TANATOLOGÍA Y PSICOPATOLOGÍA

I. INTRODUCCIÓN:

El ser humano es una entidad biopsicosocial y cultural y siendo así está marcado por una serie de creencias, tabúes, costumbres, hábitos que constituyen gran parte de la influencia del inconciente colectivo en el que se encuentra inmerso.
“El costumbre”, legado cultural ligado al folklore de cada zona geográfica, marca la pauta de las costumbres de los ciclos vitales, entre ellos el nacimiento y la muerte.
En las sociedades rurales trascienden los rituales ancestrales alternos con un cristianismo complaciente dando por resultado una amalgama nueva, una liturgia prehispánica de una mística pagano-religiosa en un claroscuro entre lo “legal y lo prohibido”. Pero donde las emociones se mezclan en forma paciente y visceral, en medio del bullicio, del color, del atuendo, del verdor, de la música de viento, del lento acompañamiento donde el personaje central, digno de honor: es el muerto.
Y que decir de la sociedad urbana, con su gente de movimientos rápidos, de crecimiento acelerado, de relaciones fugaces, del sufrimiento lento en medio de la paradoja de la repentina muerte. ¿Qué esconde entre sus muros de cemento y sus caminos de asfalto? ¿Qué emociones guarda ante la desaparición del ser querido, del amigo o del vecino? ¿Por qué, con la distancia a cuestas, el estrés en los hombros y las emociones contenidas, se da tiempo ante la pérdida y llora? o ¿Porqué otros, queriendo parecer indiferentes, parece que no sufren, que no les duele la muerte de quien dicen que amaron? ¿Qué se esconde en su mente? ¿Qué dolores ocultan? ¿Qué niegan? ¿Qué no aceptan? ¿Por qué son indolentes?
En una sociedad como la nuestra los ¿Porqué‘s? son muchos y los argumentos otros tantos. Tenemos respuestas para todo y sin embargo, nuestra actitud, nuestro lenguaje no verbal dice muchas cosas que nosotros, en la maraña de ideas que nos cargamos, pretendemos ocultar consciente o inconscientemente.
¿Qué enfermedad del alma nos acecha? o debiera decir ¿Qué neurosis amenazan nuestra ocupada y ponderada vida? ¿Por qué ante estos embates nos ocultamos en nuestros más sombríos rincones de la mente?
II. LOS MECANISMOS DE DEFENSA (NUESTROS MEJORES ARGUMENTOS):

