunas familias se manifieste generación tras generación.

Cambio de actitud

En general, los padres deben preocuparse cuando observen un cambio importante de humor en el niño que se prolongue más de diez días, y lo vean triste o irritable, cuando pierda interés por actividades que antes le gustaban, se muestre fatigado, sin energía y falto de concentración. Los niños suelen sufrir ansiedad, que se refleja en dolor de cabeza o abdominal, cambios en la conducta y frustración. Los adolescentes deprimidos tienen problemas para conciliar el sueño, pierden el apetito, se sienten inútiles y culpables y tienen ideas de suicidio recurrentes.

Sin embargo, estos cuadros tienen curación si siguen el tratamiento adecuado, que consiste generalmente en una terapia psicológica, con el objetivo de que el joven aprenda a controlar la tristeza, la irritabilidad y la ansiedad, y adquiera habilidades sociales para afrontar las dificultades cotidianas.

A veces resulta necesario trabajar con la familia, para que los padres aprendan a utilizar métodos positivos de disciplina, a controlar sus emociones de hostilidad, a escuchar a los hijos y aumentar su autoestima. Pero para llegar a la curación y evitar que el trastorno reaparezca es fundamental que los casos tengan un seguimiento prolongado, algo en lo que fallan la mayoría de las familias, según reconoció la doctora Marruffi.

Fuente: DIARIO SUR. 2007 AGO

http://adoos.com.uy/post/3225526

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