Explosión total


En el hombre, el orgasmo tiene una clara función biológica: la reproducción. Sin embargo, en la mujer la experiencia orgásmica nada tiene que ver con tener niños. Desde hace años, los científicos intentan explicar el sentido del goce femenino.


Dura sólo unos segundos, pero la oleada de descargas eléctricas que literalmente electrocutan el cuerpo y la mente no tienen parangón con ninguna otra experiencia sensorial. Tener un orgasmo es sin duda alguna una de las sensaciones más placenteras que puede experimentar el ser humano. En el caso de los hombres, esta descarga explosiva de la tensión erótica normalmente viene acompañada de la eyaculación, una coincidencia que para los sexólogos delata su función biológica. En efecto, al proporcionar goce, el orgasmo alienta el acto sexual y garantiza la emisión de espermatozoides para fecundar el óvulo. En otras palabras, el clímax del hombre tiene una indudable función reproductora: al varón no le queda otro remedio que buscar y experimentar la explosión orgásmica, si lo que desea es perpetuar sus genes. En este sentido, el orgasmo del hombre puede considerarse como un reflejo automático en el que si se aprieta el botón adecuado se obtiene la respuesta buscada: placer y emisión de semen a través del pene. Pero aunque la eyaculación y el orgasmo ocurren simultáneamente, en realidad constituyen dos procesos fisiológicos independientes, como prueba el hecho de que los niños prepúberes experimentan orgasmos sin emisión de esperma y el que los adultos adiestrados en el yoga tántrico logren tener múltiples orgasmos sin eyacular. En la mujer, el orgasmo es remarcablemente similar al masculino, aunque alberga importantes diferencias que le confieren una dimensión especial. Junto a la ovulación encubierta –o sea, la ausencia de celo–, el rasgo más distintivo de la sexualidad femenina humana es un orgasmo que no tiene nada que envidiar al del otro sexo.

Una de cada 10 mujeres jamás lo ha experimentado

“Más aún, algunas mujeres son multiorgásmicas, es decir, pueden desencadenar un orgasmo tras otro, una posibilidad que hace suspirar a los varones”, afirma el biólogo Ambrosio García Leal en su libro La conjura de los machos. En efecto, cerca del 14% de las mujeres disfruta de más de uno, incluso por encima de una docena, antes de que se apague su excitación erótica. Ahora bien, para una mayoría de las mujeres, el encuentro sexual, a diferencia de sus compañeros, no garantiza la experiencia orgásmica. En general, puede decirse que sólo la cuarta parte de las féminas alcanza el orgasmo durante el coito, que el 55% tiene orgasmos en la mitad de los encuentros, que el 23% los disfruta a veces y que entre el 5 y el 10% jamás los ha sentido. Curiosamente, los porcentajes varían cuando el placer sexual se obtiene a través del autoerostismo. Cuando la sexóloga Shere Hite interrogó a 3.500 mujeres para su libro The Hide Report on Female Sexuality (1976), se encontró con que el 82% de ellas se masturbaba y que sólo el 4% no alcanzaba el éxtasis sexual mediante esta práctica, mientras que 9 de cada 10 “podía llegar al orgasmo de forma rápida y sencilla, siempre que así lo desearan”. ¿A qué se debe está enorme disparidad en la vivencia orgásmica? La ciencia admite con humildad que sabe muy poco acerca del orgasmo femenino, una experiencia que el psiquiatra John Bancrof, del Kinsey Institute for Research in Sex, en la Universidad de Indiana (EE UU), define como “una combinación de ondas de sensaciones muy placenteras y un aumento de las tensiones que culminan en una fantástica sensación y una liberación de la tensión”. Pero como ya se ha avanzado, no existe un patrón universal que rija el orgasmo femenino. Diferentes mujeres experimentan distintas sensaciones, intensidad y duración. Incluso su incidencia guarda una enorme variabilidad intercultural: mientras que en algunas comunidades es rara la mujer que no tiene uno o dos orgasmos durante el coito, en otras inmersas en una represión sexual severa brilla por su ausencia.

