La ansiedad en la infancia



Por Apolonia Manchón y Elisa Urbano

Se trata de una vivencia displacentera que generalmente ocurre como respuesta frente a situaciones de amenaza, reales o imaginarias, expresada a través de síntomas físicos o psíquicos que tienen una función defensiva ante la experiencia de amenaza.

Estas situaciones de peligro, tal como las describe Freud, son el miedo a ser abandonado, a perder el objeto amado, el miedo a la venganza y al castigo, y la posibilidad de castigo por parte del “superyó” (en psicoanálisis, en el lenguaje coloquial es “lo que cree el niño o el adulto que debería haber hecho”).

Reaccionamos con ansiedad ante las dificultades de la vida. Y ante los hechos agradables o placenteros por temor a la pérdida.

Lo importante para la salud física y mental no es tener o no ansiedad, sino la cantidad, la calidad y el tipo de la misma.

La existencia de conflictos profundamente inconscientes, si no son elaborados, puede dar lugar a estados de ansiedad crónica que se manifestarán por trastornos mentales. Esta ansiedad crónica puede llevar a auténticas enfermedades, como las enfermedades psicosomáticas o psicofisiológicas, como por ejemplo antrosis cervicales, trastornos cardiovasculares (por ej, el infarto de miocardio), ulceras gastroduodenales, asmas y bronquitis, etc.

EL MIEDO EN LA INFANCIA

Cuando la ansiedad se produce por estímulos específicos, se habla propiamente de miedo. La mayoría de los niños experimentan muchos temores leves, transitorios y asociados a una determinada edad que se superan espontáneamente en el curso del desarrollo. El miedo constituye un primitivo sistema de alarma que ayuda al niño a evitar situaciones potencialmente peligrosas. El miedo a la separación es la primera línea de defensa; si se rompe ésta, entonces entran en acción los miedos a los animales y a los daños físicos. Desde esta perspectiva, los miedos son respuestas instintivas y universales, sin aprendizaje previo, que tienen por objetivo proteger a los niños de diferentes peligros. Los miedos innatos, es decir, que se presentan desde el nacimiento, se pueden agrupar en cinco categorías generales:

Miedo a los estímulos intensos.
Miedo a los estímulos desconocidos, como por ejemplo, el temor a los extraños.
Miedo a la ausencia de estímulos, como por ejemplo, la oscuridad.
Miedo a estímulos que han sido potencialmente peligrosos para la especie humana en el transcurso del tiempo, como la separación, las alturas, las serpientes u otros animales salvajes.
Miedo a las interacciones sociales con desconocidos.


MIEDOS EVOLUTIVOS NORMALES MÁS FRECUENTES EN LAS FASES DEL DESARROLLO INFANTIL

El niño de 0 a 1 año suele responder con llanto a los estímulos intensos y desconocidos, así como cuando cree encontrarse desamparado.

En los niños de 2 a 4 años aparece el temor a los animales.

En los niños de 4 a 6 años surge el temor a la oscuridad, a las catástrofes y a los seres imaginarios (como brujas y fantasmas) así como el contagio emocional del miedo experimentado por otras personas y la preocupación por la desaprobación social.

Entre los 6 y los 9 años pueden aparecer temores al daño físico o al ridículo por la ausencia de habilidades escolares y deportivas.

Los niños de 9 a 12 años pueden experimentar miedo a la posibilidad de catástrofes, incendios, accidentes; temor a contraer enfermedades graves; y miedos más significativos emocionalmente, como el temor a conflictos graves entre los padres, al mal rendimiento escolar, o, en ambientes de violencia familiar, el miedo a palizas o broncas.

Entre los adolescentes de 12 a 18 años tienden a surgir temores más relacionados con la autoestima personal (capacidad intelectual, aspecto físico, temor al fracaso, etc.) y con las relaciones interpersonales.

Los miedos infantiles expuestos son muy frecuentes y pueden afectar hasta al 40-45% de los niños. Son, por ello, normales, aparecen sin razones aparentes, están sujetos a un ciclo evolutivo y desaparecen con el transcurso del tiempo, a excepción del miedo a los extraños que puede subsistir en la vida adulta en forma de timidez.

LA ANSIEDAD Y EL MIEDO

A menudo se usan de forma indiscriminada estos dos constructos, pero veremos sus diferencias.

La ansiedad usualmente empieza con un peligro no muy bien definido, mientras que el miedo usualmente empieza cuando hay una situación que esta muy bien definida.

Funcionalmente dependen de dos clases de estímulos:

Los externos (lo que ocurre en su entorno)
Los internos (lo que siente el niño)

En la ansiedad, lo que ocurre en su entorno influye en menor grado que en el miedo, en el que teme a algo en concreto. Y el sistema de respuesta predominante en la ansiedad es el pensamiento, mientras que en el miedo es el motor.

La ansiedad y el miedo nos causan muchos síntomas mentales incómodos, como el sentirse indefenso, la confusión, la aprehensión, la preocupación y los pensamientos negativos repetitivos. El miedo y la ansiedad también pueden causar síntomas desde simples tensiones musculares hasta un corazón latiendo fuertemente. Los síntomas posibles están anotados en la descripción de ataques de pánico.