La pérdida de una vida, de un bien, del trabajo, de algo a lo que estemos extremadamente ligados, nos produce un dolor igual de extremo, ante la que respondemos de las más diversas maneras, tendiendo a poner en funcionamiento mecanismos de defensa que nos permiten afrontar psicológicamente el suceso y las consecuencias que éste pueda conllevar, pero para conseguirlo, muchas veces nos suceden alteraciones a nivel orgánico y a nivel emocional, que se caracterizan por: Aturdimiento, llanto, sensación de nudo en la garganta, incredulidad, desconfianza, negación, suspiros, sentido de irrealidad, vacío en el estómago e incapacidad para aceptar la pérdida. Y que poco a poco trastocan la cordura para da paso a: Ira, insomnio, tristeza, agotamiento, debilidad, anorexia, anhedonia, introversión, pensamientos sobre la persona fallecida, culpabilidad, dificultad en el sueño y para concentrarse, intensa preocupación por la imagen del muerto, rabia contra Dios, contra los demás, contra la Institución, contra quien murió ó contra si mismo.
Y nos aislamos de la realidad, nos comportamos con incredulidad ante lo inminente, la cerrazón nos lleva incluso a la más pura de las negaciones, la que nos asegura salirnos de este mundo por un instante: el desmayo, la negación no solo emocional y del pensamiento sino también la negación corporal la que nos da un poco de quietud en la atrocidad.
Al despertar, al enfrentarnos a la desolada realidad, pareciera que una fuerza vital regresa a nosotros, y entonces el ser querido, el empleo, el objeto perdido, simplemente “salio a vacacionar”. Para dar paso a la más cruda y desgraciada realidad, el vacío de la ausencia, el no tener lo que nos satisfacía, enorgullecía, o amaba.
Provocando con ello la ruptura del equilibrio que teníamos hasta el momento, que puede ser transitoria, permitiéndonos la reorganización de nuestra vida, o por el contrario, volcarse en un evento no elaborado que puede llevarnos a un estancamiento en el desarrollo y conducirnos a un estado patológico.
El duelo, o la muerte, es por sí un hecho traumático y angustioso para quien lo está pasando pero, según Victor Frankl, la manera en que lo manejemos, formará parte de nuestras experiencias vitales y nos servirá en nuestro desarrollo como personas o, por el contrario, nos dejará ahí anclados sin poder seguir adelante con nuestras vidas y sin dejarnos vivir otras experiencias que nos están ocurriendo.
Lentamente, debiera ser así, aceptamos la pérdida, intelectual y emocionalmente. El dolor no desaparece del todo, cicatriza nuestra herida, y nos prepara para proyectos futuros y para afrontar nuevos retos, otras actividades y otras responsabilidades.
Pareciera como si poseyéramos dos mecanismos para avanzar: a) acercarse a lo que nos proporciona placer y b) alejarse de lo que nos causa dolor.
Claro está, no rehuímos al dolor, antes lo sufrimos, pero con el afán de no quedarnos ligados permanentemente a las cosas. Porque considero yo que es “vivir cultivando el pasado, y cosechando lo que ya no existe”.
Y el pretexto, diría yo, fue poseer el buen recurso de la psique humana: los mecanismos de defensa, esos que nos protegen ante el dolor extremo, del trauma emocional, de la perdida inminente, recursos que, sin embargo, necesitan del apoyo del profesional de la conducta y de la consejería del tanatólogo.

III. PAPEL DE LA TANATOLOGIA:

Quizá, la muerte se viva con menos soledad y sufrimiento entre las familias mexicanas debido a que en la mayoría de ellas, especialmente en ciudades chicas y en pueblos, hay mayor unidad, valores y tradiciones.
Y aunque de verdad no estamos preparados para morir o aceptar este hecho en algunos de nuestros seres queridos o en nosotros mismos, a la muerte siempre se le ha rendido tributo y respeto desde nuestros ancestros, más que nada como una preparación hacia otra vida, buscando una retribución que nos ayude a afrontar el miedo de no saber mas de ellos o que ellos no sepan más de nosotros.
Afortunadamente el apoyo de la familia y las tradiciones religiosas, independientemente de los cauces y matices que puede tener cada una de ellas en las diferentes comunidades o regiones del país, aminora el dolor y ayuda a la aceptación de la pérdida.
Al contrario, de lo que sucede en las grandes ciudades, donde este proceso se lleva a cabo con mayor estrés, dolor, sufrimiento y neurosis debido al desarraigo y la pérdida de tradiciones de índole familiar.
La tanatología es una alternativa humanística para ayudar tanto a quien ha sufrido una perdida o al enfermo terminal, en ese proceso de aceptación y sobrellevar el duelo posterior.
El tanatólogo, atiende de manera individual a cada enfermo, ya que cada persona concibe y actúa diferente ante la presencia de la muerte, al igual que identifica sus diversos mecanismos de defensa, adaptación y de confrontación con la pérdida, y se vale de estos recursos para coadyuvar al paciente y al doliente en su doloroso trayecto del duelo, por lo que no se pueden realizar una consejería global o estandarizada.
La tanatología y la psicopatología, en un baile alterno de movimientos entrelazados, se coadyuvan y se retroalimentan para brindar a quien las requiera, de una serie de recursos que van desde identificar los mecanismos de defensa que los pacientes o sus familias presentan hasta la identificación de neurosis y psicosis que hagan mas ardua la consejería o la terapia psicológica. Ambas se enriquecen con la experiencia mutua de un largo trayecto de tratar con enfermos terminales y/o dolientes reacios a la aceptación de la perdida.


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