La influencia de los tabúes y el entorno familiar

Durante décadas, los científicos han pretendido explicar sin llegar a un consenso estas diferencias basándose en el papel de la cultura, la sociedad, la educación y la biología en la función sexual femenina. Sin embargo, por primera vez un estudio publicado en la revista Biology Letters del pasado mes de junio se centra en los genes y asegura que el ADN ejerce una nada desdeñable influencia en la respuesta erótica de la mujer. Para llegar a esta conclusión, Tim Spector y sus colegas de la Unidad para el Estudio de los Gemelos, en el hospital londinense de Saint Thomas, invitaron a rellenar un cuestionario a 700 gemelas, que tienen el mismo ADN, y 4.300 hermanas mellizas, para conocer cuáles eran sus respuestas sexuales. Spector se encontró con que únicamente el 14% de las damas confesó que alcanzaba el clímax al practicar el sexo, mientras que un 16% jamás lo experimentaba e incluso ni siquiera sabía si lo sentía o no. Y una cuarta parte de las encuestadas dijo que alcanzaba el clímax en uno de cada tres coitos. Como sucede con otros estudios genéticos, los expertos asumieron que los hermanos comparten un ambiente familiar similar y, por tanto, que la mayor parte de las diferencias detectables entre las conductas y tendencias de los mellizos y gemelos pueden ser atribuidas a factores genéticos. Partiendo de este supuesto, el análisis de las respuestas sugiere que los genes explican en al menos un 34% la probabilidad de que una mujer tenga una experiencia orgásmica durante la cópula. El porcentaje sube 11 puntos cuando el goce se alcanza a través de la masturbación pues, al igual que Hite, Spector se encontró con que las hermanas encuestadas tenían el orgasmo con más facilidad y más rápidamente mediante el autoerotismo. “En la masturbación hay menos factores externos que interfieren en el clímax, como por ejemplo, el hombre”, dice Spector.

No juega ningún papel en la reproducción

En palabras de este investigador, “el hecho de que la masturbación obtenga un mayor valor de heredabilidad que el coito nos ofrece un claro retrato de lo que está sucediendo.” ¿Y qué esta ocurriendo? El descubrimiento de la existencia de un número aún sin definir de genes relacionados con la capacidad orgásmica femenina sube la temperatura del debate científico sobre el origen y el significado del clímax de la mujer. “Desde el punto de vista estrictamente reproductivo, el orgasmo femenino es irrelevante, como lo prueba la existencia de madres de familia numerosa que sólo lo conocen de oídas; y fuera de la especie humana, o no existe o parece darse sólo de forma esporádica”, comenta García Leal. Cualquier intento encaminado a desentrañar el origen y el sentido del orgasmo femenino, aparte de facilitar placer sexual a la mujer, levanta literalmente una tormenta de arena entre sexólogos, etólogos, antropólogos, filósofos y feministas. Prueba de que el tema ocupa y preocupa a los expertos es que se han formulado numerosas hipótesis que describen cómo surgió el orgasmo femenino a lo largo de nuestra evolución. Durante el siglo pasado, los biólogos encontraron respuestas a este enigma sexual en la selección natural. Elisabeth A. Lloyd, profesora de biología en la Universidad de Indiana, en EE UU, ha recopilado las 19 explicaciones adaptacionistas sobre la evolución del clímax femenino que más pasiones y reproches han suscitado en la comunidad científica y las ha pasado por el tamiz de la sexología moderna. Todas sin excepción comparten una cosa: la creencia de que la mujer adquirió la capacidad de tener orgasmos porque éstos favorecieron su éxito reproductivo