¿PORQUÉ SE PRODUCEN LOS TRASTORNOS DE ANSIEDAD EN LA INFANCIA?

Hay niños muy vulnerables a las situaciones de estrés, tanto en su aspecto biológico, como psicológico, así como situaciones estresantes.

Se han propuesto varias hipótesis referentes a la ansiedad de separación (Bragado, 1993) como muy influyentes.

Los déficits de aprendizaje
Las experiencias traumáticas de separación
El reforzamiento de las conductas de dependencia por parte de los padres.

En suma, la vulnerabilidad biológica, la vulnerabilidad psicológica y los acontecimientos estresantes traumáticos hacen más probables, sobre todo cuando actúan juntos, la aparición de la ansiedad de separación.

La mayor parte de las actuales aproximaciones psicológicas consideran que los miedos y sobre todo las fobias, son adquiridas o aprendidas por el individuo que las presenta como consecuencia de su experiencia particular. Esto no significa que desde un punto de vista psicológico se niegue la existencia de reacciones “innatas” de miedo, que se producen ante determinados estímulos casi desde el nacimiento.

Se puede observar por tanto que, en el origen de los trastornos de ansiedad desempeñan un papel importante, por un lado, los acontecimientos estresantes como el divorcio de los padres en los períodos críticos de la infancia y, por otro, el estilo educativo de los padres con los hijos.

En concreto, hay una estrecha relación entre la ansiedad materna, la sobreprotección de los hijos y las respuestas de ansiedad por parte de éstos. El temperamento del niño desempeña asimismo un papel importante y refleja la predisposición hereditaria general. Los niños ansiosos tienden a responsabilizarse excesivamente de los fracasos, experimentan dificultades para generar alternativas de actuación y discriminar las que son efectivas de las que no lo son y por último, suelen ser lentos en la toma de decisiones.

La atención excesiva del niño a sus propias reacciones y a sus propios pensamientos contribuye a desarrollar y mantener la ansiedad.

Las situaciones que provocan ansiedad en la infancia son muy variadas. A continuación les ofrecemos una relación de factores que pueden generar o precipitar la ansiedad.

Enfermedades e intervenciones quirúrgicas.
La muerte de amigos o parientes.
Las dificultades escolares.
Ataques o experiencias sexuales.
Los problemas intrafamiliares.
Las situaciones de miedo.
Las preocupaciones y situaciones de peligro imaginario.
Los accidentes.
La menstruación.
Experiencias traumáticas específicas. “Estrés traumático”.

Los límites entre ansiedad normal y patológica no siempre están claros. Las dificultades para establecer dichos límites se multiplican en el caso de la ansiedad porque en ella intervienen factores que dificultan la diferenciación.

La ansiedad crónica se manifiesta frecuentemente por inquietud o conducta temerosa, con dificultades de tipo relacional o social y menos veces con manifestación orgánica. Son menos aparatosos los síntomas en las formas de ansiedad aguda, con predominio de sentimientos de culpa o de preocupación excesiva, o acompañando ideas obsesivas. La ansiedad crónica tiene un importante valor en psicopatología del niño por su propio significado y por el fuerte poder dinamizador que posee, posibilitando reacciones a medio y largo plazo con consecuencias imprevisibles, siendo un factor de riesgo si permanece de manera continuada durante años, creando además una vulnerabilidad psíquica que se mantendrá en la vida adulta.

El rasgo es un modo de conducta, distintivo de una persona, de naturaleza más o menos permanente. Es una característica de la personalidad del sujeto, como por ejemplo la timidez. Ese rasgo no tiene porque ser patológico a no ser que origine sufrimiento o dificultades en su vida y en su equilibrio psíquico. La ansiedad estado en el niño hace pensar en lo patológico, en trastornos por ansiedad identificables.

Uno de los peligros es que la ansiedad crónica se involucra con la personalidad conforme el niño crece. El comportamiento emocional y social del niño refleja sentimientos de inferioridad, hipersensibilidad, vulnerabilidad emocional, exageración en las respuestas emocionales, timidez, aislamiento social, vinculaciones afectivas inadecuadas, autoconciencia de su situación, llantos, desequilibrios emocionales, rigidez emocional, aplicación de la “ley del todo o nada”, carácter “complaciente” y falsamente adaptado, etc.

CONDUCTA A SEGUIR EN LOS TRASTORNOS POR ANSIEDAD

En el caso de sospechar que se trata de un estado de ansiedad, recomendamos hacer una evaluación psicológica para comprobar que se trata realmente de un estado de ansiedad. Que la psicóloga/o pueda evaluar los criterios diagnósticos y efectuar el diagnóstico diferencial con la depresión infantil, evaluar las afectaciones del estado de ánimo y la capacidad para disfrutar.

En casos leves, pueden estar muy relacionados con la ansiedad de la madre, etcétera, vale la pena intentar recibir medidas ambientales tipo consejo.

http://www.psicoarea.org/ansiedad_infancia.htm

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