Un poderoso estímulo para formar parejas estables

Pero como advierte Lloyd, la totalidad peca en otra cosa: “la mayoría de los investigadores asumen cosas sobre la naturaleza y fisiología de la sexualidad femenina que contradicen las evidencias de laboratorio y de campo, y emiten conjeturas acerca de la naturaleza de las interacciones sociales y sexuales de nuestros antecesores homínidos sin que aporten evidencias sostenibles.” Once de las 19 explicaciones seleccionadas por Lloyd se basan en la noción de que la unión monógama entre los dos sexos es una adaptación evolutiva, así como en que el orgasmo femenino ayudó a afianzar y mantener el vínculo de pareja. En palabras del etólogo británico Desmond Morris, las hembras de nuestros ancestros tenderían a emparejarse porque “los machos tenían que estar seguros de que les fueran fieles cuando las dejaban solas para ir de caza”. La naturaleza también habría seleccionado los varones propensos a este tipo de relación. En el momento en el que fue necesaria una mayor cooperación cinegética, los machos dominantes habrían cedido ciertos derechos sexuales a los más débiles, lo que les permitió acceder a las hembras y, por tanto, establecer vínculos afectivos, según Morris. George Pugh apoya este argumento añadiendo que el desplazamiento de los homínidos desde el tranquilo bosque a la sabana llena de peligros aumentó la necesidad de protección de las hembras, así como su dependencia de los alimentos aportados por los cazadores. Otros autores citan que el cuidado y la protección de las crías pudo asimismo favorecer la creación de parejas estables. Una tercera razón por la que la monogamia pudo ser gratificada por la selección natural la esgrime Frank Beach de este modo: la falta de certeza del momento fértil, debido a la pérdida del celo femenino, hizo que los homínidos copulasen con más frecuencia. Beach afirma que el celo era un rasgo primitivo de los homínidos y que las parejas surgieron “para hacer los frecuentes y regulares coitos heterosexuales más eficientes”.

Tras el disfrute, llegan las ganas de dormir

Morris asume pues que la aparición de un orgasmo femenino equiparable al masculino contribuyó a reforzar el lazo emocional entre los amantes a través de la gratificación mutua que proporciona el placer sexual. Pero esta explicación del orgasmo femenino no cuenta con el beneplácito el de la etología comparada. Además, comete algunas imprecisiones al desarrollar su exposición, según Lloyd. Por ejemplo, Morris comenta que las mujeres durante el coito tienen menos orgasmos que los hombres, aunque si éstos prolongan el acto sexual la mayoría de las mujeres llegan al clímax entre 10 y 20 minutos después. Esto no se cumple en el caso de la masturbación, pues los tiempos son muy parecidos para ambos sexos, que rondan los 4 minutos. El etólogo también asegura que, tras el éxtasis erótico, aparece un periodo de agotamiento y somnolencia durante el cual el cuerpo vuelve a la normalidad. Como advierte Lloyd, este tiempo de relax es más común en los hombres, ya que la mujer, tras el clímax, regresa al llamado estado de meseta, es decir, a una máxima excitación erótica, lo que le permite volver a sentir un nuevo orgasmo sin sentir agotamiento.

El miembo viril más grande de todos los primates

A pesar de la evidencia, Gordon Gallup y Susan Suarez salen en defensa del descanso postorgásmico. Según éstos, la posición bípeda que adquirieron nuestros ancestros constituye un formidable problema reproductivo, pues pone en peligro la retención del esperma en la vagina. Para evitar posibles pérdidas, Gallup y Suarez proponen la aparición de un orgasmo extenuante en la mujer, ya que éste evita que se levante inmediatamente después eyacular su compañero. Por último, Morris se fija en que el hombre posee el pene en erección más grande de todos los primates. Este tamaño extra sirve para estimular a la mujer, “ya que los genitales externos están más expuestos o son más susceptibles de ser friccionado durante los movimientos pélvicos”. Estamos ante una afirmación que contradice la evidencia científica, ya que sólo la cuarta parte de las mujeres llega al orgasmo durante la cópula sin necesidad de estimular a la vez el clítoris y sólo el 1,5% utiliza un objeto para simular la penetración cuando se masturba. “No hay una razón lógica para insistir en que nuestro orgasmo surge de forma natural del coito”, dice Wendy Faulkner. Cópula y clímax no siempre van de la mano. En esta dirección apuntan los experimentos que ha realizado la primatóloga Suzanne Chevalier-Skolnikoff con macacos rabones, Macaca arctoides. Mediante registros electrónicos se ha constatado que las hembras de esta especie experimentan los signos clásicos del orgasmo –mayor frecuencia cardiaca, aumento de la respiración, contracciones del útero y de la vagina– cuando montan a otra hembra. Incluso, imitan la sacudidas pélvicas de cuando eyaculan los machos. Se trata de una conducta lésbica que consiste en el frotamiento de los genitales de una macaca contra la espalda de otra. Curiosamente, esta conducta no está restringida a ningún momento del ciclo reproductor y de ningún modo excluye los contactos heterosexuales. Por otro lado, los científicos han puesto en evidencia la aparición de gestos orgásmicos en hembras de chimpancé y macaco rhesus cuando son estimuladas manualmente en el laboratorio. Estos hallazgos restan argumentos a quienes vinculan el coito y el orgasmo femenino con la monogamia.

Realiza un masaje para estimular la eyaculación

Otras hipótesis, también con base adaptativa, intentan comprender la aparición del orgasmo femenino sin asociarlo con el emparejamiento. Por ejemplo, Melvin Lloyd Allen y William Burton Lemmon aseveran que surgió para aumentar la probabilidad de que el macho alcance el clímax. Para estos investigadores, las contracciones rítmicas de la musculatura vaginal hacen las veces de un masaje que estimula la eyaculación. Añaden que la mujer no siempre alcanza el goce porque así lo quiso la naturaleza: al poder abstenerse de la experiencia orgásmica, la mujer es capaz de prevenir la fertilización con hombres indeseables, y viceversa. William Bernds y David Barahs, sin embargo, proponen que existe una prebenda selectiva para las mujeres que espontáneamente abortan al desatar el orgasmo. Esto pudo suponer una ventaja para las homínidas embarazadas en ambientes hostiles, como sucede cuando un macho amenazaba con matar a las crías que no son suyas. El clímax de la mujer sería así como un arma para evitar la amenaza de infanticidios. Algo parecido sostiene la antropóloga Sarah Blaffer Hrdy: el orgasmo ocasional habría incitado a nuestras antepasadas a copular con múltiples machos que, confusos por la paternidad, no se atreverían a matar a la prole al no poder cerciorarse de que no llevan sus genes. Este hecho habría impulsado la perpetuación de los genes de las hembras orgásmicas.

Mujeres en busca del premio gordo

El psicólogo Glen Wilson compara el clímax femenino con un premio de lotería. Su planteamiento viene a decir que a lo largo de la evolución, las mujeres habrían cosechado recompensas orgásmicas de forma irregular para obtener satisfacción sexual. Los orgasmos ocasionales habrían impulsado a las hembras de los homínidos a buscar sexo con más frecuencia y quizás de forma promiscua, para obtener así el ansiado “premio gordo”. Pero no todos lo expertos comulgan con la idea de que el orgasmo femenino es un producto de la selección natural. Por ejemplo, el fallecido Stephan Jay Gould descartó la posibilidad de que constituyera una adaptación y se alineó con quienes argumentaban que el clímax de la mujer no era otra cosa que un bioproducto. Así lo cree también Donald Symons, que en 1979 armó un revuelo entre sus colegas al exponer que el orgasmo femenino es un mero artefacto embrionario. Para este antropólogo, hay que contemplar el orgasmo femenino no como una adaptación, sino como un potencial.

Es comparable a los pezones de los hombres

En su argumentación, Symons asegura que se trata de un efecto secundario de la denominada androgenia embrionaria de los mamíferos. El pene y el clítoris se diferencian a partir de una misma estructura embrionaria, y por esto se dice que son órganos homólogos. Uno y otro comparten los mismos tejidos que participan en la experiencia erótica: el mismo tejido nervioso, el mismo tejido eréctil y las mismas fibras musculares. Esto es así porque en el embrión, la estructura de la que nace el aparato genital sólo se convierte en un pene si en la octava semana de gestación es bañada por ciertas hormonas. Así pues, el clítoris queda reducido a un esbozo del pene, irrelevante para la reproducción. Symons lo compara con los pezones masculinos, que carecen de utilidad fisiológica, pues no dan leche, pero son sensibles a la succión. Del mismo modo, las mujeres encuentran placentera la estimulación del clítoris a pesar de que sean incapaces de eyacular. Como era de esperar, a Symons le han llovido las críticas de sus detractores, que le recriminan que compare el clítoris de la mujer con los pezones del hombre.

Enrique M. Coperías

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